Crítica de la doble vida
Al retomar este domingo la lectura del Evangelio de Marcos (Mc 7,1-8a. 14-15. 21-23) encontramos una crítica fuerte de Jesús al mundo fariseo, aferrado a las tradiciones humanas de contenido cultual y de estilo puritano que no corresponden con la verdadera fe en Dios. Jesús los califica de hipócritas y confirma que su corazón está lejos de Dios, pues practican un culto exterior y de apariencias sin considerar que el culto que Dios quiere es la transformación del corazón que es donde anidan las verdaderas impurezas que destruyen al hombre: los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Es un buen catálogo de vicios, de entre los cuales es difícil que no nos toque alguno directamente. Pero si así fuere, que nadie desoiga la palabra de la verdad que quiere generar en nosotros un corazón nuevo.
En esta misma orientación se sitúa la carta de Santiago. La mayor crítica radical del Nuevo Testamento a la doble vida y a la ambigüedad mediocre se encuentra en esta carta escrita probablemente a finales del s. I, de carácter didáctico y con una orientación ética propia de un maestro de la comunidad cristiana, que, en coherencia con su fe en Cristo, en el lenguaje sapiencial y bíblico del hombre religioso y con la fuerza crítica e interpelante del profeta, responde a algunos problemas candentes de aquel momento, saca las consecuencias fundamentales del mensaje de Jesús en orden a una vida auténticamente cristiana y alza su voz de alerta ante la posibilidad de que la religiosidad se convierta en una farsa, la palabra en un veneno mortal, la ley en una trampa, y la fe inoperante en un cadáver. Santiago hace una llamada a vivir el espíritu cristiano dentro y fuera de la comunidad bajo el signo de la autenticidad, con coherencia de criterios y un contundente rechazo a la doble vida (Sant 1,8; 4,8).
En el fragmento que hoy se lee en la Iglesia (Sant 1,17-27) la Palabra es protagonista. La palabra creadora y salvadora de Dios transforma al hombre convirtiéndolo en primicia de las criaturas. La escucha activa de esta palabra de Dios revela al hombre su identidad más profunda y constituye el camino de la auténtica felicidad. La exhortación de Santiago exige dos actitudes básicas también en nuestro tiempo: la disponibilidad para escuchar y acoger la palabra; sobre todo, la palabra de la salvación injertada en nosotros; y la audacia para ponerla en práctica. Esta palabra, que se identifica con la ley perfecta de la libertad (Sant 1,25), es el mensaje del evangelio por el que los bautizados hemos nacido a una vida nueva.
En medio de la sobreabundancia de palabras de nuestra sociedad esta carta actualiza un nuevo valor: la escucha; y frente a la superficialidad pasajera de tanta palabrería la propuesta de tomarnos muy en serio la palabra salvífica. Poner en práctica esta palabra implica, por tanto, la ruptura con todo tipo de ambición, de ira o de maldad y requiere la integridad de una conducta que corresponda a la identidad de hijos de Dios (Sant 1,18).
El capítulo concluye contraponiendo la religiosidad vacía a la religiosidad auténtica, pura y sin tacha (Sant 1,26-27). Continuando con el tema de la palabra, planteado anteriormente, estos versículos abordan un problema real y siempre actual: la palabrería o el descontrol de la lengua puede afectar a la religión hasta reducirla a unas prácticas de piedad, a una religiosidad puramente externa, a una cuestión teórica o a una desvinculación entre la fe y la vida. Es el peligro que encierra todo lenguaje formalista y desencarnado de la vida y de la historia, de lo cual no está exento el cristianismo desde sus comienzos. Por ello la respuesta de la carta es tajante: no se puede hablar de experiencia religiosa mientras exista algún tipo de engaño o autoengaño, o se pretenda legitimar, sólo con palabras, conductas que desdicen mucho del evangelio o van contra el prójimo o contra los más necesitados, especialmente las enumeradas en el Evangelio de hoy.
Frente a una religiosidad inoperante y muerta, Santiago describe la religión auténtica según Dios Padre: atender a los marginados e indefensos, de los cuales eran prototipo desde el Antiguo Testamento los huérfanos y las viudas (véase Eclo 4,10). El culto realmente agradable a Dios es el amor al prójimo. La distancia respecto al mundo no debe entenderse como una huída del mundo porque éste sea malo en sí mismo, sino en cuanto éste se encuentra regido por la ambición, la riqueza, las apariencias, valores opuestos a la palabra de la verdad, en la que los cristianos han sido engendrados para una vida nueva.
En el mes de Septiembre, dedicado especialmente a la Palabra de Dios en la Iglesia de Bolivia, dejemos que su luz nos haga vivir en una mayor autenticidad y coherencia de vida.