Historia de los Paúles en Cuba: Capítulo VI (B)

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Author: Justo Moro-Salvador Larrua · Year of first publication: 2012 · Source: Mecanografiado.
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2. Nacimiento de la República y reconstrucción de la Iglesia. Los colegios católicos.

41747943_95fc4657ecEl 16 de diciembre de 1898, Su Santidad había designado Delegado Apostólico para las Islas de Cuba y Puerto Rico al Arzobispo de Nueva Orleans, Mons. Placide L. Chapelle. Este prelado, que era de origen norteamericano, trabajó todo lo que pudo con el fin de estabilizar en Oriente al deprimido Arzobispo Mons. Francisco Sáenz de Urturi, tratando de no aumentar los problemas que ya confrontaba la Arquidiócesis. En la Diócesis de La Habana, sin embargo, tuvo

que evitar que el indiscreto y rechazado Obispo Santander echase gasolina al fuego, aumentando los conflictos con (los interventores) y atrayendo sobre la institución eclesial católica las iras de los victoriosos insurrectos quienes recordaban muy bien las temerarias acusaciones y diatribas de Mons. Santander que (durante la guerra) tanto les habían herido.

Para Placide Chapelle resultó una tarea difícil la de convencer a Santander para que entendiera que su renuncia era necesaria para el bien de la Iglesia. Los líderes mambises, encabezados por el Generalísimo Máximo Gómez, pugnaban para que fueran nombrados Obispos algunos clérigos cubanos simpatizantes de la independencia. Para el Vaticano no había llegado todavía el momento de designar Obispos a sacerdotes nacidos en la Isla, y Chapelle recibió instrucciones

para evitar que la nueva Constitución contemplara errores contra la Iglesia, sobre todo de naturaleza regalista antirreligiosa.

Cuando Mons. Francisco Sáenz de Urturi renunció a la mitra de Santiago de Cuba el 16 de junio de 1899, el Delegado Apostólico, para evitar males mayores, consagró Arzobispo el 2 de julio de 1889, al cubano P. Francisco de Paula Barnada y Aguilar, apreciado por los libertadores por su posición independentista.

Mons. Barnada y Aguilar era natural de Santiago, militaba en la causa de Cuba y el propio Sáenz de Urturi lo había propuesto para que fuera su sucesor.

Placide Chapelle había manejado la situación con buen juicio y había salido del aprieto. No obstante, tenía motivos para preocuparse por el futuro Para tener una visión más exacta y detallada de la situación religiosa del país, el Delegado Apostólico pidió la opinión de las órdenes religiosas a través de sus Superiores, y en particular los dictámenes de la Congregación de la Misión y la Compañía de Jesús. Estos le infon fiaron que:

La Iglesia Católica había pasado a ser un apéndice del gobierno colonial y los sacerdotes por funcionarios de una administración odiada y mal vista por los cubanos.

El gobierno español no había aumentado la cantidad de sacerdotes, reducida a la mitad, a partir de la exclaustración de 1841-1842,

El clero había abandonado el deber de instruir a la población.

Los servicios religiosos eran caros y la población era muy pobre, por lo que era muy difícil contraer matrimonio, bautizar a un niño o enterrar a los fallecidos.

La inmoralidad en que vivía la mitad del clero secular.

Esta era la opinión que expresaban el P. Ramón Güell, superior de los Paúles, del P. Palacios, superior de los Jesuitas, de numerosos sacerdotes diocesanos respetables y del laicado en general.

Por otra parte, las escabrosas relaciones del Obispo Manuel Santander con algunos sectores claves de la sociedad pronto convencieron a Mons. Chapelle de que el prelado no podía seguir al frente de la mitra de La Habana. Estaba seguro de que Mons. Santander era piadoso, humilde y caritativo, pero de mente estrecha y tímido. Su Vicario General, que era un personaje impopular, lo controlaba, y el P. José Santander, su sobrino, y que sólo tenía un año de ordenado, trataba con arrogancia a los párrocos mayores de edad y era un burócrata que tenía nada menos que cinco secretarios a su servicio. Monseñor era prisionero de su propia familia y el clero de La Habana se quejaba de eso.

Santander presentó su renuncia el 15 de octubre de 1899, en la que comentaba:

que carecía de medios de subsistencia por haber gastado en los pobres todo lo que tenía y que «temía los efectos nocivos del cambio de estación en Europa para su salud

Sabemos, efectivamente, que Monseñor Santander se retiró a España y vivió sus últimos años en la casa Madre de los Padres Paúles de la Provincia de Madrid.

Mons. Placide Chapelle aceptó la renuncia. Desde ese momento en adelante tendría las manos libres para realizar sus proyectos y gracias a sus gestiones, la restitución de las propiedades de la Iglesia incautadas durante la exclaustración de 1841, solicitada al gobierno norteamericano, iba por buen camino, según las noticias que le llegaron desde Washington.

El 21 de noviembre de 1899, por designación de la Santa Sede Apostólica a propuesta del Delegado para Cuba y Puerto Rico, Placide L. Chapelle, Mons. Donato Sbarretti y Tazza, italiano, se convirtió en el nuevo Obispo de La Habana. La opinión pública de la Isla rechazó casi por unanimidad al nuevo prelado y numerosos cubanos dirigieron al Papa León XIII un rotundo documento seguido por muchas páginas de firmas para que revocara su decisión y nombrara un Obispo cubano. Simultáneamente, los periódicos habaneros realizaban una gran campaña, y la repulsa fue tan grande que se creó un «Comité Popular de Propaganda y Acción» para destituir a Mons. Sbarretti. La labor de este comité fue apoyada por las personalidades de mayor relieve en la Isla. A todas estas acciones se sumó, a fines de 1900, la protesta, por escrito, de un gran grupo de sacerdotes cubanos, quienes manifestaron al mismo tiempo «su más absoluta adhesión al Romano Pontífice» (sic).Tanta fue la presión realizada por todos los sectores de la sociedad, que el Obispo recién nombrado, vio la conveniencia de que se anulara su elección y se designara un sacerdote nativo para la Diócesis de La Habana.

Gracias a las gestiones del Delegado Apostólico y del Obispo italiano de La Habana, el 2 de enero de 1902, con la firma de los prelados y de los funcionarios de la administración americana, pudieron materializarse los acuerdos con el gobierno interventor, a partir de los cuales, los norteamericanos devolverían a la Iglesia Católica ciertas propiedades incautadas durante la exclaustración, que el antiguo gobierno colonial, por documento suscrito en 1861, se había comprometido a devolver o a arrendar en ciertos casos. Este acuerdo, que no llegó a cumplirse, de alguna manera compensaba a la Iglesia por las confiscaciones efectuadas en el siglo XIX a tenor de la aplicación de las nefastas leyes de Mendizábal. El compromiso firmado por los prelados y los interventores era tal que devolvía (el gobierno interventor) a la Iglesia lo que en su poder existiera procedente de las incautaciones hechas en pasados tiempos de los bienes eclesiásticos, y compraba los censos, capellanías y demás derechos que no estuviesen en posesión de la Iglesia o de las comunidades religiosas.

Sin embargo, hubo que esperar hasta 1907 para que se cumpliera este compromiso, cuando el nuevo Delegado Apostólico, Mons. Giuseppe Aversa, presionó al gobierno interventor dirigido por Charles Magoon. El Presidente de los Estados Unidos sancionó, con su aprobación, el cumplimiento de lo pactado, y

se autorizó a Magoon a dictar los decretos necesarios para hacer los pagos correspondientes a la Iglesia y cerrar el trato… el 12 de julio de 1907, Magoon dictó el decreto autorizando pagar a la Iglesia de Roma US $ 1,387 083,75 por los bienes de La Habana y el 17 de julio de 1908 fue cerrada la transacción por las propiedades de Oriente, evaluadas en US $ 360,000.00.

Con anterioridad, desde 1903, habían sido indemnizados los padres Dominicos, Franciscanos y Agustinos, por las confiscaciones realizadas a sus órdenes durante la exclaustración del siglo XIX.

Cuando terminaron las negociaciones sobre las rentas de la iglesia Cubana, quedó al frente de la Diócesis de la Habana Mons. Pedro González Estrada, cubano, que fue consagrado por Mons. Placide L. Chapelle el 28 de octubre de 1903. En ese mismo año, por bula filmada el 20 de febrero «bajo el anillo del pescador», se crearon los nuevos Obispados de Pinar del Río y de Cienfuegos y se consagró como Obispo Auxiliar de La Habana a un norteamericano, Mons. Buenaventura Broderick, quien tuvo que enfrentar el repudio de amplios sectores del pueblo y del gobierno.

Los Colegios Católicos.

Uno de los aspectos más importantes de la reconstrucción de la iglesia Católica en Cuba y que sin duda benefició, no solamente a la Iglesia, sino también a la Sociedad cubana, fue el rápido desarrollo y la fundación de los colegios católicos. Al comenzar el siglo XX empezaron a fundarse numerosos colegios católicos en la Isla de Cuba. En el período que media entre los años 1900 y 1925, seis congregaciones religiosas masculinas fundaron 37 colegios, y veintiuna congregaciones religiosas femeninas con 56 centros de enseñanza. En 1914, el total de nuevos colegios para hembras y varones ascendía a 66. En 1955 la cantidad de colegios católicos había subido a 212, y en ellos se educaban 61.960 alumnos.

Junto con los centros de enseñanza primaria y media, comenzaron a abrir sus puertas los centros de estudios superiores. En 1919 se fundaba en el Convento de San Juan de Letrán por iniciativa conjunta de la Orden Tercera de Santo Domingo, del importante jurisconsulto y profesor católico Dr. Mariano Aramburu Machado y de los Frailes Predicadores, la Academia Católica de Ciencias Sociales, primer centro de altos estudios creado en el continente americano para estudiar y proponer soluciones a los problemas más acuciantes de la sociedad, tratándolos desde una óptica cristiana.

Por su parte, en 1946, los Padres Agustinos dieron vida a la Universidad de Santo Tomás de Villanueva, a la que siguió algún tiempo después la Universidad de La Salle mientras que los Jesuitas promovían la fundación de otra universidad a partir del famoso Colegio de Belén. En la década de los años 20 del mismo siglo surgía, además, promovido por el famoso intelectual José María. Chacón y Calvo, el Instituto Católico de Altos Estudios. También se fundaron numerosos colegios católicos privados, por iniciativas laicas, de gran importancia como el Colegio Baldor, el Colegio Trelles y el Pedagógico Católico de Santiago de Cuba»

Al llegar la década de los años 50 del siglo XX, la Iglesia Católica, que había enfrentado una situación difícil al comenzar el siglo, daba muestras de gran fortaleza, de crecimiento y de prestigio social. Los innumerables colegios que funcionaban con un nivel docente muy alto y las recién fundadas academias y universidades eran una muestra indiscutible del aporte de los católicos a la educación y la cultura, que fue reconocido con palabras como éstas:

Instituciones como la Academia Católica de Ciencias Sociales, dirigida por el Dr. Mariano Aramburu, el Instituto Católico de Altos Estudios, proyectado por el ilustre hispanista cubano Dr. José María Chacón y Calvo, la Universidad de Santo Tomás de Villanueva y la Universidad de La Salle, creada después, se unieron a la Agrupación Católica Universitaria y al Colegio de Belén con el propósito de hacer resurgir la contribución católica a la cultura nacional, que había sido apreciable en los siglos XVIII y XIX pero que había disminuido con el laicismo de fines del siglo XIX y sobre todo de la primera parte del siglo XIX.

Sin duda alguna que los PR Paúles dejaron su huella en la reconstrucción moral y cultural de la Iglesia y de la sociedad. Atendían espiritualmente todos los colegios que regían las Hijas de la Caridad, a saber, La Inmaculada, el Colegio San Vicente en el Cerro, Jesús María, en el barrio de ese nombre, el antiquísimo Colegio de San Francisco de Sales en la calle de los Oficios, la escuela de la Beneficencia, el colegio de La Milagrosa de Marianao y el de la Domiciliaria en la Calzada de Jesús del Monte, y en los alrededores de La Habana, los colegios de los pueblos de Güira de Melena, San Antonio de los Baños, Bejucal y Güines.

También, bajo la dirección de los  Padres Paúles Hilario Chaurrondo y Ángel Tobar, las escuelas Martí y Benjamín Guerra, para las obreras que residían respectivamente en Luyanó y en el barrio del Pilar, que fueron fundadas y patrocinadas por la Comisión de educación de las Católicas Cubanas, inspiración del P. Paúl Juan Álvarez, para que las muchachas aprendieran mecanografía, taquigrafía e inglés y pudieran participar de la educación religiosa, de una recreación sana y de agrupaciones obreras y cajas de ahorro atendidas por la citada Comisión.

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