Desde las prisiones de U-tchang-fu (Hu-pé)1
14 (enero) de 1820
J.M.J.
Padre,2
En las prisiones ahí citadas es donde recibí su querida carta del mes de junio. Mi silencio precedente ha tenido como fuente la falta de oportunidades; pues cuando me faltan los correos de Chen-sy, mis cartas deben reposar aquí un ario. Anteriormente se me formó en el tobillo una herida muy dolorosa que tardó ario y medio en curarse, por el tiempo mismo del comienzo de la violenta persecución que me cuesta la prisión, y pronto probablemente la muerte.
Ya han pasado 7 meses desde mi detención en Ho-nan, que tuvo lugar por la imprudencia de una familia, la cual me aseguró siempre, durante mi estancia en su casa, que no había nada que temer. Su seguridad fue la mía; así, después de escapar a los mayores peligros, en las grutas y cavernas de Hu-pé, me prendieron cuando menos creía yo había que temer.
Me dispensará de darle detalles de esta persecución; la narración que he hecho al Padre Richenet le debe ser suficiente, en la situación en que me encuentro. Bien es cierto que disfrutamos aquí de tal libertad, que apenas me convencería de que estoy en la cárcel, si las puertas no estuvieran cerradas.
Rezamos por la tarde y por la mañana, celebramos las fiestas en común, predicamos en ellas sin ser molestados por unos cincuenta presos paganos, que bajo un mismo techo ocupan otras jaulas que nosotros, en chino long. Al contrario, somos quizá los únicos en Hu-pé que celebren las fiestas con tanto atrevimiento y tranquilidad.
Admire aquí a la divina Providencia, que contra la primera intención del mandarín ha reunido a dos sacerdotes en una misma prisión con 10 buenos cristianos, a quienes he confesado varias veces y que han recibido con nosotros la comunión de manos de un hermano de Congregación nuestro. Hecho tal vez insólito en las prisiones de China. De ese modo, el Consolador de los afligidos trata a sus hijos como buen padre, a fin de que no sucumban bajo el pesó de las tribulaciones, que el les envía para probarlos.
Mientras que nosotros estamos en una prisión donde no nos falta de nada, se retuvo a un número mayor de prevaricadores entre 4 y 5 meses en una prisión más libre en apariencia, pero en realidad mucho más incómoda y donde no se les da al día más que dos tazas de arroz, tan claro que se puede beber sin usar los bastoncitos, qoai-tse; de manera que les impide sólo morir de hambre. Su malicia los ha engañado: Scrutati sunt iniquitates, defecerunt scrutantes scrutinio.3
Creían que inmediatamente después de su apostasía serían devueltos a sus casas, pero los retuvieron 4 ó 5 meses en esta incómoda prisión, donde les faltaba de todo, mientras que nosotros proveíamos de ropas, mantas y dinero a una docena de buenos cristianos que se encuentran en una prisión menos libre que la nuestra.
Por fin el 1 de enero, buenos y malos, se nos condujo ante el gran mandarín, que presentó a los apóstatas, en un lugar separado del nuestro, carne de cerdo, la que todos comieron aunque fuera un sábado, cosa que es señal de apostasía; después de lo cual los despidieron a todos para sus casas. Pero se habrían visto reducidos a mendigar el pan si, compadecidos de ellos a pesar de su prevaricación, no les hubiésemos dado unas sapecas para el viaje.
Luego el gran mandarín hizo comparecer a los cristianos, quienes se negaron a comer carne y por ello fueron devueltos a la prisión. Por fin el Padre Lamiot, el Padre Chen y yo pasamos por uno o dos interrogatorios cada uno. Al Padre Lamiot le declararon inocente y le dieron orden de levantarse. Al Padre Chen, quien como yo seguía de rodillas, le preguntaron si no quería comer carne; ante la negativa fue declarado en general sujeto a la pena.
A mí no me hicieron la misma pregunta. Antes bien, el gran mandarín dijo algo en mi descargo, que indicaba el deseo que tenía de conservarme la vida, y en este sentido escribió al emperador. Aun así, no me preparo menos a morir en el término de unos 15 ó 20 días. Espero, gracias a Dios, esta sentencia y su ejecución con paz, paciencia y tranquilidad, diciendo con san Pablo: Mihi vivere Christus est et mori lucrum.4
Por lo demás, en caso de muerte, guárdese bien de considerarme mártir, sino más bien culpable de lesa majestad divina y asesino de muchas almas, que sufre el suplicio merecido: pues, por imprudencia, varias declaraciones mías han comprometido a Pe-tang y a 2 ó 3 cristiandades de Ho-nan, ocasión de muchos pecados de los que soy responsable ante Dios.
Le ruego que aclare bien este punto a los que se enteren por usted o por otros de mi suplicio, a fin de sacarlos de su error con respecto a mí. ¡Qué suerte tendré, si por este suplicio puedo expiar los pecados y hallar gracia!
El Padre Lamiot envía a Tchao-sien-seng5 a Qoang-tong, y él le entregará mi carta y la que dirijo al Padre Richenet, a la que le ruego ponga la conclusión en el caso de mi muerte.
Si no muero, lo que de ningún modo deseo, tendré una vez más antes de mi muerte el placer de abrazarle y contarle de viva voz lo que hoy le digo por escrito, que tengo el honor de ser con el más profundo respeto y un afecto sin reserva…
- CARTA 67. Casa Madre, copia (Bazos n. 56).
- Juan Bautista Marchini, cfr. Carta 13, nota 3.
- Andan planeando crímenes y ocultan sus planes (Sal 64, 7).
- «Para mí la vida es Cristo y morir significa una ganancia» (Flp 1, 21).
- Tchao-sien-seng, «Maestro señor Tchao», catequista de Nan-t’ang en Pekín, enviado con Melitón Tchang por el Padre Ribeiro.