El valor del catecismo en san Vicente de Paúl (I)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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Ante el presente tema, me viene a la mente el dicho caste­llano de que únicamente nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. ¿Por qué me viene este refrán a la memoria? ¿Por qué comienzo con él? Porque, si uno contempla con inte­rés los derroteros que han llevado en los diversos tiempos a una preocupación por la catequesis o catecismo, descubre que des­pués de algunos momentos turbulentos o después de algún acontecimiento de cierta trascendencia la Iglesia oficial ha sen­tido una especie de fiebre o interés máximo por la catequesis, por la enseñanza del catecismo. Podemos deducirlo si estudia­mos con cierto detalle lo que aconteció tras la Reforma protes­tante y el Concilio de Trento para comprender mejor el tiempo y la obra de Vicente de Paúl y, en nuestro tiempo, el Concilio Vaticano II.

Vicente de Paúl proclama que el fruto que se realiza en las misiones se debe, fundamentalmente, al catecismo. Y no es esto solamente. Insiste en que hay que darlo en las misiones, en cómo hay que enseñarlo, cómo deben prepararse para enseñarlo bien, cuáles son los objetivos del mismo, qué métodos son los más apropiados, etc. De todo ello hablaremos en el transcurso de nuestra comunicación.

Después de descubrir el interés y la preocupación que Vicen­te de Paúl tiene por el catecismo, intentaremos conocer algunos rasgos al respecto, al menos, en su tiempo. Pero, nosotros tendríamos que dar un salto más, y nos deberíamos situar en nues­tro tiempo, en las exigencias que dimanan al respecto desde el Concilio Vaticano II, pero es algo que ahora nos desborda y no podremos tratarlo.

Antes de entrar en el cuerpo de la materia, —Vicente de Paúl y la enseñanza del catecismo, pienso que es conveniente y necesario presentar algunas acotaciones sobre la acción catequética de la Iglesia a lo largo de su ya veterana historia.

  1. CATEQUESIS, CATECUMENADO Y CATECISMO EN LA IGLESIA

Si algún neófito en materia de Historia de la Iglesia o de Historia de la catequesis y del catecismo se acercara por pri­mera vez a los siglos XVI y XVII o a los escritos de Vicente de Paúl, terminaría por pensar que la enseñanza del catecismo y la actividad catequética comenzaron en dichos siglos. Y, aunque la visión primera fuera muy real, no dejaría de ser un craso error. La catequesis, o la enseñanza del catecismo, no vieron la luz ni con la Reforma protestante ni con el Concilio de Trento. Es cierto que la proliferación de manuales sobre catecismo y el interés por marcar una impronta en la enseñan­za del mismo fueron, en dicha época, inmensos, impresionan­tes, sorprendentes. Podríamos decir, entonces, que el bosque le habría impedido contemplar el verdadero árbol de la enseñan­za de la fe.

La preocupación por la enseñanza catequética y el interés por instruir en un mejor y mayor conocimiento de la doctrina cristia­na surge ya con los primeros escritos del Nuevo Testamento y se consolida en los siglos II y III de nuestra era.

En dichos siglos dará comienzo la institución del catecumenado. En ese catecumenado existía una catequesis de iniciación sacramental o bautismal y otra postsacramental o mistagógica, para los neófitos. En concreto, las grandes obras catequéticas de los siglos III y IV ilustran abundantemente dicha catequesis’. Y, desde sus orígenes, la catequesis conservó la forma de la ense­ñanza oral y, por su parte, el catecumenado adoptó formas fijas, tales como enseñanza para principiantes, para competentes y para los illuminati. Sus contenidos se referían tanto a la doctri­na o artículos del Credo como a la conducta cristiana, principal­mente los mandamientos. La catequesis y el catecumenado esta­ban tan relacionados entre sí que la desaparición del uno llevará consigo la desaparición del otro. Y, de hecho, así sucedió: «la catequesis se pierde cuando en los siglos VIII-X deja de existir la institución del catecumenado y, con ello, una forma primitiva de enseñanza cristiana». Más tarde, en la edad media, ya no se hablará de catequesis o de catecumenado, sino de catecismo. Los rudimentos de la fe serán transmitidos, en sus casas, por los padres y los padrinos de los niños bautizados. En principio, no existirá una institución especializada en catequizar a los niños o a los adultos. La Iglesia dará por supuesto que la sociedad está ya suficientemente cristianizada, y lo cifrará todo en el ejercicio de la liturgia sacramental. En ese es ambiente litúrgico se forma­rá al cristiano en cuanto tal hasta que, ya en época moderna, toda la Iglesia y sus instituciones se vean convulsionadas por la apa­rición del protestantismo.

Así pues, será en la edad moderna cuando se descubra de nuevo la necesidad de una institución destinada exclusivamente a la enseñanza fundamental de la fe. Pero ahora no se dedica­rá, principalmente, a adultos convertidos sino a personas ya bautizadas en su infancia». Entonces a dicha enseñanza ya no se le denominará catequesis, ni al proceso se le designará catecumenado, sino que lo uno y lo otro, sin distinción, recibirá el nombre de catecismo. Se servirán de la terminología aparecida en la edad media; y, por esa razón, ese fue el nombre que reci­bió el libro que se utilizaba para impartir la enseñanza de la fe. En 1529, Lutero publicará su «Catecismo». Y, a partir de enton­ces, se multiplicarán los catecismos, tanto en el sector reforma­do como en el católico. De entre éstos últimos hacemos men­ción del catecismo de Canisio, en 1556; del catecismo de Belarmino, en 1558; y del catecismo propio del Concilio de Trento, en 1566.

VICENTE DE PAÚL Y EL CATECISMO

Vicente de Paúl (1581-1660) fue un hombre de su tiempo. Y se sintió afectado por los problemas de su tiempo. Y buscó res­puestas y soluciones a los problemas de su tiempo. Descubrió la pobreza material y espiritual de sus contemporáneos, y luchó por satisfacer unas necesidades y las otras. Por eso se entregó de lleno a la evangelización de los pobres, a su instrucción, y a su cuidado y a su conveniente y correspondiente alimentación. El tema de la catequesis o del catecismo le afectó de pleno y supo resolverlo convenientemente.

Descubrimos en sus escritos diversos pasajes que nos hablan sobre el catecismo o la enseñanza de la fe. Así, nos encontramos con un sermón sobre el catecismo. Él mismo enseña el catecis­mo a los pobres del Nombre de Jesús. Habla, en una conferen­cia a los misioneros, sobre el deber que tienen todos ellos de catequizar a los pobres y a otras personas. En bastantes de sus cartas y otros documentos manifiesta una gran preocupación sobre la relación que debe haber, en las misiones, entre «sermo­nes y catecismo grande o pequeño catecismo. A su vez, hace que en la casa de los misioneros de San Lázaro o en la de las Hijas de la Caridad se realicen prácticas sobre el modo de dar el catecismo en las misiones, cómo enseñarlo, qué método seguir”. Hace referencia al libro de los catecismos, o al catecismo de Belarmino, o al catecismo sobre la gracia. Podemos incluir, todavía, otras dos citas más al respecto. En una, hablando a las Hijas de la Caridad, les recuerda que tienen la misión de enseñar a bien vivir a los enfermos y a los niños. En la otra habla a los misioneros en una repetición de oración el día de la fiesta de la Santísima Trinidad, y les recuerda que tienen la obligación de enseñar dicho misterio a los pobres, a los que no lo conocen para que puedan alcanzar la salvación. De todo esto pretendemos hablar a continuación. Pretendemos llegar a conocer mejor el pensamiento y el proyecto de Vicente de Paúl sobre el Catecis­mo. Pues, dicho proyecto, forma parte de su idea originaria sobre la Misión y la Caridad.

corporal y la espiritual, esto es, decirles para su instrucción alguna buena pala­bra de vuestra oración… para inducirles a que cumplan con sus deberes cristia­nos y a practicar la paciencia. Dios os ha reservado para esto… Vuestra Com­pañía, mis queridas hermanas, tiene también la finalidad de instruir a los niños en las escuelas en el temor y amor de Dios…».

22 Cf. SVP, XI, 104-105. Repetición de la oración del 23 de mayo de 1655 sobre la Fiesta de la Santísima Trinidad. Y les decía a los misioneros: «Pues bien, si es así [enseñanza de san Agustín y de santo Tomás de Aquino], juzgad, padres y hermanos míos, cuánta importancia tiene que enseñemos estos miste­rios a quienes los ignoran. Estamos obligados a ello como cristianos…, como sacerdotes…, y como misioneros. […] Hemos de procurar enseñar a todo el mundo este misterio. […] Nuestras pobres hermanas de la caridad hacen esto con mucha gracia y bendición en las aldeas en que están. Una señora me dijo, estos últimos días, que me rogaba le enviase una Hija de la Caridad, especial­mente para instruir a los pobres en este misterio, necesario para la salvación, dando algunas clases, ya que la mayor parte de esas pobres gentes no van a las predicaciones, ni a los catecismos, y así ignoran ordinariamente este misterio. Vean, padres, todo esto. Así es como Dios obra cuando los que deben enseñar no enseñan: los sustituye por otros, para que lo hagan, incluso de sexo diferen­te. […] Así pues, desearía: 1° que todos tengamos mucha devoción a esta fies­ta y deseemos enseñar este misterio; 2° que tomemos la resolución de no encontrarnos nunca con un pobre, sin enseñarle las cosas necesarias para su sal­vación, si creemos que no las sabe; 3° que pidamos perdón a Dios por la negli­gencia que hemos tenido en observar esto hasta el presente, y que nos humille­mos mucho por ello ante Dios».

CEME

Santiago Barquín

 

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