San Vicente y Santa Luisa en la Encíclica “Deus Caritas Est”

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

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Author: Giuseppe Guerra, C.M. · Translator: Alfredo Becerra Vázquez, C.M.. · Year of first publication: 2006 · Source: Vincentiana, Enero-Abril 2006.
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El amor esencia del cristianismo

La primera Encíclica del Papa Benedicto XVI esta dedicada a la esencia del cristianismo: el amor. Según San Juan (1 Jn. 4,8) es la definición de Dios: Deus Caritas Est. En los puntos privilegiados de la Encíclica, y esto es al final de la primera parte y en la conclusión general, se hacer una clara referencia a los Santos, que son la demos­tración de aquella interacción entre el de Dios y amor del prójimo: «Han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás» (no. 18).

La referencia a los santos no es casual. El Papa, en efecto, explica claramente que toda la enseñanza del cristianismo sobre el mandamiento principal del amor se concretiza en un testimonio vivido: «Si en mi vida omito del todo la atención del otro, queriendo ser sólo ‘piadoso’ y cumplir con mis ‘deberes religiosos’, se marchita tam­bién la relación con Dios» (no. 18).

Aunque si la Encíclica no lo cita explícitamente, el pensamiento va obligatoriamente al capítulo V de la Constitución del Vaticano II Lumen Gentium sobre la «Universal vocación a la santidad de la Iglesia»: «Es evidente, por tanto, para todos, que todos los fieles, de cualquier estado o grado, son llamados a la plenitud de la vida cris­tiana y a la perfección de la caridad» (no. 40). «Una es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el Espíritu de Dios» (no. 41).

Todos debemos ser santos. San Pablo lo había afirmado desde el inicio escribiendo a los primeros cristianos llamándolos «santos»: como bautizados esos eran «consagrados» a Dios, por lo tanto santos. Pero indicando su ser, el apóstol indicaba también su deber ser. «Jesús había dicho: serán mis testigos» (Hech 1,8).

Santos Mártires y Santos Confesores

«Santos» han sido llamados por antonomasia algunos personales particulares, hombres y mujeres que se han distinguido en el heroís­mo de su fidelidad y de su testimonio. La Iglesia en los inicios comenzó a llamar santos a aquellos testigos de la fe que supieron permanecer fieles hasta la derramación de la sangre. «Mártir» palabra griega que significa testigo fue reservado por eso a aquellas personas que habían dado testimonio de su fe en Jesús hasta la muerte. «No hay amor más grande que este, dar la vida por los propios amigos» (Jn 15,13). Pero también aquellos cristianos que donan su vida día a día, pueden ser considerados mártires, si bien sin derramar sangre; porque también esos son testigos. A éstos, los primeros cristianos dedicaron el título de «Confesores». La palabra, en latín, correspon­día en efecto a la palabra griega «mártires», pero convencionalmente terminó con significar este específico testimonio dado, día a día, hasta la muerte, aunque sin derramamiento de sangre.

Como es conocido a lo largo de los siglos, la Iglesia a través de diversas procedidas a lo largo del tiempo, ha indicado a la veneración de los fieles algunas figuras más significativas; primero, a través de la vox populi y a la jurisdicción de los obispos locales, después a través de un procedimiento centralizado por Roma, codificada, en fin, con la famosa Caelestis Hierasulem de Urbano III en el año 1634.

En cuanto a este procedimiento sistematizado por el Cardenal Prospero Lambertini (futuro Benedicto XIV) en 1734 ha estado muy simplificado por el Papa Juan Pablo II en 1983 (Divinus Perfectionis Magister), permanece el hecho que solo para algunos, la Iglesia prevé un culto público y sólo algunos indica como ejemplos extraordina­rios. El criterio es dato de la fama de santidad que circunda estas figuras y, por lo tanto, la particular petición del pueblo de Dios.

Pero el elenco de los testigos de la fe y de la caridad es mucho más amplia; independientemente de la lista de aquellos que con la Beatificación y Canonización llegan a la veneración oficial y litúrgica de la Iglesia, la vida y la muerte de tantos personajes constituyen para nosotros un espléndido ejemplo para todos nosotros.

«En nuestro siglo — dice la Tertio millennio adveniente en el no. 37 — han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, casi ‘militi ignoti’, de la gran causa de Dios. En la medida de lo posible no deben perderse en la Iglesia sus testimonios». En el Discurso al V Con­sistorio Extraordinaria del 13 de junio de 1994, el Papa Juan Pablo II auspició que en ocasión del Jubileo se elaborase un «martirologio contemporáneo», y una comisión para «los nuevos mártires» fue nombrada para preparar este nuevo martirologio y el 7 de mayo del 2000 fue celebrada la «Jornada de Conmemoración ecuménica para los nuevos mártires».

También Benedicto XVI, en su homilía del lunes 25 de abril de 2005 en ocasión a la visita a la Basílica de San Pablo extramuros, ha afirmado: «El siglo XX ha sido un tiempo de martirio. Lo puso clara­mente de relieve el Papa Juan Pablo II, quien pidió a la Iglesia ‘actua­lizar el martirologio’ y canonizó y beatificó a numerosos mártires de la historia reciente. Por tanto, si la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, al inicio del tercer milenio es lícito esperarse un nuevo florecimiento de la Iglesia, especialmente allí donde más ha sufrido por la fe y el testimonio del Evangelio».

Nuestra Revista Internacional Vincentiana, en 1999, dedicó un número especial a los Mártires de la Familia Vicentina en el siglo XX.

San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac

En la serie «Los Santos de la Caridad» de la Encíclica Deus Cari­tas Est, la Agencia Fides, Órgano de la Congregación de Propaganda Fide, con el lanzamiento respectivo del 7 de marzo de 2006 y del 12 de marzo de 2006, publicó un perfil de San Vicente de Paúl y de Santa Luisa de Marillac, con la descripción de las obras por ellos realizadas.

San Vicente de Paúl fue beatificado el 21 de agosto de 1729 y canonizado el 16 de junio de 1737. El proceso de Santa Luisa de Marillac inició después de más de dos siglos después de su muerte, en 1886. Beatificado el 9 de mayo de 1920 y canonizada el 11 de marzo de 1934. La distancia de tiempo se explica con la modestia que siempre ha caracterizado a la comunidad de los misioneros vicentinos y de las Hijas de la Caridad, contrarios a aquella que ellos consideraban una glorificación contraria a la humildad.

Un pronunciamiento de la Asamblea General de la Congregación de la misión de 1835 expresa caramente esta actitud: en la VIII sesión fue explícitamente rechazada la propuesta de los cohermanos de Roma de sostener el proceso de beatificación del P. Francesco Folchi, muerto en concepto de santidad en 1823: Unanimi voce reiecta est propositio, tum quia humilitati istituti nostri minus consentanea vide­tur, tum quia parvi momenti sunt probationes quibus causa fulciri possit. La única excepción hecha en el siglo XVII, fue para el funda­dor San Vicente de Paúl.

A inaugurar oficialmente la nueva tendencia respecto a esta con­cepción de humildad ha sido el P. General François Verdier, C.M., con su Circular del 1 de enero de 1931. En 1843 se inició el proceso para nuestros Mártires en China, Juan Gabriel Perboyre y Francisco Regis Clet. Se debió esperar el 1900, e iniciaron los procesos para los otros Mártires y Confesores de la Familia Vicentina.

Refiriéndose a la antigua posición de la Asamblea General de 1835, el P. François Verdier notaba: «On se base, pour motiver cette défense, sur l’humilité qui doit être la caractéristique de la petite Compagnie. Avec le temps, les points de vue se modifient et au­jourd’hui, tout en regardant l’humilité comme une des vertus les plus nécessaires à notre Congrégation, nous ne croyons pas y manquer en poursuivant, en cour de Rome, les causes de plusieurs des nôtres «.

Para todos aquellos que conocen la historia de la Iglesia, la ejem­plaridad de San Vicente de Paúl y de Santa Luisa es evidente. Se trata de dos personales que han influenciado grandemente en el desa­rrollo del siglo XVII y han dado un decisivo contributo a fin de que la Iglesia pudiese responder adecuadamente a la renovación necesaria, en los campos esenciales de la formación del clero, de la promoción de la mujer, en el protagonismo de los laicos y en la organización de la caridad. Conscientes de esto, los Papas han dado un claro recono­cimiento: el Papa Juan XXIII declaró a Santa Luisa «Patrona de todas las personas que trabajan en las actividades sociales» (10 de febrero de 1960). León XIII el 12 de mayo de 1885 proclamó a San Vicente de Paúl «Patrón de todas las obras de Caridad».

Los visitantes de la más grande Basílica del mudo, entrando en San Pedro en Roma, pueden ver las estatuas de los dos grandes san­tos de la caridad. Entre las 39 estatuas de los Fundadores en la nave central, la estatua de San Vicente de Paúl (obra de Pietro Bracci) fue colocada después de la canonización en el primer plano de la nave derecha, después aquella de Santa Teresa y antes de la de San Felipe Neri. La estatua de Santa Luisa de Marillac (obra de Antonio Berti) fue colocada en 1958 en el crucero de los Santos Simón y Judas, encima del nicho de San Pedro Nolasco.

La lista de los Santos indicados en la Encíclica

Es claro que el Papa Benedicto XVI en la lista de los santos que cita en la conclusión de su Encíclica ha usado un criterio; como ya lo había hecho el Papa Juan Pablo II en la Exhortación postsinodal Vita Consacrata (25 de marzo de 19966), que cita a San Vicente en los números 75 y 82.

En la conclusión de la Deus Caritas Est el Santo Padre afirma que: «Los Santos son los verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, de esperanza de amor». En esta lista sobresale sobre todo María, la Madre del Señor, como «espejo de cada santidad».

Se comprende que el Papa no pude citar todos, da «sólo algunos nombres». San Martín de Tours es el primer Confesor, no mártir — como dice la liturgia aunque no fue golpeado por la espada, no perdió la gloria del martirio (cf. antífona al Magnificat). Y en la his­toria ejemplar del medioevo se destaca por su ofrecimiento de la mitad del manto a un pobre, como la Encíclica no deja de recordar.

Después vienen citados los pioneros de los movimientos monásticos, San Antonio Abad, San Francisco de Asís y los Fundadores de varios Institutos Religiosos masculinos y femeninos como Ignacio de Loyo­la, Juan de Dios, Camilo de Lelis; y es en esta serie donde encontra­mos a Vicente de Paúl y Luisa de Marillac. Siguen después los santos de la caridad del Siglo XIX: José B. Cottolengo (es interesante que Cottolengo pone su famosa obra bajo la protección de San Vicente de Paúl) y Juan Bosco. Viene recordado Luis Orione beatificado el 26 de octubre de 1980 y en fin nuestra contemporánea Teresa de Calcuta, beatificada por Juan Pablo II el 19 de octubre de 2003. Esta última que en la Encíclica ya había sido citada en el nº 18, es evidente que quiere ser indicada como demostración que la santidad es y debe ser una realidad no sólo del pasado sino de nuestro presente.

En la Encíclica dedicada expresamente a la caridad como punto central y esencial del cristianismo, ha sido casi natural ver indicado como ejemplo concreto de caridad a los santos de la caridad, San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac.

Hablando a las Hijas de la Caridad tantas veces más bien, conti­nuamente, San Vicente había regresado sobre la definición de Dios que es amor; casi anticipando, con las palabras y con la obra de la Encíclica Deus Caritas Est.

«Dios es caridad… por consiguiente, siendo Hijas de la Caridad, sois Hijas de Dios» (Conferencia del 28 de julio de 1648).

«Decir Hija de la Caridad equivale a decir Hija de Dios» (Conferen­cia del 18 de octubre de 1655).

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