Día 6 de Junio. — Nada he podido escribir en los días pasados. A una alarma seguía otra, y a una mala noticia otra peor. En Cavite pasa algo que no conocemos. Los refuerzos que fueron al río Zapote han vuelto diciendo que rechazaron al enemigo, pero lo cierto es que por allí se ataca mucho, pues se está oyendo continuamente el disparo de los cañones y el fuego de la fusilería. El coronel Pintos, que estaba en las Piñas, llegó anoche a Manila con su columna. De Pío del Pilar (indígena), que mandaba las milicias que defendían las orillas del Zapotei no se tienen noticias. Los rebeldes han rebasado el Zapote y se cree que han cortado la retirada a las fuerzas del General Peña, y hasta se dice si lo han copado. Ya no se oye nada que indique ataque en la provincia de Cavite, y esto es de mal agüero. Hoy he sabido que toda la provincia de la Laguna, menos la Cabecera, donde se han reconcentrado nuestras fuerzas, está sublevada y llena de partidas. Nuestra situación es gravísima, y en mucha parte del vecindario reina el pánico.
Han avanzado los rebeldes hasta casi los arrabales de Manila.
Ayer tarde nos pasó una escena que no tiene significación, pero que nada nos agradó en el acto. Salí de paseo con el P. Tabar, y después de haber llegado a la divisoria de la Ermita y Malate, nos dirigimos al paseo de la Luneta para ver la bahía. Allí nos encontramos con el P. Antonio Pérez y con un Capellán del Ejército que se hospeda en el Seminario. Estando paseando vimos pasar al General Segundo Cabo, Sr. Jáudenes, con algunos jinetes, y observamos que parándose hacia la mitad del paseo, daba órdenes a los que le seguían, yendo a galope por diversos puntos. Nos ocurrió si habría alguna novedad, y viendo parados algunos Religiosos, nos unimos a ellos para preguntar qué ocurría. Los Religiosos eran el Provincial y Secretario de Recoletos, y el Prior y Procurador general de los PP. Dominicos. Apenas nos habíamos saludado, vimos que se acercaban a nosotros varios Jefes militares, unos en carruaje y otros a pie. Paráronse frente a nuestro grupo, y acercándose un Teniente Coronel que iba a pie, se encaró con nosotros, y gritando con toda la fuerza que le daban sus pulmones, accionando y gesticulando é intercalando de vez en cuando algunos re…dondos, nos dijo poco más o menos lo que sigue:—»Ha llegado la hora; todos a las armas, porque todos somos españoles; en cuanto suene el primer tiro, fuera esos hábitos, cerrar los conventos, a coger el arma y en primera línea. ¿Lo oyen ustedes? Todos tenemos que luchar y morir por la Patria». Y volviéndese a los Jefes que escuchaban, preguntó:—»¿Hay armas?»—Sí,—le contestaron.—»Pues a coger el arma, cerrar los conventos, y despojándose de esos hábitos, a luchar en primera línea; no, no entrarán, porque antes tendrán que pasar por encima del Capitán general.» Al oir una arenga tan importuna y en tales formas, creí que teníamos delante un clerófobo loco que iba a terminar sacando el sable o el revólver; y me iba poniendo tan nervioso, que tuve que retirarme al lado opuesto del paseo; y cuando ya llegaba, oí que aplaudían y gritaban. » ¡Viva España!» Así terminó la escena y nos volvimos a Casa.
Al día siguiente supimos que el infeliz Teniente Coronel estaba loco y puesto a buen recaudo. La alarma producida en aquellos momentos era debida a algunos tiros que se habían oído por la parte de Malate, y, realmente, teníamos al enemigo más cerca de lo que creíamos. Toda la noche pasada se ha oído un fuego bastante nutrido por la parte de Pineda, no muy lejos del polvorín de San Antonio, hacia el barrio de Mactubic y enfrente de Singalón; arrabal este último, de Paco. A eso de las diez y media empezó más fuerte por San Pedro Macati y cementerio de los protestantes, extendiéndose por la llanura que hay enfrente del Colegio de la Concordia. Hoy ofrecía Manila un espectáculo desconsolador. Todos los vecinos que por temor del bombardeo se habían refugiado en los arrabales, volvían otra vez a la ciudad, y los caminos y calzadas veíanse cubiertos de toda clase de vehículos cargados de los muebles y efectos que habían sacado. Triste y desconsoladora fue la primera semana de Mayo, pero más tristes y sin comparación angustiosos son estos días de Junio. Entonces nos veíamos amenazados sólo por mar, y por enemigos que respetan la vida a los vencidos y prisioneros; pero hoy nos vemos acosados también por tierra, y por enemigos sin entrañas, semisalvajes y que se entregan a toda clase de crímenes. Durante el día se ocultan entre los cañaverales, arbustos y malezas, y por la noche salen de sus guaridas para ver si pueden sorprender a nuestros destacamentos y avanzadas. Son las diez, y, a pesar de que ha caído un tremendo chubasco, aún siguen las descargas mientras escribo estas líneas.
Día 10 de Junio. — Vamos perdiendo terreno; anoche entraron los insurrectos en San Pedro Macati. Gracias a Dios, nuestras Hermanas pudieron retirarse a tiempo con sus enfermos, pero quedaban las seis que había en Guadalupe, en el Convento de los Padres Agustinos. Al día siguiente tomaron dicho Convento, y esta es la fecha en que nada sabemos de las Hermanas que cuidaban a los enfermos allí instalados. Como ambos puntos están situados a orillas del río Pasig, no pueden pasar las lanchas y vaporcillos que iban a La Laguna sin que les acribillen a balazos. Los insurrectos han establecido una especie de cordón alrededor de los arrabales y pueblos más próximos a Manila; y como no hay tropas suficientes para hacer salidas y practicar reconocimientos, tienen que limitarse los nuestros a sostener la línea de defensa. Ésta empieza en el polvorín de San Antonio, y pasando por detrás del barrio de Singalón, llega hasta el cementerio de los protestantes y Santa Ana. Del otro lado del Pasig, pasa por Santa Teresa, cerca de Mandaloya, San Juan del Monte, cementerio de la Loma, Balic-balic, Caloocan y San Francisco de Malebón. Durante el día molestan poco a nuestras avanzadas; pero llegada la noche, hacen fuego en toda la línea. Algunos ratos atacan con insistencia por la parte de San Pedro Macati, a la trinchera que tenemos junto al cementerio de los protestantes; pero donde parece que ponen más empeño, a juzgar por lo recio del fuego, es por Maitubic y frente a Singalón. A estos dos puntos suelen atacar con más frecuencia y dureza, como indicando que quieren hacer la entrada por Malate y Paco.
De trecho en trecho han colocado los nuestros cañones de montaña y de rodada, y se conoce que desempeñan un gran papel. Venimos notando todos estos días que, cuando está la fusilería en lo más recio del fuego, bastan unos cuantos disparos de cañón para que cesen los insurrectos, y esto nos prueba que producen buen efecto. Esta tarde han hecho una acometida regular, y hacia las diez y cuarto la han repetido dos veces; pero los cañones ponen siempre fin al arrebato con que empiezan. Como Singalón está frente a esta Casa por la parte del SE y los rebeldes a una media hora de distancia, todo se oye perfectamente.
Día 11 de Junio.– Toda la noche ha durado el fuego, y a ratos, fuerte y nutrido. Esta mañana hemos hablado varios Padres con el Maestro de la escuela del barrio de la Concepción, el cual fue a San Pedro Macati para recoger a su familia, y ha pasado malos ratos con los insurrectos. Dos veces lo apresaron para que declarase si era policía secreta de los españoles, y aunque con dificultad lo dejaron libre, por fin pudo escaparse. Nos ha dicho que nuestras Hermanas, algunos empleados del Hospital, seis artilleros y unos diez y ocho cazadores con un Teniente, están presos en Guadalupe.
Los días pasados se decía que Pío del Pilar, Jefe de las tropas milicianas que defendían el Zapote, se había pasado a los insurrectos con su gente, y hoy se tiene como cierta la noticia, resultando que él es el que manda y dirige todos los alrededores de San Pedro Macati, su pueblo natal. La organización de las tropas milicianas ha dado mal resultado, porque muchas se han alzado contra nosotros con las mismas armas que para la defensa de la Patria se les habían dado. No se esperaba esto, pero entre Aguinaldo y los norte-americanos lo han pervertido todo.
Día 15 de junio. — Después de no pocas dificultades, dejaron libres los insurrectos a nuestras ocho Hermanas, parte de los enfermos, Capellán y Médicos del Hospital instalado en el convento de Guadalupe. Estas Hermanas son las mismas que cayeron en poder de los yankees en el Hospital de Cañacao. Fue por ellas el Cónsul inglés acompañado de un Jefe de Sanidad militar. Ayer estuve con seis de dichas Hermanas, las cuales me dijeron, poco más o menos, lo siguiente: «El día 5 de Junio, a eso de las ocho de la noche, se presentaron los insurrectos en derredor del Convento, y nuestro destacamento, compuesto de unos veinticinco hombres, mandados por un Teniente, les hizo fuego durante la noche. Al día siguiente también se resistieron, pero ya se veían mucho más acosados y amenazados por los rebeldes. Si hubiese estado solo el destacamento, podía haber resistido hasta quemar el último cartucho, porque el convento es de piedra y muy fuerte; pero temiendo que toda la saña de los forajidos cayese sobre los enfermos, Hermanas y empleados del Hospital, parlamentaron y entregaron las armas, quedando prisioneros, pues ya les habían intimado la rendición, diciéndoles que, de no hacerlo, pegarían fuego al Convento con seis latas de petróleo que tenían preparadas. Una vez rendidos, les hicieron entregar las armas con mucha humillación. El día siete se presentó el cabecilla Pío del Pilar, titulado ahora generalf para tomar declaraciones a todos, Hermanas y militares. Recostado en una butaca y mascando buyo, con un guardia de honor a cada lado, hizo que se colocasen en su derredor los cazadores prisioneros, de pie y con velas encendidas en las manos. Las demás sillas del local en que tenía lugar la escena estaban ocupadas por insurrectos armados, con camisa por fuera al estilo del país, y con pantalones de rayadillo, de pita y de percal de todos colores. Ante aquella majestad ridícula y estúpida estaban nuestras Hermanas y demás españoles de pie, y cuando se presentó el P. Capellán de Marina para declarar, fue insultado por el titulado general con palabras muy groseras y hasta indecentes. Unas dos horas duró aquella escena tan humillante para los españoles, presidida por un indio dos veces rebelde y traidor, con pretensiones de juez y general y con formas semisalvajes.
Terminadas las declaraciones, ya no se dejó ver más el titulado general. En el Convento quedó un destacamento de insurrectos para custodiar los presos y los enfermos, cuyo jefe era un joven ex-alumno de la Universidad, repugnante en lo físico y despreciable en lo moral. Éste mortificó mucho a las Hermanas, y en particular a una que perseguía con fines nada rectos. También las molestó bastante otro que titulaban capitán, muy ladino, malicioso, curioso é intencionado en sus preguntas, tan feo y despreciable como el anterior, y muy empeñado en que se quedasen cuatro o por lo menos dos Hermanas, para cuidar, según decía, a los en- termos. fue el que más se opuso al Cónsul inglés para que se llevase todas las Hermanas, porque, según la orden y oficio del generalísimo Aguinaldo, sólo quedaban libres los enfermos; pero al fin accedió a las razones del Cónsul y dio pasaporte para todas. Entre las Hermanas había una que entendía el tagalo, y un día escuchó una conversación en que trataban de cómo las matarían, si a bayonetazos o fusiladas. Comunicó a las demás lo que había oído y, después de encomendarse todas a la Virgen Milagrosa, determinaron presentarse al titulado capitán, rogándole con lágrimas y súplicas que las perdonase las vidas. También las amenazaron con llevarlas a pie a Cavite, donde tienen todos nuestros prisioneros. Otros muchos sustos y malos ratos pasaron, pero Dios Nuestro Señor las ha sacado libres, por segunda vez, de todos los grandes peligros que han corrido.
Nótase en este segundo período de la insurrección filipina que los rebeldes se muestran más humanos que la vez pasada con los prisioneros y enfermos, debido, según voz común, a instrucciones y ordenanzas dictadas por Aguinaldo. Hay quien dice que exceptúa a los Frailes, cuya expulsión o exterminio quiere a todo trance; pero las últimas proclamas que ha difundido hasta ahora no hacen mención alguna sobre el particular.
La línea de defensa se va sosteniendo sin perder un palmo de terreno; y aunque parece que no dan un ataque decisivo, sin embargo, tienen en jaque a nuestros heroicos y sufridos soldados; porque ni de noche ni de día cesan de tirotearlos, no obstante las lluvias torrenciales de estos días.
Este sistema, y en la época de lluvias, es muy perjudicial para nosotros, y se teme que no puedan soportarlo mucho tiempo nuestros pobres soldados. Otro síntoma grave se ha notado estos días: y es que hay algunas deserciones en las tropas indígenas, alucinadas por las grandes promesas de Aguinaldo, instrumento satánico de los yankees. Al General Monet, que manda una brigada de unos 5.000 hombres, le tienen impedido el paso en la Pampanga, y esto también es muy grave, porque aquel Ejército es muy necesario en Manila, y sólo Dios sabe qué suerte le espera.
Día 22 de Junio. — Muy bien se han sostenido nuestros soldados en las trincheras avanzadas durante estos ocho días. Los voluntarios de Manila también están prestando grandes servicios, porque además de la guardia de todas las puertas de la ciudad murada, custodian varios edificios públicos y del Estado, y acuden a donde la necesidad lo exige. Las acometidas de los rebeldes son siempre más acentuadas por los puntos de Singalón y fortín de San Antonio, pero nada han conseguido hasta el presente. Con el fin de preservar algún tanto del agua a los soldados de las trincheras, se han confeccionado una especie de talmas o capotes de hule, con el producto de una suscripción abierta para dicho objeto. Los vecinos pudientes de Manila obsequian a los soldados con toda clase de recursos, a fin de que puedan soportar mejor las muchas penalidades que sufren. Cada vez se van notando más los efectos del bloqueo, y sobre todo, del asedio en que nos tienen los indios: la carne de vaca escasísima, y se paga a 18 y 20 duros la arroba; la mayor parte de los que pueden comen carne de carabao, búfalo, y gracias, pues si esto se prolonga, también faltará. Es imposible hacer un resumen de las mil y mil encontradas noticias que han corrido estos días, de los comentarios que se hacen v de las impresiones tan contrarias que causan. Un día se afirma que viene la escuadra española, y al día siguiente vuelve a decirse que nada se sabe de cierto, y según las probabilidades en pro o en contra, se levantan a abaten los ánimos. Unos opinan que se debe resistir hasta el último extremo, y otros que sería mejor entregar la plaza, para evitar los grandes males que nos esperan si no vienen refuerzos. Todo esto se trata entre los particulares, pues respecto a las Autoridades ignoro cómo piensan. Los hechos demuestran que se trata de resistir dignamente hasta que no se pueda más, pues se ha trabajado y se trabaja estos días con una actividad prodigiosa. Todas las murallas que circundan a Manila se han puesto en condiciones de mejor defensa. Millares de bayones (saquitos hechos de hoja de palmera) repletos de arena han sido colocados en el antemural del foso interior, formando troneras de modo que nuestros soldados puedan disparar teniendo resguardada la cabeza. En los baluartes y baterías se ven algunos cañones, no tantos como se desean; grandes trozos de madera gruesos y largos, formando también troneras. Toda la arboleda que había desde la puerta de Isabel II hasta la Luneta, ha sido talada. Ni un arbusto, ni una rama ha quedado en las calzadas de Arroceros y las Aguadas; sólo se ha respetado el jardín botánico. El corte ha seguido por la calzada de la Concepción hasta nuestra Casa, pero sólo han desmochado y cortado algunos árboles y cañas que había fuera de la tapia. El campo de la Remonta ha quedado pelado, de modo que vemos perfectamente desde nuestra casa las murallas y edificios de Manila, que dan frente a la calzada de las Aguadas. Nunca se habían visto tan despejados los paseos que rodean la ciudad murada; y aunque sea algo perjudicial y dañoso un corte semejante en países tropicales, queda justificado por las circunstancias apremiantes en que nos encontramos.
Los hospitales han vuelto a establecerse todos en la ciudad murada. San Juan de Dios, la Escuela Municipal, el Beaterio de la Compañía, el Seminario, el colegio de San Juan de Letrán y parte de la Universidad están ocupados por los enfermos. Corno el peligro iba siendo más próximo y ya han caído algunas balas en el Colegio de la Concordia, se han trasladado al Colegio de Santa Isabel las Hermanas y colegialas. Solamente han quedado cuatro o seis Hermanas con algunas criadas para guardar el edificio y evitar que tomen posesión de él las tropas que hay per allí destacadas. El P. Serrallonga y el Hermano Tarrasa están en el Seminario nuevo, donde ya pasaron los nuestros al convertir el antiguo en hospital para oficiales. También el Padre Agapito y un servidor, desde el día 14, nos vamos a pasar la noche en el Seminario. Los demás Padres y Hermanos no se han movido de San Marcelino, y Dios quiera que no se vean precisados a dejarlo. Mientras se sostenga la línea de defensa, no hay peligro; pero si por desgracia llegaran a rebasarla alguna noche, se verían muy comprometidos.
Día 23. — Hace algunos días se dijo que Emilio Aguinaldo había pasado una comunicación al Capitán general diciéndole que ordenase recoger los enfermos prisioneros que tenía en Cavite, y anteayer llegaron a Manila. No quisieron venir los indígenas, y los que fueron como tripulantes en las gabarras se quedaron en el campo insurrecto. Cuentan los enfermos que han sufrido muchas privaciones y que estaban casi abandonados. Allí estaba prisionero el General Peña con toda su columna, algunos empleados civiles y unos cuarenta Religiosos entre Agustinos, Recoletos y Dominicos. Todos sufren mucha miseria y hambre, y en particular los desgraciados soldados, a los cuales insultan y maltratan, ocupándolos hasta en tirar de las carretas como a brutos. Todavía ignoramos qué desastres tuvo esa columna y cómo fue copada. Algo nuevo debe pasar en la provincia de Cavite, porque ya van dos días que se oyen disparos de cañón y de fusilería hacia la parte del Zapote. Supónese que hay divisiones entre los rebeldes, pero de cierto nada se sabe. A pesar de nuestra situación y de las privaciones, están muy levantados y animados los espíritus,
porque ya se cree un hecho la venida de nuestra escuadra, aunque no se sabe cuándo llegará. En bahía hay muchos buques extranjeros, y llaman la atención los Alemanes que ya son seis o siete y aún se esperan dos o tres más.
Día 27. — Seguimos en la misma situación que los días anteriores, atacándonos siempre los rebeldes por los mismos puntos que otras veces he indicado. Esta mañana, cerca de las diez, han hecho una acometida muy brusca, que ha sido muy bien contestada por nuestros cazadores y por la artillería. Ha durado una media hora, no oyéndose después más que tiros sueltos y algún disparo de cañón. En el techo de nuestra casa ha caído una bala perdida de Maüser, y en el Colegio de Looban cuatro o cinco de Remington. El P. Tabar, que estaba allí confesando, me ha traído una que ha caído en el patio. La noche del 22 traspasó otra una plancha de hierro y el techo, cayendo en el dormitorio en medio de dos niñas, sin que por fortuna las tocase.
Respecto a nuestra escuadra vamos sufriendo chascos muy crueles. Cuando estábamos casi todos persuadidos de que llegaría uno de estos días, se ha propalado la noticia de que no llegará lo menos hasta el 20 de Julio, y éste es un contratiempo que puede ocasionar gravísimos resultados; porque los insurrectos apuran, las miserias y necesidades aumentan, los pobres soldados, con tanto servicio en las trincheras y con las lluvias torrenciales, van cayendo enfermos; y si resultase verdad que vienen expediciones de tropas yankees, podrían desembarcar sin obstáculo ni resistencia.
Estos días se hablaba de una carta escrita desde Cavite a nuestro Capitán general y firmada por un tal Buencamino.
Este sujeto es abogado, natural de San Miguel de Mayumo (Bulacán) y residía en Apalit (Pampanga). fue nombrado en el mes de Mayo Teniente Coronel, con paga de tal, de las tropas milicianas de la zona de Apalit. Pidió él ir a pelear con sus milicianos a un puesto avanzado, y lo mandaron a las orillas del Zapote, en la provincia de Cavite. A los pocos días corrió la noticia de que estaba prisionero, y ahora resulta que se ha pasado al campo insurrecto, y que escribe al Capitán general diciéndole que entregue la plaza de Manila, si quiere evitar muchas desgracias y derramamiento de sangre, manifestando que toda resistencia será inútil, porque cuentan con gente y medios para tomarla. Si puedo, sacaré una copia de dicha carta y especie de manifiesto que ha dirigido a sus paisanos. Además, se me ha dicho que ese individuo era de malos antecedentes, que estaba encausado en la Audiencia, que se jugó el patrimonio de sus hijos, y que ahora se ha quedado con los fondos del batallón de milicianos a sus órdenes. Así nos van saliendo los jefes de esas traidoras milicias, creadas en momentos críticos, y de las que auguraban mal la generalidad de los españoles.
Día 3. — A pesar de haber estado esperando seis días, para ver si podía adquirir datos fidedignos de los sucesos ocurridos, no me ha sido posible obtener noticias exactas, porque unos las cuentan de un modo y otros de otro. Prescindiendo, pues, de detalles que serían interesantes, me atengo a los hechos verídicos y ciertos.
El día 27 de Junio llegó a Manila el General Monet, acompañando a la señora y familia del Capitán general. Dicha señora estaba en Macabebe, pueblo de la Pampanga, encomendada a un tal Sr. Blanco, jefe de los voluntarios de dicho pueblo durante la insurrección, y últimamente Coronel de las milicias filipinas. Los peligros y trabajos que han pasado han sido muy grandes, y llegaron a Manila, según dicen, disfrazados de pescadores en una pequeña banca. El día 30 de Mayo se levantaron algunos pueblos de la Pampanga y Bulacán, y a principios de Junio se sublevaron en masa dichas provincias con las de Tarlac y Nueva-Écija.
Cuando el Sr. Monet, Comandante general de las provincias del centro de Luzon, tuvo noticia del golpe que se preparaba,’ dictó una orden, mandando que se reconcentrasen en San Fernando de la Pampanga todos los destacamentos de aquellas provincias; pero ya era tarde, y no pudieron verificarlo más que algunos. Así quedaron divididas las fuerzas que componían aquella brigada. Con una columna de ochocientos hombres marchó a Malolos en tren, y después de batidos los insurrectos de ese pueblo y de Barasoain, regresó a San Fernando. Esto acaeció el 4 de Junio, fecha en la que podía haber seguido hasta Manila, si bien con dificultades. No lo hizo, porque había dejado otra columna en San Fernando, y el regreso a ese pueblo fue su perdición, según se vió después. De San Fernando salió para Bacoor, que ya estaba sublevado; y después de atacar a los rebeldes y quemar el pueblo, otra vez se reconcentró en San Fernando, donde fue recibido con júbilo y aclamaciones fingidas y traidoras. Pasados algunos días salió con toda la columna, y al poco tiempo de marcha se encontró con formidables trincheras defendidas por millares de insurrectos bien armados. Santo Tomas, Apalit y todos los pueblos del itinerario que seguían, los encontraban ocupados por los insurrectos, viéndose atacados de frente, por la retaguardia, por los costados y envueltos por todas partes. En algunos puntos les era imposible verificar o ejecutar movimientos, a causa de los pantanos y malas condiciones del terreno, viéndose precisados a parlamentar para que les dejasen ir adelante, en atención a las muchas señoras españolas que seguían a la columna. Así me lo ha referido un testigo ocular. Hubo ocasión en que les permitieron el paso, pero según vieron después, fue para atacarles en mayor número y en condiciones más desventajosas. Las bajas que han causada al enemigo las hacen subir a miles de miles, porque en ocasiones, se presentaban en grandes masas, en completo desorden, que eran rechazadas; pero también es cierto que nuestra columna ha sufrido grandes descalabros, dispersiones y muchos muertos y heridos, a los que apenas podían atender.
Transidos, fatigados, cubiertos de fango y lodo, y en el estado deplorable que es de suponer, llegaron los restos de la columna al Río Grande que divide la Pampanga y Bulacán, unos setecientos hombres derrotados y más muertos que vivos. En las orillas de ese río los dejó el General Monet, en condiciones que no se puede pensar. Continuamente hostilizados por los rebeldes, y sin más medios que catorce o veinte bancas para que intentasen venir a Manila, cuyo arribo hubiera sido siempre difícil, por bien que les hubiese ido; expuestos además a caer en poder delos yankees, pues tenían que venir por la bahía, é imposibilitados para venir por tierra, por tener que cruzar toda la provincia de Bulacán, que está en poder de los rebeldes. Esperábanse en Manila del 28 al 30, y esta es la fecha en que no han llegado. Después de escribir estas líneas, me ví con un extranjero que estuvo en la Pampanga posteriormente a lo que voy relatando, y me ha dicho que a todos los han cogido prisioneros, y que él vió en el pueblo de Guiguinto unos doscientos, pero que le aseguraron que eran ya unos ochocientos los que habían copado. Todavía quedaba una columna de unos cuatrocientos hombres en Nueva-Écija y otra por Dagupan y Sual, y, según referencias del dicho extranjero, ya marchaban a batirlas. El vaporcito Méndez Núñez entró en el río Pasig en día 27, sin que lo viesen los yankees, conduciendo desde el Río Grande de la Pampanga enfermos, heridos, señoras y niños que estaban en San Fernando. El cañonero Leyte, que estaba en el mismo río, salió el día 3o con tropas y algunos Religiosos; pero avistado por un buque norteamericano, fue a su encuentro. No podía acercarse por falta de fondo, y hasta dicen que podía haber entrado el nuestro en el río; pero temiendo tal vez a los disparos del enemigo, siguió a Cavite, quedando en poder de ellos. En ese cañonero iba el Sr. Blanco, Coronel de las milicias, y ha quedado preso en Cavite. El mismo día llegó a Manila con quince hombres, en una binta, el Teniente Coronel Sr. Dujols. De este valiente jefe todos hacen muchos elogios, y dicen que es el que con más valor y denuedo ha batido a los insurrectos en esa infortunada jornada de más de quince días. Del General Monet no se habla con tanto elogio; y como no es mi intento emitir juicios, los dejo para los historiadores.
Por fin llegó la cacareada expedición de tropas yankees, compuesta de tres transportes y un crucero. No se sabe de cierto cuánta gente traen, pero se asegura que no son más que unos 2.70o hombres. Si éstos se uniesen con los tagalos, podrían apurarnos algún tanto; pero van pasando cuatro días y nada se dice de desembarco ni de ataque. Acabo de oir una noticia que, de ser cierta, nos colocaría en mejores condiciones. Se dice que los tagalos no se entienden con los yankees, y que, al pretender izar la bandera en Cavite, no lo han consentido. ¿Será verdad? ¿Tendrá relación con esos rumores el silencio de la noche pasada, en la que han sido muy raros los tiros que se han oído? En los veintiséis días de asedio no ha habido noche tan silenciosa. ¿Estarán ocupados en contener a los yankees? Pluguiera a Dios que saliese cierto, para que así den tiempo a que llegue la escuadra. Los tagalos se creen ya completamente independientes, y en su orgullo insensato, tal vez rechazan a los que, con capa de aliados y amigos, han pactado vilmente con el venal Aguinaldo. Dios quiera que no lleguen a avenirse, pues, de suceder lo contrario, podrían hacernos pasar malos ratos. El día 30 nos causaron los insurrectos un daño gravísimo. Atacaron al destacamento de Santolán, que custodiaba los depósitos del agua y las máquinas elevatorias, y no pudiendo resistir sin exponerse a ser copados, se retiraron hacia San Juan del Monte.
Al día siguiente salió una columna para hacer un reconocimiento, y tuvieron que batirse con una gruesa partida, a la que causaron más de 200 bajas, reconociendo entre los muertos al cabecilla Montenegro. Los nuestros también tuvieron algunas bajas, encontrando además destrozados los depósitos y echadas a perder las máquinas elevatorias. En mis apuntes anteriores decía que en la tala que se hizo alrededor de Manila, habían respetado el jardín botánico, y ahora tengo que añadir que también lo han arrasado, tocándole la misma suerte a la hermosa verja del Hospital Militar. ¡Triste espectáculo presentan estas calzadas y paseos, por los cuales parece que ha pasado algún ejército destructor!