Me alegra inmensamente que la próxima Asamblea de la Congregación de la Misión tenga como tema de reflexión y motivación un asunto que tiene que ver con su identidad apostólica: la Nueva Evangelización. Conviene, sin embargo, recordar que la evangelización tiene un gran supuesto: la contemplación de Cristo enviado por el Padre para evangelizar a los pobres1 y el revestirse de su mismo espíritu para dedicarse a evangelizar a los pobres, sobre todo a los más abandonados2, que vendría a ser su identidad espiritual, la cual, a mi parecer, no ha sido tenida en cuenta o al menos no aparece de un modo explícito en el cuestionario de preguntas, por cierto muy bien elaborado, enviado por la Comisión Preparatoria de la AG 2016 para la reflexión en las Asambleas Domésticas y Provincial3. Personalmente, encuentro que las preguntas están orientadas solamente a revisar la acción misionera actual de la Congregación y a motivar para señalar las modalidades y los alcances que podría tener la misma en el futuro, y no tanto a lo que debe motivar y respaldar esa acción: la contemplación. El papa Francisco afirma en la Evangelii Gaudium: «La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el inmenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a él que vuelva a cautivarnos… Puestos ante él con el corazón abierto dejando que él nos contemple, reconocemos esa mirada de amor que descubrió Natanael el día que Jesús se hizo presente y le dijo: “Cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Jn 1,48)… ¡Cuánto bien nos hace dejar que él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! Entonces, lo que ocurre es que, en definitiva, “lo que hemos visto y oído es lo que anunciamos”» (1 Jn 1,3)4.
El encuentro con Cristo fue el punto decisivo de la vida de San Vicente, tanto en lo que se refiere a la orientación como a la unificación de toda su vida espiritual. En concreto, este encuentro le permite ver a Dios y a los pobres a través de Jesucristo, que lo compromete definitivamente en la continuación de su misión evangelizadora en la tierra5.
Se trata de una experiencia espiritual que implica de forma global y progresiva a toda la persona de Vicente de Paúl, en su dimensión individual, eclesial y social. En el centro está el reconocimiento de Cristo que se le manifiesta reiteradamente. El contacto con Pedro de berulle y otros maestros espirituales y, sobre todo, la meditación de los pasajes de Lc 4,16-22 y Mt 25,31-46, lo llevan a reconocerlo en la fisonomía específica del enviado del Padre que evangeliza a los pobres y se hace presente en ellos. De ahí nace en San Vicente un nuevo «conocimiento» de Dios, de la dignidad de los pobres y de su propia vocación como continuación de la misión de Cristo. Dios es el Ser infinito en excelencia y bondad, pero sobre todo Dios que se manifiesta en Jesucristo lleno de misericordia para con el hombre. Los pobres pasan a ser miembros de Cristo y hermanos suyos. El sentido de su propia vida será: «Entregarse a Dios para amar a nuestro Señor y servirle en la persona de los pobres corporal y espiritualmente» (SVP IX, 592). «Vaciarse de sí mismo para revestirse de Jesucristo» (SVP XI, 236-237).
La espiritualidad vicentina está marcada por la experiencia espiritual de Cristo y de los pobres que tuvo San Vicente. Por tanto, ser fieles hoy a nuestra identidad en su doble vertiente, espiritual y apostólica, implica convertirnos a esta experiencia: vivir un mayor enraizamiento de nuestra vida en Cristo y un mayor dinamismo para continuar su misión entre los pobres. De ahí brota un nuevo ardor que nos reclama hoy la Iglesia para colaborar en la nueva evangelización. Sin esto sería inútil hablar de nuevos métodos y nuevas expresiones. Por consiguiente, la Congregación de la Misión, antes de evangelizar y servir a los pobres, tiene que volver a beber en las fuentes de donde brota su identidad. El manantial primero fue la pasión de Vicente de Paúl por Cristo y por su misión evangelizadora de los pobres, es lo que transformó su vida dando un sentido y una orientación nuevos a su existencia. Sintonizar, resonar y revivir la experiencia espiritual de nuestro fundador es la condición sine qua non de la renovación evangelizadora6.
La evangelización que pretende llevar a cabo la Congregación necesita urgentemente ser animada y revitalizada por esa experiencia interior para convertirse en auténtica evangelización, es decir, en anuncio y comunicación de la buena Noticia del reinado del Dios de Jesucristo en medio del mundo actual, anuncio y comunicación de la gracia y liberación de Dios a todos los hombres y, en especial, a los más pobres y humillados (cf. Lc 4,18-19), evitando de esa manera, en palabras de José Antonio Pagola, un pragmatismo demoledor, un racionalismo reductor; la ausencia de comunión viva con Cristo; que el trabajo pastoral se convierta fácilmente en actividad profesional, sin interioridad; la evangelización en propaganda religiosa ideologizada desde la izquierda o desde la derecha; la liturgia, en ritualismo vacío de espíritu; la acción caritativa, en servicio social filantrópico, parecido o igual al que promueve una ONG7.
I. Resaltando algunos aspectos de la experiencia espiritual y evangelizadora de san Vicente
1. Pasión por Cristo
La incorporación a Cristo iniciada por Vicente de Paúl en el bautismo se hará experiencia viva y profundamente personal en el momento crucial de su vida8. A Cristo es a quien descubre en el momento agudo de su purificación, en los acontecimientos de su historia personal, en las experiencias pastorales de Folleville, Châtillon y Montmirail. Entonces reconocerá con extraordinaria claridad el rostro auténtico de Cristo que le descubre a su vez, al mismo tiempo, a Dios y a los pobres. A partir de ese momento, la vida de Vicente de Paúl es un continuo esfuerzo por asimilarse a Cristo (cf. SVP X, 218).
En la base de esta nueva visión de Vicente de Paúl existe una honda experiencia espiritual. Se trata de una experiencia que implica de forma global y progresiva a toda su persona, en su dimensión individual, eclesial y social. En el centro está el reconocimiento de Cristo que se le manifiesta reiteradamente y que ha pasado a ser para él el «padre», la «madre» y el «todo» (cf. SVP V, 534). Su relación con la Escuela Francesa de Espiritualidad y con los espirituales de su tiempo lo ayudaron indudablemente a «volver a centrar» con vigor la fe cristiana en el Verbo Encarnado. Sin embargo, gracias a otra escuela terriblemente más exigente, la de los pobres, y, sobre todo, a la meditación de los pasajes evangélicos de Lc 4,18 y Mt 25,40, lo que él contempla en Jesucristo es al Misionero, al Enviado del Padre que evangeliza a los pobres y se hace presente en ellos.
Unido a Cristo y revestido de su espíritu (cf. SVP XII, 112-113), Vicente busca participar y prolongar el amor de Dios en Cristo, que se presenta como evangelizador de los pobres (cf. Lc 4,18; Is 61,1-2), y manifiesta así la gran misericordia de Dios. Penetrado de los sentimientos de Cristo y en comunión con Dios, trata San Vicente de responder al amor de Dios precisamente en el servicio al prójimo, al pobre.
Toda la vida de Vicente de Paúl se ilumina y se mueve desde Cristo, y solo puede entenderse en una perspectiva, la perspectiva de Jesucristo. A la luz de Jesucristo Salvador se acerca a Dios y a los hombres. En efecto, se había grabado tan profunda y plenamente la imagen de Jesucristo en su vida, que nada de lo que podía pensar, hablar u obrar tenía otro sentido que la imitación y conducta de Jesús.
2. Pasión por los pobres
El Cristo con quien Vicente se siente identificado no es un ser lejano, sino un Cristo cercano a los hombres que les ha mostrado su amor a lo largo de su vida terrena hasta dar la suprema prueba9. El compenetrarse de los sentimientos y afectos de Jesucristo, supone ante todo emprender el propio camino del «que vino para servir y quiso tomar la forma de siervo» (SVP VII, 144). Es decir, dar un giro completo en la propia vida, abandonando las máximas a las que de ordinario se encuentran inclinados los hombres (cf. SVP XII, 323), y tomando partido por Jesucristo (cf. SVP X, 137), aferrándose absolutamente a su palabra, poniéndose confiada y amorosamente en sus manos.
La unión con Dios en Jesucristo pasa por la compasión, la participación en la situación de los pobres. «Cuando vayamos a ver a los pobres, insiste San Vicente, hemos de entrar en sus sentimientos para sufrir con ellos y ponernos en las disposiciones de aquel gran apóstol que decía «Omnibus omnia facta sum, me hecho todo para todos» (cf. SVP XI, 340-341; 1 Cor 9,22).
Servir a Jesucristo en los pobres no es para Vicente de Paúl solo una visión de fe, una convicción; es una vivencia profunda que le lleva a considerar a los pobres sus amos y señores (cf. SVP XI, 393), y ver en el servicio a ellos el grado más alto de amor y unión a Jesucristo (cf. SVP IV, 370). En efecto, el servicio a los pobres es un martirio de amor, es el camino de santidad más eminente porque como dice un santo Padre: «Todo el que se entrega a Dios para servir al prójimo, y sufre de buena gana todas las dificultades que allí encuentre, es mártir» (SVP IX, 270).
3. Evangelizar y servir a los pobres
En sus cartas y conferencias, especialmente a los Misioneros y a las Hijas de la Caridad, explica y recuerda la necesidad de vivir en comunión con Cristo, pero resalta insistentemente la necesidad de asumir la verdadera misión de Jesucristo: la Evangelización y la asistencia a los pobres: «…dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el reino de los cielos y que este reino es para los pobres. ¡Qué grande es esto! Y el que hayamos sido llamados para ser compañeros y participar en los planes del Hijo de Dios, es algo que supera nuestro entendimiento. ¡Qué hacernos!… no me atrevo a decirlo… sí: evangelizar a los pobres es un oficio tan alto que es, por excelencia, el oficio del Hijo de Dios. Y a nosotros se nos destina a ello como instrumentos por los que el Hijo de Dios sigue haciendo desde el cielo lo que hizo en la tierra…» (SVP XII, 180).
En el cumplimiento de tal ministerio descubre Vicente que su vocación va plenamente al unísono con la de Cristo; siente revivir a Cristo en su anuncio del Evangelio a los pobres. Cristo vino a la tierra para este fin10: «Evangelizare pauperibus misit me Dominus. Vean, hermanos míos, cómo lo principal para nuestro Señor era trabajar por los pobres. Cuando se dirigía a los otros lo hacía como de pasada» (SVP XI. 135). «Y si preguntásemos a nuestro Señor: ¿qué vinisteis a hacer en la tierra? Asistir a los pobres. ¿Y qué más? Asistir a los pobres» (SVP XI, 107).
En la conferencia que explica el primer artículo de las Reglas comunes, y que es fundamental para la comprensión de la vocación de los misioneros, acomete más ampliamente aún los temas relativos a la evangelización, y a la imitación de Cristo, que anuncia la buena Nueva a los pobres: «A nosotros nos corresponde los pobres, los pobres: Pauperibus evangelizare misit me. ¡Qué felicidad, señores, qué felicidad! Hacer aquello para lo cual nuestro Señor vino del cielo a la tierra… a continuar la obra de Dios, que huía de las ciudades y se iba a los campos a buscar a los pobres. El que ahora vive esta vocación y observa las reglas que la explicitan conforma su vida y todas sus acciones a las del Hijo de Dios» (SVP XII, 4-5).
II. Intentos por fundamentar y actualizar las intuiciones y la experiencia espiritual de Vicente de Paúl
1. La misión de Jesús
Dios da vida, dice el Antiguo Testamento11. Ese es también el contenido del anuncio de Jesús. En su Evangelio, Juan recalca que «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Más aún, Jesús se revela él mismo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). El tema de la vida es capital en todo el Nuevo Testamento. Jesús hace de ella el centro de su anuncio.
El pasaje del Evangelio de Lucas que nos es muy familiar (4,1620), Jesús valiéndose de textos del profeta Isaías (61,1-2 y 58,6), da cuenta pública de su programa. Se trata de un texto que cumple en el Evangelio de Lucas una función semejante a los del éxodo en el Antiguo Testamento. Ambos expresan la voluntad liberadora de Dios.
El Mesías presenta de este modo el contenido de su misión:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor»
(Lc 4,18-19).
Lucas aprovecha la escena de la visita a Nazaret, que nos cuentan también Mateo y Marcos (Mt 13,53-58 y Mc 6,1-6), para decirnos en qué consistirá la obra mesiánica y pone además esmero en hacer ver su alcance universal. Ella no se dirige sólo a una nación entre otras, ahora la alianza será con todos los pueblos de la tierra.
Las diferentes situaciones humanas enunciadas (pobreza, cautividad, ceguera, opresión) aparecen como expresiones de la muerte. El anuncio de Jesús, ungido como el Mesías por la fuerza del Espíritu, la hará retroceder, introduciendo un principio de vida que debe llevar la historia a su plenitud. En este texto programático encontramos, por consiguiente, la disyuntiva muerte-vida, central en la revelación bíblica, frente a la cual se nos exige una opción radical.
A partir del mismo texto, es posible afirmar que aquí también lo central estriba en el anuncio de la buena nueva a los pobres. A esto fue enviado fundamentalmente el Mesías. A los pobres se les anuncia la liberación. La buena nueva para ellos se concreta en los tres enunciados que siguen: liberación a los cautivos, vista a los ciegos, libertad a los oprimidos. En todos esos casos estamos ante una proclamación y la idea dominante en ella es la libertad.
2. Reconocer al Mesías
«Jesús y sus discípulos salieron por los pueblitos de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:
–¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron:
–Juan bautista, aunque otros, que Elías, y otros, que uno de los profetas.
Él les preguntó:
–Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Pedro tomó la palabra y le dijo:
–Tú eres el Mesías»
(Mc 8,27-35).
Afirmar que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Cristo, es el núcleo de la fe cristológica. Así comienza el Evangelio de Marcos: «Origen de la buena nueva de Jesús, Mesías, Hijo de Dios» (Mc 1,1); y así termina el de Juan: «Hemos escrito esto para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y con esta fe tengan vida gracias a él» (Jn 20,31). Por ello eso es, según Lucas, el resumen del anuncio de Pedro a los judíos en los albores de la comunidad creyente: «Entérese bien todo Israel de que Dios ha constituido Señor y Mesías al mismo Jesús a quien ustedes crucificaron» (Hec 2,36). «Al mismo Jesús», efectivamente decir Jesucristo es expresar esa convicción; no se trata de un simple «nombre compuesto», es una auténtica confesión de fe. Es la aserción de una identidad: el Jesús histórico, el hijo de María, el carpintero de Nazaret, el predicador de Galilea, el crucificado, es el Ungido de Dios, el Cristo, el Mesías.
3. El seguimiento como respuesta
No basta reconocer a Cristo en Jesús, es necesario aceptar lo que eso implica. Creer en Cristo es también asumir su práctica; porque una profesión de fe sin seguimiento es incompleta, tal como lo afirma Mateo: «No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi padre» (Mt 7,21). La ortodoxia, la recta opinión exige una ortopraxis, es decir, un comportamiento acorde con la opinión expresada.
A la pregunta «¿quién dicen ustedes que soy yo?», no podemos darle una respuesta teórica o meramente teológica. Quien responde finalmente a ella es nuestra existencia entera, nuestra inserción histórica, nuestra manera de vivir el Evangelio. La afirmación de Pedro «tú eres el Mesías» es fundamental. Pero lo exigido es hacer de ese reconocimiento el sentido de nuestra vida, aceptando todas sus consecuencias por duras que ellas sean. Sólo allí se valida la primera respuesta, por honesta y sincera que ella haya podido ser. Por eso la pregunta «¿quién dicen ustedes que soy yo?», sigue abierta, su demanda no termina con nuestra profesión de fe o su sistematización teológica. Es una cuestión siempre exigente para nuestra vida y para la de toda la Iglesia. Ella desafía permanentemente la fe cristiana, llevándola hasta sus últimas consecuencias.
Por consiguiente, ser cristiano es caminar, movido por el Espíritu, tras los pasos de Jesús. Ese seguimiento, la sequela Christi, como se decía tradicionalmente, es la raíz y el sentido último de la opción preferencial por los pobres. Esa opción es un componente esencial del discipulado. En el núcleo mismo de ella hay una experiencia espiritual del misterio de Dios. Hasta ahí es obligado ir para captar el sentido profundo de esa opción por los ausentes y anónimos de la historia. El amor gratuito y exigente de Dios se expresa en el mandato de Jesús: «Ámense como yo los he amado» (Jn 13,34). Amor universal, del cual nadie está excluido y, a la vez, prioritario por los últimos de la historia, los oprimidos, los insignificantes. Vivir, simultáneamente, la universalidad y la preferencia revela a Dios amor y hace presente el misterio escondido desde todos los tiempo y desvelado ahora: la proclamación de Jesús como el Cristo, como dice Pablo (cf. Rom 16,25-26). A ello apunta la opción preferencial por el pobre, a saber caminar con Jesús, el Mesías.
4. El anuncio del Reino
El corazón del mensaje de Jesús es el Reino de Dios. El Dios de Jesucristo es el Dios del Reino, aquel que tiene una palabra y una intervención sobre la historia humana, de donde está tomada precisamente la imagen de reino. El Dios de la biblia es inseparable de su proyecto, de su reino. Medular en los evangelios sinópticos. El tema del reino no aparece del mismo modo en Juan. En este Evangelio se enfoca el asunto desde la realeza de Cristo.
Servir, no dominar, es la gran norma del Reino que proclama el Señor. Se le traiciona entonces cuando empleamos el poder recibido, cualquiera que él sea, para imponer nuestras ideas y mantener privilegios. Cuando, por ejemplo, como personas de Iglesia aprovechamos nuestra situación en la sociedad para hacer oídos sordos a los derechos de los indefensos y de aquellos que no participan de nuestra fe. Una actitud de servicio supone sensibilidad para escuchar al otro, sólo ese testimonio podrá abrir corazones y mentes al anuncio del Reino de Cristo. El comportamiento de Jesús, que no utilizó su poder en beneficio propio, quebró la dureza de uno de los malhechores con los que Jesús fue crucificado (cf. Lc 23,40-41). El testimonio del Señor le hizo entender de qué Reino Jesús era rey. De un Reino que desde hoy, en este mundo y en esta sociedad, debe cambiar nuestra manera de ver las cosas, de relacionarnos con otros; y que debe impulsarnos a encarnar en nuestra historia los grandes valores del reinado de Dios.
Porque la tarea era urgente y vasta, Jesús convoca a los discípulos para que «vayan proclamando que el Reino de los Cielos esta cerca» (cf. Mt 10,7). Desde entonces queda claro en qué consiste la vocación de todo discípulo: anunciar el Reino desde el compromiso cotidiano por instaurar la vida allí donde hay carencia de ella, donde hay marginación y domina el espíritu de la injusticia. Ante las formas actuales de tantas y tan enormes carencias y sufrimientos, que maltratan y agobian a las personas de nuestra sociedad, especialmente a los más pobres, el sentido de la misión, su urgencia y amplitud permanecen: anunciar el Reino de Dios y dar vida. Las maneras precisas y eficaces de hacerlo tienen que ser descubiertas en discernimiento y búsqueda comprometida desde las comunidades y desde el análisis lúcido de las circunstancias concretas. Para que esta búsqueda sea auténticamente pastoral no hay que olvidar dos actitudes evangélicas señaladas por Jesús: la oración confiada al Padre «dueño de la mies» y la entrega bañada en gratuidad: «Gratis lo recibieron, denlo gratis» (Mt 10,8). «Todo esto significa, afirma José Antonio Pagola, que el cristianismo no es fundamentalmente una doctrina que debe ser creída, un libro sagrado que ha de ser fielmente interpretado o una liturgia a celebrar con regularidad, sino una experiencia de fe que ha de ser vivida, ofrecida y comunicada a otros como Buena Noticia de Dios. Por eso, evangelizar no significa en primer lugar transmitir una doctrina, exigir una ética o promover una práctica religiosa, sino evocar y comunicar la experiencia original del encuentro con el Hijo del Dios vivo, encarnado en Jesús por nuestra salvación. El desarrollo de la doctrina ha de servir exclusivamente para articular y ahondar en el plano de la reflexión la experiencia cristiana. La liturgia alcanza su verdad plena cuando es actualización e interiorización personal y comunitaria del misterio cristiano. La moral evangélica ha de ser expansión de la comunión con Cristo, principio de una vida de culto filial al Padre y de fraternidad universal».
5. El rostro de Jesús en los pobres
Descubrir en los rostros sufrientes de los pobres el rostro del Señor (cf. Mt 25,31-46) es algo que desafía a los cristianos a una profunda conversión personal y eclesial. El texto mateano es, sin duda, capital en la espiritualidad cristiana y, por consiguiente, para comprender el alcance de la opción por los pobres. Nos proporciona un elemento fundamental para discernir y encontrar el camino de fidelidad a Jesús.
Mons. Romero afirmaba en una de sus homilías: «Hay un criterio para saber si Dios está cerca de nosotros o está lejos: todo aquel que se preocupa del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de toda carne que sufre, tiene cerca a Dios» (5 de febrero de 1978). El gesto hacia el otro decide la cercanía o lejanía de Dios, hace comprender el porqué de ese juicio y lo que el término espiritual significa en un contexto evangélico. El «amor a Dios y el amor al prójimo se funden entre sí», afirma el papa benedicto xVI (Deus caritas est, 15). La identificación de Cristo con los pobres lleva de la mano a percibir la unidad fundamental de esos dos amores y plantea exigencias a sus seguidores. El rechazo a la injusticia y a la opresión que ella supone, está anclado en la fe en el Dios de la vida.
La opción por el pobre es parte capital de una espiritualidad que se niega a ser una especie de oasis, y menos aún una escapatoria o un refugio en horas difíciles. Al mismo tiempo, se trata de un caminar con Jesús que, sin despegar de la realidad y sin alejarse de las trochas que recorren los pobres, ayude a mantener viva la confianza en el Señor y a conservar la serenidad cuando la tempestad arrecia.
6. Nuevas perspectivas en la solidaridad con los pobres
En nuestros días, la solidaridad con los pobres y abandonados de este mundo incluye, obligadamente, el rechazo de las causas estructurales de este estado de cosas, los mecanismos sociales y las categorías culturales que lo producen. En esta ruta se sitúa en nuestros días lo que Pío xII llamaba el «combate por la justicia». En fidelidad al Evangelio recordemos que ese compromiso no es únicamente para quienes sienten una especial vocación social. Nos concierne a todos.
En las encíclicas sociales de León XIII, Pío XI y Pío XII hay claridad en la descripción de la miseria y en las necesidades de la solicitud hacia los pobres, pero sólo breves, y no siempre netas, menciones al asunto de las causas estructurales de ese estado de cosas. Un paso importante es dado por Juan XXIII, que reconoce la importancia de las ayudas directas a los pobres, pero considera que «no son suficientes para eliminar ni para reducir las causas que determinan en numerosas comunidades políticas una situación permanente de indigencia, de miseria o de hambre (Mater et Magistra, n. 150). Pablo VI subrayó el contexto internacional de esa situación (cf. Populorum Progressio). Por su parte, Juan Pablo II lo ha sostenido en repetidas oportunidades. En México, en la apertura de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Puebla, denunció los mecanismos que «producen a nivel internacional ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres» (Discurso inaugural II, 4). Pero es el papa Francisco el que lo ha expresado y sigue expresando con mucha claridad y audacia.
Las Asambleas de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Puebla y de Santo Domingo plantean la necesidad de ir a las estructuras sociales que producen pobreza. La Conferencia Episcopal Latinoamericana de Aparecida presenta el asunto teniendo en cuenta el fenómeno de la globalización, o, más exactamente, la manera como hoy es implementada. En la presente globalización «la dinámica del mercado absolutiza con facilidad la eficacia y la productividad como valores regulares de todas las relaciones humanas. Este peculiar carácter hace de la globalización un proceso promotor de iniquidades e injusticias múltiples» (Aparecida, n. 61).
Esas tomas de posición deben superar la lentitud de muchos ambientes cristianos, ¿también la C.M.?, para asumir un enfoque, que hoy es un consenso, y que lleva a repensar las formas tradicionales de atender a quienes eran llamados «los desfavorecidos» por la vida y que, al presente, vemos como víctimas de injusticias, como insignificantes y empobrecidos. La asistencia directa e inmediata a ellos conserva su sentido y su vigencia, pero debe ser reorientada y, al mismo tiempo, saber ir más allá de ella, buscando suprimir lo que da lugar a este estado de cosas. En nuestros días forma parte del compromiso con los pobres denunciar las causas de la pobreza y empeñarse a la construcción de una sociedad justa, que encarne el Reino de Dios. Como decía décadas atrás Paul Ricoeur: «No se está con los pobres, si no estamos contra la pobreza».
La biblia nunca declara a la pobreza una bendición los pobres: ellos sí son bendecidos (cf. Lc 6,20), el reinado de Dios anunciado por Jesús, llama a su liberación integral. De ello deben dar razón sus discípulos. La pobreza espiritual nos convoca a la solidaridad con los pobres, sin ella se arriesga a quedar vacía. Lo recuerdan la cuarta y la última de las bienaventuranzas de Mateo, que como todas las otras nos hablan de actitudes y comportamiento del cristiano. Tratan de la justicia y ocupan lugares clave en el texto de las bienaventuranzas y en todo el sermón de la montaña: justo, discípulo, es aquel que practica la justicia12.
Conclusión
La evangelización, la Antigua y la Nueva, en suma, es la comunicación de una experiencia, de una vivencia: de contemplar a Cristo y ser contemplado por él13.
Saber que el Señor nos ama, acoger el don gratuito de su amor es fuente de alegría. Comunicar esa alegría es evangelizar. Es anunciar la buena Nueva del amor de Dios manifestado en Jesucristo que ha comenzado a cambiar nuestra vida; nuestro modo de pensar y sentir.
Evangelizar es anunciar una vivencia: el amor de Dios que nos hace hijos y nos transforma haciéndonos más plenamente hombres y hermanos de los hombres. Es comunicar el misterio de filiación y de fraternidad, misterio escondido desde todos los tiempos y revelado ahora en Cristo (cf. Col 1,26). Filiación y fraternidad se exigen mutuamente. Haciendo hermanos a todos los hombres aceptamos, no de palabra, sino de obra, el don de la filiación. Acogerlo es exigencia de supresión de todo lo que impide una auténtica fraternidad entre los hombres.
El Evangelio, pues, debe ser encarnado en la historia14. El anuncio de un Dios que ama por igual a todos los hombres, pero que prefiere a los pobres y necesitados, debe tomar cuerpo en la historia, hacerse historia. Anunciar ese amor en una sociedad profundamente desigual como la nuestra, que está marcada por la injusticia, la violencia y otros muchísimos problemas, convertirá ese «hacerse historia» en algo interpelante y conflictual. Esa realidad hay que conocerla para superarla.
Evangelizar, por último, es anunciar la salvación ya presente en el corazón de la historia, es decir, presente ya desde el momento en que se va construyendo la fraternidad o el Reino de Vida entre los hombres y que no alcanzará su plenitud sino en Cristo que libera totalmente.
- Cf. Introducción a las Constituciones C.M., p. 23; RC 1,1.
- C 1.; Cf. PÉREZ FLORES, M., Revestirse del Espíritu de Jesucristo. CEME, Salamanca 1996; RESTREPO, A., C.M.: «Se Revêtir de Jésus-Christ» sous un regard bíblique, Página WebFAMVIN-Francia, 9 marzo 2014; LAUTISSIER, C., C.M., «Se revêtir de Jésus-Christ pour Vincent de Paul», en Página Web-FAMVIN-Francia, 9 marzo 2014.
- Me parece que si bien la misión es muy apremiante en el momento actual, también lo es el conocimiento interno de lo que se va a transmitir en la misión: Cristo. ¡Nadie da lo que no tiene! Tengo la impresión de que generalmente nos preocupamos más, y con razón, por la «demanda» misionera y no tanto por la «oferta», es decir por lo que se va a ofrecer, transmitir y compartir prioritariamente en la misión. Esto podría ser signo, por una parte, de una concepción limitada que tenemos de lo que realmente es la misión de Cristo, de la Iglesia y de la Congregación de la Misión; por otra parte, de un «problema espiritual». Al respecto, el cardenal Kasper, comentando las quince enfermedades señaladas por el papa Francisco en su discurso a la Curia Romana con motivo de la Navidad de 2014, afirma que el Santo Padre está trabajando por reformar las estructuras de la Curia, pero sobre todo por una reforma espiritual de la misma, porque el problema de fondo es «espiritual», que también es el problema de la Iglesia. Lo mismo sostiene el cardenal Gerhard Müller, cf. «Criteri Teologici per una Riforma della Curia Romana. Purificare il tempo», en L’Osservatore Romano, 8 de febrero de 2015; cf. OLMI, E., Lettera a una Chiesa che ha dimendicato Gesù. Piemme, Italia 2013.
- Evangelii Gaudium, Publicaciones de Mons. Ignacio Alemany, Lima 2013, 264, p. 139. Según Víctor Codina, S.J., para el papa Francisco «evangelizar no es una pesada obligación, ni algo que debemos realizar de manera triste o con ansiedad, tampoco es una actividad que se debe efectuar con desaliento o impaciencia, sino que es fruto de la alegría del Evangelio que nos impulsa a una misión alegre y confortadora. Pero esto supone una evangelización con Espíritu, el mismo Espíritu que impulsó a los apóstoles en Pentecostés y que alienta y mueve a la Iglesia de hoy a proseguir la misión de Jesús… La evangelización supone el encuentro con el Señor resucitado, el que da su Espíritu a los discípulos y convierte una comunidad de apóstoles cobardes y tímidos en testigos del Evangelio, capaces de dar la vida por el Señor Jesús y el Reino», en Página Web VIDA PASTORAL, México, 5 de enero de 2015; cf. TORAÑO, A., La fuerte conciencia misionera del papa Francisco», en SAL TERRAE, marzo 2015, pp. 205-218.
- Cf. LÓPEZ MASIDE, J. M.a, C.M., Unión con Dios y servicio de los pobres. Experiencia y doctrina de los escritos de San Vicente de Paúl, Tesis Doctoral, Teresianum, Roma 1984. Contiene una bibliografía muy completa. Cf. MORIN, J., C.M., «La foi de Saint Vincent», en Carnets Vincentiens 3 (1991), pp. 9-10; PEREIRA PITA, N., El Seguimiento de Jesús en San Vicente de Paúl. CEME, Salamanca 2004; FERNÁNDEz, C., C.M., «Aportes Vicencianos a la Nueva Evangelización. Encuentro de Formación para los dirigentes de las ramas de la Familia Vicenciana», en PÁGINA Web-CMGLObAL, París, 18 de enero de 2014, p. 3; HURTADO, M., S.J., «Crer em Jesus Cristo hoje», en Revista Pastoral (brasil) 53 (2012), pp. 3-8.
- Cf. QUINTANO, F., C.M., «Fieles a la identidad vicenciana. Creativos ante los nuevos desafíos», en Vincentiana Marzo-Abril (2001), pp. 80-96; DODIN, A., C.M., Les Maîtres de la Spiritualitè Chretiénne. «Saint Vincent de Paul», Aubier 1949. MORIN, J., C.M., «L’Experience Spirituelle de Saint Vincent de Paul», en Carnets Vincentiens 2 (1991), pp. 75-96. KOCH, b., C.M.: «La vie spirituelle selon Saint Vincent», en página web FAMVIN-FRANCIA. ANTONELLO, E., C.M., «L’esperienza di Gesù Cristo in S. Vincenzo», en Quaderni di Formazione Vincenziana, Sassari-Cagliari 1999, pp. 7-28. LÓPEZ MASIDE, J. M.ª, C.M., op. cit. íd., «La Experiencia Espiritual de San Vicente de Paúl», en La Experiencia Espiritual de San Vicente de Paúl, CEME, Salamanca 2010, pp. 297-331. MEZZADRI, L., C.M., «La spiritualité vincentienne: la rencontre du Crist dans les pauvres», en página web SOMOS VICENCIANOS-Francés, noviembre 2013. UbILLÚS, J. A., C.M., «Vicente de Paúl a la hora de los pobres», en Páginas, Lima, 11-12 (1977), pp. 39-46. íd., «La Transmisión de la Experiencia. ¿Qué medios utilizar hoy?», en Revista Clapvi, Enero-Abril (2004). RIbEIRO TEIXEIRA, V. A., C.M., «Introdução Geral aos Textos Vicentinos» en Obras Completas – São Vicente de Paulo, Tomo I, Correspondência, Editora O Lutador, belo Horizonte, pp. XIXXLIII. CODINA, J., S.J.: «Experiencia espiritual desde los pobres», en Manresa 58 (1986), pp. 277-284.
- Cf. PAGOLA, J. A., Experiencia de Dios y Evangelización, Publicaciones Idatz Argitalpenak, San Sebastián 2001, pp. 6-21.43-48.
- UBILLÚS, J. A., C.M., «Vincent de Paul: un appel à la sainteté», en Actes du colloque organisé à l’ocasión du 4.º Centenaire de l’ordenation sacerdotale de Saint-Vincent-de-Paul, Paris 2000, pp. 114-122. Lo mejor que he leído últimamente sobre el conocimiento y la experiencia espiritual de Cristo de San Vicente es el artículo de José María López Maside, C.M.: «La experiencia espiritual de San Vicente de Paúl», citado en la nota bibliográfica n.º 5.
- Ibídem.
- Cf. ORTEGA, R., C.M., «Evangelizar a los pobres» (Aporte bíblico a una mística vicentina), en Revista Clapvi 13 (1976); ORCAJO, A., C.M., El seguimiento de Jesús según Vicente de Paúl, Caracas 1988; PEREIRA PITA, N., C.M., op. cit.; PÉREz FLORES, M., C.M., San Vicente de Paúl. Espiritualidad y Selecciones de Escritos, Madrid 1981.
- Véase fundamentalmente para esta parte: GUTIÉRREZ, G., Textos de Espiritualidad. Selecciones e Introducción de GROODY, Daniel G., Ed. CEP, Lima 2013. íd., Compartir la Palabra, Ed. CEP, Lima 2005.
- Cf. CODINA, V., S.J., «Contemplar a Cristo en los pobres», en Manresa 71 (1999), pp. 2017-231. SObRINO, J., S.J., «La santidad primordial», en Selecciones de Teología 211 (2014), pp. 182-188. GUTIÉRREZ, G., Evangelización y Opción por los Pobres, Ed. Paulinas, buenos Aires, enero, 1987. UbILLÚS, J. A., C.M., «Los pobres hoy. Rostros y desafíos», en Anales, Madrid, 4 (2014), pp. 320-330. VÁSQUEZ, D. A., C.M., «En torno a los pobres», en Revista Clapvi, 148 (2014), pp. 326-335. MÜLLER, Cardenal G., Iglesia pobre y para los pobres. Prefacio del papa Francisco, Ed. CEP, Lima 2014.
- Cf. GUTIÉRREZ, G., «La espiritualidad de los Agentes Pastorales», versión mimeografiada de la grabación de una charla dada en octubre de 1973 en la Asamblea zonal de la Selva del Perú. UBILLÚS, J. A., C.M., «La espiritualidad Vicentina: una Vida en el Espíritu», en Revista Clapvi 9 (1975). íd., «Vicente de Paúl a la hora de los pobres», en Páginas 11-12 (1977).
- OBISPOS DEL PERÚ, Evangelización. Documento de la XLII Asamblea Episcopal Peruana, Editorial Salesiana, Lima, 1973.