Educar en la sociedad de hoy, según el espíritu de Vicente de Paúl

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

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Author: José María Ibáñez Burgos, C.M. · Year of first publication: 1986 · Source: XIII Semana de Estudios Vicencianos, Salamanca.
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1. Introducción

l que juega con la educación, juega con la sociedad. No se puede jugar con la educación como objeto de intereses políti­cos, religiosos o económicos. Ni se la puede tampoco instru­mentalizar. Y ello porque la meta o misión de la educación no se puede reducir al neutralismo ideológico ni al educacionismo dirigido. La libertad democrática se hace en cada individuo, en la capacitación de un sentido crítico y de sus facultades para el ejercicio de la libertad, informándose seriamente sobre el mun­do en el que ha de moverse. El problema de la educación hay que iluminarlo desde dentro, y no sólo desde posicionamientos sociales, religiosos o políticos externos.

La educación es el desarrollo de lo humano en los hombres y la promoción de todas las virtualidades perfectivas que subyacen en el transfondo de su ser. Llegar a ser lo que somos: he aquí la gran divisa de toda tarea educadora. Y si admitimos el pensamiento de Pascal: «el hombre sobrepasa infinitamente al hombre», la tarea educativa se cifra en proponer y abrir a todo hombre a conocer y amar a Dios. Nadie está obligado a creer en Dios, pero, al mismo tiempo, a nadie se le deben ocultar las consecuencias de no admitir la hipótesis de Dios.

No basta, pues, hablar de educación. Es preciso referirse a la orientación que hay que imprimir a la tarea educativa. Porque el hombre sólo puede llegar a ser lo que es, cuando realiza su existencia de conformidad con el mundo de valores en el que vive inmerso.1 Sin un sentido profundo de los valores y de su jerarquía, no se educa para la responsabilidad y la libertad, para ejercer una conciencia crítica en una sociedad plural.

Educación y humanismo son hoy conceptos equivalentes. Ambos expresan un. estado de perfeccionamiento y plenitud del ser humano. La actividad educativa es edificación de lo humano en los hombres, y la educación realizada se identifica con el humanismo conseguido. La educación es, con todo rigor, promoción y desarrollo del ser humano, que viene al mundo inacabado e imperfecto, y debe conseguir acabamiento y plenitud. El auténtico humanismo, como la educación, sabe que la fecundidad humana discurre por los canales del conoci­miento, del amor y del servicio.

El hombre encuentra en la realidad socio-cultural el mate­rial para su conocimiento y el lugar para su libre actividad. Pero el hombre no se detiene ente el conocimiento. Se apresu­ra, por el contrario, a resolverlo en conducta y trabajo. Trabajo y conducta constituyen el proceso del hombre hacia las cosas, hacia la comunidad de los hombres y hacia los valores del espíritu. Ello significa que hay que educar desde la vida, en la vida y para la vida. El antiguo aforismo: «primero vivir, después filosofar», ha sido sustituido desde hace años por «vivir y reflexionar al mismo tiempo». Educar, no es repetir siempre las mismas cosas, ni solamente transmitir «un saber»; es analizar la realidad viva y cambiante tanto del hecho social como religioso, reflexionar sobre sus contenidos para que el «discurso» no se vacíe de sentido y de objeto. Sólo así el que escucha este «discurso» se sentirá estimulado y se despertará en él el interés que brota en todo hombre, cuando algo le enseña de veras a vivir.

La educación en la fe, a base de decir algo real (—que de alguna manera se pueda percibir por la fe y entender con la inteligencia—) sobre la relación individual y del colectivo humano con Dios como la vivió Jesús, puede expresar algo verdadero y serio sobre la conducta humana individual y colectiva. Por eso educar en la fe, es ponerse uno —y ayudar a ponerse a los demás— a pensar con lucidez y pasión desde el entorno de la fe, cómo construir el reino de Dios en la tierra desde su propia capacidad de Dios y desde su manera de concebir el avance —en justicia y amor— de la historia común. Y ello porque los cristianos, como los demás grupos sociales, tienen que entenderse con la sociedad, ejercer en ella su misión, dentro del marco común para todas las confesiones religiosas y de los demás grupos sociales y culturales.

Vicente de Paúl, un hombre de otro tiempo, de otra socie­dad en la que se vivió social, política y religiosamente sin poder prever el largo proceso de secularizaciones, democracias, plu­ralismos ¿puede ser inspirador de una doctrina y de una práctica en la sociedad de hoy?

Para responder, señalemos rápidamente que el valor de una enseñanza no se mide por lo que concentra o guarda, sino por lo que evoca e interroga. Semejante afirmación nos ayuda­rá a desenmascarar dos tentaciones permanentes: una nos llevaría a rechazar radicalmente la enseñanza vicenciana por estimarla superada; la otra, no menos insidiosa y destructora a pesar de las apariencias contrarias, nos conduciría a reducir esta enseñanza a una regresión contante, empeñada en repro­ducir literalmente el decir y el hacer de este genio organizador e inventivo. La copia, la reverencia restarían abertura a nuestra sociedad. Pero no se puede olvidar que la fidelidad es una creatividad continua y la memoria es subversiva. Por ahí hay que encaminar la inspiración del pensamiento y de la vida vicen­cianos.

Añadamos que, para descubrir y precisar el sentido y el contenido de la doctrina y de la práctica de Vicente de Paúl, se requiere introducirse en el dinamismo de su espíritu, llegar al centro de su doctrina. Esta doctrina se articula de manera viva en torno a una idea maestra: Jesucristo que se encarna en la historia para realizar la voluntad de Dios, que es una voluntad de servicio a los hombres y principalmente a los más pobres de estos hombres. Para comprenderlo, y estar más cerca de él, sería necesario entrar en el movimiento que orienta su vida.

2. Vicente de Paúl, un educador-guía

La vida, pensamiento y obra de Vicente de Paúl atraen, ayer como hoy, la atención y suscitan la admiración de histo­riadores, sociólogos y espirituales. Ello se debe a que este hombre arriesgado, hasta llegar a comprometer su pensamiento en la acción, es, ante todo, testigo de una fe y de una experien­cia: la de caminar en presencia del «Dios vivo y verdadero», del Dios que muestra su preferencia por los pobres, del Dios de Jesucristo. De ese Jesús de Nazaret que tiene la pasión por el Reino, la pasión por los pobres, la pasión por el pueblo dolorido y oprimido. Y que Vicente de Paúl, a causa de hacer de estas pasiones la vida de su vida, a imitación y en el «espíritu» del «Salvador de los hombres», su fe y su experiencia le conducen a ser un creyente profundamente enraizado en el mundo vivo de su tiempo con sus intrigas político-religiosas, sus rebeliones populares, sus guerras, su hambre, sus fiebres, sus desgarra­duras y también con los rasgos de su rostro humano. 325 años después de su muerte, sus discípulos y no discípulos, piensan, y no se equivocan, que pueden aprender algo de quien fue un constructor de hombres y un estratega de acción. Saben que Vicente de Paúl sigue siendo una presencia inspiradora, una mediación querida por Dios, para asociar a los hombres a una nueva forma de vivir el evangelio en la Iglesia y en la sociedad. Olvidar o abandonar la fe y la experiencia de este cristiano lúcido y comprometido, empobrecería nuestra existencia hu­mana. Esta fe y esta experiencia nos impiden instalarnos en una moral puramente racional y apaciblemente consumista: primero yo, después Dios, en tercer lugar, y muy ocasional­mente, los otros, finalmente, y rarísima vez, los pobres. En oposición a esta pseudo-sabiduría, Vicente de Paúl nos declara y nos muestra que la unión con Dios es el único medio de hacer nuestro ser coherente. Sólo hay unión entre los hombres, cuando es engendrada y conservada por la unión con Dios por Jesucristo: «Debemos desprendernos de todo aquello que no es Dios, para unirnos al prójimo por caridad y así unirnos a Dios por Jesucristo».2 La unidad es un don de Dios mucho más que obra real de los hombres.

1. Claves interpretativas de la enseñanza de Vicente de Paúl

La letra de la enseñanza de Vicente de Paúl queda atrás, está superada en parte. Pero su espíritu sigue perfectamente vigente; desafiándonos, y sin posibles aplazamientos. Los dis­cípulos y continuadores de Vicente de Paúl tenemos que abrir muchas ventanas y puertas todavía, para ventilar el recinto cerrado de nuestro capillismo. Es preciso que tomemos con­ciencia de la obligación que tenemos de transmitir el espíritu de Vicente de Paúl, centrado en Cristo evangelizador de los pobres, al resto de la Iglesia y a los hombres solidarios con sus hermanos desfavorecidos. Hoy, como ayer, hay que ofrecer a grupos cristianos una experiencia y una reflexión junto al mundo de los pobres. Experiencia y reflexión que les ayudarán a vivir en la Iglesia la opción primordial por los pobres, como punto referencial clave del evangelio, tal y como lo entiende Vicente de Paúl.

a) Pensamiento y práctica se desarrollan en interacción recíproca

Señalemos un peligro constante y atenazador para quien busca la originalidad de la vida, de la acción de Vicente de Paúl: pasearse en la galería de las imágenes y no querer entrar en su experiencia humano-cristiana y en su evolución doctri­nal. Semejante peligro haría correr el riesgo de olvidar lo que él juzgaba ser lo mejor de él mismo: el origen y el término de la estrategia dinámica de su acción, o sea, el fondo de su alma. Su acción es sólo una «expresión inacabada de su espíritu». En el espíritu de Vicente, vida, pensamiento y acción se unen y se identifican. Por eso es imposible abordarle al margen de las coordenadas socio-culturales de su época. Imposible también hacerlo al margen de la circunstancia socio-religiosa en la que su existencia tiene lugar. Su vida y su pensamiento son un forcejeo constante por asimilar una realidad que le viene dada y por responder, desde su receptividad abierta y acogedora del entorno, a los problemas que la misma historia le depara. No es posible interpretar el acontecimiento Vicente de Paúl, sin conocer la arqueología de la historia.3 Olvidarlo, sería desco­nocer que Vicente de Paúl pertenece a ese género de hombres cuya vida y pensamiento se desarrollan en interacción recíproca. El dato de lo vivido, la circunstancia que lo ocasiona, la experiencia que engendra y prolonga se convierten en fuente fecunda de reflexión y ésta de comportamiento práctico. Por ello su vida se constituye en pauta hermenéutica de su pensa­miento y su doctrina es la formulación de su fe y de su experiencia. En esta fe y en esta experiencia integra lo que ve y oye, lo que detecta o sospecha, es decir, el mundo político, social, económico, religioso en el que se desarrolla su existen­cia. Se requiere, en consecuencia, esclarecer el pensamiento y la praxis de Vicente de Paúl a través de su fe y de su experiencia evolutivas en su caminar hacia Dios y hacia los pobres; a través de su receptividad o disponibilidad constantemente renovadas ante la siempre igual y cambiante historia de la salvación. Y ello porque está atento y se preocupa de la instauración de una nueva era histórica, configurada por el dificil equilibrio europeo, la influencia creciente de la econo­mía y del comercio en la política.4

b) Incremento de la formación por la observación y la experiencia

El incremento de la formación le viene a Vicente de Paúl de la observación y de la experiencia, mucho más que de unos principios abstractos.5 El ve más profundamente y más rápidamente que los maestros espirituales de su tiempo. Es su arte y su gracia. Vislumbra y tiene en cuenta los cambios que se están produciendo en la gestión financiera, en la política y en la organización de las instituciones civiles y eclesiásticas. Todo ello le permite ampliar el campo de su conciencia, descubrir la continuidad de la acción de Dios en el mundo y crear nuevos apóstoles, capaces de llevar a cabo una empresa compleja y multiforme. Vicente de Paúl fue un hombre de la «Epoca moderna» no sólo porque vivió de 1581 a 1660, también y sobre todo, porque apeló continuamente a su experiencia.

c) Originalidad de las directrices de Vicente de Paúl

Para comprender con exactitud la originalidad de las direc­trices vicencianas, hay que conjugar e interpretar las palabras de Vicente de Paúl según la acción y la situación a las que hacen referencia y a las que deben hacer frente tanto él como sus interlocutores y corresponsales. Lo contrario sería reducir a una abstracción, a una ideología su pensamiento.

La enseñanza de Vicente de Paúl se centra en detectar el nexo íntimo entre miseria material y miseria espiritual, a fin de mostrar con insistencia la relación entre las miserias del hom­bre y la no realización del designio amoroso de Dios en favor de los hombres, principalmente de los pobres. Para realizar este plan de Dios, insiste una y otra vez en que es necesario darse a Dios, acudir a él.6 Al mismo tiempo lanza un llama­miento a ricos y pobres, Papa, obispos, sacerdotes y religiosos, hombres y mujeres, campesinos, burgueses y nobles. Todos tienen cabida y nadie es excluido. Si todos deben darse a Dios para mejor conocer y realizar ese plan de Dios, nadie puede renunciar a la propia responsabilidad.7

No hay, pues, por qué extrañarse de que su moral y su política se arraiguen en Jesucristo, enviado por el Padre para cumplir su voluntad, que es una voluntad de servicio a los hombres. Voluntad que Cristo realiza presentándose ante el mundo como el evangelizador de los pobres.8

d) Una formación permanente para secundar el amor de Dios en el mundo

No se puede olvidar que este creyente, convertido de la «pequeña periferia» de sus intereses a la aventura evangélica de Jesucristo, es a la vez un místico de la acción y uno de los hombres mejor informados de su tiempo. Por eso lenguaje y práctica son en él la mejor traducción de lo cotidiano.

Lo que él pretende, a través de su enseñanza, es secundar la revelación del amor que Dios ha depositado en nosotros y que nos hace vivir.9 Todo lo demás es para él un «divertimiento» pascaliano del espíritu. El fin preciso de toda educación es para Vicente de Paúl dedicarse al prójimo para ayudarle a vivir en la dignidad humana de hijo de Dios.

La verdadera educación, nos muestra Vicente de Paúl, consiste en que educadores y educandos se encuentran en búsqueda para discernir y realizar el designio amoroso de Dios en favor de los hombres. Consiste en ayudar a ser fiel a Jesucristo y a su evangelio de una manera nueva, siempre modificable, ya que la vida se transforma continuamente y el mundo cambia. Más que a aprender muchas cosas, más que a dar principios y reglas, la enseñanza de Vicente de Paúl invita a iniciarse en actitudes profundas, en una mentalidad, en una manera de vivir. Intenta evitar que los cristianos se atrincheren en sus posiciones, incapaces de adaptarse a la historia cam­biante.10

Ello significa que la formación cristiana se tiene que dar no sólo en la edad infantil y juvenil, también durante toda la edad adulta y sin interrupción. De lo contrario la fe de los cristianos marchará siempre alejada de la evolución del mundo.11 Todos somos perpetuamente «educandos». Convencernos de eso, equivale a afirmar que la educación en la fe sirve para algo concreto: para vivir mejor y más profundamente con los demás hombres, para servir a todos.

Estas claves de interpretación nos ayudarán a descifrar, a conocer más exacta y profundamente el espíritu de la enseñan­za de Vicente de Paúl y hacerla más eficaz en la sociedad de hoy.

3. Educar en la sociedad hoy, según el espíritu de san Vicente de Paúl

Si los adultos llegásemos a dejarnos educar de verdad e incesantemente por las personas, los acontecimientos y las necesidades; si estuviésemos siempre dispuestos a aprender y a hacer nuevos hallazgos, entonces la formación que queremos llevar a los demás, especialmente a los jóvenes, «pasaría» mucho mejor. En toda edad se debería recibir una educación, adquirir algo nuevo, dejarse instruir por los otros, ser capaz de cambiar. La manera de aproximarse a lo humano y a lo divino y de hablar de ello, cambia evidentemente con las épocas, con la manera de pensar y de vivir.

Señalemos algunos campos en los que la doctrina y la práctica de Vicente de Paúl tienen una incidencia en la Socie­dad y en la Iglesia de hoy.

1. Educar comprometiendo el pensamiento en la acción e integrando fe y vida

Cristianos y no cristianos reivindican hoy, más que en otros tiempos, comprometer el pensamiento en la acción. Y ello porque la doctrina tiene que esclarecer la situación de alienación en que se encuentran los hombres. Y la acción debe ser la expresión viva de esa doctrina que orienta la vida de los que actúan de esa manera.

Se ha escrito que «el hombre que actúa, y no el que piensa, es el que resulta más persuasivo para los demás». Para noso­tros el hombre más convincente, más persuasivo para los demás, es el que compromete su pensamiento en la acción y no «el que actúa sobre el que piensa». Si es más humano el riesgo de «vivir» que el de «pensar», mucho mayor es todavía el riesgo del que vive encarnando su pensamiento. Vicente de Paúl pertenece a este género de hombres.

En una sociedad en la que nuestros contemporáneos des­confían de las solemnes lecciones magistrales, pero se rinden ante las grandes convicciones existenciales, y la evidencia de la acción y de la coherencia les arrastra, Vicente de Paúl nos indica y nos muestra todavía hoy que es vano e inútil todo pensamiento que no se torna en acción.12

Si de la sociedad pasamos a la Iglesia y utilizamos los términos de la pastoral cristiana, tenemos que afirmar que la razón de ser y el objeto fundamental de dicha pastoral lo constituye la integración entre la fe y la vida. Reflexionar sobre esta integración equivale a valorar, aceptar y vivir la vida cotidiana dentro del proyecto salvador de Dios, que es Jesu­cristo. Y ello porque la existencia cristiana es el descubrimien­to y la vivencia de la salvación en Cristo dentro de la vida cotidiana.

La relación existente entre la salvación en su último mo­mento y la realidad de hoy, la explica Pablo VI cuando escribe: «Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre».13 Esta afirma­ción nos obliga a superar reduccionismos tanto en la educa­ción en la fe como en la acción pastoral y a precisar la relación entre la dimensión última de la salvación cristiana y sus anticipaciones y concreciones históricas, «aquí y ahora».

La dimensión última de la salvación consiste en la realiza­ción de la comunión definitiva con Dios. Esto implica la liberación del pecado y la entrada en comunión con Dios. Significa y contiene la realización total del proyecto de Dios sobre el hombre y para el hombre: la oferta de comunión y de entrar a formar parte de la familia de Dios con el título de hijos. Este nivel de salvación acontece en la vida cotidiana; pero su plenitud está en el futuro del Reino.

Las anticipaciones y concreciones históricas de la salvación están constituidas por todas las «salvaciones parciales», que hacen referencia a las muchas maneras de vivir la existencia humana. De hecho se concretan en dos formas típicas: la liberación estructural y la concienciación personal.

La primera hace referencia al ámbito social y político y tiende a la liberación colectiva de todas las formas históricas de opresión e injusticia.

La segunda se refiere al ámbito estrictamente personal y consiste en dar a cada persona la posibilidad de ser constructo­res y responsables de su propio destino.

La tensión existente entre los diversos niveles de la salva­ción, entre lo provisional y lo definitivo, no se puede resolver escogiendo «lo uno o lo otro», porque tal elección significaría la destrucción de la salvación misma. No se trata, por lo tanto, de decidir qué es preferible, sino de aceptar con honradez y sinceridad la tensión que implica la salvación, tal como Dios la ha establecido, y la respuesta que este mismo Dios requiere del hombre para que éste llegue a alcanzarla. El hombre que Cristo salva, a quien establece en unión con Dios, y la historia en la que se construye el Reino, tienen claras connotaciones colectivas, estructurales y personales.

Situar el problema de la salvación en su radicalidad, equi­vale a precisar la relación entre fe y vida cotidiana. Fe y existencia son realidades inseparablemente unidas, que se re­claman recíprocamente para que ambas puedan ser verdadera­mente auténticas. La experiencia cotidiana es el lugar donde acontece la salvación cristiana. Más aún: la experiencia coti­diana es el lugar privilegiado de nuestra respuesta a Dios que nos habla, el lugar concreto donde se realiza nuestro encuentro con él. La escena del juicio universal, tal como está descrita en el evangelio de Mateo —y que tan profundamente marcó a Vicente de Paúl—, declara que el lugar concreto de la respues­ta de fe y amor a Dios, que se ha manifestado en Cristo, es la dedicación al hermano necesitado a través de nuestro encuen­tro de amor en su misma situación concreta.

En las experiencias cotidianas construimos, o no, la liber­tad, la fraternidad, la justicia… Todo esto es, sin duda, materia del Reino, verdadero «cuerpo de la historia humana», que llega a ser en Cristo historia de la salvación, después de ser liberado de toda la ambigüedad histórica que contiene. La integración fe-vida es la relación profunda entre salvación y vida cotidiana, entre fe y existencia diaria. Esta integración es una tarea educativa, cuyo objetivo es estructurar unitariamente a la persona, en la que «existir como hombre» haga referencia a Jesucristo y a su mensaje, vivido y testificado en la Iglesia y en la sociedad. Y esto no como algo impuesto desde el exterior a la persona, sino como exigencia y respuesta unidas a la misma vida.

Si no pretendemos con todas nuestras fuerzas la integra­ción entre la fe y la vida ¿qué otro sentido puede tener tanto la educación en la fe como la pastoral de jóvenes? Desde este nivel de integración entre la fe y vida, la fe pide a la vida que sea vivida y la vida a la fe que sea creída.

Vicente de Paúl nos recuerda que nada hay más importante que una verdadera experiencia de Dios, pero ésta no se alcanza únicamente por los caminos de la oración, confiesa él con la misma insistencia. En la manera que Vicente de Paúl tiene de vivir la fe, adquiere una potenciación y una significación fuerte el encuentro existencial con Dios, es decir, un encuentro con el Señor por medio y a través de la existencia misma. Una «existencia para los demás» vivida en plena coherencia con el evangelio y compartida con los pobres en el servicio y en la donación personal. La experiencia de Dios, vivida por Vicente de Paúl, termina en compromiso social. De ahí que la integra­ción entre fe y vida, en su dimensión económica, social, políti­ca, ocupe un lugar destacado en la enseñanza vicenciana. Olvidar esta experiencia de Dios, sería impedirnos descubrir la inspiración que mueve desde el interior, y la perspectiva, que orienta desde el exterior la fe y la experiencia de Vicente de Paúl; sería incapacitarse para comprender su originalidad y su novedad en la Iglesia y en la sociedad de hoy.

La experiencia de Vicente de Paúl constata y su doctrina verifica que la fe es una manera de existir en Dios, en el hombre, en el mundo. Para caminar hacia Dios, no se trata para él de abandonar el mundo, sino, por el contrario, de asumir su responsabilidad. Vicente nos revela a través de la vivencia de su fe, una exigencia de la vida misionera y cristia­na: la decisión inquebrantable de jamás abandonar el mundo. Todo descubrimiento de Dios es para él una exigencia de su acción en el mundo; todo encuentro con los hombres es para él una nueva búsqueda de Dios. El resultado duradero de esta actitud es mostrar que se requiere un esfuerzo permanente para integrar en la fe las dimensiones históricas, sociales. En razón de esta convicción, Vicente no desvaroliza, como subal­ternos, los problemas de esta vida y los combates de esta historia.14 Por el contrario cobra conciencia de que en y a través de ellos está en proceso el plan de Dios, se ve compro­metido el sentido del hombre, está en litigio la dignidad del pobre.

2. Educar en la lectura creyente del acontecer histórico

La lectura creyente del acontecer histórico es una tarea ardua y se presenta, ayer como hoy, como campo de contro­versia. De ahí que no se pueda hablar del tema con ingenuidad y sin solidez. Pero tampoco está permitido, si se desea ver claro el panorama y los detalles, abordarlo con reticencias, con el freno de mano puesto. Y ello porque esta lectura equivale a descubrir el querer de Dios inscrito en los acontecimientos, a discernir la voluntad divina escrita, tal vez en filigrana, en la ambigüedad de la historia. Para leer a Dios en la vida cotidia­na, es preciso mezclar la misma dosis de prudencia que de intrepidez, exigidas por la fe que se prolonga en la caridad y se abre a la esperanza.

a) Jesús lee la presencia y el querer de Dios en la historia

Jesús y el evangelio son una buena referencia para obtener la solidez y la claridad deseadas en la lectura creyente del acontecer histórico. Las noticias de eventos catastróficos, que algunos de sus contemporáneos cuentan a Jesús (cf. Lc 13, 1-5; J 9, 1-3), le proporcionan la posibilidad de aplicar su famosa doctrina de los signos de los tiempos (cf. Lc 12, 54-57). Los datos aportados en las narraciones de Lucas y de Juan y el tipo de lectura que el mismo Jesús hace de ellos, nos llevan a afirmar: Es menester interpretar los hechos históricos a la luz de la fe, tomándolos como índices de lo que Dios quiere, a fin de que podamos discernir por nosotros mismos y, de este modo, orientarnos en la ambigüedad del mundo. Esta es la lectura que se desprende del famoso pasaje de los signos de los tiempos para poder llegar al verdadero discernimiento: «Y ¿cómo vosotros mismos no juzgáis o discernís lo que es justo» en la ambigüedad del mundo? (Lc 12, 57).

En el evangelio, Jesús nos invita a situarnos en los diversos niveles que ofrece la lectura de la presencia de Dios en nuestra vida y en nuestra historia: el nivel de conversión, que exige al hombre una opción y una acción éticas. Opción y acción que no sólo equivalen a manifestar lo que Dios quiere de nosotros en tal momento crítico, sino a comprometernos en cualquiera de las encrucijadas donde se juega el ser y el porvenir del hombre. Más aún: equivale a declarar y a prometer que Dios juega en este momento decisivo a favor del pobre, del margina­do. Por eso el que lee a Dios en la historia asume la ética desde la ternura de Dios y aporta esperanza trascendente y liberación concreta a aquellos «elegidos» de Dios, que son ciertamente los pobres, marginados u oprimidos, los desechados del mun­do. El mundo conoce la salvación de Dios, cuando Alguien evita que se pierdan aquellos a quienes el mundo margina u oprime. El que hace la lectura creyente del acontecer histórico no sólo descifra sino que realiza el querer de Dios para los hombres a través de los más pobres de estos hombres. Y ello porque la gracia de Dios se hace universal —para todos los hombres— a partir de lo débil y lo maltrecho del mundo. El nivel de la contemplación (ver y discernir) que requiere del hombre estar atento a la revelación gratuita de Dios que perdona, ama, transforma, libera y salva en la trama ambigua y en el acontecer próspero o adverso del mundo. Se requiere señalar finalmente, que este Dios se manifiesta como el «to­talmente otro», el que transciende al mundo —no hace nú­mero con nosotros— pero que está inmanente en el mundo —cercano e íntimo a nosotros— ya que Dios, infinitamente distinto de nosotros, no necesita estar lejor de nosotros para ser él mismo.

b) El Concilio Vaticano II invita a leer los tiempos como signos de la presencia o de los planes de Dios

El Concilio Vaticano II, haciéndose eco de esta realidad evangélica y del mundo de hoy, afirma: «El pueblo de Dios movido por la fe que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimiento, exigencias y deseos de los cuales partici­pa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios» (Gaudium et Spes, 11).

El Concilio aborda el tema de la lectura del acontecer histórico, entendiéndolo como una serie de signos de la presen­cia, de la llamada y de la acción de Dios que conduce a los hombres a alcanzar la madurez cristiana. Uno de los factores, que ayudará a conseguir esta madurez, será la capacidad de los exigentes para leer en los acontecimientos prósperos o adver­sos de la vida cuál es la voluntad de Dios: «A los sacerdotes, en cuanto educadores de la fe, atañe procurar por sí mismos o por otros, que cada uno de los fieles sea llevado en el Espíritu santo a cultivar su propia vocación, de conformidad con el evange­lio, a una caridad sincera y activa y a la libertad con que Cristo nos liberó. De poco aprovecharán las ceremonias por brillan­tes que fueran, ni las asociaciones, aunque florecientes, si no se ordenan a educar a los hombres para que alcancen la madurez cristiana. Para promoverla, les serán una ayuda los presbíte­ros, a fin de que en los acontecimientos mismos, grandes o pequeños, puedan ver claramente qué pida la situación misma y cuál sea la voluntad de Dios» (Presbyterium Ordinis, 6, 3).

La aportación del Vaticano II al tema de la lectura teológi­ca de los tiempos como signos es doble:

  1. En las exigencias y esperanzas del acontecer histórico hay signos de la presencia de Dios o de sus designios. Es preciso contemplar (ver, discernir) estos signos. Esta afirmación supo­ne abordar la realidad —en su misma estructura— de manera sacramental: el acontecer histórico aparece «grávido» por la presencia actuante de Dios (cf. Presbyterium Ordinis, 11), que ama y salva. Esta concepción permite al Concilio acuñar en Gaudium et Spes este lema propio de quien ha adquirido la sabiduría: «Imbuido por ella, el hombre se encamina por medio de lo visible hacia lo invisible» (Gaudium et Spes, 15, 2).
  2. A este nivel contemplativo (ver, analizar, discernir) añade el Concilio un nivel operativo: la presencia activa de Dios nos sobrepasa como una gracia envolvente y dinamiza­dora. Por ello se requiere buscar la parte que tiene el hombre como colaborador del plan de Dios, ya que la actividad de los hombres creyentes contribuye también a edificar el signo «grá­vido» de Dios en la historia: «las victorias del hombre son signos de la grandeza de Dios y consecuencias de su inefable designio» (Gaudium et Spes, 34, 3).

c) Vicente de Paúl discierne los acontecimientos y necesidades de su tiempo para encontrar en ellos signos del designio amoroso de Dios.

Vicente de Paúl en esta misma perspectiva, pero en otro registro de expresión, nos declara y nos muestra que su apertu­ra y fidelidad a la voluntad de Dios, cuya acción está señalada con un realismo concreto, existencial, no son, en realidad, más que índices de su preocupación por descubrir a Dios en la historia concreta que le tocó vivir; por detectar cómo está Dios en los acontecimientos, a qué tipo de respuesta creyente le convoca desde ahí; cómo responder al Dios fiel, sorprendente y comprometido en la historia. Señalemos los criterios que Vicen­te de Paúl utiliza para hacer la lectura creyente de los hechos:

1.° Ajustémonos al juicio que Dios hace de las cosas

A diferencia de sus contemporáneos Vicente de Paúl está convencido de que el Padre de Jesucristo no es un Dios extraño, lejano, apático, a lo que sucede en el mundo, sino un Dios «patético», es decir, presente, comprometido, afectado por la situación de aquellos que son su gloria: los hombres y principalmente los pobres. Para Vicente de Paúl Dios estaba presente, en la historia desgarrada de su tiempo y de su país, bajo la forma de crítica o de juicio, llamando a la conversión: sufriendo sus desgarraduras —guerra, violencia, inseguridad, paro, represión—; bajo la forma de signo o de gracia, convo­cando a la esperanza: gozando en sus boquetes de luz. Invitan­do a todos, en definitiva, a comprometerse, a afrontar y a superar tenaz e inteligentemente todos los «cainismos», todas las separaciones y los aislamientos que impiden a los hombres «acceder a la existencia». Por eso, para él, acontecimientos, necesidades y personas son los signos más indiscutibles de la voluntad de Dios. En esta perspectiva que podría originar una teología del acontecimiento —una lectura creyente de los he­chos— Vicente de Paúl pulveriza todo síntoma del llamado horizontalismo y evita todo riesgo de ceder a un humanismo sin Dios. Para él la historia del mundo, es decir, los tiempos como signos, es «reveladora» del designio de Dios (cf. Rom 8, 28-29).

De ahí que la existencia de Vicente de Paúl esté orientada por el deseo de transformar su vida, de modelar su espíritu según la recomendación de san Pablo: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que procuréis conocer cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto» (Rom 12, 2; cf. Ef 2, 23). Y así poder juzgar y discernir por sí mismo lo que es justo (cf. Lc 12, 57). Esta voluntad de Dios, según explica el mismo san Pablo, ha sido revelada en el misterio de Jesús: Jesucristo es la prueba suprema para conocer hasta dónde llega la fidelidad amorosa de Dios en la historia. Jesucristo es el paso decisivo de la novedad de Dios, el signo eficaz de su amor comprometido en la historia (cf. Ef 2, 15-16; 3, 3-10; Rom 16, 25-26; 1 Cor 2, 7-10; Col 2, 2-3). Este deseo, que atraviesa la vida y anima al espíritu de Vicente de Paúl, le impulsa a «someterse perfectamente a las órdenes de la provi­dencia».15 De esa manera no sólo busca «atraer a Dios a él»,16 a ese Dios que, según la expresión vicenciana, «nos lleva de la mano»17 y «se sirve de nosotros para realizar las cosas que le son agradables»,18 sino también hace de la vivencia y de la doctrina de la voluntad de Dios el centro iluminador de donde arrancan los rayos que «iluminan y animan»19 su doctrina y su acción: «Ajustémonos al juicio que Dios hace de las cosas… Ajustemos nuestro juicio, como nuestro Señor, al juicio de Dios, que se nos da a conocer a través de la Escritura. Enton­ces, in nomine Domini, se puede formar un juicio de acuerdo con el sentido más conforme al espíritu del evangelio».20 Es ahí donde debemos buscarle para encontrarle en búsqueda del «buen agrado de Dios» y de «su mayor gloria».21 El deseo de descubrir y de realizar la voluntad divina —la lectura creyente del acontecer histórico— le «llevan ante todo a buscar la gloria (de Dios), su reino y su justicia»,22 a «buscar el honor y el buen agrado de nuestro Señor»,23 a hacerse «agradable al Padre y útil a su Iglesia»,24 a «revestirse del espíritu de Cristo»25 y a continuar la misión de este Cristo, evangelizador de los po­bres.26

2.° Discernir la realidad para «ver las cosas como son en Dios y obrar como él quiere»

Discernir, significa analizar y juzgar los motivos, los fines y los medios de la acción en la que el hombre ejercita su inteli­gencia, su juicio y su libertad. En el lenguaje de la fe cristiana, discernir significa qué desea Dios de nosotros y en qué direc­ción nos indica que caminemos. Es el camino de toda sabiduría cristiana.27 El fundamento de esta búsqueda, de este discerni­miento, de esta lectura del acontecer histórico, es el esquema de un desprendimiento y se apoya en un postulado de la fe cristiana: identificarse con el querer de Dios y así discernir y realizar la voluntad divina.

Vicente de Paúl teme hasta la ansiedad «hacer sus nego­cios» en lugar de hacer «los asuntos de Dios»,28 y desconfía hasta la extrema severidad de llegar a desplazar, a sustituir la voluntad de Dios por la suya propia.29 Sólo se encuentra, cuando acompasa todos sus pasos al ritmo de las «máximas evangélicas» y se introduce en el movimiento del espíritu de Cristo.30 Sólo se calma, cuando pesa todas sus «acciones en la balanza del santuario» y verifica todos sus pasos.31 Lo que él pretende cada día, en defmitiva, es descubrir y vivir en las condiciones inciertas de la historia una exigencia evangélica. Pero «el espíritu del evangelio, para Vicente de Paúl, es un espíritu de obediencia a la voluntad de Dios»32 y la vida de Cristo «no fue más que un tejido de obediencia»33 a la volun­tad del Padre. En el obrar cristiano, la regla, que esclarece, verifica y vivifica, es la persona de Cristo.34 Semejante actitud de abertura le hace estar disponible antes de imponer sus planes. En su búsqueda y en su acción Vicente de Paúl perma­nece fiel al movimiento que orienta su vida y le impide ence­rrarse violenta, contestataria o revolucionariamente en sí mis­mo. Sabe por fe y por experiencia que a Dios se le busca, se le encuentra, incluso y sobre todo, en el diario palpitar de la vida. Está convencido de que la voluntad de Dios se descubre progresivamente en el tiempo, en la continuidad y en la nove­dad, a quienes «están abiertos a las intervenciones las más extrañas y las menos esperadas de Dios».35 En razón de la preocupación mayor de su existencia —identificarse cada día más con el querer divino— Vicente de Paúl, una vez que llega a descubrir a través del acontecer fáctico la voluntad de Dios, se entrega totalmente a Dios y se anonada ante él para secundar lo más exacta, perfecta y admirablemente posible los planes de Dios.

Todo ello significa que para poder realizar la lectura cre­yente de los hechos, se requiere poner en juego toda la persona, a fin de llegar a identificarse cada día más con el designio Amoroso de Dios expresado bajo los acontecimientos próspe­ros o adversos. Para conseguirlo, Vicente de Paúl, se introduce en el movimiento del «espíritu de Dios», en el dinamismo del «espíritu de Cristo».36

Al mismo tiempo permanece sumamente atento a la reali­dad, que se le impone, y despliega el dinamismo de un triple movimiento: ora, reflexiona, consulta a las personas más competentes.37 Este triple movimiento le impide encerrarse agresi­vamente en sí mismo y le crea el clima en el que, no «respiran­do más que Dios»,38 no «aspira más que a Dios»,39 es decir a «buscar y realizar el reino de Dios y su justicia»40 en el acontecer de la vida.

Todo esto implica identificarse cada vez más con el querer de Dios, no de manera pasajera o intermitente sino continua y habitualmente. Las acciones concretas, expresiones de esta identificación con el designio divino, adquieren relevancia y valor en tanto y cuanto están realizadas por quienes efectiva­mente están sometidos a la voluntad de Dios y animados por su espíritu,41 pero en lo concreto, por la acción: «Ruego a nuestro Señor… que le conceda la gracia de ver las cosas como son en Dios y no como aparecen fuera de él. Porque de otro modo podríamos equivocarnos y obrar de manera distinta de la que él quiere».42 Esta regla de ver las cosas como son en Dios incluye por parte del hombre la constatación de la realidad concreta, su dependencia experimental con relación a ella, y su fidelidad al designio divino, expresado en ella.

La primera y gran preocupación de Vicente —y la de sus continuadores y discípulos— será encarnar en toda acción un movimiento hacia Dios. Sólo así se podrá evitar el temor de encontrarse a sí mismo. Por ello se requieren identificarse cada vez más con lo que Dios quiere y buscar primera, segunda y definitivamente el «reino de Dios y su justicia».43 La articulación viva que Vicente de Paúl establece entre voluntad de Dios44 y reino de Dios,45 entre lectura creyente de los hechos y realización del designio amoroso de Dios en el acontecer de la vida, es una de las características propias y originales de la espiritualidad vicenciana. La juntura que realiza con precisión y dinamismo esta articulación, es la acción. Por eso cuando en una conferencia se hace objetar: «Pero, Padre, hay tantas cosas que hacer, tantas tareas en la casa, tantas ocupaciones en la ciudad, en el campo; trabajo por todas partes, ¿habrá que dejarlo todo para no buscar más que a Dios?», responde: «No, pero hay que santificar esas ocupaciones buscando a Dios en ellas y realizarlas para encontrarle en ellas, más que para verlas hechas».46 Esta fórmula lapidaria es la consigna de un místico de la acción. Vicente encuentra a Dios y se une a él en la acción exterior, porque no tiene más que un «mismo querer y no querer con él».47 Y quienes «están unidos a su querer y no querer permanecen en comunión continua con Dios».48

3.° La necesidad y los acontecimientos son los signos más indiscutibles de la voluntad de Dios

Si hay que escuchar a Dios y obedecerle «pronta, total, continua y amorosamente», no se puede olvidar que Dios se expresa a través de diversos registros de expresión. Pascal declara admirablemente: «Si, de su mano, Dios nos diera maestros, ¡oh, cómo habría que obedecerles de todo corazón! La necesidad y los acontecimientos lo son infaliblemente».49 Para Vicente de Paúl, que profesa la «devoción de seguir a la providencia de Dios paso a paso»50 y cifra en ello «la verdade­ra sabiduría»,51 la necesidad y los acontecimientos son «evan­gelio» y «profecía». Si nos situamos en la perspectiva de Vicente y adoptamos su ángulo de visión, descubriremos que Dios se manifesta a través de las necesidades, producidas por los acontecimientos y las personas: la miseria material y la miseria espiritual que pululaban por las calles de la ciudad, se albergaban en los pueblos y recorrían los caminos en la prime­ra mitad del «Falso Gran siglo».52

Los acontecimientos, no obstante la ambigüedad que los caracteriza,53 son lugares donde Vicente de Paúl llega a discer­nir la presencia y la voluntad de Dios. Para arribar a este discernimiento, primero los acoge, después los analiza con rigor y objetividad, finalmente se compromete activamente en ellos. El dinamismo de este triple movimiento le permite descu­brir en los acontecimientos, en razón de la significación huma­na y evangélica que contienen, los signos del designio amoroso de Dios. Tomar posición ante ellos es para él un modo, entre otros, de anunciar el evangelio, de hacer inteligible la lectura de Dios y, al mismo tiempo, un medio de pensar su fe bajo la urgencia de una situación humana, concreta. Compromiso y reflexión crean en el espíritu (en la fe y experiencia) de Vicente de Paúl una fuerza de renovación extraordinaria, que le lleva a descubrir y a vivir las exigencias del plan de Dios en las condiciones de la historia viva, febril, apasionada, desgarrada de su tiempo. En su acción vive un encuentro con Dios y en su oración alimenta su acción.

Para permanecer fiel a Dios en los acontecimientos, en los cambios, suscitados por ellos, es menester, nos confiesa Vicen­te de Paúl, descubrir las causas que los provocan de dónde provienen, los fines que pretenden a dónde conduceny entrar en ese movimiento. De lo contrario, el hombre no puede comprender la importancia que tienen en su vida, en la vida de los hombres, ni puede responder a las exigencias de Dios trasmitidas en ellos. Dios actúa continuamente en la historia, en la cual se desarrollan los acontecimientos. La lectura de Dios en la historia se traduce, en consecuencia, en fidelidad a ese mismo Dios en la historia. Los acontecimientos —el correr histórico— no tienen sentido independientemente de la «histo­ria de la salvación» que se continúa costantemente en el tiempo, dentro de ese mismo acontecer histórico; independien­temente de la libertad del hombre que se compromete en ella con todas sus consecuencias, con todas sus complejidades, con todas sus ambigüedades, con todos sus riesgos. La voluntad de Dios, para Vicente de Paúl, se descubre progresivamente en el tiempo, en la continuidad y en la novedad de la historia.54 Por eso afirma serenamente: hay que «someterse a Dios en los acontecimientos».55 Este estar atento a esta continuidad y novedad de la historia supone volver al origen del aconteci­miento, entrar en el movimiento de la historia y exige la apertura de todo el ser del hombre. Sin estas condiciones no se puede descubrir y encontrar a Dios en los acontecimientos, ni aprender a ser fieles a Dios en la movilidad. Por eso Vicente de Paúl interpreta los acontecimientos a través de su fe y de su experiencia y de acuerdo con el espíritu del evangelio, con el espíritu de Cristo.

4.° Los pobres y su causa, signos privilegiados de la presen­cia de Dios y del encuentro con él en la historia

La lectura reflexiva y meditada en profundidad del evange­lio de san Lucas hace descubrir a Vicente de Paúl a Cristo pobre, enviado por el Padre para evangelizar a los pobres.56 Este Cristo vicenciano y los pobres de su tiempo impulsan a Vicente de Paúl a plantearse dos cuestiones capitales: ¿Dónde y cómo está Dios en el cotidiano acontecer de la historia? ¿Cómo obrar para identificarse con el querer de Dios y realizar su designio amoroso en beneficio de los hombres y especial­mente de los más pobres de estos hombres?

«La perfección, declara serenamente Vicente de Paúl, no consiste en el éxtasis, sino en cumplir perfectamente la volun­tad de Dios»,57 es decir, en un brazo vigoroso que pone un poco más de justicia y un poco más de amor en el mundo. Por eso «el hombre más perfecto será aquél cuya voluntad está más en conformidad con la voluntad de Dios, de manera que la perfección consiste en unir de tal modo nuestra voluntad con la voluntad de Dios, que la suya y la nuestra no tengan, hablando con propiedad, más que un mismo querer y no querer. Y quien sobresalga en este punto será más perfecto».58 Para llegar a esta unidad de voluntades, el hombre debe hacer suyo el deseo de Jesucristo: «Nuestro Señor desea que haga­mos siempre y en todas las cosas la voluntad de Dios… con la mayor perfección posible».59 El mismo «nos dio ejemplo, El, que sólo vino a la tierra para cumplir la voluntad de Dios, su Padre, realizando la obra de nuestra salvación. Su agrado era hacer la voluntad de su Padre».60 La conclusión se desprende y el deseo genuino de Vicente se manifiesta: «Si queremos, podemos hacer siempre la voluntad del Padre. ¡Oh, qué dicha, qué dicha, el hacer siempre y en todas las cosas la voluntad de Dios! ¿No es hacer lo que vino a hacer en la tierra el Hijo de Dios?… El Hijo de Dios vino para evangelizar a los pobres; nosotros, padres, ¿no somos enviados para hacer lo mismo? Sí, los misioneros son enviados para evangelizar a los pobres. ¡Oh, qué felicidad! hacer en la tierra lo mismo que hizo nuestro Señor».61 Todo esto significa, en la perspectiva y en la opción de Vicente de Paúl, que la realización de la voluntad de Dios por parte de Jesús y por parte nuestra, se concreta en beneficio de los pobres y en la defensa de su causa.

¿Dónde está Dios en el cotidiano acontecer de la historia? Fundamentalmente en el rostro de los pobres: «Una Hija de la Caridad irá a servir a los pobres diez veces al día y servirá a Jesucristo en ellos, encontrará a Dios en ellos y esto es tan cierto como que estamos aquí».62 «No hemos de considerar a los pobres según su aspecto exterior», sino que hemos de mirarlos «a la luz de la fe» y entonces nos aparecerán como imágenes de Jesús, «que quiso ser pobre y que nos es represen­tado por los pobres».63 Dios está en los pobres, en los désfavo­recidos. Los pobres son, en consecuencia, el lugar privilegiado del encuentro con Dios. Pero este Dios está igualmente con todos los que hacen suya la causa de los pobres, con todos los que le sirven «con alegría, coraje, constancia y amor»,64 hasta llegar a compartir solidariamente con ellos su dolor, su desam­paro, su marginación.

¿Cómo está Dios en los pobres? Haciendo misteriosamente suyo el servicio, el compartir solidario de los que trabajan con los desheredados de la tierra para hacerles salir de la miseria que degrada al hombre y le convierte en marginado de la sociedad.65

¿Cómo obrar para identificarse con el querer de Dios y realizar su designio amoroso en beneficio de los hombres y principalmente de los más pobres de estos hombres? «Hacien­do efectivo el evangelio»66 en medio de ellos, es decir, buscan­do y costruyendo «el reino de Dios y su justicia» en favor de los pobres y su causa. Entonces, quizá sólo entonces, tendremos «un mismo querer y no querer con Dios», «estaremos en comunión continua» con él, descubriremos a Dios en el acon­tecer de la vida.

Vicente de Paúl nos declara y nos muestra que, para poder discernir, comprender y anunciar la presencia y la voluntad de Dios en el acontecer humano, se requiere identificarse con lo que Dios quiere. Y ello porque la lectura creyente de la realidad reclama una capacidad de acogida de lo divino —un consentir a la voluntad de Dios— en la trama ambigua, positiva y negativa a la vez, de la situación que los hombres viven. Esta acogida de lo divino exige analizar, reflexionar, orar a partir de los hechos. Sólo así es posible discernir y comprender estos hechos con sabiduría —con fe y experien­cia—. Es entonces cuando estos hechos llevan a los hombres a creer que bajo el acontecer cambiante, late la presencia íntima y trascendente de Dios.

Se requiere añadir que la lectura creyente del acontecer histórico supone una visión clara de la situación y de lo que ella misma está, pidiendo de parte de Dios, a quien la vive. De ahí que esta lectura creyente incluye una doble percepción de la realidad: una en la que interviene la sensibilidad y la inteli­gencia; y la otra, acorde con la voluntad de Dios subyacente en el acontecer fáctico, en la que interviene la fe. De no ser así caeríamos en excesos «espirituales» o «proféticos» faltos de base. Y ello porque la finalidad de la lectura creyente de los tiempos como signos es la de poder discernir qué pide la situación misma y qué desea Dios de nosotros en la realización de su voluntad. Así llegaremos a respetar la complejidad de lo real y evitaremos sacralizar la ambigüedad del mundo. Más aún, pensaremos que nuestro quehacer tiene que ver con el designio de Dios, con su presencia que ama y atrae, y, evitare­mos caer en la tentación de que nuestra solución humana expresa adecuadamente el querer de Dios. Esta será la mejor manera de exorcizar nuestra propia y nada «santísima» volun­tad y no confundirla nunca con la voluntad de Dios.

3. Educar en política

Se asegura que a la mayoría de los hombres de hoy, a la juventud especialmente,67 no le interesa la política. Esta apa­tía, con toda su carga de desencanto, constituye un reto para pastoralistas y educadores; un reto al que hay que responder con claridad y valentía. Hoy, cuando los cambios sociales son tan rápidos y profundos, cuando en nuestra sociedad crece el desánimo y se conforma con pseudolibertades consumistas, toda acción educativa y pastoral tendrá que pasar por estos cambios, por estos retos, por estos desencantos. Uno de los retos que tiene que asumir el educador en la fe de adultos y de jóvenes, es la educación socio-política y el compromiso políti­co, es decir, el sentido de la opción política del cristiano.

a) Opción política

La opción de la persona manifiesta y expresa su identidad, pero al mismo tiempo, es el resultado del proceso de integra­ción y desarrollo de la persona misma. Identidad y opción se relacionan y esclarecen desde el interior.

En primer lugar, es importante aclarar el término política, a fin de superar los prejuicios de quienes identifican el contenido de esta palabra con demagogia, manipulación, mentira, co­rrupción… Todo esto se da en la política, pero constituye más bien su patología.

La política se puede entender de dos maneras. La primera de ellas es la política que hacen los partidos políticos. De este asunto no habla el evangelio. Es decir, el evangelio no nos dice si es mejor estar en un partido o en otro. Ni tampoco se puede sacar del evangelio una doctrina política en este sentido. Nin­gún partido tiene derecho, en consecuencia, a acaparar el adjetivo de «cristiano». Y ello porque el evangelio no debe ser nunca un instrumento político al servicio de los partidos.

La otra política implica el sentido de todo lo que influye para que en la sociedad haya justicia y libertad. Sin duda ninguna, una dimensión característica de la política es el ejercicio del poder. Se hace política mediante la gestión del poder, elaborando estrategias para conseguirlo o haciendo presión y oposición sobre quienes lo detectan. De ahí que el ejercicio del poder no se pueda concebir como algo abstracto, ni como algo meramente institucional. En las relaciones huma­nas, en la promoción humana de la paz, de la convivencia, de la solidaridad… en todo esto hay una referencia al poder.

Ante todo esto el cristiano no se puede quedar con los brazos cruzados; no puede pretender ser neutral, porque desde el momento que intenta ser neutral, ya se ha metido en política, apoyando con su silencio a quien tiene el poder en su mano. En realidad, la dimensión politica es constitutiva del ser humano e impregna todo hecho humano. Por eso también los problemas políticos le afectan como persona.

Con frecuencia nos quejamos de la sociedad en que vivi­mos. Porque nos resulta una sociedad inhumana, injusta, opresora, indigna del hombre. Pero muchas veces también ocurre que no pasamos más allá de esas quejas. De donde resulta que casi siempre nuestro malestar no sirve para nada y termina produciendo desaliento en nosotros mismos. De esa manera, no sólo no cambiamos la sociedad, sino que además nosotros mismos terminamos con una gran sensación de frus­tración.

Si queremos hacer algo que valga la pena para cambiar esta sociedad, no tenemos más remedio que meternos en política. Sólo con oración, con paciencia y siendo buenas personas no cambia la sociedad en que vivimos. Por eso los cristianos tienen que pasar a la acción. Concretamente a la acción social y política, es decir, al compromiso real y concreto para trasfor­mar la situación injusta, que oprime a los hombres, a fin de que en la sociedad haya más justicia y más libertad de acuerdo con las exigencias del Evangelio.

b) Metas educativas en la opción política

Vivimos en un mundo en el que, con frecuencia, las infor­maciones son manipuladas, precisamente por motivos políti­cos. De ahí la importancia de una información, lo más objetiva posible, que sea capaz de superar el riesgo de la unilateralidad. Todo ello, además de evidenciar la necesidad y la urgencia de una reflexión crítica y de un sentido realista, requiere un conocimiento preciso de las ideologías que inspiran las diversas concepciones políticas, los valores que defienden, los progra­mas socio-económicos que ofrecen, los métodos que emplean para realizarlos.

Educar en la opción política desde las exigencias del evan­gelio, significa ayudar a los cristianos y orientarles a asumir la responsabilidad de la propia conciencia, de modo que su opción sea una opción libre, responsable y coherente con la fe cristiana.68

Los pobres son quienes más sufren las consecuencias de la injusticia y de la opresión. Por eso lo más importante que tiene que hacer el cristiano, es luchar por defender la causa de los pobres. Pero ¿cómo se puede hablar de pobres y defender a los necesitados sin entrar en las leyes que les favorecen o les perjudican, sin conocer y utilizar los cauces legales? Las leyes que favorecen a los pobres o les perjudican se hacen en el Parlamento. Quejarse sin hacer nada, sin comprometerse a favorecer a quienes defienden los intereses de los pobres, y por lo tanto de Dios, es una habitual pero fatal actitud de la mayoría de los cristianos.

Un educador en la fe, que no forme consciente y concienzu­damente en esta dimensión tan capital ¿no se descalifica él mismo para su misión? Para justificar esta carencia de forma­ción, se afirma con frecuencia que al educar en política y para la política se corre el riesgo de que luego se absolutiza la política y después pasa lo que pasa. Esto se podría decir de todo: dinero, amor, estudio, trabajo, liturgia, derecho canóni­co… Para evitar esta «pedagogía del miedo», que lleva a no educar en la política, se requiere no olvidar que el cristiano tiene que ser siempre solidario y siempre comunitario. Pero igualmente y al mismo tiempo tiene que ser libre, siempre dispuesto a criticar a los partidos políticos desde lo que le exige el evangelio. Y ello porque no busca el poder, ni siquiera para el logro de sus fines. Sólo le interesan los fines sociales y humanitarios en favor de la persona y principalmente de los pobres.

c) La dimensión política de la fe en Vicente de Paúl

La estrategia dinámica de la actividad política de Vicente de Paúl no es más que una de las expresiones de su vida espiritual. Una vida espiritual, digámoslo claramente, compleja y arries­gada. Porque compleja y arriesgada es la vida de quien decide —desde las exigencias de la «justicia de Dios» y desde las instancias de la injusticia de la sociedad y de la injusticia del hombre para con el hombre— solidarizarse con la causa de los pobres.

Hemos afirmado la actividad política de Vicente de Paúl, pero quizá más de uno se pregunte: ¿El fundador de la Congre­gación de la Misión y de las Hijas de la Caridad desarrolló una actividad política? El tema ha sido tratado, o al menos aborda­do, por diversos autores.69

Nos parece que, para ver claro en esta visita que vamos a hacer a la conciencia de la actividad política de Vicente de Paúl, es preciso, en primer lugar, inmunizarse al máximo contra todo bacilo contagioso producido por la Revolución Francesa y las revoluciones posteriores para juzgar si el decir o/y el hacer del hombre tienen o no una dimensión política.

¿Podremos conseguirlo los hombres de hoy? En segundo lugar se requiere una precisión minuciosa y exhaustiva en el análisis del decir y del hacer políticos de quien, a partir de 1643, llegó a ser una figura público-política. Finalmente, es menester no olvidar que, en el tiempo de Vicente de Paúl, «el estado está en la Iglesia» y «la Iglesia en el Estado».70 Lo que significa que toda «acción de Estado» tiene sus repercusiones en la Iglesia y toda «acción de Iglesia» tiene repercusiones en el Estado.

1.° El decir político de Vicente de Paúl

Conviene no olvidar, —lo hemos señalado anteriormen­te—, que en Vicente de Paúl, pensamiento, vida y acción se deserrollan en interacción recíproca. Si ahora abordamos por separado su «decir» de su «hacer» políticos, es únicamente por deseo de claridad analítica, pero siendo muy conscientes de que ambos aspectos se esclarecen mutuamente desde el inte­rior.

Dejemos la palabra a Vicente, para que él mismo nos exponga su decir político:

En las Reglas Comunes de la Congregación de la Misión afirma: «En las discordias públicas y en las guerras que puedan brotar entre los príncipes cristianos, ninguno mostrará que se inclina por una parte o por otra, a imitación de Jesucristo, que no quiso ser juez entre hermanos en litigio, ni quiso juzgar de los derechos de los príncipes. El sólo predicó que hay que dar al César lo que es del César, etc. Todos evitaremos con cuidado extremo el hablar de asuntos que se refieren a cuestio­nes de gobierno, de los Reinos y de otros temas seculares públicos, y muy en particular de la guerra y de las disensiones actuales entre los príncipes, así como de todos los rumores de este estilo que se dan en el mundo. Y, en cuanto sea posible, todos se abstrendrán de escribir acerca de todas estas cosas».71

En este texto Vicente de Paúl rechaza, en primer lugar, tomar partido en las discordias y luchas políticas entre prínci­pes cristianos. Y ello, naturalmente, porque de esto no habla Jesucristo en el evangelio. El evangelio no dice si es preferible inclinarse por un príncipe o por otro. En este sentido el pensamiento de Vicente es claro: nada se puede sacar del evangelio, porque en él no se dice nada referente a esto; como no habla, diríamos nosotros hoy, de la política de los partidos políticos. En segundo lugar, Vicente juzga que no es convenien­te para los misioneros hablar o escribir de las disensiones y opciones políticas entre los responsables de los gobiernos. Pero de ninguna manera prohibe ni rechaza el estar informado, ser un entendido, tener opinión en lo referente a la cosa pública, conocer las turbulencias de la sociedad en que se vive. El contenido del pensamiento de Vicente es claro: los misioneros están en el mundo para continuar la misión de Jesucristo, evangelizador de los pobres y no para gastar sus energías en la defensa o ataque de la política partidista de los príncipes. Pero deben conocer y tener muy en cuenta las consecuencias de las luchas políticas y los estragos que causan las guerras en el «pobre pueblo» y oponerse a ellas. De ahí que escriba hacia 1656: «Los sacerdotes de este tiempo tienen un gran motivo para temer los juicios de Dios… y él les imputará la causa de los castigos que envía, porque no se oponen como deben a las plagas… como la guerra, el hambre…».72 Si los misioneros no deben perder su tiempo hablando y escribiendo de temas de política nacional o internacional, sí tienen que oponerse a las guerras precisamente por el hecho de ser sacerdotes. Y ello, porque las guerras son uno de los aspectos de la política de los príncipes, y, a veces, de los intereses políticos de la política de los partidos.

Lo sintomático e interesante es constatar cómo el mismo Vicente informa a sus misioneros de las guerras nacionales e internacionales existentes. Y lo hace tanto en carta como de palabra. En los últimos años de su vida esta información se la da al comienzo de la oración de la mañana, en las repeticiones de oración y en las conferencias espirituales.73 Si informa a los misioneros en estos momentos tan precisos, es, sin duda, para proporcionarles materia de meditación y de reflexión. El, más allá de su propia norma, sí habla «de las guerras y de las disensiones actuales» y públicas. Quizá lo hace sobrepasando aquello de que un jefe es un poco más exigente para sus subordinados que para sí mismo. Pero sobre todo con esta información dada a sus misioneros, intenta que estos no vivan en un mundo «espiritualista», sino que reflexionen ante Dios y en la intimidad de su conciencia sobre las consecuencias de la política de guerra que hace «morir de hambre al pobre pueblo».74

2.° El hacer político de Vicente de Paúl

Cualquiera que lea con atención y sin prejuicios la corres­pondencia de Vicente de Paúl, descubrirá la relación personal o/y oficial que tenía con numerosos personajes políticos. Quien analiza el origen y financiación de sus obras y de sus fundaciones, deducirá que muchas de ellas se encuentran suge­ridas, pedidas y sostenidas económicamente por algunas figu­ras políticas. Para quien sabe que, en el siglo XVII francés, las funciones públicas se compran y se heredan, no pueden olvidar que los consulados de Argelia y de Túnez pertenecen en esta época en propiedad a la Congregación de la Misión. Ello significa que Vicente de Paúl nombra a los cónsules de Francia en esas dos naciones. Y los nombrados, sacerdotes y clérigos de la Congregación de la Misión, son cónsules de su Majestad, el rey de Francia, a pesar de las reservas y reticencias por parte de Propaganda Fide.

En cuanto a la acción personal de Vicente de Paúl no se puede olvidar que cuando la reina regente Ana de Austria le llama en 1643 a formar parte del «Consejo de Conciencia», nadie puede dudar de la significación política de este cargo y de sus repercusiones tanto en cuestiones civiles como eclesiásti­cas.75 A partir de la aceptación de este nombramiento, el fundador de los sacerdotes de la Misión se convierte en una persona público-política de gran influencia. ¿Seguirá pensando que las actuaciones de los gobernantes y de los príncipes «son misterios que debemos respetar, en los que no nos tenemos que entrometer y de los que no tenemos que hablar»?.76

El Padre Coste, para evitar la contradicción entre el obrar y el decir de Vicente de Paúl referente a «no hablar, no escribir de cuestiones políticas ni de entrometerse» en ellas, declara en una nota a esta carta: «San Vicente no salió de esta práctica más que para intentar remediar las miserias sin número nacidas de la política de Mazarino». ¿Es suficiente esta aclaración para justificar la actividad política de Vicente de Paúl y presen­tarla como excepción a lo ordenado por él? Sinceramente, no. Y ello porque al no admitir la contradicción, no podemos pensar que se trate de una excepción. También nos resistimos a aceptar eso que tan fácilmente se dice y se escribe: «la contra­dicción entre norma y práctica, entre el decir y el obrar, es obvia en la vida de Vicente de Paúl». Entendemos que en esta temática, como en otras, no hay contradicción sino evolución en el pensamiento y en la práctica vicencianos. Evolución que, como siempre, le viene de las exigencias de Dios expresadas en la carne viva de los desafortunados. De esos desafortunados que, a causa de la política de un gobierno instalado en la guerra, en el despilfarro y en la insolaridad, le hacen exclamar: «los pobres que no saben adonde ir ni qué hacer, que se multiplican todos los días constituyen mi peso y mi dolor». Son estas miserias ambulantes las que le hacen comprender que el mundo de la política afecta profundamente al bienestar y a la educación en la fe del «pobre pueblo». Para aliviarlo, no teme acudir a los que manejan, con sus decisiones y sus ambiciones, la vida de las pobres gentes. Y lo hace abiertamente, asumien­do los riesgos que sean necesarios para su persona, su comuni­dad y sus obras. Este creyente comprometido sabe perfecta­mente que una cosa es «tomar partido» por uno u otro bando, y otra cosa muy distinta desinteresarse de intervenir en la política. Su vocación de evangelizador de los pobres no le permite tomar partido en el mundo complicado y partidista de las rivalidades políticas. En esto permanece fiel toda su vida al evangelio. Por eso ningún partido le tendrá, lo mismo que a sus misioneros, entre sus afiliados. Pero en razón de las exigen­cias del evangelio no dudará, cuando lo exige la caridad, la compasión, la justicia por los pobres, lanzarse al ruedo de la política. Por eso cuando se convence de que el amor a los pobres hace presente el espíritu de Cristo, se siente responsable de continuar en el mundo este espíritu de caridad. La realización concreta de este espíritu le llevará a entrevistarse con Richelieu para pedirle abiertamente el cese de la guerra,77 oponerse públicamente, casi agresivamente, contra Mazarino en 1649,78 permanecer exiliado de París durante cinco me­ses,79 apelar al Papa Inocencio X, el 16 de agosto de 1652, para que intervenga en favor de la paz durante la «Fronda de los príncipes»80 y escribir a Mazarino, el 11 de septiembre de 1652, para pedirle que salga del Reino.81

Estas actuaciones, complejas y arriesgadas, son revelado­ras de la solicitud de Vicente de Paúl por encarnar y «hacer efectivo el evangelio», por realizar el «reino de Dios y su justicia». A partir de las exigencias del evangelio, Vicente de Paúl entra en la acción política, que pone en evidencia las condiciones de la verdadera fe. Esta acción política de la fe no tiene otro objetivo para él más que la construcción de un mundo en el que todo hombre tenga la posibilidad de alimen­tarse, de trabajar y de vivir. Al tratarse de una práctica, y no de una teoría, intenta poner a los poderes públicos y a la sociedad ante una realidad: los pobres mueren de hambre. Si se hace crítico de la política de guerra de Mazarino, es para ser costructivo en la prospección de una paz que ayudaría a los pobres a salir de la miseria. Esta actitud crítica no es una palabra vacía. Es un compromiso, a su vez expresión de un amor, que, desde la realidad socio-económico-política de su tiempo, incita a Vicente a interesarse por «las pobres gentes» del campo y de la ciudad, a las que la política de guerra y la insolidaridad partidista van marginando, anulando de la socie­dad.

4. Educar en la caridad, creadora de justicia

A Vicente de Paúl le han querido encasillar en los más contradictorios moldes: desde el angelismo piadoso hasta la subversión radical. Por eso unos le han llamado el santo de la beneficencia, otros le han acusado de haber cerrado la boca con pan a quienes gritaban la revolución, y algunos le han entronizado en el culto revolucionario de la filantropía. Tam­poco han faltado los que le han reducido a la categoría de «limosnero». En realidad Vicente de Paúl está «en otra parte». El tiene la pasión por el pobre como presencia misteriosa de Cristo y el amor al hombre desde la referencia al evangelio. Todo ello le coloca por encima de discusiones estériles y de teorías subliminales para encantar y arengar a las masas. A él le es suficiente vivir la caridad de Cristo, saber que ésta es apremiante y hacer un denonado esfuerzo para concienciar a la sociedad entera para que se organice en favor de los pobres.

Para vislumbrar el «lugar» de la fe y de la experiencia de Vicente de Paúl, se requiere situar a este creyente en el año 1617, fecha clave de su vida, e introducirse en la entraña de su alma: Gannes —Folleville y Chátillon-les-Dombes. En la pe­queña Iglesia de Folleville, Vicente, todavía un hombre en crisis, percibe que Dios le llama a darse a los pobres y a solidarizarse totalmente con la Iglesia de Cristo. En Chátillon, a través de la constatación de «una caridad mal organizada», se da cuenta de que para ser eficaz en todos los frentes donde aparece la miseria, se requiere organizar la caridad, socializar­la, hacerla inventiva, creadora de justicia. Al mismo tiempo cobra conciencia no sólo de que la caridad es la expresión visible y creíble de la Iglesia de Cristo, sino también de que la sociedad debe organizarse en función de los pobres y movilizarse hasta llegar a liberarles de su pobreza. Y todo porque ese gran pedagogo que es Dios, le coloca en situaciones concretas donde puede percatarse de la miseria y abandono del pueblo.

«¿Cuál puede ser el remedio» a tanta miseria espiritual, a tanta ignorancia de Dios y de Jesucristo? ¿Qué se puede hacer ante tanta miseria física, hambre, enfermedades, explotación? Abrumador interrogante que solamente puede ser respondido desde Dios y desde los pobres. Vicente vivirá de este programa, se dejará conducir. Porque «creedme, señores y hemanos míos, es una máxima infalible de Jesucristo que con frecuencia os he anunciado de su parte, que una vez vaciado un corazón de sí mismo, Dios lo llena; es Dios quien mora y obra en él: y no seremos entonces nosotros quienes obremos, sino Dios en nosotros y todo irá bien».82 Todo irá bien porque ese Dios remite a los pobres, a quienes «hay que acudir a remediar sus necesidades, como se corre cuando hay fuego, porque no socorrer es matar».83

a) Una fe, vivida en la responsabilidad social

La decisión inquebrantable de Vicente de Paúl, de no abandonar el mundo, le lleva a no separar nunca la acción caritativo-social del conjunto de la vida espiritual. Esta deci­sión se justifica y cualifica por la presencia de los pobres, a quienes Jesucristo dirigió preferentemente su mensaje, su vida y su obra. Ella refleja una profunda experiencia de fe en el mundo, donde él vive con profundidad e intensidad el don a Dios en la acción social que se define y determinar a partir de las instancias concretas de la vida, de la necesidad. De ahí que la acción, para Vicente de Paúl y para sus seguidores, se transforme desde el interior en caridad, en amor abierto y solidario hacia los otros. Y ello porque la novedad del cristia­nismo es el amor a toda costa: el amor a Dios vivido en el amor al prójimo, y principalmente en el prójimo pobre. En esta perspectiva, la acción vicenciana intenta traducir en rasgos de actuación concreta el misterio de la gratuidad creadora de Dios que se da a los hombres y la entrega de Cristo que se ofrece preferentemente a los pobres. Esta entrega de Cristo y esta gratuidad creadora de Dios impulsa constantemente a Vicente de Paúl a trabajar en la organización de la caridad socializada.

Esto es posible para Vicente de Paúl, porque su experiencia de fe le ha llevado a liberarse de todo egoísmo e individualismo. Por eso puede declarar: «no me basta con amar a Dios si mi prójimo no le ama»,84 «no es suficiente ser salvados, es necesario ser salvadores como Cristo».85

Vivir esta experiencia de fe en la responsabilidad social, equivale para él a comprometerse a remediar las necesidades públicas: «En verdad, parece que las miserias particulares nos dispensan del cuidado de las públicas, y que tendríamos un buen pretexto delante de los hombres para retirarnos de este cuidado. Ahora bien, señoras, dice a las Damas de la Caridad, no sé cómo eso aparecerá a los ojos de Dios, quien nos podría decir lo que san Pablo decía a los corintios, que se encontraban en las mismas circunstancias: ¿Habéis resistido hasta la san­gre?».86 Para él, como para sus segiúdores, la fe termina en compromiso social en favor de los desheredados. Y ello por­que la misión de Jesucristo es una misión «para asistir a los pobres».87

Vivir la fe con este sentido agudo de la responsabilidad social, equivale a encontrarse con la necesidad y con la injusti­cia que padecen los pobres y explotados, pero ayer, como hoy, pobreza e injusticia son subproductos fabricados por las gran­des decisiones de quienes detentan el poder político y el poder económico. Poner remedio a la pobreza, a la injustica implica, vicencianamente hablando, comprometerse a vivir la fe en la dimensión política y social en favor de quienes sufren miseria y explotación.

b) Llamamiento a la fraternidad

Vicente de Paúl, abierto a las dimensiones sociales, atento a las realidades económicas y políticas, descubre que la «estrati­ficación social» es el «lugar», en el que el evangelio de Jesús, encuentra su realización inteligible y creíble. Para que los poseedores tengan conciencia de la caridad «socializada» y la ejerzan, es menester recordarles que el dinamismo objetivo de los bienes económicos implica, con relación a la conciencia del individuo y de la sociedad, una referencia explícita al designio de Dios: hacerlos fructificar para todos.

¿Cómo Vicente de Paúl va a lograr de acuerdo con el evangelio, hacer vivir la vida cristiana entre los pobres? ¿Cómo va a hacer pasar en moneda corriente las exigencias evangéli­cas en medio de la sociedad dura, a veces cruel, que le tocó vivir?

La eficacia del evangelio impulsa a realizar la construcción del mundo, según el mandato de la comunión en el amor, en beneficio de todo hombre y principalmente de todo pobre. La urgencia de la miseria, que invade a los hombres hasta llegar a impedirles vivir en la dignidad humana, impone evangélica­mente a Vicente de Paúl medir la profundidad de las mutacio­nes inscritas en las bienaventuranzas.

Por eso, simultáneamente a la acción política de la fe, la urgencia de la pobreza le impone ahondar en la profundidad de la miseria, oponerse a sus causas, buscar a las personas que trabajen en reducirla. Vicente llega a encontrar nuevas fórmu­las de estar y de hacer estar presente en el mundo de los pobres. El contacto con los pobres es su preocupación permanente. Pero no se puede estar con los pobres, si al mismo tiempo no se lucha contra su pobreza y las causas que la provocan. Esta perogrullada ha sido y sigue siendo desgraciadamente olvida­da con demasiada frecuencia por los cristianos. Este olvido equivale para Vicente de Paúl a dejar de ser cristiano: «ver a alguien que sufre y no participar con él en su miseria, es ser cristiano en pintura, no tener humanidad, ser peor que las bestias».88 Así de claro y contundente. Y él, que es uno de los pocos santos que han tenido sentido de las realidades económicas89 y de la eficacia organizativa,90 pone en marcha un completo sistema de acción social que todavía hoy a muchos les parece revolucionario.

Vicente de Paúl no intenta con ello proponer un proyecto político. Sin embargo, a través de su actuación y de su doctrina deja entrever que la caridad es la única ley para construir la vida de la sociedad en la solidaridad y en la equidad. Y ello por la incapacidad de la sociedad para realizar la justicia en la repartición de los bienes necesarios para vivir. Para él, y así lo proclama y enseña, la función de la caridad es compensar las deficiencias y los estragos de la práctica político-social de su tiempo. A través de la práctica de la caridad, trata de articular, tan rigurosamente como es posible, la relación a Dios y la construcción de una sociedad más solidaria y más justa con los pobres. En definitiva, busca negociar con la sociedad, a través de la caridad, la redistribución de recursos que pueda hacer necesaria la coexistencia imposible de ricos y pobres.

Si hay algún criterio para suprimir la pobreza, es el amor solidario a los pobres, vivido en la verdadera fraternidad. Por eso Vicente lanza un llamamiento a todos los que enfrenta la diversidad de opiniones, de intereses y de situación social: Jesuitas y port-royalistas, compañía del Santísimo Sacramento y órdenes religiosas, hombres de gobierno y gobernados, ricos y pobres, a fin de impedir sepultar vivos a los seres que todavía respiran.91 Sólo la prodigiosa actividad de Vicente explica la gracia de su arte de persuadir y el carácter único y convincente de su caridad. En ella se comprueba el genio de su caridad y se descubre su mística de la caridad. Este místico de la caridad habla a otro, habla de otro y en su nombre, de Cristo, a quien suplica: «¡Ah, Señor!, atráenos hacia Tí, concé­denos la gracia de entrar en la práctica de tu ejemplo y de tu regla que nos lleva a buscar el reino de Dios y su justicia… mi buen Jesús, enséñame a hacerlo y haz que lo haga».92 Este Cristo, este «dulce Salvador» es a quien presenta a sus interlo­cutores. De ahí su persuasión y su eficacia. La continuación del «amor compasivo» del Hijo de Dios93 da sentido y unidad a la fraternidad vicenciana.

Se olvida con frecuencia la acción social «revolucionaria» de Vicente de Paúl desde la llamada a todos a vivir en fraterni­dad. Por temperamento y por exigencia de su fe fue un hombre comprometido. Jamás fue neutral en ninguna cuestión impor­tante para los pobres. Toda su vida, su acción y proyecto, estaban orientados a crear una sociedad donde impere la caridad, creadora de justicia. El comprendió perfectamente que la sociedad está compuesta de personas a las que hay que ayudar y salvar, no de principios que haya que defender ni de programas que haya que justificar.

Vicente de Paúl vive las tensiones y conflictos de su tiempo. Su experiencia y su fe le inducen a ello. Por eso no se contenta con la justicia. Sabe que es preciso llegar a ella, pero no basta. La justicia lo más que puede ofrecer es un reparto equitativo, pero no reconcilia los corazones, que es la condición indispen­sable para crear la verdadera fraternidad humana.

Por estos canales habría que transmitir todavía hoy la enseñanza de Vicente de Paúl. Olvidarlo o rechazar hacerlo, sería eliminar algo que necesita urgentemente la sociedad: la fuerza trasformadora de la caridad. Y ello porque la caridad vicenciana trasporta en su interior una visión del hombre y del mundo y una carga de fuerza «revolucionaria», cuando no «subversiva», para la sociedad. Todavía le falta a la Iglesia española y europea su condición de testigo del amor solidario de Jesús de Nazaret, evangelizador de los pobres. Sólo así la caridad no levantaría sospechas y nadie más volvería a dudar de su contenido ni podría utilizarla para intereses partidistas.

c) Organización de la caridad: cuatro niveles complementarios

Si desde el comienzo de la obra caritativa de Vicente de Paúl aparece el sentido de la organización, durante los perío­dos de mayor turbulencia social y de calamidades públicas, esta organización se hace socialmente ingeniosa e inventiva. Y ello, se requiere señalarlo, como exigencia de su experiencia de fe y como expresión de una nueva forma de vida evangélica, que continúa la misión de Cristo, evangelizador de los pobres en la Iglesia y en la sociedad. Es en definitiva la responsabili­dad social del hombre evangélico ante la miseria que invade a la sociedad y a los hombres.

Para hacer operativo el proyecto de organizar la caridad, Vicente de Paúl afronta todas las exigencias del compromiso social en cuanto tarea permanente en la construcción del reino de Dios y su justicia.

1.° En absoluto prescinde de la acción asistencial. Es el nivel elemental ante la urgencia de la enfermedad, el hambre, el paro, la guerra, el abandono pertinaz. Una acción que nunca desaparecerá de su vida, de su mensaje ni tampoco de las instituciones que él funda. Con su sentido agudo de las cooperaciones y de la coordinación en el plano caritativo-asistencial organiza durante la guerra de los Treinta Años y de las dos Frondas una inmensa red de recogida, almacenamiento y distribución de ayudas que llegan a la mayor parte de Fran­cia.94

2.° No se detiene en este primer nivel. Como una evolu­ción natural e inevitable lo completa con un segundo nivel: la acción promocional. Con ello intenta proporcionar los medios para que el pobre, personal y colectivamente, sea agente de su propio desarrollo humano y cristiano. Y ello porque sabe que la pobreza generalizada tiene causas sociales. Esta organización promocional de la caridad se hace en él ingeniosamente inven­tiva.95 Como escribe en su correspondencia: «No hay que asistir más que a aquellos que no pueden trabajar ni buscar su sustento, y que estarían en peligro de morir de hambre si no se les socorre. En efecto, apenas tenga alguno fuerzas para traba­jar, habrá que comprarle algunos utensilios conformes con su profesión, pero sin darle nada más. Las limosnas no son para los que puedan trabajar… sino para los enfermos pobres, los huérfanos o los ancianos».96

Esta acción promocional actúa sobre las causas de la pobreza generalizada de diferentes sectores de la sociedad: campesinos, niños abandonados… Y se prolonga hasta que estos sean capaces de poder salir por sí mismos de su situa­ción.97

3.° La realización de su vasto plan social incluye un tercer nivel: la denuncia profética de las injusticias. Comprende que el cristiano, urgido por el amor de Cristo y de sus hermanos, no sólo debe ser justo. Debe además lanzarse a las exigencias de la lucha por la justicia, como expresión viva de la caridad.

Cualquiera que se acerque sin prejuicios a la vida de Vicente de Paúl encontrará una suma ingente de palabras, actitudes y opciones por las que intenta impedir a la sociedad continuar siendo una máquina de fabricación de pobres. Por eso se complace en presentar como modelo, «a las que vengan des­pués», a Sor Juana Dalmagne, quien, «al saber que algunas personas ricas se habían eximido de los impuestos, para sobre­cargar a los pobres, les dijo libremente que era contra la justicia y que Dios les juzgaría por esos abusos».98

El mismo Vicente, lo hemos señalado, no duda en lanzarse a la arena de la politica en una situación en la que el primer ministro, Mazarino, es la causa del sufrimiento del pueblo. Por eso va a Saint-Germain-en-Laye, donde se encuentra, para decirle, lo mismo que a la reina, que cese el bloqueo de alimentos al que se ve sometido el pueblo de París. Y dos años y medio más tarde (11 de septiembre de 1652) le escribe al mismo Mazarino una carta para decirle, sin rodeos, que se aleje del reino. Y ello porque le juzga el principal causante del sufrimiento del pueblo.99

4.° Hay otro aspecto en la lucha por la justicia no sufi­cientemente resaltado en la organización de esta caridad vicen­ciana. Y sin embargo es el más eficaz en el vasto plan de Vicente de Paúl: clarificar y convertir las conciencias de los poderes políticos, sociales, económicos. El les propone, hasta urgírselo, que utilicen esos poderes como mediaciones queri­das y otorgadas por Dios para favorecer a los sin poder, sin prestigio social, sin dinero. Que su obligación social y moral, les dice, es encargarse de los que nada tienen para permitirles vivir en la dignidad humana de hijos de Dios, que la miseria se lo impide. En definitiva, les pide que se conviertan a lo que él se convirtió, cuando era joven: «los pobres son los predilectos de Dios», «nuestros amos y maestros».

Todo este plan organizado de la caridad vicenciana es la expresión de la dimensión política y social de la fe de Vicente de Paúl. Realizarlo, le costó entre otras cosas, permanecer exilia­do de París desde el 14 de enero hasta el 13 de junio de 1649 y dejar de pertenecer al «Consejo de Conciencia» a partir de 1653.100

El sabe que el servicio a los pobres es siempre un riesgo y que nunca trae el poder. Estas actuaciones de Vicente no siempre fueron comprendidas por algunos de sus contemporá­neos. Sin duda a él le habría gustado en su vida haber podido citar unas palabras que sólo se pronunciaron más de trescien­tos años después, cuando Pío XI dijo a la Federación Universi­taria Católica Italiana: «El campo político abarca los intereses de la sociedad entera; y en este sentido, es el campo de la más vasta caridad, de la caridad política, de la caridad de la sociedad».101

La caridad en Vicente de Paúl amalgama toda la construc­ción de su doctrina y de su práctica. Y ello porque ha compren­dido que el «espíritu de Jesucristo, es un espíritu de caridad perfecta».102 Para descubrirlo ha tenido que encontrar en los pobres a Jesucristo y en Jesucristo a Dios. Ahí se encuentra para él la llamada hoy «preferencia de Dios por los pobres» y que él expresa con su lenguaje diciendo que «Dios es el protector de los pobres».103 Dios, en la fe de Vicente de Paúl, no quiere un mundo que sus adoradores dejarían construirse en detrimento de los pobres. Para él, y para sus continuadores, los adoradores de Dios tienen que vivir la fe en la caridad,104 es decir, ser responsables y artífices del verdadero bien mate­rial y espiritual de la sociedad y del hombre.

Educar hoy en la idea vicenciana de la caridad, hasta llegar a convertirla en un principio de acción socio-política, sería un excelente medio para ayudar a cambiar el rostro de la sociedad y de la Iglesia, para hacer al uno más justo y al otro más fraterno.

Conclusión

La enseñanza de Vicente de Paúl, que no se concentra en unas cuantas frases, por brillantes que sean, nos recuerda que la mayoría de los hombres en la Iglesia y en la sociedad prefiere la seguridad al cambio. Vicente prefiere la libertad, el cambio. Por eso evitará permanecer controlado por el «cuerpo social», por el «cuerpo eclesiástico», al que pertenece. No permitirá ser retenido por lo que prohibe o manda el cuerpo social, el cuerpo eclesiástico que le «sostiene», sino por «hacer efectivo el evan­gelio» en favor de los pobres y su causa. El arte y la gracia de Vicente de Paúl consisten en moverse y actuar en el terreno de lo permitido. Ello le permite vivir atento a Dios, que se mani­fiesta en la realidad de cada día, y a Jesucristo, que sigue encarnado y encarnándose en los pobres. Continuar la vida y la misión de este Cristo en favor de los pobres, requiere tener conciencia de la responsabilidad social y política con todos sus riesgos. De ahí que educar en la sociedad de hoy, según el espíritu de Vicente de Paúl, requiere educar comprometiendo el pensamiento en la acción, integrando fe y vida, educar en la lectura creyente del acontecer histórico, en la política y en la caridad creadora de justicia. Así podremos «discernir por nosotros mismos lo que es justo» y llegaremos a la madurez humana y cristiana.

  1. «Los valores son cualidades objetivas de los seres y no puras proyec­ciones subjetivas. Los valores religiosos tocan el centro mismo de lo humano y se refieren al ser de la persona en su apertura y entrega a Dios. Los valores religiosos contribuyen poderosamente a la elevación de lo humano en los hombres. Los valores morales o éticos siguen a lo religioso en eficacia para promoción del hombre y el desarrollo de la persona. Con ellos se relacionan los valores sociales y políticos sin olvidar los económicos y vitales que deben ser puestos al servicio de la configuración externa de la vida»: A. González Alvarez, Valores fundamentales de la educación, Madrid, 1978, p. 5.
  2. S. V. XII, 127 (S. V. corresponden a Saint Vincent de Paúl: correspon­dance, entretiens, documents, edición preparada por P. Coste, Paris, 1920-1925, 14 vol. Los números romanos colocados detrás de las siglas S. V. se refieren al tomo .y los números árabes a la página de la edición).
  3. El movimiento de esta forma de estudiar y de escribir la historia nace con L. Febvre y M. Bloch y se prolonga a través de los Annales (Economie, Sociétés, Civilisations), revista fundada por éllos en 1929. Entre otros muchos autores se encuentran F. Braudel, G. Le Bras, R. Mandrou. Chaunu, E. Le­Roy Ladurie J. L. Flandrin, Ph. Aries, M. de Certeau…
  4. Cf. R. Mousnier, Histoire générale des civilisations. Les XVI et XVII siécles, Paris 1954; P. Chaunu, La civilización de la Europa clásica, Barcelona, 1976; P. Goubert, D. Roche, Les Franpais et 1 ‘Anden Régime, Paris, 1984, 2 vol.; R. Mousnier, Les Institutions de la France sous la Monarchie Absolue, Paris, 1974, 1980, 2 vol.; AA. VV. Vincent de Paul (Actes du Colloque International d’Etudes Vincentiennes), Roma, 1983; D. Richet, La France Moderne: L’Esprit des Institutions, Paris, 1973; H. Kamen, El siglo de Hierro, Madrid 1982…
  5. En vida de Vicente de Paúl y sobre todo después de su muerte, los jansenistas corrieron el rumor de la ignorancia de aquel. Con fineza y preci­sión, H. Bremond ha señalado cómo no deben inducirnos a engaño las afirmaciones de «ignorancia» de Vicente: «Pensarán unos que Vicente de Paúl se hace justicia, y lamentarán que un hombre tan excelente no haya estudiado más; otros le reprocharán sus alardes de humildad. Advertid que cuando alguien habla mal de sí, se expone a ser tomado por la palabra. Ya he señalado cómo por la gravedad y distinción de su garbo, por el poderío de su espíritu y la noble irradiación de su persona, fue una de esas personas que se imponen a pesar de sí mismas, fuerzan al respeto y a la admiración. Para no juzgarle mediocre, vulgar o miserable, bastaría con verle. Pero una vez muerto, el recuerdo, pronto legendario, de lo que hizo y dijo con objeto de arruinar el propio prestigio, sirvió de garantía «a quienes, por motivos que no queremos examinar, se esforzaron en presentarle como espíritu estrecho, hombre más devoto que ilustrado, con más celo que luz en su comportamiento y en sus miras». Incluso la Compañía que fundó, cedió a este contagio. Exaltan su caridad y sus virtudes; no se atreven a hablar de su genio». Y más adelante continúa: «En él (en Vicente), tan rico, tan completo, teoría y práctica se sostienen, se penetran, parecen confundirse»: H. Bremond, Histoire du senti­ment religieux en France, Paris, édit. 1968, 11 t. en 12 vol., t. III, Vol. I, pp. 218, 227.
    M. Barcos, sobrino de Saint Cyran, no contento con señalar que el «saber teológico» de Vicente de Paúl se sitúa al nivel del «petit Becan» «manual de controversia teológica» del que Pereiret, profesor, en la época, en el Colegio de Navarra, comenta ser un «argoulet», es decir, un libro tan pequeño en valor como en volumen, llegando a afirmar: «Sise hiciera el análisis de sus alocucio­nes… se encontrarían indicios de un conocimiento (teológico) de horizontes muy limitados, por no decir más todavía». Para corroborar sus afirmaciones, declara: «la opinión común considera que Vicente de Paúl es un hombre poco versado en teología y en ciencias eclesiásticas»: M. Barcos, Défense de feu Mr. Vincent de Paul, instituteur et premier supérieur général de la Congrégation de la Mission, contre les faux discours du livre de sa vie publiée par Mr Abelly, anclen Evesque de Rodez et contre les impostures de quelques autres escrits sur ce sujet, Paris, 1668, pp. 84-85, 69, 68. Tan unánime es este rumor entre los jansenistas que hasta la Madre Angélica Arnauld habla en una carta del «celo ignorante» de Vicente de Paúl; A. Arnauld, Lettres, Utrec, 1741-1743, 3 vol., t. II, pp. 573­-574. Esta .opinión de los jansenistas está muy lejos de corresponder a la realidad.
  6. Cf. S. V. I, 185; II, 64, 123; III, 149, 158; IV, 15, 67, 117, 126, 138, 156, 233, 361, 377, 596; V, 83, 107, 233, 326, 425, 584; VII, 13, 38, 369; IX, 13, 26, 29, 113, 221, 222, 243, 247, 267, 270, 311, 318, 333, 459, 478, 588, 601-602; XI, 50, 74, 100; XII, 56, 78, 134, 146, 166, 322, 354, 389, 403, 409, 433…
  7. Cf. J. M. Ibañez, Vicente de Paúl y los pobres de su tiempo, Salamanca, 1977, especialmente, pp. 156-205.
  8. Cf. S. V. XI, 315; XII, 144-145, 154-155, 213-214, 215, 224, 225, 226, 381, 426, 432; J. M. Ibañez, Vicente de Paúl, realismo y encarnación, Salaman­ca, 1982, especialmente, pp. 69-111, 201-220, 269-292.
  9. Cf. S. V. XI, 40-41, 41-45, 74, 74-75, 76, 76-77, 77; XII, 260-276; IX, 473-481, 592-595; X, 127-128, 512-513, 332…
  10. Cf. S.V. XII, 92-93, 89-91…
  11. Cf. S.V. XII, 92-93, 89-91…
  12. Cf. S. V. XI, 40-41…
  13. Cf. S. V. XI, 40-41…
  14. Cf. J. M. Ibañez, Vicente de Paúl, Realismo…, o. c., pp. 99-100, nota
  15. S. V. XII, 235.
  16. S. V. XII, 235.
  17. S. V. XII, 236; cf. S. V. XII, 243.
  18. S. V. XII, 235.
  19. S. V. XI, 349.
  20. S. V. XII, 213, 214.
  21. S. V. XI, 48.
  22. S. V. XII, 132; cf. S. V. XII, 264.
  23. S. V. XII, 135-136.
  24. S. V. XII, 128.
  25. S. V. XII, 107; cf. S. V. XII, 108-109, 112-113; XI, 343.
  26. S. V. XII, 107; cf. S. V. XII, 108-109, 112-113; XI, 343.
  27. Cf. S. V. XII, 159; XI, 52-53; XII, 178-179; XI, 31; XII, 122, 123, 124, 125, 126, 128, 129; VIII, 388.
  28. Cuando transmite a los misioneros la consigna: «Hagamos los asun­tos de Dios, él hará los nuestros» (S. V. XII, 139, 145; cf. S. V. III, 351-352; VII, 348; II, 465; IV, 115-116), Vicente de Paúl comunica uno de los momentos claves de su experiencia.
  29. «¿Qué hacer para no perder nuestro tiempo y nuestro esfuerzo? No actuar nunca movidos por nuestro propio interés o fantasía, sino acostum­bramos a realizar en todo la voluntad de Dios, entiendan bien, en todo y no en parte. Esta gracia santificante hace a la acción y a la persona agradables a Dios»: S. V. XII, 156; cf. S. V. XII, 154; II, 453…
  30. «Para hacer buen uso de nuestro espíritu y de nuestra razón, debemos tener como regla inviolable juzgar en todo como juzgó nuestro Señor, pero digo siempre y en todas las cosas y preguntarnos en cada ocasión: ¿Cómo juzgaría nuestro Señor? ¿Qué dijo? Es preciso que ajuste mi conducta a sus máximas y ejemplos. Atengámonos a esto… andemos por este camino con firmeza; es una regla regia…»: S. V. XII, 178; cf. S. V. XII, 214-215, 154, 155, 157, 164-165; II, 4.
  31. S. V. XII, 207, cf. S. V. II, 282; III, 162.
  32. S. V. XII, 207, cf. S. V. II, 282; III, 162.
  33. S. V. XII, 426.
  34. Cf. S. V. XII, 130; L. Abelly, La vie du vénérable serviteur de Dieu, Vincent de Paul, Paris, 1664, I, p. 78.
  35. S. V. XII, 239.
  36. Cf. J. M. Ibañez, Le volontarisme chez Vincent de Paul, en Vincent de Paul (Actes du Colloque Internacional…), o. c., pp. 167-175.
  37. S. V. XII, 159. En cuestiones políticas consulta al señor de Verthamen y al señor de Lamoignon, que «son las dos mejores cabezas de París» (cf. S. V. VII, 160, 174, 212). Referente a la fundación de la Congregación de la Misión, a la pastoral misionera, a los nuevos métodos de evangelizar a los pobres, al esclarecimiento de las conciencias… no duda en consultar al mejor teólogo de su tiempo; cf. A. Duval, La vie de Mr. André Duval, man. p. 43-45.
  38. S. V. XII, 133.
  39. S. V. XII, 139.
  40. S. V. XII, 139.
  41. Cf. S. V. XII, 153-154, 156.
  42. S. V. VIII, 388.
  43. S. V. VIII, 388.
  44. Cf. S. V. XII, 150-155.
  45. Cf. S. V. XII, 132-150.
  46. S. V. XII, 132.
  47. S. V. I, 620 cf. S. V. XII, 318…
  48. S. V. I, 233.
  49. S. V. I, 233.
  50. S. V. II, 208.
  51. S. V. II, 473.
  52. Cf. J. M. Ibáñez, Vicente de Paúl y los pobres…, o. c., pp. 260 s; A. Rossel, Le faux grand Siécle. Histoire á travers les journaux, Paris, 1982.
  53. La actitud de Vicente de Paúl con ocasión del asunto del cardenal de Retz, que huye de Francia a Roma donde los sacerdotes de la Misión le acogen en su casa, es sintomático de la ambigüedad a la que están sometidos los acontecimientos de Roma. La consecuencia de esta hospitalidad es la expul­ión de los misioneros de Roma y el cierre de la casa por rescripto real (cf. S. V. XI, 172-173). Para conocer con precisión cómo sucedieron las cosas, cf. S. V. V, 269-272: carta de T. Berthe, superior de la casa de Roma, 5 de febrero de 1655, S.V. V, 336: carta de Vicente de Paúl a Ch. Ozenne, superior de la casa de Varsovia, 12 de marzo de 1655; S. V. VI, 20-21: carta de Vicente de Paúl al Nuncio, 12 de julio de 1656.
  54. Cf. S. V. XII, 159, 239…
  55. Cf. S. V. XII, 159, 239…
  56. Cf. S. V. XII, 3, 4, 5, 79-80, 81, 84, 87…
  57. S. V. XI, 317.
  58. S. V. XI, 318.
  59. S. V. XI, 313.
  60. Ibid.
  61. S. V. XI, 315.
  62. S. V. IX, 252.
  63. S. V. XI, 32; cf. S. V. IX, 252; X, 332, 679-680.
  64. S. V. XI, 32; cf. S. V. IX, 252; X, 332, 679-680.
  65. Cf. Mt 25, 31-46; S. V. XII, 87.
  66. S. V. XII, 84.
  67. «Según estadísticas fiables sobre el comportamiento político de los jóvenes en estos últimos años, sabemos que: siempre el porcentaje de los «nulo» o «poco» interés, ha superado con mucho a los de «mucho» o «bastante» interés, incluso en el momento de mayor interés (1977) en el que el 45 por ciento se interesaba grandemente y el 54 por ciento se desinteresaba olímpicamente…».

    «Del 1982 al 1984, es la época del desencanto (sólo el 11 por ciento tiene «mucho» o «bastante» interés, el 43 por ciento «nada» y el 24 por ciento «poco»)».

    «Desde hace años estoy sufriendo por la alergia de los jóvenes y de los educadores hacia esta dimensión política de la persona humana y de la fe».

    «Recorro toda la geografía española dando cursos y cursillos a jóvenes animadores y catequistas, lo mismo que a seminaristas, religiosos, educado­res… ¡Es increíble cómo se puede llegar en estos sectores de Iglesia y del campo de la educación a niveles tan bajos de interés! Yo no tengo ninguna duda en llamarlo irresponsabilidad. Con la mayoría de estos se puede formar la siempre masiva «Cofradía de llorones» pues gimotean entre pasillos por «lo mal que va todo». En buena medida son gentes que han vaciado las pilas de agua bendita para llenarlas de lágrimas. El llanto y lamento son actitudes políticas también pero de los cobardes y derrotados»; A. Francia, Lucha abierta contra el desinterés sociopolítico de los jóvenes. Pistas metodológicas, en Misión Joven (nov., 1984), n.° 94, pp. 17, 16.

  68. Pablo VI, en la Octogessima Adveniens, n.° 46, afirma: «La política es un modo exigente —aunque no único— de vivir el compromiso cristiano al servicio de los demás».
  69. Cf. P. Coste, Le grand saint du Grand Siécle, Paris, 1932, 3 vol., t. III, pp. 85, 305, 324-325; J. Corera, San Vicente de paúl y la política, en Anales de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad, Madrid (julio-agosto, 1977), t. 85, n.° 7-8, pp. 736-748; L. Mezzadri, Caridad y política, en Anales de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad, Madrid (junio, 1978), t. 86, pp. 395-412.
  70. Cf. P. Coubert, D. Roche, Les Franpais…, o. c., t. I, pp. 357-377, especialmente, pp. 364-377.
  71. Reglas y Constituciones Comunes de la Congregación de la Misión, 1658, cap. VIII, 15, 16.

    En esta misma línea de pensamiento escribe Vicente de Paúl al padre Lebreton, en febrero de 1640: «En relación con la conversación que ha tenido con el señor embajador referente al prelado italiano del que habla, le diré que tenemos por regla… no meternos nunca en asuntos de Estado, ni siquiera hablar de ellos; y esto… porque no es cosa de pobres sacerdotes como nosotros el entrometernos, sino sólo hablar de las cosas que atañen a nuestra voca­ción… Los asuntos de los grandes son misterios que debemos respetar… El Hijo de Dios, que es el modelo sobre el que debemos formar nuestra vida, nunca habló del gobierno de los príncipes, aunque fueran paganos e idóla­tras»: S. V. II, 29-30; cf. S. V. II, 446-450.

  72. S. V. V, 568.
  73. Cf. S. V. XI, 189, 200-201, 351-352…
  74. «Los pobres, que no saben adónde ir ni qué hacer, que sufren y que se multiplican todo los días, constituyen mi peso y mi dolor» (P. Collet, La vie de saint Vincent de Paul, Nancy, 1748, 2 vol., t. I, p. 479). El texto se encuentra en una carta escrita al padre Alméras, el 8 de octubre de 1649. Estos pobres son el resultado de la guerra de la Fronda del Parlamento. Ellos pagan las conse­cuencias de una «política partidista», que conduce a una guerra civil.
  75. S. V. II, 448.
  76. S. V. II, 29.
  77. Cf. L. Abelly, La vie du vénérable…, o. c., I, pp. 169-170.
  78. Cf. L. Robineau, Remarques sur les actions et paroles du feu Monsieur Vincent, man. p. 60; L. Abelly, La vie du vénérable…, o. c., I, p. 181; P. Collet, La vie…, o. c., t. I, p. 468; P. Costé, Le Grand Saint…, o. c., t. II, p. 675.
  79. Durante la Fronda del Parlamento, Vicente de Paúl, el 13 de enero de 1649, sale de París para hablar con la reina Ana de Austria y con Mazarino (cf. S. V. III, 403) de la situación política y de la miseria que provoca en los pobres de París y en los campesinos de la región parisina, El «servicio», que Vicente de Paúl quiere prestar a los parisinos, es mal interpretado por los dos partidos. El resultado es el alejamiento de la capital desde el 14 de enero hasta el 13 de junio de 1649 (cf. S. V. III, 402, 408, 416, 434, 436, 452).
  80. «¿Me atreveré, lleno de confianza en esa bondad paternal con que ha acogido y escuchado a los más pequeños de entre sus hijos, a exponerle la situación lamentable y realmente digna de lástima de nuestra Francia»?

    «La casa real dividida por las disensiones, las provincias y ciudades asoladas por la guerra civil, los pueblos divididos en facciones, las aldeas, las villas, los más pequeños rincones destruidos, arruinados e incendiados, los campesinos sin poder recoger lo que han sembrado y sin poder sembrar nada para los años siguientes. Los soldados se entregan impunemente a toda clase de desmanes. Los pueblos, por su parte, no sólo se ven expuestos a las rapiñas y a los actos de bandolerismo, sino incluso a los asesinatos y a toda clase de torturas. Los habitantes del campo, a los que no ha matado la espada, tienen casi todos que morir de hambre. Los sacerdotes, a quienes los soldados no tratan con mayor miramiento que a los demás, se ven tratados inhumana y cruelmente, torturados y asesinados. Las vírgenes son deshonradas; las mis­mas religiosas expuestas a su libertinaje y a su furor; los templos profanados, saqueados o destruidos… Es poca cosa oír y leer estas cosas; seria menester verlas y constatarlas con los propios ojos».

    «No ignoro que su santidad podrá acusarme con razón de una gran temeridad por atreverme yo, que soy un individuo particular y sin nombre, a exponer estos males a la cabeza y al padre de todos los cristianos, que tan amplia y detalladamente está informado de los asuntos de todas las naciones, especialmente de las naciones cristianas. Pero, por favor, Señor, no se indigne si le hablo, aun cuando no sea más que polvo y ceniza. En efecto, Santísimo Padre, no cabe más remedio a nuestros males que el que nos pueda venir de la Durante la Fronda del Parlamento, Vicente de Paúl, el 13 de enero de 1649, sale de París para hablar con la reina Ana de Austria y con Mazarino (cf. S. V. III, 403) de la situación política y de la miseria que provoca en los pobres de París y en los campesinos de la región parisina, El «servicio», que Vicente de Paúl quiere prestar a los parisinos, es mal interpretado por los dos partidos. El resultado es el alejamiento de la capital desde el 14 de enero hasta el 13 de junio de 1649 (cf. S. V. III, 402, 408, 416, 434, 436, 452).

  81. «Me tomo la confianza de escribir a su eminencia; le suplico que lo acepte y que le diga que veo ahora a la ciudad de Paris recuperada de la situación en que estaba, pidiendo y aclamando a gritos al rey y a la reina; no voy a ningún sitio ni trato con ninguna persona con quien no se tenga este mismo discurso…».»Algunos podrían decir a su eminencia que sus intereses particulares requieren que el rey no reciba en su gracia al pueblo y que no vuelva a Paris sin ella, sino que hay que enredar los asuntos y seguir manteniendo la guerra para hacer ver que no es su eminencia quien excita la tempestad, sino la malicia de ciertos espíritus que no desean someterse a la voluntad de su príncipe. Respondo, monseñor, que no tiene ninguna importancia el que el regreso de su eminencia sea antes o después del regreso del rey, con tal que venga y que, una vez establecido el rey en Paris, su majestad podrá hacer venir a su eminencia cuando mejor le parezca. Estoy seguro de ello. Por otra parte, si es verdad que su eminencia, que mira ante todo y sobre todo el bien del rey, de la reina y del estado, contribuye a la unión de la casa real y de Paris bajo la obediencia del rey, seguramente, monseñor, volverá a ganarse el entusiasmo del pueblo y dentro de poco le volverán a llamar, y con gran aplauso, según creo; pero mientras los espíritus anden revueltos, es muy de temer que jamás se consiga la paz con esa condición, ya que en eso consiste precisamente la locura de los pueblos y la experiencia demuestra que los que están heridos por esta enfermedad no curan jamás, dado que sus ideas siguen por falsos derroteros. Y si es verdad, como se dice, que su eminencia ha dado órdenes para que el rey no escuche a los señores príncipes, que no les dé pasaportes para que acudan a sus majestades, que no se escuche a ningún delegado o representante de ellos, y que con esa finalidad ha puesto su eminencia al lado del rey y de la reina a personas extrañas, criados suyos, que cierran el acceso por todas partes, para impedir que se hable con sus majestades, si esto continúa, es muy de temer, monseñor, que se pierda la ocasión y que el odio de los pueblos se convierta en rabia. Por el contrario, si su eminencia aconseja al rey que venga a recibir las aclamaciones de este pueblo, se ganará a todos los corazones del reino que tan bien sabe lo que puede al lado del rey y de la reina, y todos considerarán que esta gracia les ha venido de parte de su eminencia»: S. V. IX, 473-478.
  82. S. V. XI, 312.
  83. S. V. XI, 31; XIII, 798.
  84. S. V. XII, 262.
  85. S. V. XII, 113.
  86. S. V. III, 409.
  87. S. V. III, 409.
  88. S. V. XII, 271.
  89. Cf. Documents du Minutier Central concernant l’histoire littéraire, 1650-1700, Paris, 1960. Del 15 de enero de 1650 hasta el 29 de diciembre de 1659 he podido constatar que Vicente de Paúl pasó 90 contratos de compra­venta o de arrendamientos ante notario. Esta constatación nos impide caer en la tentación del angelismo. «Con realismo, Vicente de Paúl dota a su comuni­dad de una magnífica fortuna en bienes raíces, cuyo núcleo representa 345 hectáreas de tierra laborable en la llanura de Saclay»; J. Jacquart, Inmobilisme et catastrophes, en Histoire de la France rurale, Paris, 1975, t. II, p. 269.
  90. Cf. J. M. Ibáñez, Vicente de Paúl y los pobres…, o. c., pp. 156-205.
  91. Cf. Relations mars-avril, mai, septembre-octobre 1652. en Recueil Thoisy, f. 140-141, 144-145, 148-149; Le Magasin charitable, Janvier 1653, en Recueil Thoisy, f.169-177 (Estos documentos se encuentran publicados en J. M. Ibáñez, Vicente de Paúl y los pobres…, o. c., pp. 387-393, 417-429); R. Voyer d’Argenson, Annales de la Compagnie du St Sacrement (publicados y anotados por Dom Beauchet-Filleau), Marseille, 1900, pp. 127, 132, 158; L. Abelly, La vie du vénérable…, o. c., I, pp. 194-195; R. Allier, La cabale des dévots (1627-1666), Paris, 1902, PP. 90-91, 92-93; P. Costé, Le Grand Saint…, o. c., t. II, pp. 716-717; S. V. IV, 401-402, 392, 542, 539-540.
  92. S. V. XII, 147-148.
  93. S. V. XII, 147-148.
  94. Cf. nota 90.
  95. Cf. nota 91.
  96. S. V. IV, 182-183.
  97. S. V. IV, 182-183.
  98. S. V. IX, 192.
  99. Cf. nota 81.
  100. Cf. nota 79.
  101. 18 de diciembre de 1927, Documentation Catholique, 1930, col. 358.
  102. S. V. XII, 108-109; cf. S. V. XII, 264-265…
  103. S. V. X, 512-513; cf. S. V. X, 557, 666.
  104. Cf. S. V. XI, 40-41, 76-77, 77; XII, 260-276…

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