El Vicariato Apostólico de Abisinia

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la MisiónLeave a Comment

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Author: Desconocido .
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Nuestro muy honorable Padre, en su circular de 1.° de Enero de 1895 , dirigida a los Misioneros, les enteró de la modificación que ha tenido nuestra Misión de Abisinia en estos términos:

«No ignoráis, señores y carísimos Hermanos míos, las medidas que el Sumo Pontífice ha creído conveniente tomar con respecto a nuestra Misión de Abisinia. Toda la parte situada en la zona italiana queda erigida en prefectura apos­tólica y confiada a los Rdos. Padres capuchinos de la pro­vincia de Roma. Sin embargo, se nos conserva el vicariato apostólico de Abisinia. La sede del vicariato se fijará más tarde».

La transformación anunciada en esas líneas del señor Superior general se ha ejecutado en parte. Era el resultado de una medida a la cual la Sagrada Congregación de la Pro­paganda suele acomodarse, y que consiste en encomendar los países de Misión que están ocupados por una nación europea a Misioneros de la misma nacionalidad. He aquí algunos pormenores por vía de noticia.

Se lee en el África italiana (número del 15 de Diciembre de 1894) una correspondencia fechada en Kéren ,10 de Diciembre, de la cual extraemos algunos trozos:

«En la tarde del 9 de Diciembre el P. Miguel de Carbo­nara, Superior de los capuchinos, tomó posesión de la pre­fectura de la Eritrea en presencia del Gobernador y de loa oficiales. A la hora decimaquinta (las tres de la tarde) la iglesia de la Misión estaba llena. El P. Coulbeaux iba de­lante del Gobernador y lo introdujo en el templo; a la de­recha estaban los capuchinos italianos, a la izquierda los lazaristas franceses. Después de una oración, se leyeron en latín dos decretos de 13 de Septiembre y de 1.° de Octubre: el primero instituía la prefectura apostólica de la Eritrea, el segundo la confiaba a los capuchinos de la provincia de Roma y designaba al P. Miguel Carbonara como Prefecto apostólico.

«Entonces el P. Coulbeaux, lazarista, volviéndose hacia el pueblo, tradujo en tigrigné (lengua vulgar del Tigre) los dos decretos. Uno de los Padres capuchinos dirigió un dis­curso a los que asistían.

El Prefecto apostólico tomó en seguida la palabra, do­lido a los lazaristas: «A ellos—dijo—es debida la gloria haber abierto y allanado el camino en esta Misión; a nosotros incumbe el deber de emplear nuestras fuerzas sobre el camino que está ya abierto».

Los Misioneros lazaristas acogieron a los Rdos. Padres capuchinos con toda la deferencia debida a la autoridad que enviaba; les ofrecieron hospedaje en su residencia de en, y pusieron luego a su disposición la mitad de su propia habitación, de lo cual los religiosos les manifestaron repetidas veces cuán satisfechos estaban.

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En aquella época fue cuando, obedeciendo a una contraseña, la prensa judía y oficiosa de Italia comenzó una campaña de imputaciones calumniosas contra los Misioneros franceses; todo al parecer con la mira de preparar la medida proyectada de su expulsión de la colonia italiana. Ninguna de aquellas acusaciones estaba acompañada de pruebas, como se vio obligado a confesarlo uno de los periódicos más fogosos, el diario La Tribuna; pero aquello importaba poco para el fin que se pretendía. Debemos hacer constar que los diarios más apreciables de Italia como L’ Os­servatore Romano, la Voce della Verita y, en particular, la Palia Reale, expresaron sus sentimientos de reprobación ha­cia aquel modo de proceder.

Nos con tentaremos con poner a la vista de nuestros lec­tores el juicio sobre la obra de los Misioneros franceses y de las Hijas de la Caridad en Abisinia, dada en la época de la información oficial italiana (1891) por un periódico, que no es .sospechoso de complacencias con respecto a Francia y a los intereses católicos, el Popolo Romano. Dimos noticia de aquella apreciación a los lectores de los ANALES cuando se dió a luz, y entonces citamos largos extractos. He aquí de nuevo algunos fragmentos:

«Era natural que, deseoso de estudiar el problema del establecimiento de las escuelas en la colonia, conociese antes todas las casas de educación ya fundadas.

» La Misión francesa está aquí, sin disputa, en primera línea, pues es la más antigua institución de propaganda re­ligiosa y civil implantada en Abisinia y en las costas del mar Rojo. Ayer por la mañana toqué a la puerta de la pia­dosa habitación, pidiendo se me permitiese la entrada. Fui recibido cortésmente y pude dedicarme a mi gusto a un exa­men minucioso.

La Misión pertenece a la Congregación fundada por San Vicente de Paúl, cuyo centro está en París. Dicha Misión penetró, hace casi medio siglo, en Abisinia, y fundó allí un vicariato apostólico, cuyo centro está en Kéren. Cosa curiosa y digna de notarse: aquella Misión, tan francesa por su origen, tiene muy altas y muy nobles tradiciones italianas. El Ilmo. Sr. de Jacobis, verdadero fundador del primer establecimiento de la Misión, ha dejado en toda la Abisinia venerable y santa memoria. Por él la Congregación ha adquirido el gran ascendiente que ejerce sobre los indígenas. El entusiasmo que excita todavía su nombre es tal, que sólo la pretensión de llevarse su cuerpo, que descansa en una mo­da sepultura, ha sido suficiente para que el pueblo pusie­se el grito en las nubes. Sólo otro hombre ha tenido una inIluencia semejante: el Ilmo. Sr. Massaia.

Los medios de que la Misión dispone son considerables,  y le dan un gran poder moral. Está sabiamente organizada y dirigida con un tacto exquisito. Empecé mi visita por la Iglesia y por la casa de los Misioneros de Ras Medur. Las Hermanas tienen un establecimiento particular en el centro de Massaoueh. La iglesia, situada, como he dicho, al extre­mo de Ras Medur, es rústica y muy sencilla, fabricada con piedra blanca, con una pequeña cúpula oriental, sobre la cual hay colocada una cruz de hierro. Su ornamentación es de poca importancia. Está servida por dos Padres lazaristas ita­lianos y otro indígena. La predicación sobre el santo Evan­gelio se hace en lengua italiana.

Cerca de la iglesia está situada la habitación de los Misioneros y la escuela. El local es pequeño y bien ventilado. Los alumnos, todos jóvenes, en número de cincuenta, per­ecen a todas las razas de la costa y del interior.

La escuela es pobre y desprovista de material, pues sus enseres se reducen a una colección de cuadros y una pizarra. A más de la instrucción religiosa, se da a los muchachos lección de francés y de italiano, que aprenden bien y con faci­lidad. Leen y hablan nuestra lengua con bastante claridad y soltura. En suma, se trata de una instrucción rudimentaria, y yo tuve el gusto de observar lo bien que los muchachos recibían en la escuela la influencia de nuestra nacio­nalidad.

Lo que sobre todo me hizo una impresión profunda e inolvidable fue el Asilo de huérfanos de las Hijas de la Cari­dad. El P. Giannone tuvo la bondad de presentarme a la Superiora, la que, con exquisita urbanidad, me permitió que visitase su establecimiento. La Hermana Superiora, francesa ­que bajo la blanca toca de Hija de la Caridad ha conservado los modales y la distinción de la más culta sociedad, me dijo en francés: «Perdóneme, señor, si no hablo el idio­ma de Ud., el cual es suave y armonioso como vuestro her­moso país; pero no estoy versada en él; no faltarán aquí «algunas de su país».

«Me presentó, efectivamente, a las Hermanas, entre las cuales se halla una piamontesa y otra napolitana, Sor Vola­ro, nieta del diputado del mismo nombre, la que me hizo el honor de enseñarme la escuela.

El local es muy bonito, limpio, bien ventilado y con buena luz. En muy pocas de nuestras escuelas elementales se ve semejante espíritu de orden, de buena educación y de silenciosa tranquilidad. El número de las jóvenes europeas, divididas en dos clases, es el de veinte. Las italianas son las más numerosas. El método de enseñanza elemental es con­forme al programa oficial. Se habla en italiano, y además se enseña también el francés. Asistí a varios ejercicios de lectu­ra, quedando convencido, no solamente del talento de la maestra, sino también del verdadero valor de su método. Los cuadernos se llevan con mucho orden. Tuve el gusto de leer en un cartel que indicaba la tarea del día una deliciosa poe­sía de Prati, alusiva al pendón nacional. No puede aquí sos­pecharse alguna superchería, puesto que mi visita no había sido anunciada. Insisto sobre esas particularidades, porque tienen una grande significación: se trata de un instituto fran­cés de propaganda, tenido como sospechoso de hostilidad nacional.

Luego visité el obrador, en el cual estaban trabajando todas las niñas huérfanas indígenas, que eran unas cuaren­ta. Allí admiré el milagro de paciencia y de maternal afecto de aquella Hermana rodeada de una aureola de luz y de ca­ridad cristiana. Examiné las obras ejecutadas con toda per­fección; blanquería común, elegante y sólida, piezas traba­jadas con gusto artístico. Al pensar en aquellas pobres niñas venidas no sé de dónde, pertenecientes a una raza para la cual  la mujer es nada, comprendí el valor de aquella civilización santa y pura, y experimenté en mí un sentimiento de veneración religiosa hacia aquellas mujeres humildes y modestas que abandonan su patria, sus más nobles afecciones, para consagrarse con sencillez al divino ejercicio del bien. Todo eso es elevado, grande, aun a los ojos de un escéptico.

Poco diré del dormitorio: sencillez, extrema limpieza, reunión de condiciones higiénicas. En la cocina todo brilla y está colocado en su lugar; en el lavadero, en la despensa, en todas partes se observa el mismo orden, el mismo cuida­do, la misma idea de bienestar. Aquello no es un estable­cimiento, es un pequeño mundo, en el cual por primera vez respiré un aire vivificante de progreso y de novedad eu­ropea.

Hay además en el establecimiento una farmacia y un modesto laboratorio. La farmacia está regentada por una Hermana francesa, de una experiencia consumada junto con una notable vigilancia. Hasta estos últimos tiempos, todas las mañanas, la farmacia estaba abierta al público y la mana propinaba los remedios gratuitamente, curaba las enfermedades comunes del cutis, como las llagas, que po­nen peligro la vida de tan gran número de negros, y era junto la providencia de los miserables. El mes pasado, el Gobernador, con una orden imprevista, hizo cerrar la botica y prohibió que la Hermana se dedicase a aquel oficio de mé­dico voluntario de los pobres, el cual había ejercido con tanto amor. ¿Qué mal hacía aquella Hermana en curar a los desgraciados cubiertos de llagas? ¡Me responden que las leyes se oponían a ello!

Antes de retirarme, la Superiora quiso también ense­ñarme la pequeña capilla del piadoso Instituto. Cuando entré  vi a la luz clara que se difundía en el espacio de la capi­lla a una joven Hermana indígena que estaba en oración con la cabeza inclinada, engolfada, fervorosa y recogida en adoración.

En el fondo estaba sobre el altar una Virgen del Rosa­rio, con un semblante modestamente alegre, entre hermosas flores y ricos candelabros de plata. Una sencillez serena, una calma superior y mística penetraba el corazón de suave melancolía. A esa capilla, toda blanca, embalsamada con el perfume del incienso ofrecido a la Virgen clemente, sobre las gradas del altar, vienen aquellas Hermanas a implorar fuerza y valor para el cumplimiento de su divina misión. Para ellas no hay recompensa terrena: su recompensa es el agradecimiento de los buenos, de los desgraciados y de los curados y la protección del cielo.

Las Hijas de la Caridad, particularmente, merecen que el Gobierno, prescindiendo de otra consideración política, las proteja y las ayude. Sería inoportuno y peligroso el cor­tar de golpe las relaciones que tenemos con ellas y el rehusar sus buenos servicios.

La jurisdicción espiritual pertenece a la misión france­sa, y ésta, tanto en Kéren como en Akrour, hace muchos pro­sélitos. El terreno es favorable. Gran parte de los Bogos, el Dembesan y casi todos los Okulay-Gouzay, son católicos.

Por lo demás, no puede negarse que la Misión francesa tenga grandes méritos. La razón de su prestigio y de su autoridad, se halla en los beneficios de toda clase que pro­diga por todas partes. Está sabiamente organizada y dirigida con una prudencia y delicadeza extraordinarias. Durante aquel duro período de violenta tirantez entre Francia e Ita­lia, cuando las relaciones entre nuestros hermanos eran tan poco cordiales, la Misión de Abisinia, que jamás ha negado que era francesa, se mantuvo siempre en un notable equilibrio».

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Esas apreciaciones iban acompañadas de insinuaciones poco benévolas, y como se ha visto, iban a parar en que sería inoportuno y peligroso romper de golpe. Ya se sabe lo que desde entonces se ha hecho poco a poco.

He aquí algunos pormenores sobre los últimos acontecimientos:

«En el discurso del año último se puso pleito a la Misión sobre el valor de los títulos de sus propiedades. La Misión perdió el proceso, y sus bienes fueron declarados co bienes nacionales «.

«El 20 de Enero, el Gobierno italiano registró todas las , asas de los Misioneros. En Massaouah, por cinco horas en­teras estuvieron abriendo armarios y revisando todos los pa­peles».

Después de todo, en ningún lugar hallaron cosa alguna que comprometiese. Tampoco el decreto de expulsión intimado el 22 de Enero citaba ningún hecho; sólo decía que los Padres Lazaristas debían salir lo más tarde el 4 de Febrero

Las Hijas de la Caridad no podían quedarse, como lo mostró la experiencia. Los Misioneros y las Hermanas que residían en Massauoah se embarcaron el 30 de Enero con el correo directo de Alejandría; los Misioneros y las Hermanas de Kéren se embarcaron el 4 de Febrero por la vía de Aden.

Algunos días después, L’Osservatore Romano publicaba las líneas siguientes: «Una familia de una populosa ciudad de Italia, que te­nía una hija entre las Hermanas de la Misión francesa de Keren, recibió una carta fechada en Aden, en la cual la Hermana refería la manera brutal conque los Misioneros y las Hermanas fueron expulsados de la Eritrea.

Mientras los niños de la Misión lloraban por la salida de Religiosas, el populacho, pagado por los sectarios italianos silbaba a las Hermanas y se explayaba en burlas dirigidas a los niños, lo que daba lugar a una escena verdadera­mente bárbara.

La Hermana califica de mentiras todas las acusaciones dirigidas contra los lazaristas: y, en efecto, nadie hasta el presente ha sabido decir de qué se trataba. Añade la misma que los Padres lazaristas se portaron de un modo admirable en el momento de ceder sus empleos y derechos a los Padres capuchinos que venían a sustituirlos.

Ya es tiempo de poner fin a esta campaña sectaria con­tra los dignos Padres lazaristas, sacando a luz las intrigas de los anticlericales».

La Italia Reale publicó la carta verdaderamente tierna de aquella Hija de la Caridad.

Las almas apostólicas no pierden la paz por esos ataques pasajeros: Dios y aun los hombres saben que pueblos ente­ros han recibido por medio de los Misioneros la luz de la verdadera fe y han empezado a disfrutar de los beneficios de la civilización cristiana. Los obreros de Dios, después de ha­ber hecho su obra en un punto de la tierra, irán a otra parte para empezar de nuevo a evangelizar y a consolar las almas: esa es su sola empresa, y para llevarla a cabo jamás se des­animan, porque no esperan otra recompensa fuera de la que Dios les ha de, dar.

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La Sagrada Congregación de la Propaganda, en su re­unión del 4 de Febrero de 1895, decidió el proponer al Padre Santo al Sr. Jougla ( Silvano Esteban ), sacerdote de la Misión, para Vicario apostólico de la Abisinia, cuya propues­ta aprobó Su Santidad el 9 de Febrero.

El Sr. Jougla nació en la diócesis de Carcasona (Fran­cia) en 1854; fue recibido en la Congregación de la Misión en el año de 1876. Hace quince años que está en la Misión de Abisinia, y, por consiguiente, conoce las costumbres y la lengua de aquel país.

Tomado de Anales Españoles, Tomo III. Año 1895

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