1. La Obra de las Misiones Parroquiales.
La Congregación de la Misión, desde su inicio en 1625, ha tenido como uno de sus fines el de dar a conocer el mensaje de Jesucristo por medio de las misiones. De ahí su nombre. Cuba no ha sido la excepción. Ya en el año 1864, un año después de la llegada de los primeros Paúles, comenzaron esa hermosa tarea en la Habana y en la Isla del Pinos. Este trabajo se continuó desde 1865 prácticamente hasta nuestros días. Ya en el año 1907 el Señor Obispo de la Habana escribía al Visitador de los Padres Paúles:
Habana, Febrero 26, 1907 Reverendo P. Ramón Güell
Mi Venerado y querido Padre:
El resultado de las Misiones en la Parroquia de Jesús María y José ha sido verdaderamente extraordinario por lo que me creo en el deber después de dar gracias a Dios, significar por su conducto mi reconocimiento y sincera felicitación a los dos padres que con tanto acierto las han dirigido.
Un saludo cariñoso para esa venerable Comunidad. Me reitero como siempre affmo. S.S. en Cristo».
El Obispo de la Habana.
En el reverso hay otra carta para el Párroco de Jesús María que dice así:
Estimado Padre:
Apenas repuesto un poco del cansancio producido por la tarea de ayer, me es grato significar a Usted mi satisfacción por la espléndida manifestación católica realizada ayer en su Parroquia. Al mismo tiempo le felicito por el aseo y el buen estado de la Iglesia y el resultado de las santas misiones.
Con mi bendición pastoral, que hago extensiva a esos buenos feligreses me reitero Usted como siempre atento S.S. en Cristo.
+ El Obispo de la Habana
En cuanto a las Misiones podemos dividirlas en dos épocas. La primera desde sus inicios hasta 1926 cuando comienza la segunda etapa con la Obra de las Misiones Parroquiales hasta el año 1961, que por razones políticas, se dejó de llevar a cabo esta labor misionera. Afortunadamente todos los datos relacionados con las misiones se conservan en el Archivo de la Merced.
Uno de los trabajos más importantes en Cuba fue la magnífica Obra de las Misiones Parroquiales concebida para llevar la Palabra de Dios a través de las misiones hasta los lugares más recónditos de la Isla de Cuba. Con los esfuerzos, el carisma y las iniciativas del P. Hilario Chaurrondo Izu C.M., los Padres Paúles comenzaron a llevar adelante la gran Obra de las Misiones Parroquiales a partir de la campaña misionera de 19261927 en las diócesis de La Habana y Pinar del Río, extendiéndola inmediatamente después por toda la Isla y organizándola de la forma minuciosa que caracterizaba a todas las iniciativas que emprendía el P. Chaurrondo.
A sugerencia del P. Chaurrondo, Monseñor Manuel Ruiz procedió, en 1926, a organizar las misiones en La Habana, de la que era Arzobispo, y en Pinar del Río de cuya diócesis era Administrador Apostólico, encomendando a los PP. Paúles, en la persona del P. Chaurrondo dicha organización, en virtud de la cual, los Paúles no solo darían misiones sino que utilizando los servicios de las restantes Congregaciones Religiosas, confeccionarían cada año el plan misional, señalando a cada Congregación las parroquias que debían misionar como veremos más adelante.
Según el testimonio del P. Raúl Núñez Lloret C.M.,
El P. Chaurrondo fue el máximo impulsor de la Obra de las Misiones desde el año 1926. Las Misiones Parroquiales fueron concebidas en la Iglesia de la Merced y se extendieron a todas las diócesis de Cuba, donde eran atendidas por delegados de los Obispos. Si se trataba de una diócesis donde había Padres Paúles, los delegados eran los Paúles.
Aquí en los archivos de la Merced se conservan hasta los detalles más mínimos referidos a las Misiones. Por tener, se conservan hasta las cuentas de las medallas y estampitas que se repartían por miles y miles cada vez que se daba una misión.
Todas las Órdenes religiosas tenían dos padres dedicados al trabajo de las Misiones Parroquiales. A partir de un acuerdo previo con cada párroco, se mandaba a cada uno un programa de la Misión.
El programa comprendía los siguientes aspectos:
En primer lugar, se rezaba el Rosario de la Aurora, de 6:00 a 7:00 de la mañana y después, concentrados todos los fieles dentro del templo, se explicaba la catequesis, y así comenzaba la Misión. Luego se rezaban el Padre Nuestro y el Ave María, y más tarde, a diversas horas, se dictaban conferencias por la mañana para las mujeres y para los niños y por la tarde para los hombres. Esta organización podía tener variaciones según las características de cada pueblo.
Estas actividades se repetían todos los días durante una o dos semanas, según la cantidad de habitantes del pueblo. El último día de la misión contaba con la participación del Obispo, si le era posible.
Durante la semana o las dos semanas, según el caso, los misioneros preparaban a los niños para el bautismo o para la primera comunión. Siempre tenían por delante muchos matrimonios que legalizar, visitas a los enfermos, o si era preciso, aconsejar o reconciliar familias. En este último caso los misioneros ayudaban a solucionar las diferencias.
En una hoja separada al efecto, se iban anotando las diversas estadísticas de la Misión, y esta hoja se firmaba. El P. Chaurrondo se encargaba de realizar después una revisión lógica de la calidad de la información y constataba, por ejemplo, si había muy pocos o demasiados bautizos o comuniones, de acuerdo con los antecedentes del lugar donde se había dado la Misión.
Si era el propio P. Hilario Chaurrondo el que dirigía la Misión, él se encargaba aún de los detalles que pudieran parecer menos relevantes porque para él todos los aspectos tenían mucha importancia.
Antes de que llegaran los misioneros al pueblo designado, las calles se llenaban de letreros en las que se daba a conocer el Programa de la Misión, que los curas explicaban además en sus Iglesias.
El trabajo comenzaba a veces antes del amanecer; y antes del rosario de la Aurora, el P. Chaurrondo salía por las calles del pueblo con una campana, y con ella en la mano, comenzaba a llamar a los fieles para que participaran en el Rosario de la Aurora.
Como dato curioso que nos revela el estilo de aquellas misiones citamos la siguiente experiencia que tuvimos en Marzo del año 2009, en una de nuestras visitas oficiales a la Parroquia de Nuestra Señora de las Nieves, en Mantua, Pinar del Río. Visitamos a un habitante del pueblo, de edad avanzada, quien nos invitó a cenar en su casa. En la conversación salió el nombre del P. Chaurrrondo y el viejito nos contó que efectivamente, él conoció al P. Chaurrondo siendo niño. Y nos contó que, un día, al oír el sonido de una campana muy de mañana, por pura curiosidad, se asomó a la puerta justo cuando pasaba el P. Chaurrondo enfrente de su casa tocando la campana y llamando a los fieles al Rosario de la Aurora. Sin más, el P. Chaurrondo lo agarró por el brazo y se lo llevó a la Iglesia.
Gran conocedor de la historia de la Iglesia cubana, Chaurrondo sabía muy bien que la mayor debilidad de la institución católica radicaba en la evangelización deficiente o en la ausencia de evangelización de los campos de Cuba. El mal se propagó con gran rapidez desde los inicios del siglo XIX, cuando la rápida expansión de la industria azucarera promovió una acelerada colonización de los campos junto con una explosión demográfica artificial a partir, primero, de la importación de más de medio millón de esclavos africanos en menos de medio siglo, necesarios para la producción azucarera. Segundo, de la introducción de más de cien mil asiáticos cuando comenzó a dificultarse el tráfico de esclavos y tercero, del estímulo a la entrada de pequeños agricultores blancos procedentes en gran medida de Islas Canarias para lograr un equilibrio racial que impidiera el predominio de la raza negra en la población cubana.
Como resultado de todo lo anterior, los campos de Cuba aún estaban por evangelizar durante el primer cuarto del siglo XX. Numerosos miembros de las juntas misioneras protestantes se dedicaban a recorrerlos aprovechando los inmensos espacios vacíos que había dejado la evangelización católica. El P. Chaurrondo comprendió que sólo la unión concertada del clero regular y el secular, es decir, los miembros de las Congregaciones Religiosas y los Sacerdotes diocesanos, dentro de una organización común centralizada, sería capaz de llevar la Palabra de Dios a los campos de Cuba.
Chaurrondo conversó largamente sobre las Misiones Parroquiales con el arzobispo de La Habana, Monseñor Manuel Ruiz Rodríguez, quien estuvo inmediatamente de acuerdo con la propuesta y propició el primer ensayo en la diócesis de Pinar del Río, de la que era Administrador Apostólico en 1927. En vista del éxito obtenido los prelados de Cuba tomaron gran interés y la Obra de las Misiones Parroquiales, organizada y dirigida desde la iglesia de la Merced, se extendió a las Diócesis de Camaguey, Matanzas, Cienfuegos y Santiago de Cuba.
Tanto los Sacerdotes Diocesanos como las Congregaciones Religiosas daban su aporte. De antemano se sabía quiénes iban a participar en cada nueva campaña misionera, fueran miembros del Clero Diocesano o de las Congregaciones Religiosas, en dónde llevarían a cabo las misiones, durante cuánto tiempo y a partir de qué fecha. Se llevaban rigurosas y precisas estadísticas de los lugares visitados, de los fieles asistentes, del número de confesiones y de comuniones, de la duración de las misiones. Desde la Iglesia de la Merced, Chaurrondo coordinaba las acciones con los superiores de las Órdenes Religiosas y con los diocesanos. Todo estaba previsto, incluyendo los fondos destinados al financiamiento de las misiones. Los principales periódicos del país divulgaban los éxitos obtenidos por los misioneros en las campañas, y en el espacio radial «La Hora Católica» el P. Chaurrondo explicaba, insistía, divulgaba, convencía, buscaba y obtenía nuevos fondos y mejores colaboraciones.
Mons. Manuel Ruiz Rodríguez depositó toda su confianza en aquél Paúl hijo de Navarra, tan emprendedor como carismático, a quien nombró inmediatamente Delegado Diocesano para la Obra de las Misiones Parroquiales. Un año después de emprender en gran escala la labor misionera, Mons. Ruiz escribió una sentida y profunda carta que firmó el 18 de abril de 1928 dirigida a sus diocesanos, en la que entre otras cosas, los exhortaba a colaborar con el Delegado Diocesano y con los párrocos para lograr el mayor éxito en la Colecta General para la Obra de las Misiones Parroquiales, en la que expresaba las ideas siguientes:
A MIS QUERIDOS DIOCESANOS:
Al dirigirme a vosotros este año con motivo de celebrar el DÍA DE LAS MISIONES PARROQUIALES, no puedo menos de dar gracias a Dios del abundante fruto obtenido por la palabra apostólica de los Rdos. PP. Misioneros, de la cooperación que ha obtenido la obra por parte de los Rdos. Curas Párrocos, y de la correspondencia que por parte del pueblo cristiano se ha manifestado a las Santas Misiones.
Veintisiete de mis Parroquias del interior y diez de la ciudad de La Habana, han sido misionadas en este año, y si en algunas el fruto no ha sido tan abundante como hubiera deseado mi paternal corazón, en todas se ha experimentado alguna intensidad en la vida religiosa.
Sobre todo la catequesis de los niños, las primeras comuniones y la celebración de matrimonios religiosos han recibido un fuerte impulso en las misiones del presente año. Se cuentan por muchos millares las almas que han escuchado la doctrina de Cristo, y ya sabemos que ésta nunca cae en el vacío.
Animados por estas cristianas realidades señalamos el día 13 de Mayo para realizar la COLECTA GENERAL PARA LA OBRA DE LAS MISIONES PARROQUIALES en nuestra Archidiócesis de La Habana y Diócesis de Pinar del Río, en todas las Iglesias y Capillas públicas sometidas a nuestra jurisdicción ordinaria, colecta que se llevará a cabo en todas y cada una de las misas de ese día y cuya organización encomendamos en unión de los Sres. Curas Párrocos a nuestro Delegado Diocesano.
De esta forma, la semilla sembrada por el P. Hilario Chaurrondo en La Habana y Pinar del Río con la ayuda de Mons. Manuel Ruiz, se convirtió en un frondoso árbol que cobijó a toda la República.
Durante treinta años, la Obra de las Misiones Parroquiales se convirtió en el instrumento más poderoso de la Iglesia Católica para llevar la Palabra de Dios a los campos de Cuba. En 1957, recordando la participación masiva de las congregaciones y órdenes religiosas, así como del clero secular con su apoyo y su presencia en la Obra de las Misiones Parroquiales, el P. Chaurrondo escribió estas líneas:
Todas a una las Órdenes Religiosas, aun aquellas cuyo principal ministerio es la enseñanza o el cuidado de la niñez, como los PP. Escolapios y Salesianos, han trabajado como buenos obreros en estos treinta años de labor en los campos de Cuba. Intensa labor la de los PP. Franciscanos, Jesuitas, Paúles, Claretianos, Carmelitas, Pasionistas, Dominicos, Agustinos, Redentoristas, Sacramentinos, Capuchinos, Trinitarios, Misioneros del Canadá; todos han levantado cada año las misiones que el Obispo les ha señalado, a más de otras de su propia iniciativa.
Quien más, quien menos, todos han puesto sus brazos en el trabajo Misional, dando un magnífico ejemplo de cooperación y mutuo esfuerzo.
Ha sido manifiesto el interés que el clero Parroquial ha manifestado por las misiones, solicitándolas con interés y atendiendo a los PP. Misioneros personalmente. Preparando la recepción de los mismos, y multiplicándose para realizar los matrimonios y los bautizos por ellos preparados. Han sido treinta años de mutua compenetración de ambos cleros.
Sin los Curas Párrocos diligentes en realizar la colecta del PRIMER DOMINGO DE MAYO, no hubiera sido posible la costosa campaña misional de estos 30 años.
Simultáneamente comenzaron a divulgarse los propósitos de la gran campaña misionera. Una Comisión Diocesana, en la que figuraba con carácter obligatorio el P. Hilario Chaurrondo junto con otro Paúl, el P. Vicente Saínz C.M., apoyados por Monseñor Eustaquio Fernández, se encargó de dar a conocer la Obra desde los púlpitos de la Iglesia de la Merced. A estos efectos se organizó un triduo en la Iglesia de la Merced que tuvo lugar los días 11, 12 y 13 de mayo de 1928, y las conferencias misionales estuvieron a cargo de uno de los más grandes misioneros que ha pasado nunca por tierras de Cuba: el Ilmo. Sr. Rafael Guízar y Valencia, mejicano, muy conocido en las tierras de las provincias de Camagüey y Oriente por las extensas correrías misioneras en las que lo acompañaba el Arzobispo Mons. Enrique Pérez Serantes, sin más compañía que una pequeña campana que hacían sonar para que los fieles acudieran al llamado de la Palabra Divina, y algunas láminas con representaciones de momentos culminantes de la Historia Sagrada. La campana y las láminas eran los sencillos pero efectivos medios audiovisuales de entonces. Nadie mejor que el Ilmo. Mons. Guízar y Valencia para hablar del trabajo misionero que se estaba realizando. Como recuerdo de aquella señalada ocasión podemos citar estas palabras:
NUESTRA GRAN FIESTA
A fin de divulgar y popularizar la Obra de las Misiones Parroquiales, la Comisión Diocesana, integrada por el Rdo. P. H. Chaurrondo CM, Monseñor Eustaquio Fernández y P. Vicente Sainz C.M. organizó un tríduo en la Iglesia de la Merced, Habana, teniendo las conferencias sobre temas misionales el misionero por excelencia en Cuba, el Ilmo. Sr. Rafael Guízar y Valencia, conocido por P. Ruiz y terminando con una solemnísima Misa a la que asistió el Excmo. Sr. Arzobispo de La Habana. Fueron estos actos los días 11, 12 y 13 de Mayo.
El público que acudió fue inmenso, y el orador llevó al corazón de todos sus oyentes la persuasión de que las Misiones es en Cuba la obra por excelencia, la preferida de los católicos conscientes y generosos.
Desde ahora les invitamos a las fiestas que este año celebraremos con el mismo objeto.
UNA NUEVA ETAPA EN LA OBRA DE LAS MISIONES PARROQUIALES.
La Obra de las Misiones Parroquiales tuvo muchos colaboradores directos y muy entusiastas como queda dicho en las páginas anteriores. Una nueva etapa en la historia de la Obra de las Misiones que se abrió con la colaboración del Instituto de las Damas Catequistas, las cuales precedían a los Padres Misioneros en los pueblos, preparando las misiones, invitando al pueblo y realizando un verdadero censo de la población.
Las señoras y señoritas pertenecientes al Instituto de las Damas Catequistas, fundado en España por la Madre Dolores Rodríguez Sopeña a comienzos del siglo, se convirtieron en las más eficaces colaboradoras de la Obra de las Misiones Parroquiales llegando antes que los misioneros a los lugares donde se iba a realizar el trabajo evangelizador para preparar el recibimiento y conocer una serie de datos esenciales sobre las personas bautizadas, los casados o no por la iglesia, los enfermos necesitados y otros pormenores:
Las Damas Catequistas (han estado) cooperando eficientemente con la Obra de las Misiones Parroquiales, atendiendo una semana a los PP. Misioneros para preparar los pueblos a la Misión, organizar el recibimiento de los misioneros; visitar el pueblo casa por casa, para saber los que no están casados por la Iglesia, de los adultos no bautizados, de los enfermos y de otras obras de celo. Su labor ha multiplicado la eficiencia de esta obra realizada por los PP. Misioneros.
El P. Hilario Chaurrondo diseñó personalmente los controles estadísticos. Los resultados de la Obra de las Misiones Parroquiales se conservan en la Biblioteca de la Iglesia de la Merced. Año tras año y campaña tras campaña misionera, los Padres Paúles han conservado minuciosamente los grandes tomos encuadernados donde el P. Chaurrondo guardaba para la posteridad los resultados y las conclusiones de las campañas misioneras. Se conservan, además, numerosos recortes de los principales periódicos de La Habana y de las provincias de Cuba con notas de prensa y artículos relacionados con las misiones y los misioneros. Las campañas anuales, en todo o en parte, se divulgaban además en revistas católicas como San «Antonio» y «La Quincena», publicadas sucesivamente por los PP. Franciscanos, «Rosal Dominicano», que fue por muchos años la voz de la Orden de Predicadores, «La Milagrosa» y el «Almanaque de la Caridad» de los Padres Paúles. En el espacio radial «La Hora Católica», a cargo del P. Hilario Chaurrondo, también se divulgaban las campañas misioneras y sus resultados.
Gran parte de los excelentes resultados obtenidos por el P. Chaurrondo se deben a su extraordinaria habilidad para interesar a las personas en la Obra de las Misiones Parroquiales, a los superiores de las órdenes religiosas y a la jerarquía de la Iglesia, de la misma forma que involucraba también a laicos comprometidos y a otros seglares. Dentro y fuera de la Iglesia, Chaurrondo buscaba «protectores» para las Misiones Parroquiales que cooperaban de diversas formas con el trabajo. El incansable y carismático P. Chaurrondo obtenía fondos de todas partes, organizaba colectas y sufragaba las campañas. Llevaba una contabilidad exacta y precisa y conocía a la perfección el destino de cada centavo invertido en la labor misionera. Los colegios católicos de Cuba cooperaban, campaña tras campaña, ayudando con buenas sumas de dinero a sostener las misiones y numerosas asociaciones e instituciones católicas que, junto con las Juntas Parroquiales, prestaban gustosamente su colaboración en el campo económico:
Instituciones Católicas, como los Caballeros de Colón, Caballeros Católicos, Conferencias de San Vicente de Paúl y otras, pero sobre todo en estos últimos años las Juntas Parroquiales, se han tomado el mayor interés por organizar y hacer efectiva la colecta parroquial del Día de las Misiones Parroquiales, tanto en la ciudad como en el campo. Ya las sumas de las colectas rurales están casi equiparadas en su totalidad a la colecta de las ciudades.
Como resultado de todo lo anterior, fue progresando paulatinamente la labor evangelizadora en las zonas rurales de Cuba. Nunca antes, en toda la historia eclesiástica de Cuba, se había realizado un trabajo tan intenso, con una proyección a largo plazo, para llevar la Buena Noticia a los campos. Durante más de cuarenta años no hubo un rincón en Cuba, por agreste que fuera, adonde no pudieran llegar los misioneros.
Todo este trabajo era minuciosamente preparado meses antes de la misión. Todos los años durante el invierno y parte de la primavera, los Paúles de la Iglesia de la Merced, sede de La Obra de las Misiones, preparaban las futuras misiones.
Así, por citar un ejemplo, el 17 de Octubre de 1928, escribía el P. Chaurrondo a Alberto Méndez, Secretario de Cámara del Arzobispado de la Habana:
En Entrevista habida con el Ecxmo. Sr. Arzobispo quedamos conformes en que se daría en este año misiones en los siguientes pueblos o parroquias, por las siguientes comunidades.
Padres Dominicos:
Parroquia de Marianao
Arroyo Arenas
Bauta
Punta Brava
Alquilar
Los Palacios
Consolación del Sur
San Miguel del Padrón
Padres Franciscanos:
Campo Florido
San Antonio de Río Blanco
La Salud
Carballo y la Nueva Parroquia
Consolación del Norte
San Diego de los Baños
Padres Paúles:
Calabazar
Santiago de las Vegas
Quivicán
Rincón
Catalina de Guinnes
Batabanó
San Juan y Martínez
Las Martinas.
Le agradecería, P. Méndez, que en la forma acostumbrada por esa Secretaría expida el correspondiente decreto de Misión en conjunto, misiones que han de darse entre el 10 de Noviembre y 15 de Mayo de 1929.
Le agradecería que añadiese la aclaración de que la misión debe darse en todos los poblados de la parroquia por pequeños que sean
Conseguido el decreto es de mi incumbencia el comunicárselo a quienes interesa, al igual que sufragar los gastos que originen.
De Su Ilma. Afmo. s.s.
Delegado Diocesano.
Casi a vuelta de correo le respondió el P. Méndez el 26 de Octubre de 1928:
Rev. Padre Hilarlo Chaurrondo, C.M. Delegado Diocesano de las obras De las Misiones parroquiales.
Venerado Padre:
Me es grato comunicarle a v. que el Excmo y Revdmo. Sr. Arzobispo arquidiocesano se ha servido aprobar la distribución por V. presentada a esta Secretaría de las parroquias que de este arzobispado, desde el 10 de Noviembre próximo al 15 de mayo venidero, se misionarán, Dios mediante»
Dios guarde a V. muchos años, Dean Secretario (firma del mismo)
El delegado diocesano no era otro que el P. Chaurrondo pues ya desde los inicios de la Obra de las Misiones Parroquiales al Arzobispo de la Habana le había nombrado delegado según consta en el documento que citamos a continuación:
Arzobispado de la Habana.
El Exmo. Y Rvdmo. Sr. Arzobispo de esta Archidiócesis ha tenido a bien con esta fecha, nombrar a V. R. Delegado de S.E.R. en la Obra de las Misiones en esta Archidiócesis a fin de dar cumplimiento a los deseos del Santo Padre y a los de S. E. R. en el desempeño de su cargo pastoral.
Lo que de orden de S. E. R. comunico a V. R. para su conocimiento y efectos.
Dios gde. A V. JR. Ms años. Habana y Abril 12 de 1926
En los años que duró La Obra de las Misiones Parroquiales ejerció una magnífica labor misionera extendiéndose a toda la nación. No se puede dudar ni del éxito de la Obra de las Misiones Parroquiales, ni de los misioneros, ni de su popularidad. Fue una organización bien pensada, planeada y ejecutada. La cooperación de las distintas congregaciones religiosas, sin las cuales La Obra de las Misiones nunca hubiera alcanzado el éxito que alcanzó y no hubiera hecho tanto bien como hizo al pueblo de Cuba, de no haber sido por la generosidad de las Congregaciones Religiosas al prestar sus mejores misioneros con el fin de llevar a cabo esta labor evangelizadora.
Durante sus primeros 25 años se dieron 2.327 misiones en las Diócesis de la Habana, Matanzas, Pinar del Río y Cienfuegos. De ellas, 460 por los Padres Franciscanos, 486 por los Padres Paúles y el resto distribuido entre los Padres Jesuitas, Dominicos, Redentoristas, Pasionistas, Claretianos, Capuchinos, Carmelitas y Misiones Extranjeras de Canadá. Algunas fueron dadas por los Sacerdotes Seculares.
Así todas las Congregaciones Religiosas cumplían con el fin señalado por León XIII en su Breve pontificio, en el cual, al urgir la vuelta de las Comunidades Religiosas a Cuba, les señalaba como su trabajo y misión principal, el consagrarse a las Santas Misiones.
La vitalidad de la Obra de las Misiones Parroquiales era tan grande, que continuó adelante años después del triunfo de la Revolución por el peso de su inercia y porque había arraigado firmemente en el ánimo de los misioneros. De esta forma, en 1966 y en 1967 aún continuaba existiendo y manifestándose a pesar de que la institución católica se encontraba sumamente disminuida por la cantidad de sacerdotes, entre ellos Padres Paúles, que tuvieron que marchar al exilio, y por las condiciones sumamente precarias en las que tuvo que vivir la Iglesia a partir del año 1961.
El alma de la Obra de las Misiones Parroquiales fue el P. Chaurrondo. Él mismo personalmente desde el principio de 1926 hasta 1952 en que afectado por una dolencia a los riñones, hubo de dejar ese ministerio, aunque aprovechó su dolencia para intensificar las misiones en las cárceles de casi toda la República, especialmente en la Isla de Pino y el Príncipe, y con las mujeres en Guanajay. Pero justo es decir, que él solo, ni siquiera con la ayuda de todos los Padres Paules que trabajaban en Cuba, hubiera podido realizar esa gigantesca obra. Fue un esfuerzo de toda la Iglesia de Cuba, apoyado por todas las Congregaciones Religiosas y por los Sacerdotes Diocesanos; eso si, diseñado por la estrategia de trabajo, de preparación meticulosa y por la experiencia de un hombre que había dedicado toda su vida a la Iglesia de Cuba. En la Iglesia de la Merced estaba el corazón de toda la actividad misionera de Cuba, una actividad que ganó el reconocimiento más alto por parte de la Jerarquía de la Iglesia Católica y la admiración del pueblo cubano.
Mons. Ramón Suárez Polcari, en su Historia de la Iglesia Católica en Cuba, publicada en Miami, en el año 2003, nos deja una imagen bastante completa y llena de elogios por lo que hizo y fue Chaurrondo. Nos dice que es:
uno de los más destacados sacerdotes misioneros que, naciendo en España, vinieron a trabajar a Cuba y la amaron como a su segunda patria dejando aquí sembrada la preciosa semilla de su trabajo apostólico y de su propia vida.
Un poco más adelante Polcari dice:
Es indiscutible que el Señor dotó al Padre Hilario Chaurrondo de una inteligencia sobresaliente que, en su respuesta personal, puso el buen sacerdote al servicio de la obra del Reino, como investigador y escritor de la historia contemporánea de la Iglesia y como consagrado al servicio del más pobre y desvalido. Era un hombre polifacético puso siempre sus múltiples capacidades al servicio de la causa de Cristo.