Relación de los acontecimientos y sucesos que tuvieron lugar en Manila, con motivo del asedio y cerco de los americanos e insurrectos.
Desde fines de Abril, cuando se tuvo noticia del rompimiento con los Estados Unidos, se venía diciendo que la escuadra norte-americana fondeada en Hong-Kong había salido de dicho puerto, y luego se supo que había arribado a unas costas de China, 30 millas al Norte de Hong-Kong. Pocos días después se dijo que había zarpado de aquel punto, y el 3o de Abril avisaron desde Bolinao que se veían cuatro buques con rumbo hacia el Sur de esta isla de Luzón. Aquí se trabajó con mucha actividad, montando baterías en las murallas que dan frente a la bahía y colocando algunos cañones por la parte de la Ermita hasta Malate. También se montó una batería en punta Sangley, cerca del Hospital de Cañacao, y seis en Mariveles y Corregidor, para impedir el paso de la escuadra enemiga por Boca-Chica y Boca-Grande. En dichas Bocas decían que habían colocado varios torpedos, de manera que nos hicieron creer que sería muy difícil y expuesto el paso de la escuadra enemiga. Digo que nos hicieron creer, pero los hechos han demostrado que nuestros medios de defensa eran casi nulos. Como ya en la Gaceta, ya en los periódicos de la localidad, se dictaban órdenes y disposiciones para el caso de un ataque y bombardeo por la escuadra enemiga, Manila empezó a despoblarse, y nuestra escuadrilla (ni aun este nombre merecía por sus malos barcos), que había salido para Subic, volvió al puerto de Cavite el día 30 de Abril; no sabemos si huyendo de la enemiga, a la cual no podía resistir por ser más poderosa, o si para defenderse mejor ayudada por las baterías de Manila y Cavite. Nadie creía tan inminente el peligro, y contra todos nuestros cálculos nos vimos sorprendidos por los yankees; habían pasado el Corregidor con poca o ninguna dificultad, y cuando se percibieron en Manila ya estaban fondeados no muy lejos del Espigón de las obras del puerto.
Día 1.° de Mayo (¡tristes recuerdos nos has dejado!). — Poco después de las cinco de la mañana se oyó el primer cañonazo algo lejos, y antes de la media sonó otro algo más fuerte. Al principio creímos que serían pruebas de algún cañón de Cavite, y con esta persuasión salí a celebrar Misa en el Colegio. Estando revistiéndome empezó el fuego de algunas de nuestras baterías, y a las seis menos cuarto, cuando ya estaba en el altar y mientras daba la Comunión a las Hermanas y niñas (comulgaron antes de celebrar la Misa), aumentó de tal modo el cañoneo, que retemblaban todos los edificios y causaba horror el ruido ensordecedor que producía. Yo me figuré que bombardeaban a Manila, y terminada la Comunión me fui a preguntar a la Superiora qué era lo que pasaba. A ésta le había dicho un Oficial de cazadores que la escuadra enemiga estaba en Cavite, que allí era el combate y que no tuviéramos miedo, porque no había peligro en Manila. Quedé algo tranquilo y salí a celebrar la Santa Misa, rogando a Dios muy de veras. a eso de las siete volví a casa, y aún continuaba el cañoneo en Cavite, y para las ocho cesó casi por completo.
La escuadra enemiga volvió a colocarse frente a Manila y Binondo, muy orgullosa y como despreciando nuestras baterías. A media mañana se supo que habían dejado muy malparados todos nuestros barcos, y se afirmaba que habían incendiado el Cristina; a las once volvió de nuevo a Cavite la escuadra yankee, dejó fuera de combate todos nuestros barcos, apresó cinco o seis lanchas de vapor y cometió un acto casi salvaje. Este fue el ataque con granadas incendiarias al vapor mercante de la Trasatlántica Isla de Mindanao. A la segunda granada empezó a arder; y no contentos con esto, dispararon también contra los botes en que se habían embarcado los indefensos tripulantes de dicho vapor, sin que por fortuna los tocaran. Con orgullo no muy noble y toda empavesada volvió la escuadra americana y se colocó otra vez enfrente de Manila, amenazando a la plaza é intimando, según se dijo, su rendición. Esta misma tarde corrieron tristísimas noticias. Nuestra malísima escuadra destrozada y quemada, con más de cien bajas, y contando entre los muertos al Capitán de Navío D. Luis Cadarso, que mandaba el Cristina, y al señor Novo, Capellán del mismo. La población de Manila medio aterrada, escapando la mayor parte de sus vecinos a refugiarse en los arrabales de Sampaloc, Quiapo, Paco, Santa Ana y pueblos cercanos. Los hospitales, las Religiosas, los colegios de niñas, todas las familias buscaban un refugio en los lugares citados. Las Monjas Dominicas con las niñas se refugiaron en Navotas, hacía ya unos días, en la casa de campo de los PP. Dominicos. Las Asuncionistas en Santa Ana, en una casa del Seminario. Las Hermanas del Colegio de Santa Isabel, con unas 26 niñas, en la Concordia y en los bajos de la casa del Seminario. Las del Colegio de Looban y las de Santa Rosa, en la casa que la Junta de este establecimiento está levantando en Santa Ana, y no sé dónde fueron las Clarisas. Los hospitales habían sido trasladados de antemano a las iglesias de Recoletos en San Sebastián, Sampaloc, Orden Tercera, convento de Recoletos en San Sebastián, conventos de Paco y de Santa Ana, Colegio de la Concordia y casa de Rojas en San Pedro Macati. Posteriormente se ha instalado otro hospital en la iglesia de Pandacan.
Este mismo día por la tarde se reunió la Junta de autoridades y corrió la noticia de que al día siguiente a las cuatro o a las ocho de la mañana empezaría el bombardeo sobre Manila. La poca gente que quedaba en la ciudad murada se dio prisa para salir, y ya eran las nueve y media de la noche cuando llegaron a esta casa de San Marcelino los PP. de la Iglesia y Bustillo, temiendo que fuese verdad lo del bombardeo, pues el Sr. Arzobispo se había retirado a Santa Ana después de terminada la Junta. En el Seminario se quedó el P. Pino con los Hermanos del Río y Marcos. El P. Pérez se había marchado aquella mañana a Santa Ana; y los PP. Serrallongas Blanco y Sánchez, con los Hermanos Cobisa y González, fueron a la Concordia. Los demás continuamos en San Marcelino. La noche se pasó con alguna inquietud, pero, gracias a Dios, pudimos descansar.
Día 2 de Mayo.—Amaneció sin novedad particular, pero casi todo el público creía que ese día, memorable en nuestra historia, sería tristísimo y de luto para Manila, pues estaba amenazada de desaparecer sin poder oponer resistencia. El interior de la ciudad murada parecíase a un cementerio en su silencio misterioso. La mayor parte de sus edificios estaban cerrados, y sólo circulaban por sus calles, tristes y solitarias, los soldados y voluntarios dispuestos a sacrificar sus vidas en aras de la Patria, y varios cargadores y carromateros que a toda prisa sacaban los muebles y objetos más principales de las casas. Llegó la hora en que se decía empezaría el bombardeo, pero, gracias a Dios, no se verificó. La causa no la sabemos, y se dijo que los norte-americanos desistían de su intento, si nuestras autoridades accedían a la rendición de la plaza con las condiciones que ponían, a cuyas condiciones no se podía acceder, por ser muy deshonrosas. No se sabe el por qué; pero es lo cierto que la escuadra se retiró, parte hacia Cavite, y parte hacia el Corregidor. Todo el radio de población en que más se podía temer, tuvo todo el día las tiendas y comercios cerrados, y los habitantes que permanecían en sus casas estaban apercibidos para abandonarlas en cuanto el peligro fuera inminente. Llegó la noche del día 2, quedando los ánimos afectadísimos, pues no teníamos marina, estábamos por la parte del mar dominados y amenazados por enemigos orgullosos, y por tierra, atendida la situación del país, no podíamos fiarnos mucho.
Día 3.—Durante la mañana siguen las cosas con aspecto tan sombrío como el día anterior; la escuadra enemiga continúa en Cavite, y por la tarde se ha sabido que otra vez estuvimos amenazados de bombardeo.
Vino mucha gente de Cavite refiriendo noticias muy tristes, según las cuales el día 2 pasaron aviso los yankees para que en término de una hora abandonasen los que quisieran la población, porque iban a bombardearla. A las ocho de la mañana empezó el cañoneo, pero se contentaron con unos cuantos disparos. La población quedó desierta, y aquel mismo día entraron turbas de indios de los pueblos cercanos y la saquearon por completo. Buscaban a los Padres Recoletos para matarlos; y como se habían refugiado en el hospital que estaba a cargo de nuestras Hermanas, amenazaron con la muerte a éstas si no descubrían a los Padres; pero se negaron resueltamente a ello, aunque les costase la vida. El día tres saltaron a tierra los norte-americanos y se apoderaron del arsenal, del polvorín de Cañacao y cuanto quisieron, pues nuestras tropas se habían retirado hacia Noveleta y San Francisco de Malabón. También se dijo que habían tomado el Corregidor y que desde el día anterior tenían cortado el cable.
Estas noticias causaron gran desaliento en Manila, pues quedábamos, no sólo bloqueados por el mar, sino también incomunicados con Europa; y, además, con la malísima impresión de la conducta observada por los indios, que muchos se convirtieron en asesinos y ladrones. Gracias a que, relativamente, son pocos los que así se portan.
Día 4.—Se pasó con una tranquilidad relativa, dentro de la situación tristísima en que nos encontrábamos. Hubo más circulación y movimiento en la ciudad murada, y en la Escolta en este día no se habló de bombardeo y la escuadra permanecía en Cavite, como señora de aquel puerto y de toda la bahía. Se extrañó y comentó mucho la retirada de nuestras tropas de Cavite, y no se explicaba la toma del Corregidor sino teniendo en cuenta que nuestros cañones, así como la escuadra, eran unos trastos viejos, inútiles para resistir a la artillería moderna de los enemigos. En la tarde de este día llegaron a Manila las Hermanas del hospital de San José de Cavite y algunas del deCañacao. Vinieron en el vaporcillo Isabel II, de la casa de Inchausti (apresado por los yankees), en compañía de los enfermos y heridos, y escoltadas por norte-americanos. Entre otras muchas cosas, nos contaron que para librarse de la rapiña y amenazas de los indios acudieron nuestras Hermanas en demanda de auxilio a los norte-americanos, los cuales se portaron muy atentos con ellas y les proporcionaron algunos marinos que custodiasen el hospital de Cañacao. Todo lo que nos contaron las del hospital de Cavite era muy desconsolador, y ellas mismas pasaron malísimos ratos; pero Dios Nuestro Señor las sacó de todos los peligros. Con ellas, y disfrazados como enfermos, vinieron cuatro Recoletos, a los que libraron de una muerte segura, exponiendo sus propias vidas. El siguiente hecho lo confirma. Hubo un indio, tan malvado como atrevido, que con bolo (especie de machete) en mano amenazó a Sor Gregoria, Superiora del hospital de San José de Cavite, diciendo que allí habían entrado los frailes, y que si no los descubría la mataría sin remedio. La Hermana le contestó:—»Aunque lo supiera no te lo diría; porque es cosa mala matar a los Padres; nosotras hemos venido a Filipinas para hacer bien a los indios; y así, puedes matarme si quieres, pero has de saber que luego me iré al Cielo.» Al oír estas heroicas palabras el indio no insistió más, y se marchó sin tocarla. Otros las apuntaban con armas de fuego, intimándolas que les diesen dinero; pero Dios no quiso que las maltratasen más que con palabras. Las Hermanas salieron del hospital con sus enfermos y se dirigieron a Cañacao, y los indios les saquearon la casa, no dejándolas más que la ropa puesta.
Día 5.— Como el día anterior había pasado bastante tranquilo y la escuadra enemiga seguía en Cavite, volvieron al Seminario los PP. de la Iglesia, Bustillo, Pino y el H.° Cobisa, y de la Concordia vinieron los PP. Serrallonga y Sánchez. Aquí, en San Marcelino, dormimos sin cuidado; pero en el Seminario estuvieron algo alarmados, pues notaron que durante toda la noche había mucho movimiento en la ciudad minada y en el río. Ya eran más de las siete cuando volví del Colegio de decir Misa, ignorando lo que pasaba. Al llegar a casa me dijo el Sr. Visitador, P. Orriols , que corrían noticias de bombardeo en aquella mañana y que, según decían, hasta el Gobernador General trasladaba su despacho fuera de intramuros. Pocos momentos después recibí un volante del P. Blanco, diciendo que a las ocho empezaba y que fuese pronto a la Concordia, porque tenía que arreglar un asunto con las hermanas. Todo hacía presumir un funesto desenlace, porque las tropas que ocupaban sitios peligrosos se retiraban; los vecinos sacaban a toda prisa muebles y otros objetos que aún habían dejado en sus casas; las seis u ocho fragatas mercantes, que habían permanecido fondeadas enfrente de Manila, fueron a refugiarse en Cavite; la escuadra enemiga sita en dicho puerto se ponía en movimiento, y las oficinas y almacenes militares que estaban en Manila sacaban todos sus enseres y equipos, trasladándolos a lugares más seguros. En medio de este movimiento cogimos algunas cosas precisas y fui a la Concordia con los PP. Serrallonga, Sánchez y Urien. Todo contribuía a intranquilizar los ánimos, y reinaba una especie de pánico, aumentado por el temor de que los indios rebeldes nos jugasen alguna mala partida. El calor sofocante y abrasador, las nubes de polvo que levantaban los carruajes y vehículos de todas clases, y el aspecto del cielo, medio encapotado por nubes plomizas, completaban el cuadro sombrío y casi aterrador de la infortunada y desgraciada ciudad de Manila. Con el corazón algo oprimido llegamos a la Concordia, y encontramos el Colegio convertido en una especie de arsenal humano. En dos cuerpos del edificio hay colocados unos cuatrocientos enfermos; en el cuerpo de la derecha, que cae al Oriente, están las Hermanas, que en estos días serán más de sesenta; en el ala saliente, que está a la entrada y a la parte de Occidente, las niñas que han quedado, que son unas ochenta; en los bajos de esa misma ala y algunas otras dependencias, varias familias españolas de empleados civiles y militares. En la casita de los Padres, además de los que fueron de aquí, los Médicos militares, que ocupan la parte baja. Los patios están llenos de carruajes, cajas, baúles y otros muebles; y todo esto, junto con las carretelas que van y vienen continuamente acarreando víveres, comestibles y subsistencias de la Administración militar para los enfermos, hace que el Colegio se asemeje a un pueblo en continuo movimiento. En este día estaban los ánimos sobremanera excitados, y las señoras se forjaban mil ilusiones y creían que iban a quedar sin esposos, sin casas, sin hijos y sin vida. Su estado nervioso aumentaba la inquietud, y no se saciaban de inquirir y preguntar para tener nuevas noticias. Unas suspiraban, y todas se lamentaban de tan triste y angustiosa situación. ¡Dios mío!—exclamaban ¡a qué días hemos llegado! ¿Qué será de nosotras si esto se prolonga? Y llenas de resignación cristiana asistían con fe al Manifiesto que todas las mañanas tenía lugar en la Capilla del Colegio. Allí imploraban al Dios de las misericordias perdón y piedad para un pueblo afligido con tantos y tan grandes infortunios, y por medio de María Inmaculada enviaban a su divino Hijo súplicas fervientes en demanda de remedio y protección. Cada hora que sonaba se creía que era la destinada para el bombardeo; y en vista de que no empezaba, y terminado mi asunto con las Hermanas, me volví a San Marcelino, y llegué cuando ya tocaban al examen que precede a la comida. A media tarde salimos para confesar, unos a las Hermanas y otros a las niñas de los colegios, esperando siempre oir el estampido de los cañones; pero llegó la noche, permitiendo Dios Nuestro Señor que este no fuese el día destinado a ver la destrucción de la infortunada Manila. En previsión de lo que pudiera suceder, el P. de la Iglesia vino a dormir en esta Casa; el P. Pino y el Hermano Cobisa se fueron a la Concordia, y el P. Bustillo, con dos Hermanos y algunos criados, se quedaron en el Seminario. Todavía corrían rumores de que aquella noche atacaría la escuadra enemiga. Este mismo día por la tarde llegaron las Hermanas del hospital de Marina de Cañacao.
Día 6 de Mayo.— Ayer corrió la noticia de que venían algunos buques extranjeros, y esta mañana fondearon en bahía un acorazado francés y un crucero alemán. Dos o tres días antes llegaron dos cruceros pequeños ingleses, y ya salió uno para Hong-Kong. Para dar entrada en bahía salió un práctico nuestro con un remolcador; los yankees lo apresaron, y después de dejar libre al práctico y marinos que llevaba, lo echaron a pique. Otra vez corrió la noticia de que a las seis de la tarde sería el bombardeo, y de ahí el que la ciudad murada vaya quedando completamente solitaria. Casi toda la tarde ha estado sondeando la bahía un buque enemigo, y por fin ha fondeado enfrente de Tondo. Se desmintió la noticia del bombardeo, y se decía que, según palabra del Almirante yankee, lo avisaría con veinticuatro horas de anticipación. En vista de tantas amenazas, y temiendo que algún día se realicen, se decidió el Padre de la Iglesia, Rector del Seminario, a sacar algunas cosas de las más principales. Entre siete y ocho de la noche, y ayudado por el P. Bustillo, H.° Marcos y algunos criados, cargaba dos grandes carros de las mejores obras de la librería, mientras que el H.° del Río, P. Agapito Alcalde y un servidor con otros mozos, sacábamos del colegio de Santa Isabel dos cajas de hierro que allí se habían depositado. Los PP. de la Iglesia y Bustillo, con el H.° del Río, quedaron en el Seminario; y el P. Agapito, el H.° Marcos y yo nos vinimos a San Marcelino. Enfrente de Manila y Binondo quedaban fondeados el buque alemán, el inglés, el francés y dos norte-americanos.
Día 7. — Continúa el asedio, con mucha vigilancia en toda la bahía por parte de los yankees, pero no se nota en su escuadra movimiento agresivo hacia Manila. Dicen que nos van cogiendo varios vaporcitos de cabotaje. Ei vapor- cito Méndez Núñez, burlando su vigilancia, entró sin luces por el Corregidor, y por las costas de Bataán fue a un río de la Pampanga, donde descargó las cabezas de ganado que llevaba. Los Comandantes de los buques inglés, alemán y francés, acompañados de sus Cónsules respectivos, han visitado a nuestro Gobernador General. Manila yace solitaria por la noche; durante el día van algunos vecinos, y en la Escolta hay algo más de movimiento que en los días pasados. Los Bancos, que estuvieron dos o tres días cerrados, abren durante algunas horas y practican operaciones. Como ya no se habla de peligro próximo, vuelven a esta Casa los PP. Serrallonga, Sánchez y Urien; el Padre Blanco tiene que estar permanente en la Concordia, por causa de los enfermos del hospital allí establecido.
Día 8.— Los ánimos siguen más tranquilos, pero siempre esperando alguna solución al conflicto en que nos encontramos. Completamente incomunicados, nadie puede conjeturar si será favorable o adversa. Una pequeña embarcación, ocupada por unos ocho indios y tres remeros, salió de la playa de Tondo para Cavite, y allí estuvo al habla con los norte-americanos. Se comenta el hecho, y como no se sabe el objeto, se ha ordenado redoblar la vigilancia. Se dice que los alemanes han tenido un banquete a bordo de su crucero, asistiendo el Comodoro yankee. Esta tarde ha habido mucha circulación de carruajes, y el alumbrado eléctrico, que hacía siete días no lucía, ha vuelto a encenderse.
Día 13. — Apenas han ocurrido cosas dignas de mencionarse durante estos cinco días. Buques extranjeros que entran y salen de la bahía saludando la bandera de los Estados Unidos; salvas de los mismos por el ascenso del Comodoro yankee en premio de la victoria obtenida contra España, y alguna que otra noticia de que nos han apresado un cañonero, o echado a pique alguna pequeña embarcación. Esto es lo que estamos presenciando y aguantando sin poderlo remediar. Son dueños absolutos de la bahía y están matando nuestro comercio, porque no teniendo buques de guerra nadie puede moverse. Un crucero inglés trajo algo de correspondencia de Hong-Kong, pero no se encuentra en ella ni una noticia que consuele y haga concebir esperanzas de mejores días. El cable sigue cortado, y estamos completamente ignorantes de lo que pasa en España y Cuba. Nuestra situación es bastante triste, y si se prolonga mucho llegará a ser precaria, porque se agotarán los efectos de Europa y empezarán a sentirse las necesidades; algo se experimenta ya en los pocos días que llevamos, pues hay géneros y efectos que han subido la mitad del precio ordinario.
Día 21. – Ha llegado un buque japonés y ha traído correspondencia de Hong-Kong. Se dice que algunas casas de comercio han recibido telegramas que estaban detenidos en Hong-Kong, y en los que se notifica haberse librado un combate naval en las islas Tortugas. Los periódicos de Hong-Kong también lo indican, y unos y otros dicen que hemos perdido los buques Oquendo y María Teresa, y que los yankees perdieron cuatro acorazados y tres cruceros. Estas noticias reaniman los ánimos, algún tanto decaídos, pero son acogidas por muchos con alguna reserva. En esta época de calores amanecen los días tranquilos, serenos, radiantes de luz y claridad, mas he aquí que llega la tarde y se cubre el cielo de grandes nubarrones cargados de electricidad; brilla el relámpago, retumba el trueno, y al poco tiempo sigue la lluvia, benéfica para algunos y perjudicial para muchos. Una cosa algo parecida se observa en los habitantes de Manila. Con la brisa de la mañana corre la noticia de que una escuadra española viene a socorrernos, se fija el número de vapores que la componen, se dice cuáles son sus nombres y se discute dónde, cómo y en qué forma atacarán al enemigo. Los pesimistas dudan de la verdad de la noticia; pero como desean que sea cierta, tratan de persuadirse, y ya tenemos a los habitantes de Manila más animados, más alegres y entusiastas, y con esa esperanza diríase que vuelven de la muerte a la vida. Llega la tarde y el calor aprieta, los nervios se irritan, el cielo se obscurece, el horizonte se presenta muy cerrado, y todo parece que anuncia alguna gran tormenta; es que ha corrido la voz de que una expedición norte-americana, mandada por el General Merrit, salió de California para hacer su desembarco en estas playas; y si no falta quien desea que llegue cuanto antes para aniquilarla, también son muchos los que temen un nuevo desastre, sobre todo si el país no corresponde a las esperanzas que en él se tienen fundadas. Así se pasan los días en Manila; a las noticias favorables siguen las contrarias; a los pesimismos, los optimismos, y viceversa. Lo cierto es que no sabe uno a qué atenerse, y que muchas veces sale verdadero lo que quisiéramos que fuese falso.
Día 22.—Un crucero inglés, procedente de Hong-Kong, ha traído correspondencia del extranjero y de España; está muy retrasada, pues hasta ahora no la habían dejado pasar los yankees. Se ha repartido un telegrama del corresponsal de El Comercio, en el cual comunica el cambio que hubo en el Ministerio; y como no hace mención del combate naval librado, según se decía, en las islas Tortugas, se duda si fue verdad o invención de periodistas extranjeros que quieren jugar con nosotros. Muchos creen que la noticia fue falsa, y todo el entusiasmo y alegría que causó al darla como cierta se ha convertido en una especie de tristeza y casi desaliento. Este mismo día empezó a decirse, con reserva, que Emilio Aguinaldo llegó de Hong-Kong en un crucero norte-americano y que está en Cavite. Sucedió lo de siempre, unos lo creían y otros lo negaban; pero hoy (día 27) ya no es misterio y el hecho es cierto. Se habla mucho de las intenciones que trae, y se cree que está en connivencia con los yankees. No cabe duda que algo se teme y espera, pues se ve que las autoridades toman precauciones en previsión de nuevos acontecimientos, a fin de que, si se trata de bombardeo, no nos suceda en tierra lo que en el mar. Se han reconcentrado las fuerzas del ejército, se ha redoblado la vigilancia de la bahía, están escalonadas las tropas en lugares convenientes, y se construye una línea de trincheras en los puntos más estratégicos que dan al mar. Dicha línea comprende los pueblos de Malate, Pineda, Parañaque, las Piñas y Bacoor, extendiéndose por Cavite Viejo, Imús, Noveleta, hasta San Francisco de Malabón.
¿Qué hace entretanto la devota y religiosa ciudad de Manila? Mientras los hijos de la noble y desgraciada España, así peninsulares como insulares leales, permanecen noche y día con el arma al brazo, ¿qué hacen los que por su estado, condición y sexo no son llamados a batir al enemigo con las armas y máquinas de guerra? ¡Ah! no permanecen ociosos. Han oído la voz de sus Prelados y pastores, y no cesan de esgrimir las armas espirituales. Persuadidos de que si el Señor no guardare la ciudad, inútilmente se desvela el que la custodia, han implorado y siguen implorando el socorro del Cielo. A imitación de los Macabeos, invocan y suplican el auxilio del Dios de los ejércitos. Como en otro tiempo los fieles de Roma, acuden a la Reina de las Victorias, y creen con viva fe que Ella sola es más fuerte y poderosa que los ejércitos puestos en orden de batalla. Saben que por mediación de la Virgen del Rosario se consiguieron grandes triunfos en estas tierras y mares, y llenos de confianza van a postrarse ante su altar, seguros de que no desoirá tantas oraciones y plegarias. Puede decirse que desde el principio del mes no se han interrumpido las rogativas, los novenarios y otros ejercicios devotos con exposición de Su Divina Majestad, las oraciones y rezos públicos y particulares, todo con el fin de interesar al Corazón de Jesús y a su Inmaculada Madre para que se apiaden de nosotros y cesen los grandes males que nos afligen.
Día 28. — Hoy hemos sabido que ayer asesinaron a tres Padres Agustinos en Guiguinto (Bulacán), cuando iban a la estación del ferrocarril, y a otro que se defendió le dejaron mal herido, pero pudo llegar a Manila. Emilio Aguinaldo ha hecho circular unas proclamas excitando al país y llamando a las armas a sus paisanos, diciéndoles, entre otras cosas, que ya ha llegado la hora y que tienen en su favor una escuadra de una Nación grande, caballeresca y poderosa; y que no habiendo cumplido el Gobierno General de Filipinas las condiciones de la paz, llamaba a sus antiguas huestes para sacudir el yugo de España, no queriendo ya pacto ninguno, porque no cree en las palabras del Gobierno.
Día 30. — Ya tenemos a Emilio Aguinaldo atacándonos en la provincia de Cavite. Además de las tropas que allí tenemos con el General Peña, han salido refuerzos de Manila a defender la línea del Zapote, y dicen que han sido rechazados los rebeldes con bastantes bajas. Nosotros hemos tenido 34 heridos y seis muertos. La ciudad de Manila está muy alarmada, porque se teme un levantamiento general. Las tropas, incluso los voluntarios, han permanecido toda la noche sobre las armas.