12º Domingo de T.O. (reflexión de la S.S.V.P. en España)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año BLeave a Comment

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ssvp“No se puede esperar mucho de un hombre al que no le gusta tratar con Dios. Si uno no cumple como debe con sus tareas en el servicio de nuestro Señor, es porque no se ha unido a él y no le ha pedido la ayuda de su gracia con una perfecta confianza” (SVdeP III,50)

El Señor recuerda a su siervo Job, que Él es el único dueño de la creación. En el Evangelio Jesús aprovecha la ocasión de aplacar la tempestad en medio del lago, para que sus discípulos mediten en el origen divino de su Maestro. Y, San Pablo nos revela que el amor de Cristo lo ha conquistado por completo y ha hecho de él una nueva creatura, con una visión renovada del mundo: todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo.

En la primera Lectura vemos cómo el Señor le contesta a Job desde un torbellino, una forma muy común en el Antiguo Testamento para las apariciones de Dios. Le muestra lo que el Señor es capaz de hacer por el ser humano, hasta frenar el mar para que no irrumpa contra Él. Las comunidades cristianas, entre ellas nuestras Conferencias, crecen en medio de dificultades y conflictos; se encuentran asediadas por muchas amenazas internas y externas; son como una pequeña barca navegando en alta mar, en aguas turbulentas, cunde la desesperación y el desencanto. Job, es el símbolo de la paciencia y la resistencia. Se siente asediado por todas partes. Dios lo interpela haciéndole caer en cuenta que Él es el Señor de la historia. Las dificultades de la vida no podrán derrotar a quien pone toda su confianza en Dios.

En la carta a los Corintios, se nos expone la nueva humanidad que a través de la muerte de Cristo recobra la vida plena. Cristo murió por todos para que todos tengamos vida por medio de Él. El amor de Cristo ha sido tan grande que nos ha rescatado de la muerte y de la esclavitud del pecado, y nos ha hecho partícipes de la vida nueva. Lo antiguo, ha sido superado por la muerte y resurrección del Señor.

San Marcos, en su Evangelio, llamado el “relato de la tempestad”, presenta las dificultades por las que atravesaba la Iglesia primitiva en el contexto del imperio romano. El mar, es símbolo de peligro; es una amenaza para quienes viven cerca de él, porque saben que por allí vienen los perseguidores. La comunidad es esa pequeña nave que navega a la deriva. La fe de muchos naufraga ante las amenazas y las presiones del medio. Entonces, es cuando hay que recordar que Jesús no ha abandonado la barca. Él navega con ellos. Es capaz de derrotar la tempestad. La certeza de la presencia de Jesús, fortalece la frágil fe de la comunidad.

Hoy, nos sentimos amenazados de muchas formas. La injusticia, la violencia y la corrupción por una parte. El consumismo, el relativismo y el sensualismo por otra. Sentimos la tentación de ceder. Fácilmente, caemos en el pesimismo y la resignación. Desistimos de todo esfuerzo y dejamos que la historia empuje la barca a su propio viento. El ambiente nos ahoga y nos sentimos perdidos, desorientados o perplejos.

El Evangelio nos dice que lo importante no es “no tener miedo, sino tener fe”. Ante la tempestad, los discípulos se llenaron de miedo, ante los sufrimientos de su pasión de la muerte que le esperaba en la cruz, Jesús tuvo miedo, tanto, que empezó a sudar sangre. Ante el diagnóstico de un cáncer, ante un desempleo que se prolonga, ante un proyecto de negocio que se viene abajo, ante un hijo que va de mal en peor, ante tantos problemas de la vida, los cristianos tenemos miedo. Es de lo más natural. El mensaje del Evangelio es que tengamos fe, que no dejemos de confiar en Dios, aún en las peores circunstancias, porque en nuestra enfermedad, en nuestro desempleo, en nuestros apuros económicos o familiares, Dios sigue con nosotros y es capaz de “callar y enmudecer” nuestras propias tempestades. Sólo la certeza de que Jesús camina con nosotros nos puede ayudar a vencer los miedos y las incertidumbres y a “remar más adentro, hacia aguas profundas”

«Son inagotables los tesoros de la providencia de Dios … Nuestra desconfianza los deshonra” (SVdeP III,13)

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