De hacienda en hacienda y de pueblo en pueblo
Santa María de Jesús nació en la pequeña propiedad de su padre, llamada La Tapona, a unos 23 kilómetros al oriente de Zapotlanejo, cabecera del municipio del mismo nombre. Las de la Tapona eran tierras áridas y pedregosas; con cielo azul y remiso para llover; en el acogimiento de un valle abierto al frío y a un aire polvoso. Allí se vivía de los frijoles y del maíz escasos o abundantes según fueran las lluvias de temporal. Su familia no vivía aislada sin embargo. Su padre formaba parte de un pequeño grupo de propietarios.
Sus padres, Doroteo Venegas Nuño y Nieves de la Torre Jiménez hablan procreado ya 11 hijos, cuando el 8 de septiembre de 1868 les nació la última hija a la que, cinco días más tarde, llevaron a Zapotlanejo, a la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, donde le fue administrado el bautismo y se le impuso el nombre de María Natividad, aunque enseguida toda la familia la rebautizó con el diminutivo de Nati. La iglesia parroquial era airosa como ahora, con su estilo neoclásico casi liso y labrado en cantera y su virgen policromada del siglo XVIII, con el rosario en las manos y el niño en sus brazos. De estas bellezas se enteraría Natividad 19 años después.
En 1872 don Doroteo y doña Nieves subieron a la carreta con la niña y la llevaron a Guadalajara para que don Pedro Loza, el benemérito arzobispo, le impusiera las manos y le administrara el sacramento de la confirmación. Esto sucedió un 24 de noviembre cuando los labradores ya han levantado sus cosechas.
Su padre era generoso y caritativo y nunca se negaba a nadie, hasta que la pequeña hacienda mermó y ya no hubo modo de mantener a una familia de 14 miembros. Pero don Doroteo no era sólo un pequeño propietario dedicado a la agricultura; era también un universitario que había dej ado truncada su carrera por no exponerse a perder la fe en aquellos tiempos convulsos del liberalismo; por eso, un buen día, decidió irse a Nayarit donde le habían ofrecido trabajo como administrador de la Hacienda de San Leonel, en la parte sur del Estado donde las tierras eran fértiles, cálidas, boscosas, con abundantes ríos y airosas palmeras; con pastizales para el ganado y el cultivo del trigo, el café y la fruta tropical.
El día señalado, baúles y familia se acomodaron en la carreta que los llevó a Guadalajara donde se mudaron a una diligencia que los traladó hasta Nayarit en un viaje pesado y accidentado pero que no mermó la algarabía de los niños por los paisajes tan nuevos, tan distintos a los de la Tapona. La pequeña Natividad iba casi en brazos a sus cuatro años.
Once años se los pasó la familia siguiendo a sus padres de hacienda en hacienda y de pueblo en pueblo. De San Leonel se fue a las Varas y de aquí a Mecatén, haciendas y paisajes hermosos. El papá salía temprano en su caballo a recorrer la hacienda donde trabajaban los peones y pastaba el ganado y luego volvía para hacerse cargo de la teneduría de los libros. Los niños también montaban a caballo y salían al campo a los lugares cercanos.
Todas las tardes, ya en familia, de rodillas y con los brazos en cruz rezaban el rosario que, invariablemente, terminaban con esta plegaria:
«Por estos misterios santos,
de que hemos hecho recuerdo,
te pedimos, oh María,
de la fe el aumento».
Don Doroteo tenía una carrera universitaria, como ya hemos dicho, que había dejado inconclusa en la Escuela de Jurisprudencia de Guadalajara. Quizás esta preparación, sobre todo en contaduría y quizás en derecho, lo animó a dejar las Haciendas y se fue con toda su familia a San Pedro Lagunillas, una población a unos 18 Km. de Compostela y con unos mil habitantes. Aquí el terreno era más alto, gozaba de clima templado que propiciaba el nacimiento de una multitud de flores. La novedad para la familia, sobre todo para los chicos, era grande. Por primera vez pisaban una ciudad; salían de la jungla tropical y aquí contemplaban un paisaje abierto e inmenso hacia la sierra de San Pedro y el volcán del Ceboruco en el municipio de Jala. La parroquia era grandiosa y estaba dedicada a Nuestra Señora de Guadalupe. Allí les contaron la historia de don Bernardo de Balbuena que había servido esa parroquia por los años de 1592 a 1602; y que el mismo don Bernardo contaba que allí le había nacido la vena poética que lo llevó a escribir su «Grandeza Mexicana».
Volvamos a nuestra santa. La niña había aprendido a leer, a escribir y a contar. Su padre le había explicado la métrica y le leía algo de poesía. La niña se sentía feliz sobre todo con las narraciones bíblicas que con maestría le contaba don Doroteo. Mamá Nieves se encargaba de enseñarle el catecismo, haciendo hincapié en los mandamientos y los artículos de la fe; también le enseñó las oraciones del cristiano y le hablaba de Jesucristo y de su amor por nosotros. A los 9 años (1877). hizo su primera comunión en la gran parroquia de San Pedro, llena de flores. En aquel pueblo y en aquel ambiente familiar que se iba contruyendo unido, amoroso y sonriente llegó la primera prueba. Mamá Nieves murió a los 42 años y dejó una tristeza que sólo fue superando la convicción de hacer la voluntad de Dios. La niña quedó al cuidado de una criada y de los mimos que le prodigaban todos sus hermanos.
Después de esta prueba de familia el papá decidió trasladarse a Compostela, ciudad apacible y señorial, que había disputado a Guadalajara, en vano, los títulos de capital y de sede episcopal. Su parroquia-catedral parecía una fortaleza. Dentro había un Cristo natural, impresionante, llamado El Señor de la Misericordia. Aquí murió uno de sus hermanos: Higinio.
Hacia 1884 don Doroteo se sintió preocupado por sus hijos, sobre todo por Adelaida y Natividad, las hijas más pequeñas. Decidió quedarse solo en Tepic y envió a sus hijos a la tierra natal con el tío Donaciano Venegas y con la tía Teodora. Los chicos acostumbrados ya a viajar en diligencias, carretas, carretones, a lomo de mula o de asno, se montaron a la diligencia que los llevó a Guadalajara y de allí a Zapotlanejo. Desde allí una carreta los ayudó a recorrer los 4 km. que los separaban del rancho Los Zorrillos, donde vivían sus tíos. Natividad tenía ya 16 años.
En Los Zorrillos hay una capillita donde los domingos a las 6 de la mañana celebra la misa un Padre que viene de Zapotlanejo. No hay escuela y a la primera invitación que le hacen, Natividad acepta dar clases en su casa. Se desenvuelve tranquila y paciente; le caen bien los niños y les enseña con gusto y provecho. También por las mañanas, muy temprano, se pone a moler en el metate para ayuc’.ar a tía Teodora.
Adelaida no está de acuerdo con todo aquel bullicio pero piensa que tampoco la cosa es para pelearla con su hermana.
Peñalosa nos adentra un poco en la vida interior de estos años: «Entre quehaceres de casa, las clases a los niños y las visitas a la capilla, discurría mi vida en el rancho con la más dulce tranquilidad, que vino a romper de pronto la noticia de que mi padre había muerto en Tepic, el año de 1887 y, al poco tiempo, la tía Teodorita. Fueron días de intenso dolor al verme huérfana de padre y madre, cada día más sola, arrimada en casa de unos parientes, viviendo en este pequeño rancho, sin horizonte alguno, sin saber qué sería de mi, como un pájaro sin nido, como la caña que arrastra el río, ¿a dónde?. Son tan largos los caminos. Y tan oscuros» (p.23).
Zapotlanejo era, por entonces, una villa pequeña de calles torcidas y empedradas, con sus patios que dejaban entrar el sol tempranero; con su torre de dos cuerpos y las campanas tocando al Angelus. Allí vivía la tía Crispina Venegas, la riquilla de la familia. Era una mujer bien vista y querida en el pueblo, además de ser cariñosa. Ella se adelantó y dijo que se encargaba de las niñas Adelaida y Natividad que, a sus 19 años, llegaba a conocer el pueblo de su entorno natal. Ella era habilidosa para las labores del hogar, por eso le compraron su máquina Singer y se puso a tejer y a coser para la gente que se lo pedía desde Guadalajara, a solo 40 km. de distancia.
El pueblo, la tía, el campo en el verano lluvioso, la fe sencilla pero práctica que se respiraba, todo ayudó a que Natividad viviera en Zapotlanejo 18 pacíficos y gozosos años de su vida joven. En la semana las labores de casa, la misa y comunión de la primera misa; y el rosario al atardecer. Se sorprendía al ver al pueblo de rodillas al paso de la carroza del Viático con el saludo del «Alabado sea el Santísimo del altar». Y las fiestas de la parroquia concurridas y llenas de color. Le gustaban los paseos por el campo y la lectura de la Biblia y de libros de espiritualidad como le habían enseñado de niña su papá Doroteo y mamá Nieves. Y se reía de que Adelaida hiciera berrinche porque era mucha parroquia y mucho leer y poco el hombro que su hermana le metía a los quehaceres de la casa. Al menos, así se lo creía Adelaida.
En la asociación de las Hijas de María
En 1897 llamó mucho la atención de todos los parroquianos un grupo de chicas que vestían de blanco con listón azul y se reunían en asamblea sabatina cada semana con el P. Luis Soriano, su director. Natividad se acercó al P. Luis para pedir su inscripción en aquella asociación que se llamaba de las Hijas de María y se había establecido canónicamente el 9 de septiembre de aquel año. La asociación le marcó el tiempo de prueba y de preparación de reglamento y le señaló el 8 de diciembre de 1898 para que hiciera su consagración a Dios y a la Virgen para siempre, una consagración total, libre y gozosa para seguir algún día al Cordero Celestial. Esta asociación pasaba, entonces, por uno de sus momentos más logrados: estaba llena de juventud; aún vivía el fervor de las Hijas de María de la primera generación; tenía trazado un camino que las incitaba a la perfección y aún a la santidad; y para prever la tentación intimista y falseada de su espiritualidad, desde principios de esa década de los 90 la directiva de la asociación había tomado la resolución de que, al llegar a los 20 anos, todas las jóvenes Hijas de María debían tomar parte activa en las Cofradías de Caridad de San Vicente. Por otra parte se trataba de una asociación que tenía muy claro que cada uno de sus miembros era enteramente libre de vivir su consagración a la Virgen en cualquiera de las opciones que entonces se les presentaban: en la soltería, en el matrimonio o en la vida religiosa.
Natividad tenía 30 años y con su ingreso a la asociación le nacieron (¿o se acrecentaron?) los deseos de entrar en la vida religiosa Sus directores le fueron marcando tiempos para que se entrenara en la oración y en las virtudes, Leyó y releyó la Imitación de Cristo y sintió que con esta lectura se afirmaba en su deseo de seguir el camino de la vida religiosa.
En 1905 la Casa de Ejercicios de San Sebastián de Analco hizo la convocatoria para una tanda especial de ejercicios espirituales para las Hijas de María. La asociación de Zapotlanejo mandó a Natividad y a otras tres representantes. Era noviembre. Natividad preparó todo para viajar a Guadalajara y no volver a Zapotlanejo. Lo había hablado muchas veces con sus hermanos y con sus tíos; y aunque no estaban de acuerdo, sabían que tarde o temprano Natividad se iría para algún convento.
Al terminar los ejercicios que les dirigió el P. Sotero Mireles, S.J., Natividad escuchó sugerencias: las Carmelitas, las Salesianas o las Hijas del Sagrado Corazón de Analco, que aún no eran religiosas pero vivían en comunidad sirviendo a los pobres y enfermos. Decidió dírigirse a Analco.
Con las Cofradías de Caridad de San Vicente de Paúl.
Analco fue originalmente un pueblo de indios que con el tiempo se fue integrando a la ciudad. Fue declarado barrio en 1821, el más antiguo y típico de la ciudad. Sus gentes eran textileros, albañiles, talabarteros y artesanos en la confección de ropa, zarapes y mantas. Por encontrarse este barrio en las márgenes orientales de río de San Juan de Dios, el ambiente era insalubre. El barrio estaba. dividido en dos: el viejo en torno a San Sebastián y el nuevo en torno a San José.
El P. Agustín Torres, misionero de San Vicente, fundó en 1864 las Cofradías en las parroquias del Sagrario, de Analco, de la Capilla de Jesús y de Mexicalcingo; y el día de la fiesta de San Vicente del mismo ano (19 de julio entonces), estableció canónicamente el Consejo Central de Guadalaj ara.
Por lo que se relaciona con nuestra santa, la Cofradía de San José de Analco fue fundada el 24 de junio de 1864. Por encontrarse en las cercanías del Hospicio, las Hijas de la Caridad dirigían esta Cofradía y las Hermanas, juntamente con las socias, visitaban y asistían a los enfermos. El 18 de octubre de 1865 (66), se desmembró de la primera una segunda Cofradía con la advocación de Nuestra Señora de la Salud, seguramente con el fin de atender a los pobres y enfermos del barrio viejo. Las dos Cofradías trabajaron en armonía y, con el tiempo, la segunda se convirtió en auxiliar de la primera, por lo que la de San José cobró importancia decisiva. A causa de la guerra del imperio, el Consejo Central se desarticuló y las Cofradías se desvincularon entre sí. Concluida la guerra, se reinstaló un nuevo consejo Central en septiembre de 1869, con la señora Nicolasa Luna de Corcuera como presidenta y el Dr. Rafael Camacho como director diocesano. A partir de esta reorganización, las Cofradías del arzobispado de Guadalajara cobraron un impulso sorprendente que las colocó por muchos años a la cabeza de todas ellas en la República Mexicana.
Las dos Cofradías de Analco aún sufrieron otro traspiés con la expulsión de las Hijas de la Caridad en 1874; se disolvieron ganadas por el desánimo. Sin embargo, el abandono en el que quedaron muchos pobres, las impulsó a volver a la tarea restableciendo las dos Cofradías en el mes de febrero del año siguiente. La primera en la parroquia de San José y la segunda se domicilió en el Hospicio como auxiliar de la de San José.
Fundación del Hospital del Sagrado Corazón de Jesús
En 1886 la Memoria de la Asociación reconoce que el Consejo Central de Guadalajara «es el más floreciente por tener cuarenta y cuatro secciones» (cofradías). La asociación de San José de Analco ha tomado como advocación la del Sagrado Corazón.
Propició la construcción de este hospital una experiencia de doña Guadalupe Villaseñor de Pérez Verdía, presidenta local de la asociación. Hacia 1885, viajaba de la ciudad a Tlaquepaque y al pasar la Garita descubrió a un hombre tirado y en agonía; se bajó del coche y lo ayudó a bien morir y a proporcionarle cristiana sepultura. A su regreso habló con la Asociación, con el Párroco Lauro Díaz y con el nuevo director diocesano el Can. Magistral don Atenógenes Silva (1885-1892). El 2 de febrero de 1886 se improvisaron unas piezas rentadas para recibir cuanto antes a los enfermos más necesitados. En seguida llegaron diez enfermos. El canónigo Silva se encargó de llevar a cinco señoritas que él dirigía espiritualmente, para que se encargaran del servicio de los enfermos. Sus nombres: Isaura, Sofia, Felipa, Anacleta y Emilia. El nombre original será el de «Siervas» del Sagrado Corazón de Jesús. El definitivo será Hijas del Sagrado Corazón de Jesús.
Al mismo tiempo se organizó un patronato pro construcción de un hospital nuevo y capaz. Lo integraron el canónigo Silva, el párroco Lauro Díaz, Nicolasa Luna de Corcuera, presidenta diocesana, Ma. Guadalupe V. de Pérez Verdía, presidenta local, Margarita Pérez Verdía y el Ing. Domingo Torres García. Este propuso un proyecto en el que la Capilla ocupara el centro y de ese punto arrancaran cuatro salas, un corredor que comunicara con un departamento de servicio y un corredor de entrada. Al Ingeniero le gustó el estilo gótico para el nuevo edificio. Los terrenos se encontraban a espaldas de las casitas-hospital en una calle que se llamó «El Oso» y luego Antonio Rosales, nomenclatura que conserva en la actualidad. La obra arrancó con la primera piedra que bendijo y colocó el director diocesano un 27 de diciembre de 1889, habiéndose aprobado el proyecto en junio.
Mucha de su riqueza personal la pusieron en la obra las presidentas dicocesana y local; pero, como era natural, el peso de la obra recayó en la Cofradía del Sagrado Corazón y en las ayudas que proporcionaron los ciudadanos y la catedral. Para 1901 el hospital estaba concluido en su primera parte, según el proyecto original y, en gran parte, como obra negra. Pero ya ofrecía todos los servicios incluido el de quirófano. El P. Andrés Araiza era el capellán de planta con servicios religiosos abiertos al público. El 2 de mayo de 1893 vino desde Colima el obispo Silva y celebró la primera misa en la capilla, aunque no estaba terminada, para bendecir y entronizar una imagen del Sagrado Corazón traída de Europa y donada por la señora de Pérez Verdía, de la que así se expresa Peñalosa: «Jamas se cansó de ayudarnos esta insigne bienhechora que nos brindó su tiempo, su prestigio, su dinero y la riqueza de su desprendimiento cristiano» (p. 52). Ya lucían los jardines y dejaban circular un aire fresco por todo el conjunto.
La obra de acabados y nuevas construcciones seguirá sin fin cuando esté al frente la Madre Natividad. La Cofradía de Caridad de San Vicente será el brazo fuerte hasta los años 30 en que todas las Cofradías comienzan a declinar; y hacia los 40 y 50 se van retirando hasta dejar la obra en manos de las «Hijas del Sagrado Corazón de Jesús».
Las cinco chicas voluntarias (las mismas antes señaladas) vivían y trabajaban sujetas a un reglamento que para ellas había redactado Mons. Silva y que recibió la aprobación de don Pedro Loza el 1 de enero de 1895. Un mes más tarde, el 7 de febrero, el arzobispo independiza al hospital de la parroquia de Analco y lo hace depender directamente del arzobispado. Después de Mons. Silva fueron directores diocesanos Homobono Anaya (1892-1898) y Luis Silva, sobrino de Mons. Silva (1898-1818).
Natividad ingresó al grupo de chicas voluntarias el 8 de diciembre de 1905 a sus 37 años de edad. La recibió Sofía, responsable del grupo, pero en realidad todas se sintieron alborozadas por su llegada. Ella misma percibió que, aunque no eran religiosas, reflejaban un acogedor aire de piedad, de alegría y sencillez. A los pocos días de haber ingresado le llegaron las noticias de la muerte de su tía Crispina; pero Natividad ya estaba muy entregada a sus nuevas tareas. La animaban tres ideales: servir a Dios, a las Hermanas y a los pobres. Con éstos, desde su llegada, iba de cama en cama para servirlos sonriente; y a los agonizantes los ayudaba a bien morir.
Este papel primero, de base, de enfermera al servicio directo de los pobre enfermos, lo desempeñará toda su vida, aunque luego tenga que ocuparse de otras especialidades y asumir nuevos cargos.
Su primer encargo especializado fue el de farmacéutica como responsable de preparar las medicinas: cucharadas, polvos, ungüentos. La había adiestrado el director médico del hospital. Su segundo cargo especializado fue el de responsable de quirófano; pasando después a la contabilidad que sin duda había aprendido de su buen padre que era especialista en la teneduría de libros. Era el año de 1908 cuando ella inicia formalmente los libros de contabilidad del hospital.
En la fiesta de Corpus Christi de 1910 hizo sus Votos privados. El grupo de chicas se encaminaba decididamente hacia una entrega total a los pobres desde su consagración religiosa. El 2 de febrero moría en Guadalajara Mons.Silva a los 63 años. Fue sinceramente sentida su muerte por las Siervas y por todo el pueblo de Guadalajara.
En 1912 la Madre Natividad es nombrada Vicaria de la Comunidad como segunda de Sofía Aguirre Quintero, cargo que desempeñará hasta el año 1921.
En 1913 se hizo un gran recibimiento en catedral al nuevo arzobispo Francisco Orozco y Jiménez; venia de Chiapas laureado por una espléndida labor pastoral con los indígenas y atacado y calumniado por todos los poderosos caciques de aquellas tierras. Las Hijas del Sagrado Corazón y la cofradía de caridad estaban en primera fila.
En 1915 hubo intentos de cerrar el hospital, pero las autoridades detuvieron el golpe al comprobar el número de enfermos que se atendían allí. En 1917 se dio otro intento también fallido, pero en los días más fuertes de la persecución desmantelaron el hospital de todo rastro religioso; mandaron a las religiosas jóvenes a sus casas o las encomendaron en casas amigas; las que quedaron en servicio lo hicieron vestidas de seglares.
A principios de 1918 descarriló un tren en Sayula, a causa de un sabotaje, con un fuerte saldo de muertos y heridos. A la mayoría de estos los trajeron al Hospital del Sagrado Corazón y con mucho trabajo fueron atendidos.
El 25 de enero de 1921 hubo las primeras elecciones canónicas y le cayó el superiorato y la dirección del hospital a la Madre Natividad. Luego será sucesivamente reelegida en 1927 y en 1936 hasta que el capítulo general de 1954 la libere de esos cargos y nombre superiora general a la Madre María del Sagrado Corazón de Jesús Ortiz Santana.
Una de las primeras tareas que emprendió fue escribir las Constituciones. Consultó a sacerdotes, a otras Congregaciones y, guiada por el Reglamento de Mons. Silva, fue elaborando poco a poco el cuerpo constitucional. Hacia 1924 conoció al P. Felipe de Jesús Betancourt, SJ, quien le dio un fuerte apoyo. Fueron aprobadas por el obispo diocesano Orozo y Jiménez el 24 de julio de 1930, a la vez que erigía el Instituto de las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús como Congregación de Derecho Diocesano. Esta es la fecha que consideran fundacional en la Congregación. El 8 de septiembre la Madre Natividad pronunció sus votos perpetuos con el nombre de María de Jesús Sacramentado.
En 1954, como ya se dijo, el capítulo general eligió una nueva superiora general y ella se retiró a los 87 años de edad y 33 años con 7 meses y 12 días de estar al frente de la comunidad.
En 1956 sufrió una embolia de la que se recuperó en parte, pero tuvo que sufrir las secuelas por tres años más, hasta que en 1959 un síncope cardíaco agravó definitivamente su salud. Murió en el hospital del Sagrado Corazón el 30 de julio, lúcida, sonriente, bondadosa, jovial a sus 91 años de edad.
La Congregación que ella fundó bajo el nombre de Hijas del Sagrado Corazón de Jesús fue erigida como Instituto de derecho pontificio el 21 de abril del 1974. Según el Directorio de la CIRM, en 1996 tenía 20 comunidades, en una sola provincia, dedicadas a hospitales, asilos, casas hogar, Cruz Roja, misiones en Chiapas…
Santa de la Iglesia universal
En 1978 se dieron los primeros pasos para la introducción de su causa que fue culminando primero con su beatificación el 22 de noviembre de 1992 y luego con su canonización en Roma, por el Papa Juan Pablo II, el 21 de mayo del Año Jubilar 2000.
La Madre Natividad sobresalió por vivir y trabajar sencilla, calladamente y sin estridencias; por mostrarse presurosa en la atención a los enfermos y con la sonrisa y la amabilidad en el rostro. Interiormente fue creciendo a pasos agigantados: la oración en la capilla, la presencia de Dios, la pasión de Jesús, el trato a los enfermos como imágenes de Dios; proclamaba que había que ser misericordiosos; que era necesario amarse y amar porque toda vocación encerrada en sí misma es ociosa; y, en cambio, se crece cuando se va por el camino de la humildad y la obediencia y la guarda del reglamento como expresión de la voluntad de Dios. Sus devociones fueron para el Sagrado Corazón de Jesús y la Virgen María; su pasión fue la sed de amar y servir a Dios; de vez en cuando estuvo enferma y agotada, y su recurso fue siempre: «aquí estoy para hacer la voluntad de Dios». Si alguien no la encontraba y preguntaba por ella, ya sabe, digan que está en la capilla delante del Santísimo. Por eso su nombre adoptado el día de su consagración por la emisión de los santos votos.
El modo de actuar con las Hermanas era firme y atemperado por la dulzura, la sencillez, la humildad y el espíritu de fe; y sus trucos para decir sí o no, eran mover uno de sus dedos y preguntar a la interesada ¿qué dice este dedito?. Enemiga de la violencia y de hacer sentir la autoridad; ella se invitaba e invitaba a las Hermanas a la capilla para buscar lo que Jesús quería de ellas en sucesos difíciles.
El titular de su Instituto es el Sagrado Corazón de Jesús.







