Presentación: Marco teológico, marco vivencial
La Eucaristía es algo más que un fenómeno que es posible iluminar desde fuera. La Eucaristía tiene toda la riqueza de una interioridad en donde solamente penetra la fe. La inteligencia primera y más profunda de la Eucaristía se da en la celebración, en la recepción, en la reverencia de la misma Eucaristía, porque al entrar en comunión con el Señor, él se da a conocer. Vivir el misterio, la realidad de la Eucaristía, es lo que hizo san Vicente. Es un conocimiento teologal en el sentido de que se vive la Eucaristía en la fe, la esperanza y el amor a Cristo el Señor y a los hermanos, especialmente a los pobres en los que también el Señor se halla «real y verdaderamente». Otro conocimiento es el teológico que intenta traducir en conceptos el sentido de la Eucaristía, la naturaleza de esa presencia del Señor y de lo que se llama el sacrificio eucarístico.
I. Marco Teológico
San Vicente profesa con fe viva e inconmovible «la sana y sincera doctrina acerca de este venerable y divino sacramento de la Eucaristía, que siempre mantuvo y hasta el fin de los siglos conservará la Iglesia Católica, enseñada por el mismo Jesucristo Señor Nuestro y amaestrada por el Espíritu Santo que de día en día le inspira toda la verdad». (Conc. Trid., ses. 13, Proemium, D. 1635)
En el capitulo II del mismo concilio encontramos una síntesis magistral de todos los aspectos de la Eucaristía: Cristo, se nos dice, nos mandó celebrar este sacramento en su memoria y anunciar su muerte hasta que venga. Quiso que comiéramos este sacramento como alimento espiritual de nuestras almas y antídoto de nuestros pecados. La Eucaristía es prenda de la gloria futura y símbolo y sacramento de su cuerpo, del que él mismo es la cabeza y al que nosotros nos incorporamos superando toda disensión o cisma (Conc. Trid. c. 11 D 1638).
Aquí encontramos sintetizados la finalidad de la Eucaristía, su carácter de memorial, su valor escatológico, su sentido eclesial, y sus implicaciones de comunión fraterna y ecumenismo. Esta es la doctrina del Concilio de Trento, que aquí se cita porque fue la que san Vicente profundamente vivió y enseñó con entusiasmo.
II. Marco Vivencial
1. «La Eucaristía, compendio y suma de los demás misterios de la fe»
Así lo dice san Vicente en las Reglas Comunes de la Congregación de la Misión. Después de indicar que «por la bula de fundación debemos venerar de manera especial los misterios inefables de la Santísima Trinidad y de la Encarnación», pasa a decir: «El mejor medio para honrar esos misterios es el culto debido y la recepción digna de la Sagrada Eucaristía, como sacramento, y como sacrificio: pues ella encierra en sí el compendio de los otros misterios de la fe, y además santifica y glorifica a las almas de los que la reciben bien y la celebran dignamente, con lo cual se da la gloria suprema al Dios uno y trino y al Verbo Encarnado. Por todo ello nada nos ha de ser más querido que el dar a este sacramento y sacrificio el honor debido, y procurar con todo interés que todos le den el mismo honor y reverencia. Haremos eso no permitiendo, según podamos, que se haga o se diga nada irreverente en contra de la Eucaristía; y también enseñando con celo a los demás qué se debe creer de este gran misterio y cómo se debe venerar» (RC. CM. X, 2-3).
2. «El amor es creativo hasta el infinito»
Esta hermosa frase, tan traída y llevada, san Vicente la dice del Amor con mayúscula, de Cristo el Señor, y la dice asistiendo a bien morir a un buen Hermano de la Congregación, y la aplica a la Eucaristía que es donde el Amor ha sido creativo hasta el infinito: «Además como el amor es infinitamente inventivo, tras haber subido al patíbulo infame de la cruz para conquistar las almas y los corazones de aquellol de quienes desea ser amado, por no hablar de otras innumerables estratagemas que utilizó para este efecto durante su estancia entre nosotros, previendo que su ausencia podría ocasionar algún olvido o enfriamiento en nuestros corazones, quiso salir al paso de este inconveniente instituyendo el augusto sacramento, donde él se encuentra real y substancialmente como está en el cielo. Más aún, viendo que, rebajándose y anulándose más todavía que lo que había hecho en la encarnación, podría hacerse de algún modo más semejante a nosotros, o al menos hacernos más semejantes a él, hizo que ese venerable sacramento nos sirviera de alimento y de bebida, pretendiendo por este medio que en cada uno de los hombres se hiciera espiritualmente la misma unión y semejanza que se obtiene entre la naturaleza y la susbstancia» (XI, 65-66).
«¡Oh digna y admirable institución que sobrepasa la capacidad del entendimiento humano», exclama san Vicente en otra ocasión (X, 40).
3. «La Eucaristía, verdadera base y centro de la religión»
«Nuestro Señor instituyó este augusto sacramento, verdadera base y centro de la religión, la noche antes de su pasión, juzgando que no podía expresar debidamente el amor que tenía por el hombre más que dejándole su cuerpo; y esto lo hizo para que, puesto que ya hemos sido reconciliados con Dios por su muerte y su pasión, experimentemos los efectos de esa pasión y muerte todos los días mediante la recepción de su cuerpo, ya que la miseria del hombre es tan grande que, si no hay algún antídoto para su alma, fácilmente se deja arrastrar por su malas inclinaciones. ¡Oh digna y admirable institución que sobrepasa la capacidad del entendimiento humano!» (X, 40).
Para san Vicente, la Eucaristía no sólo es alimento y antídoto del alma sino también «germen de la resurrección» (X, 42).
4. «Incomparable don del Hijo de Dios para el bien de todos los fieles»
Por el que hay que «excitarse a la acción de gracias, hacer actos de gratitud, de adoración, de humillación, de reconocimiento; pedir a los ángeles que nos ayuden a dar gracias, ya que no somos dignos de hacerlo nosotros como es debido, y exclamar continuamente a Dios: «Señor, sé bendito y alabado por siempre por habernos dado tu carne y tu sangre como comida y bebida» (XI, 107).
Resumen:
Como se ve, para san Vicente, en la Eucaristía, en la presencia viva y sacrificial de Cristo, se perpetúa perennemente el sacrificio del Calvario; continúa la adoración del Cordero, adorador del Padre; se actúa la salvación de los hombres, de los pobres; y la compañía de Cristo el Señor en medio de nosotros es una realidad viva y consoladora. La Eucaristía es el don más sublime del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo a su Iglesia, a todos los hombres, como continuación de la Encarnación y de la Pascua de Jesús. Es la Palabra de la Cruz, el Resucitado, que se hace corporalmente presente a los hombres en todos los lugares y circunstancias. En la Eucaristía «anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección». Por todo ello, según san Vicente, toda nuestra «religión» y «devoción» debería girar alrededor de este misterio, que por lo demás es el resumen de los misterios de la fe: la Trinidad de Dios, la Encarnación, la Pasión-Muerte-Resurrección de Jesús.
III. La Eucaristía vivida y venerada
San Vicente da toda una serie de recomendaciones para vivir y venerar a Cristo el Señor en el misterio de su Cuerpo y de su Sangre, en particular sobre la santa misa, la comunión y el culto y visitas al Santísimo Sacramento.
A. La santa misa o celebración de la Eucaristía
1. «La santa misa es el centro de la devoción» dice san Vicente a las Hijas de la Caridad. (IX, 25)
Conviene no olvidar que el término «devoción» no había perdido todavía su sentido profundo de consagración, de entrega, de donación total de uno mismo. La Eucaristía, la santa misa, es el centro de la «devoción», del don total a Dios, porque en ella nosotros no sólo unimos a la ofrenda de Jesús todo lo que somos y tenemos, sino también porque ella irradia su dinamismo, su fuerza, su eficacia a todas nuestras acciones. Las más humildes tareas pueden unirse íntimamente a la Eucaristía, convertirse en eucarísticas, como fue el lavatorio de los pies que el Señor realizó.
Por eso dirá san Vicente a las Hijas de la Caridad: «Id a la santa misa todos los días, pero id con una gran devoción, y estad en la iglesia con gran modestia siendo ejemplo de virtud para todos los que os vean» (IX, 24).
2. «No sólo el sacerdote es el que ofrece el santo sacrificio»
J. Cl. Dhotel, S. J., en su libro Les origines du catéchisme moderne, Paris, 1967, p. 347, indica que la idea del sacerdocio de los fieles desapareció durante el siglo XVII. «No puede afirmarse eso de san Vicente, al menos cuando él habla de la misa». Esto dice el P. E. Diebold, C.M., en el artículo Notre héritage eucharistique, en B. L. F nº 79.
Efectivamente, el 31 de julio de 1634, explicando el reglamento a las Hijas de la Caridad y hablándoles de la santa misa, el santo les dirá: «¿Qué pensáis hacer durante ella? No es solamente el sacerdote el que ofrece el santo sacrificio, sino todos los que asisten a él; estoy seguro de que cuando estéis bien instruidas en este punto, tendréis gran devoción; porque es el centro de la devoción» (IX, 25).
3. «El santo sacrificio de la misa es la obra más excelente que hay en el cristianismo»
Así se expresará san Vicente hablando a los misioneros (XI, 489). Por eso no es de extrañar que aconseje una y otra vez que se celebre todos los días, aún en los viajes. «Entre otras cosas nos recomendó especialmente: que no dejáramos nunca de hacer oración, incluso a caballo; que celebráramos todos los días la santa misa» (XI, 789).
Al P. Juan Dehorgny le escribe: «Dijo el Venerable Beda, que los que dejan de celebrar el santo sacrificio sin legítimo impedimento, privan a la Santísima Trinidad de alabanza y de gloria, a los ángeles de gozo, a los pecadores de perdón, a los justos de auxilios y de gracias, a las almas que están en el purgatorio de refrigerio, a la Iglesia, de los favores espirituales de Jesucristo, y a ellos mismos de medicina y de remedio» (III, 340).
4. La santa misa y comunión, alabanza y acción de gracias al Padre y fuente de toda bendición.
San Vicente celebra la santa misa, aconsejará celebrarla y ofrecer la sagrada comunión en un sin fin de ocasiones, como acción de gracias y para pedir toda clase de bendiciones: «como acción de gracias por la elección del Papa» (XI, 103); «para dar gracias a Dios por la fundación de la Misión» (XI, 96); «para dar gracias a Dios por todos sus beneficios» (X1, 91); «por la paz» (C. XI, III); para conseguir la gracia de la oración, de la castidad, de la humildad… (XI, 127. 163); «para que el Señor os conceda las gracias que necesitáis» (X, 822); por los misioneros en Madagascar, en las Hébridas, Irlanda, Polonia, Argel, Italia…; «por la buena formación de los sacerdotes» (XI, 207); «celebraré gustosamente la misa para que su divina bondad santifique cada vez más sus queridas almas» (III, 25); «voy a celebrar enseguida la santa misa para que quiera Dios darle a conocer las verdades que le digo por las que estoy dispuesto a dar mi vida» -se trata de las verdades sobre la Eucaristía que el santo expone refutando el libro de La Frecuente Comunión de A. Arnauld- (III, 341); «para pedir perdón por las faltas de la Compañía en general y de cada uno en particular» (X1, 96); «para pedir la gracia de realizar cada vez mejor nuestras ocupaciones» (XI, 96).
1. Hay que celebrarla con devoción, jamás por costumbre, de la manera que Cristo se ofreció al Padre
«Ha de ofrecer el santo sacrificio con devoción» dice a un misionero (XI, 719). Al P. D. Gautier, Superior de Richelieu, le escribe: «Seguiré pidiendo a Nuestro Señor que les dé siempre nuevas disposiciones para el Sacrificio y la gracia de no ofrecerlo jamás por costumbre» (III, 719). «No basta celebrar la misa: además hemos de ofrecer ese sacrificio con la mayor devoción que nos sea posible, según la voluntad de Dios, conformándonos en cuanto podamos con la gracia de Dios, con Jesucristo, que se ofreció a sí mismo, en su vida mortal, en sacrificio a su Padre Eterno. Esforcémonos, pues, Padres, en ofrecer nuestros sacrificios a Dios con el mismo espíritu con que nuestro Señor ofreció el suyo» (XI, 787). «Hemos de esforzarnos en ofrecer, con la mayor perfección que nos sea posible ese mismo sacrificio a Dios… de la misma forma que nuestro Señor ofreció en la tierra el sacrificio cruento y el incruento de sí mismo a su Padre eterno» (XI, 309).
B. La Comunión: La Eucaristía sacramento-comunión
1. San Vicente dirá que hay que «frecuentar la comunión y no dejarla con el pretexto de que, obrando así, se estará mejor preparado» (XI, 113), porque «la comunión nos hace una misma cosa con Dios nos hace semejantes a él» (IX, 222); «nos convertimos en una misma cosa con Dios» (IX, 227).
Por lo tanto, «creed que la cosa más importante que tenéis que hacer en toda vuestra vida es prepararas bien a la santa comunión» (IX, 228). «Es remedio en las penas, en el desvalimiento, y fuerza en las dificultades; la oración es muy buena, pero vale más todavía unirse a Dios en la sagrada camunión» (IX, 460). «Acudid siempre a la santa comunión… No hay remedio tan eficaz en las enfermedades de nuestras almas. Allí es donde hay que ir a robustecerse. Allí es donde hay que ir para exponer nuestras penas, porque allí está el verdadero médico que conoce los remedios convenientes; allí es donde hay que ir a estudiar el amor, la paciencia, la cordialidad y todas las demás virtudes que nos son necesarias» (IX, 280).
2. Raíz y quicio de la unión fraterna, de la comunidad
«Haréis bien en comulgar mañana para que el Señor os haga semejantes a él en la unión, en la comunicación, en ser totalmente todo las unas para las otras» (X, 767). «La unión es tan excelente que nuestro Señor quiso darse a nosotros bajo ese hermoso nombre de comunión. Por eso tenemos que desear grandemente que la unión permanezca siempre entre nosotras» (IX, 107).
3. «Fuente y cima de toda evangelización»
«Hijas mías, una de las razones que se me ocurren y que creo de las más importantes por lo que se refiere a vuestra vocación, es que estáis destinadas por Dios para disponer a las almas a bien morir. ¿Creéis, hijas mías, que Dios espera de vosotras solamente que les llevéis a los pobres un trozo de pan, un poco de carne y de sopa y algunos remedios? Ni mucho menos, no ha sido ese su designio al escogeros para el servicio que le rendís en la persona de los pobres; él espera de vosotras que miréis por sus necesidades espirituales, tanto como por las corporales. Necesitan el maná espiritual, necesitan el espíritu de Dios; ¿y dónde lo tomaréis vosotras para comunicárselo a ellos? Hijas mías, en la santa comunión» (IX, 39, 228-229).
En todos los reglamentos de las Caridades establecerá san Vicente las siguientes o parecidas normas : «Toda la Compañía se confesará y comulgará_ para honrar el ardiente deseo que tiene nuestro Señor de que amemos a los pobres enfermos y los socorramos en sus necesidades»; «con el fin de que las sirvientas de los pobres se conserven y progresen en el espíritu de caridad más y más»; «para adquirir cada vez más el verdadero espíritu de caridad»; «para confirmarse cada vez más en el espíritu de la caridad» (X, 583. 624. 651. 658).
4. «Quien comulga bien, hace todo bien, obra como Jesucristo»
«La persona que ha comulgado bien, lo hace todo bien… No hará ya ciertamente sus acciones, sino que hará las de Jesucristo; tendrá en su conversación la mansedumbre de Jesucristo; tendrá en sus contradicciones la paciencia de Jesucristo… En una palabra, todas sus acciones no serán ya acciones de una mera criatura; serán acciones de Jesucristo» (IX, 307ss).
5. ¿Cómo disponerse?
Con el deseo, con un gran deseo del Señor, de recibirlo, un deseo siempre nuevo, un deseo ardiente porque Dios no quiere que lo deseemos fríamente, ni tibiamente, sino con toda la fuerza y todo el ardor de la voluntad, lo mismo que él desea comunicarse a nosotros (IX, 220. 312): «El solamente pide que le demos el corazón, solamente espera nuestro amor a él y a nuestro prójimo» (X, 44). «Lo único que se necesita es la disposición del corazón, el olvido de las vanidades pasadas, una viva comprensión del amor que Dios nos ha demostrado en este sacramento y una correspondencia de amor por nuestra parte» (X, 40; IX, 39).
6. Como la Virgen María
En dos sermones sobre la comunión, san Vicente propone a la Santísima Virgen como modelo de preparación: «llena de gracia, vacía de pecado, enriquecida de piedad y alejada de todos los malos afectos» (X, 39. 43). Y en la exhortación al Hermano moribundo, después de haberle hablado del amor de Dios creativo hasta el infinito en la Eucaristía, le hace la pregunta:»Mo le gustaría haberle amado durante toda su vida como la Santísima Virgen?» (XI, 66).
C. La Eucaristía, sacramento-presencia
San Vicente vive profundamente la presencia de Cristo el Señor en el sacramento de la Eucaristía, vive todos los actos de su vida en la pre sencia de Dios y de Jesús. Esta presencia del Señor se le hace más viva y palpable en el Santísimo Sacramento. Esta característica de su espiritualidad trata de trasmitiría a sus hijos e hijas y a todo el que entra en el circulo de su influencia. La actualiza con las visitas al Santísimo. El Santísimo es el «amo de la casa» y hay que visitarlo al salir y al entrar, y pedirle la gracia de hacer todo según su espíritu y actitudes (XI, 251). «Mirad, mis queridas Hermanas,… no debéis salir nunca de casa sin baberos puesto antes de rodillas en la capilla, y allí rebajaras ante nuestro Señor, adorarle y pedirle la gracia de hacer bien la obra que vais a hacer: «Señor, voy a servir a los pobres; te ruego que me concedas la gracia de hacerlo con el espíritu con que quieres que lo haga y como tú lo hiciste»; pues él sirvió y visitó a los enfermos» (IX, 1152).
Entre los Misioneros y en las Hijas de la Caridad se establece la costumbre de ir a visitar al Santísimo durante los viajes en las iglesias por donde se pasaba, o al menos saludarlo y adorarlo desde lejos (IX, 812. 1092. 1152). Ante el Santísimo hay que ir para conocer lo que Dios pide de nosotros, para contarle nuestras penas, para adorarle y darle gracias, especialmente en los momentos importantes de nuestra vida. Él así lo practica: «Hace cinco o seis meses que recibí los paquetes de cartas suyas y hace poco he recibido otra suya… Leí esos paquetes de rodillas, en presencia del Santísimo Sacramento y pedía Dios que me diera la gracia de reconocer si las cosas que Vd. me decía venían de él y, si así fuera, la fuerza para abrazarlas» (III, 152). «Cuando nos den algún cargo, si vemos que tenemos alguna indisposición para poder ejercerlo, acudir a los pies de nuestro señor en el Santísimo Sacramento para pedirle la gracia de que nos dé a conocer si hemos de proponérsela al Superior; y después que nos haya dado a conocer que es su voluntad que se la propongamos, hacerlo y cumplir luego con lo que el Superior nos ordene» (XI, 362). «Cuando os digan alguna frase que apenas se puede tolerar, no tenéis que responder, sino elevar el corazón a Dios para pedirle la gracia de sufrir aquello por su amor, e ir delante del Santísimo Sacramento para contarle vuestras penas al Señor» (IX, 797). Es lo que siempre hizo santa Catalina Labouré, cumpliendo así, de otra parte, el consejo de la Santísima Virgen en la aparición del 18 de julio de 1930 (R. Laurentin: Vie authentique de Catherine Labouré, Paris 1980, p 85).
IV. Reflexiones finales
Para san Vicente, la Eucaristía y los pobres son los dos grandes tesoros de la Iglesia. Si se estudia la doctrina y la teología actuales sobre la Eucaristía, especialmente a partir del Vaticano II, se comprobará cómo lo que san Vicente pensó y sobre todo vivió, encaja perfectamente con esa doctrina y teología. Por ejemplo:
1. De todo el magisterio y doctrina actuales «emergen con especial fuerza los siguientes aspectos: el misterio eucarístico es a) sacrificio-sacramento-comunión, b) acto de Cristo y de la Iglesia, c) centro de la vida eclesial, d) sacramento de la presencia sustancial de Cristo y e) realidad sagrada, digna de ser adorada fuera de la Misa, de la que procede y hacia la que se orienta» (Iniciación a la Liturgia, o. c. 283).
2. La Eucaristía «pan» de vida
En los relatos evangélicos se ve la relación de la Eucaristía con la multiplicación de los panes y se pone de manifiesto claramente que es la ternura de Cristo para con los pobres y destituidos la que da amplia dimensión al mensaje eucarístico.
Pablo VI en su discurso al Congreso Eucarístico de Bolsena, Italia, el 8 de agosto de 1976, subraya dos puntos de la teología eucarística:12. «El primer punto es el del hambre y sed, exigencia continua, múltiple, ineludible, que entra en la definición del hombre. El hombre es un ser que tiene hambre y sed…; el hombre es un ser viviente necesitado de pan». 2° «Es él, Cristo, quien no ya bajo las especies de pan y de vino, sino bajo las de todo ser humano sufriente y necesitado, desvelará en el último día, el del juicio final, que cuantas veces hayamos socorrido a alguno, le hemos socorrido a él…».
Conclusión: «Así, pues, la Eucaristía se convierte para nosotros no sólo en comida para nuestras almas, para cada una de nuestras comunidades cristianas; sino en estímulo de caridad en favor de los hermanos de toda especie que tienen necesidad de ayuda, de comprensión, de solidaridad, infundiendo así en la acción del bien social una energía, un idealismo, una esperanza que, mientras Cristo esté con nosotros con su Eucaristía, no se apagarán jamás». (Citado en Tre sfide al prete liberatore, p. 91).
Esto nos lleva a tres caminos que habría que recorrer simultáneamente:
- Promover el trabajo, una mayor producción, una mejor administración y una más solidaria distribución.
- La Eucaristía ha de abrir el corazón y las manos de los ricos en bienes materiales para que practiquen la justicia social y la solidaridad.
- Que los pobres y necesitados sean los privilegiados en todos los aspectos y niveles.
3. La Eucaristía diviniza y al divinizar humaniza, llena al hombre de la ternura, de la misericordia, de la solidaridad de Cristo. San Vicente apelará siempre a la misericordia de Cristo de la que hay que estar lleno. Por eso conviene examinarse con frecuencia para ver si nuestros afanes de promoción por el pan, la libertad, la dignidad de nuestros hermanos los pobres y oprimidos nacen de la ternura de Cristo, un Cristo que es comida y bebida en la Eucaristía, o provienen simplemente de una inquietud personal, muchas veces resentida.
4. A ejemplo de san Vicente, la persona, el grupo, la comunidad cristiana que vivan con autenticidad la Eucaristía tienen que proyectarse en el amor y en la justicia social y solidaridad. El Sínodo Mundial de 1974 hizo notar que una Eucaristía que se celebra dejando en el mundo las mismas injusticias sociales, económicas, políticas, sería una Eucaristía «ineficiente». Naturalmente todo esto es posible sólo mediante el dinamismo que Cristo Resucitado nos comunica en el sacramento. Sólo así «la gracia sacramental» puede y debe «liberar al hombre de sus egoísmos personales y sociales, y promover entre los hombres condiciones tales de justicia, que sean signo de la caridad de Cristo presente entre nosotros» (Sínodo Mundial-1974, parte II, n2 7).
En el nº 27 del Acuerdo Ecuménico de septiembre de 1971, entre anglicanos y católicos, se dice:»La celebración de la Eucaristía, fracción de un pan necesario para la vida, incita a no consentir la condición de hombres privados de pan, de justicia y de paz».
La Eucaristía es un encuentro con Cristo y con los hermanos en el mundo de hoy: un encuentro que no se circunscribe al domingo y al lugar de culto, sino que se extiende a toda la vida en su infinita gama de manifestaciones: espiritual, social, económica, política. Sólo así, la celebración de la Eucaristía es fuente, cima y centro de toda la actividad eclesial y de la entera vida cristiana, como indica el Vaticano II.
Bibliografía
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