14º Domingo de Tiempo Ordinario (reflexión de Alfonso Berrade, C.M.)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año BLeave a Comment

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Author: Alfonso Berrade, C.M. .
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Lo extraordinadio de la vida ordinaria

Los mejores manjares pierden interés cuando se comen todos los días, como que nos acostumbramos a lo extraordinario y lo convertimos en ordinario. A veces tienen que llegar visitantes extranjeros que se admiran de la belleza de un rincón de nuestra tierra para darnos cuenta que ese rincón que hemos visto desde niños tiene un encanto y una belleza especial.

Pues bien, no nos damos cuenta que vivimos junto a un santo hasta que alguien nos lo hace ver. Es que ya nos hemos acostumbrado a la manera muy humana de vivir de esa persona y nos parece normal, nos parece que así vive la mayoría de los humanos. Y no es así. Hay una distancia entre el común de los mortales y esa persona especial.

Algo así les debió pasar a los habitantes de Nazareth. Habían visto a Jesús en el pueblo durante treinta años. Lo vieron niño que jugaba como los demás niños; lo vieron joven alegre, responsable y educado más que los otros jóvenes; lo vieron trabajador y colaborador de su padre José, y algunos padres les decían a sus hijos: “Mira, ya eres adulto y yo me voy haciendo viejo, aprende de Jesús cómo trabaja y está al servicio de sus padres. El trabaja como carpintero, hace tareas en el campo y aún ayuda a familias con enfermos o a mujeres viudas. Me gustaría que fueras como él”. Lo veían asistir a la sinagoga los sábados y disfrutaban todos por la unción que ponía al leer la Ley y los profetas. Lo veían a Jesús como el hombre de bien, el hombre de palabra y que cumplía lo que prometía. Pensaban que se le podía aplicar lo del Salmo 1: “Dichoso el varón que en la Ley de Señor encontró sus delicias. Es como árbol plantado junto a las acequias de agua, da fruto abundante y sus hojas no se secan”.

Pero nunca se pudieron imaginar que ese Jesús que todo el pueblo conocía, después de unos meses de ausencia, ahora volvía al pueblo con una aureola de hombre de Dios, profeta y milagrero. Pero ¿De dónde saca toda esa sabiduría y poderes extraordinarios? Es cierto que siempre lo hemos visto como muy digno y equilibrado, pero ahora vemos que las multitudes le siguen. Nos lo han convertido en un héroe y ser poderoso en obras y palabras. ¡Eso ya no puede ser! El es uno más como nosotros, que no nos lo metan a profeta.

Así vamos también nosotros por la vida. No detectamos la santidad, ni el plan de Dios vivido por los demás. Que no me digan que mi hijo o mi esposa son personas que viven de fe; que no me digan que mi esposo o mi padre es un santo de cuerpo entero; que no me digan que mi vecina es una maravillosa cristiana dedicada por completo al servicio de los pobres; yo no voy a recibir la comunión de manos de un hombre o una mujer laicos como yo; cómo va a ser cristiana esa joven a quien le encanta bailar y es alegre como una rosa. ¡Ay, cómo dejamos pasar junto a nosotros a tantas personas que viven con alegría la ley del Señor y su vida es un árbol que da frutos a montones! Hay que abrir los ojos de la fe para saborear la presencia de Dios en nosotros, y valorar al ser humano en toda su dimensión. El santo es también el ser más humano del mundo.

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