28º Domingo de Tiempo Ordinario (reflexión de Mario Yépez, C.M.)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año BLeave a Comment

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Author: Mario Yépez, C.M. .
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Mucho por dejar, muchos por recibir

El libro de la Sabiduría tiene todas las características de ser un escrito que busca trascender la realidad del entorno judío en su implicancia con el mundo helénico, motivado por la fidelidad al judaísmo en el acontecer de sus días en la diáspora. En este deseo de hacer extensiva la fidelidad a su fe en el Dios de la alianza, el autor de este escrito ve necesario vincular términos que manejaban de su propio ambiente cultural judío, con aquellos otros del entonces mundo grecorromano, que podrían representar un camino posible de comprensión aunque particularmente buscarían afianzar su propia fe lejos de su tierra. La sabiduría pasa a ser un elemento importante en este escrito y que la vincula claramente con la justicia del creyente ante Dios. La sabiduría pasa a ser personificada en la mayoría de escritos sapienciales de la Biblia, pero un detalle que salta a la vista, de modo particular en este pasaje de la Sabiduría, es que ésta no se adquiere por un esfuerzo propio; el autor insiste en que posee un rango divino y que por tanto es preciso pedirla (7,7). La oración es camino necesario para adquirir la Sabiduría. Es desde aquí, donde se empieza a recurrir a la comparación para valorarla como tal (7,8-10); no solo con el nivel propio de las cosas, sino hasta de las propias realidades humanas tan avasallantes en deseo por parte de la reflexión filosófica como la salud o la belleza (7,10). El ser humano que opta por ella, alcanza un nivel de «resplandor» (lenguaje muy conocido del mundo helénico) que trae consigo bienes y riqueza (7,11) que ante la comparación hecha anteriormente, sería imperdonable y necio que alguien no pudiera desearla buscar.

Estas palabras recogidas de la Carta a los Hebreos siguen a continuación de una reflexión en torno al deseo del creyente de alcanzar el «descanso» en Dios, insinuado ya desde la creación, pero abierto en esperanza desde Cristo. Aquí, el sentido particular de la Palabra de Dios se enmarca en la fidelidad de las promesas de Dios y su carácter de juicio y discernimiento frente a todo ser humano. Para el autor de la Carta a los Hebreos, nos espera desde Cristo aquel descanso definitivo en Dios para lo cual es preciso esforzarnos en aceptar la buena noticia. Y esto es tan vital e importante, que especifica la fuerza de esta promesa con la imagen de «la espada de doble filo» (4,12), que es capaz de llegar hasta las fibras más íntimas del pensamiento humano (intenciones del corazón) por la cual el hombre, siendo criatura, no puede esconderse ante esta promesa, ni tan siquiera eludirla, ya que en definitiva, estamos ante los ojos de Dios totalmente «desnudos» (4,13). Sin duda, es una confrontación profunda de nuestra esperanza en Dios con la exigencia propia de sabernos ante un Dios a quien no podemos esconderle nada.

Un pasaje muy especial y bien elaborado por el evangelista Marcos es el que nos encontramos este domingo. Seguimos en la dinámica del camino y de la instrucción particular de sus discípulos. Es preciso, dejarnos llevar por la narración de Marcos sin prejuicio alguno de que si era un joven rico o de la tentación de pretender «sabernos ya la historia». La premura de la interrupción de lo que estaba por hacer Jesús salta a la vista. Jesús estaba poniéndose en camino y surge este personaje anónimo corriendo y que luego se postra ante él (10,17a). Para este hombre, Jesús es el «Maestro bueno»; quizá por todo lo que se hablaba de él en el entorno, pero aún no había tenido un encuentro directo y cercano como lo estaba teniendo en este momento (10,17b). Dos cosas llaman

la atención en su intervención: siente que la vida eterna es entendida como herencia y que como tal parece que tiene que conseguirla. Aparentemente es una contradicción. Si uno asume la herencia, la asume por su vinculación natural, pero sería difícil concebirla así en relación con Dios. Hay que marcar las distancias. Es un tema de obtenerla por esfuerzo, hay que hacer algo para obtenerla. Jesús cuestiona la seguridad con la que aquel hombre confirmaría que lo había reconocido. Jesús pide que la reflexión se vincule a la bondad del Padre, Él único (énfasis – 10,18). Jesús entronca con su mentalidad: estás en el nivel cumplir allí tienes los mandamientos. Aquel hombre, aceptando de Jesús su «corrección», le llama ahora solamente «Maestro», y se presenta como un hombre cumplidor de los mandamientos desde joven (10,20). ¿Esperaría que Jesús le dijera que ya es heredero de la vida eterna?

Aquí, el evangelista cambia radicalmente el tono de su narración y empieza a introducir detalles que no siempre notamos. Jesús, mirándolo, lo amó y es desde este sentimiento profundo donde confía que aquel hombre podía ser capaz no tanto de «hacer» ya más cosas sino de que podía ser capaz de «dejar» para conseguir un tesoro diferente (10,21). Jesús vuelve a llamar a alguien directamente a que lo siga. Si los detalles en Jesús eran llamativos, los de aquel hombre lo son también pero en sentido contrario: muy entristecido y muy apenado se retiró. El evangelista añade algo que el lector no tenía en mente: tenía muchos bienes(10,22). Todo esto pasa para la instrucción de sus discípulos. Una vez más entra en confrontación el tema del seguimiento de Jesús. Se plantea la gran dificultad de entrar al Reino de los cielos para quienes optan por tener riquezas. Dos veces lo repite y dos veces los discípulos se quedan asombrados (10,23-24). Nuevamente, entra a tallar el conflicto: ¿Quién podrá salvarse? Jesús reorienta otra vez las cosas: hay que mirar la salvación, la vida eterna, el reino de los cielos desde la bondad de Dios que quiere darla, ofrecerla. No es un tema de mero esfuerzo humano, no es un tema condicionado por lo que haga o no haga el hombre. Por eso hasta lo que parece imposible puede ser una realidad de salvación, sólo si el hombre lo descubre así (10,27): apertura total sin seguridades de ningún tipo y lo expresa muy bien el evangelista desde la seguridad más importante de todos los tiempos en la humanidad: las riquezas.

No podía faltar una intervención, y más aún, la de Pedro. Quizá con justa razón de quien sí dejó mucho y lo siguió, como también lo hicieron sus demás compañeros (10,28). Jesús no se queda atrás en su respuesta. Dos cosas finales en esta última intervención de Jesús: cien veces más recibirán en «este tiempo oportuno» y «con persecuciones» (10,29-30). Es obvio que es un mensaje muy particular para la primera comunidad cristiana que vivía momentos tensos tal vez en los momentos cercanos a la destrucción de Jerusalén o el peligro de su convivencia con el judaísmo; lo cierto es que el lenguaje habla de esperanza en medio de la dificultad para el cristianos de todos los tiempos y en ello, una vinculación entre lo que podemos recibir en el «kairos», la irrupción salvífica de Dios en la historia del hombre, y lo que nos espera en la vida eterna.

Hoy se conjugan muchas cosas:

– pedir el don de la Sabiduría y valorarla por sobre todas las cosas; aquella que es capaz de ayudarnos a encontrarnos a nosotros mismos y a Dios que desde la relectura de fe sin duda es Cristo.

– ser responsables ante el «juicio de Dios», sin connotación cerrada de la misma con nuestros criterios humanos, simplemente aceptando que estamos ante quien es capaz de entrar hasta las fibras más íntimas de nuestro ser y entablar así una relación transparente y sincera.

– aprender a «dejar» para «llenar»; entendiendo que nuestra salvación no se contempla desde lo mucho de bien que puedo hacer sino desde la Bondad plena que nos da su salvación y de quien dimana todo deseo de poseerlo y que me invita a ser capaz de poner todas las cosas en orden.

Que el Señor nos ayude a mantener vivo el deseo del salmo: «Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato».

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