Régis Clet, Carta 74: A Luis Lamiot, C.M., En U-Tch’ang

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Francisco Régis CletLeave a Comment

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Author: Francisco Régis Clet .
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Entre el 10 y el 14 de febrero de 1820 1

J.M.J.

Padre,2

Nuevo Lao-ye,3 nuevo orden. Nadie puede visitarnos; la entrada está cerrada a todo externo, incluso a nuestro proveedor;4 ya sin vino para beber, etc.; ¡paciencia! hay que prepararse bien para privaciones más duras. ¡Dios sea bendito por todo!

Estoy tan acostumbrado a decir la verdad, que sólo sé mentir des­pués de reflexionar: por eso habiéndome preguntado el Fu-yuen si no había visitado otros lugares yo respondí sin dudar que también había visitado Sze-tchuang y Kiochan; después de lo cual fui remitido al Ta lao-ye5 para ser interrogado; entonces, negándome a confesar que conociera a los cristianos de estos lugares, me propinaron 15 bofeta­das, lo que me hizo derramar una buena cantidad de sangre. Siempre diciendo que había olvidado el nombre de los cristianos de esos distri­tos, me pusieron con las rodillas al descubierto sobre cadenas de hie­rro durante 3 ó 4 horas. Como no confesaba nada, los laoye presentes dijeron a uno de mis compañeros de cadena que me sugiriera los nom­bres de estos dos distritos; éste, tocado sin duda de compasión por mí, se acercó a sugerirme algunos nombres que no pude negar ante el man­darín.

Este mismo mandarín me preguntó si había visitado Lu-y-hien. Él había recibido sin duda con anterioridad una lista de los cristianos de este lugar; me preguntó si los conocía; yo respondí: no; pero antes, for­zado por la insistencia, había designado a 2 ó 3. Pienso que había entonces persecución en Lu-y-hien; porque fue el propio mandarín quien me interrogó sobre este distrito, y me nombró a los cristianos de allí.

Esa es toda mi culpa, mucho menor que la cometida contra usted, pues no fue violentado, como confesé haber tenido relación con usted.

Me encontré en una prisión con los cristianos de Kiochan, en núme­ro de 8; les hice entregar para el viaje un trozo de plata que creímos valía 2 taéls, que al cambio valían al menos 2.400 denarios. Los de Sze-tchoang gastaron 40.000 denarios, legados a nosotros por un cris­tiano, y que yo he prohibido reclamar. Lu-y-hien pertenece a Monse­ñor de Nan-king. Este distrito dista de los nuestros unos 400 ó 500 ly, y no lo podemos visitar, pero yo lo visité una vez por invitación de Monseñor.

Esa es toda mi historia en Ho-nan.

Mi culpa, a lo que creo, es que, desde mi captura, debí limitarme a decir estas tres palabras y nada más: Soy europeo; soy cristiano; he venido para predicar la religión cristiana, sin designar nunca ni a cris­tianos ni lugares de cristianos.

Yo quise responder a los diversos interrogatorios de los mandari­nes, y sentía escrúpulo de mentir. Sólo cuando ya era tarde me persua­dí de que Judit no es censurada por haber engañado a Holofernes, que odiaba al pueblo y la religión de los judíos, ¿por qué no podríamos nosotros engañar al emperador de China enemigo declarado de nuestra Santa Religión? No sé si me equivoco en esta decisión.

He leído por dos veces su escritos, y me hace temblar la destrucción de las dos iglesias de Babilonia (Pekín), sin que acierte a ver remedio. Porque ¿va a sostener Dios una obra que no tiene por base más que medios humanos, donde el espíritu de religión no entra para nada, sino un espíritu nacional, espíritu de odio, de cábala y hasta de injusticia? Moisés decía: ¡Plugiese a Dios que todo el pueblo profetizara! Y los por­tugueses quieren profetizar solos, ¡con exclusión de toda otra nación! Los portugueses fueron grandes en otro tiempo, pero hoy son bien pequeños; y todo el fundamento de su orgullo son las grandes hazañas y las acciones deslumbrantes de sus antepasados. Y así, a los males extre­mos que describe, no encuentro otro remedio que la mano del Todopo­deroso cuyo auxilio debemos implorar con oraciones fervientes.

A simple vista, mi carta no producirá grandes efectos; pero al menos, si no puede salvar su alma ofuscada por ese pretendido patro­nato, propio para destruir las misiones de China, al menos salvará la de usted. San Pablo nos prohibe pleitear ante los infieles. Un proceso judi­cial es algo absurdo. No le queda, pues, mas recurso que la reclama­ción de los objetos de los que es justo depositario. Si se los niegan, no vaya a irritarse por ello. Tenga paciencia, como si hubieran sido consumidos por un incendio.

No obstante manténgase firme en la defensa de nuestros derechos legítimos sobre Pet’ang; caso de que se obstinen, use del conducto de nuestro buen amigo el Padre Marchini, para exponer a la Sagrada Con­gregación la loca pretensión de los portugueses sobre Pet’ang y todo lo que le pertenece.6 Creo que sería incluso posible, por conducto del Padre Richenet, recurrir al rey de Francia para rogarle que tenga a bien sostener la obra de su bisabuelo Luis XIV en Pekín contra la ambición ridícula de los portugueses: pues me cuesta trabajo creer que Luis XVIII tolere que los portugueses se apoderen de una iglesia en la que Luis XIV hizo tantos gastos.

Como debemos en todo caso pensar según san Pablo, a quien importaba poco por quién fuera anunciado Jesucristo, con tal que fuera anunciado, aun por los que no buscaban en ello más que añadir un nuevo peso a sus cadenas, yo preferiría ver a los portugueses dueños de Pet’ang en el ínterim, y no su total destrucción: ya que se puede reparar con facilidad un edificio más o menos dañado, pero son preci­sos grandes gastos para reconstruir un edificio arruinado, y la multitud de esos gastos hace que a menudo se renuncie a su reconstrucción.

Kia-king7 está ya viejo; continúa enfermo, según dicen; la pena le corroe; a simple vista, no puede vivir mucho tiempo. Cuando muera, no habrá, creo yo, nadie que le llore. Yo estoy muy lejos de desearle la muerte; que viva y se convierta, ¡ ese es mi único deseo! Pero al fin morirá, y si aún vive usted entonces, como lo espero, el cambio de ministerio operará quizá un cambio feliz en favor de nuestra santa reli­gión.

Mientras tanto, no pretendamos adelantarnos a los designios y a las operaciones del Dios de la misericordia sobre el imperio de China. Yo estaría tentado de creerlo, o bien cerca de su destrucción, o bien cerca de una revolución feliz en favor de la Santa Religión.

Viva, mi querido hermano, para la conservación de la Religión en la capital del Imperio; no vaya a entregarse a la melancolía y a la pena; no haga como los chinos, según los he visto yo: romperse la cabeza, porque las cosas no marchan conforme usted querría.

Dios es paciente, a su ejemplo, seamos también pacientes nosotros; in patientia vestra possidebitis animas vestras. 8 Roguemos a Dios que se digne reformar los desórdenes del mundo; y después mantengámo­nos tranquilos. San Vicente decía: No nos adelantemos a la Providen­cia. Dios que podía crear mil mundos en un solo instante, empleó 6 días en crear el que habitamos. Dios, a pesar de las necesidades del mundo, tardó 4.000 años en enviar a su Redentor. Así pues, dejemos decir al impetuoso Padre Bourdoise que san Vicente era un gallina en remojo; san Vicente hizo mil veces más bien con su lentitud, que el Padre Bourdoise con su vivacidad.

Tenga, pues, paciencia, no altere inútilmente su salud, que le será necesaria en el momento menos esperado, pero conocido sólo por Aquel que lo sabe todo y qui disponit omnia suaviter.9

Dios acaba de enviarle una fuerte prueba; pero piense con el piado­so autor de la Imitación «que después del invierno viene el verano, que después de la noche viene el día, que después de la tempestad viene la calma…»

Al releer todo lo que he escrito, veo en ello a Gros-Jean, ¡que ense­ña a su párroco!

En cuanto al desembolso hecho durante su prisión, creo que no está obligado en conciencia a tolerarlo, porque habiéndose destinado a sua­vizar los rigores de esa prisión, tuvo usted que soportar toda la dureza de ella. Pues es decisión teológica, en cuanto al dinero prometido o dado para un fin preciso, que la promesa o la donación no tienen ningún valor, si no se cumple o ejecuta el fin para el cual se prometió o dio el dinero.

El Padre Chen me ruega le haga observar que, durante su exilio, duradero no se sabe cuántos años, tendrá necesidad de un subsidio en dinero u otro género, pero sería tiempo perdido dirigirse a los sacerdo­tes residentes en Hu-pé, porque es muy difícil que las cartas lleguen, y por otra parte no se encontraría aquí oportunidad segura para el envío de este subsidio.

Es mejor pues, añade, que se dirija a Pe-tang, en Pekín, donde a buen seguro que hay personas a quienes se podría confiar dinero.

El Padre Chen y yo nos unimos para ofrecerle nuestros humildes respetos y desearle un feliz año nuevo.

C.

  1. Monseñor Demimuid da un extracto de esta carta, como si fuera anterior a la tercera con destino a Nan-t’ang (o.c., pp. 357-359). Parece que se la debe retrasar y poner entre el 10 y el 14 de febrero. El 4 de febrero recibió el Padre Lamiot la última que Clet dirigió a los Vicencianos portugueses; el tiempo requerido por su lectura y probable transcripción, más el que requería una respuesta al Bienaventurado (quien responde prolijamente), todo ello sumó por fuerza varios días; no podía estarse lejos del 10 de febrero, y aun puede quedase ya atrás. También los augu­rios del nuevo año militan en pro del retraso. El Año Nuevo chino caía en 14 de febrero. paten­temente, no es cuestión del Año Nuevo europeo, pues los Padres Clet, Lamiot y Chen compare­cían en juicio el 1 de enero; ni se concibe tampoco al Bienaventurado expresando la enhorabuena a su superior con quince días de anticipo, ¡cuando se correspondía con él casi diariamente!
  2. CARTA 74. Casa Madre original (Baros n. 57).
  3. Título dado a los ancianos y a los oficiales subalternos.
  4. Es posible que en previsión de una próxima ejecución capital, el régimen carcelario se hiciera más riguroso, que se prohibieran las visitas y relaciones externas, para impedir el sumi­nistro de veneno al condenado.
  5. Título dado a jueces y subprefectos.
  6. El patriotismo, parece que algo resentido, del Padre Lamiot, y la inquietud que le queda­ba, pese a las tres cartas del Bienaventurado Clet, no le permitían discernir netamente las inten­ciones, muy buenas, de sus hermanos portugueses, que desembolsaron con aquel motivo dos­cientos mil francos para liberarle a él y al Padre Clet; Lamiot lo expuso de nuevo al Bienaventurado, quien fiando en esta información responde por la presente.
  7. Lo mató un rayo en Yehol el 25 de la 7ª luna aquel mismo año (2 de septiembre, 1820).
  8. Si os mantenéis firmes, conseguiréis salvaros (Le 21,19).
  9. Que todo lo dispone suavemente (Sab 8,1).

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