Carisma Vicenciano en el ser y hacer de Federico Ozanam

Francisco Javier Fernández ChentoFederico OzanamLeave a Comment

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Author: Teodoro Barquín, C.M. · Year of first publication: 1994 · Source: Revista Ozanam.
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El enunciado del tema «Carisma Vicenciano» en el Ser y Hacer de Federico Ozanam que trataré de exponeros en términos breves y concretos, tiene como fin primordial ampliar el conocimiento en el recinto de la Familia Vicenciana de uno de los que mejor llegaron a comprender y a vivir todo lo que Vicente de Paúl fue y todo lo que este santo ha dejado a la posteridad en sus obras. Por encontrar­nos en una asamblea de la Familia Vi­cenciana en la que predomina con mu­cho la representación del laicado, he creído conveniente elegir este tema para conocer nuestra identidad vista en el espejo de un laico, Federico Oza­nam, quien según los expertos en «Vi­cencianismo» es el que mejor ha llega­do a comprender la espiritualidad vi­cenciana plasmada en el apostolado de los laicos.

Cuando hablamos de «carismas», instintivamente recordamos la exposi­ción que sobre este tema hace San Pa­blo en Corintios 12, donde el Apóstol nos dice que carisma es «un don del Espíritu de Dios en beneficio de la comunidad». Es algo dado en función de una obligación social. Los carismas constituyen la dinámica de la Iglesia: La Iglesia vive y progresa por lo que cada creyente aporta como don de Dios. Cada cual debe respetar a aceptar lo que los demás aportan, y reconocer en sus propios dones una «vocación», es decir, una llamada de servicio. La diversidad de carismas hace que la Iglesia sea una realidad pluralista y vi­va —cada uno aporta algo distinto y nuevo— pero sin que se pierda la uni­dad fundamental: todos proceden del mismo espíritu.

Nuestro carisma, nuestra vocación, nos los ha marcado Vicente de Paúl y nos los ha trasmitido un laico, Federi­co Ozanam. Los socios vicentinos de las Conferencias de Caridad ven su vocación al trasluz de la vocación de Federico Ozanam quien a su vez vio la suya al trasluz de la espiritualidad de Vicente de Paúl. Veamos pues cómo el fundador de las Conferencias encauzó su vida por los moldes del Espíritu de Dios descifrados en la Divina Provi­dencia.

Desde los años de su adolescencia, Federico Ozanam consideró el descu­brimiento de su vocación como el punto clave de su vida. Sabía muy bien que de hacer ese descubrimiento y de hacerlo bien y a tiempo depende­ría la suerte toda de su vida. Sabía también que descubrir su propia voca­ción no era meramente consultarse asimismo sobre lo que quería ser sino averiguar qué era lo que Dios quería que fuese, ya que la vocación es una llamada. Por eso Federico Ozanam oró, reflexionó profundamente y se asesoró para discernir esos carismas con que Dios le había dotado para encauzarlos y realizarlos en el segui­miento a una vocación, en el yo que la Providencia divina había asignado co­mo cooperador de su designio de sal­vación del universo.

Por sus cartas sabemos que los ras­gos generales de su vocación los per­filó con decisión y entereza en sus años jóvenes de estudiante en París. Desde su juventud consideró lo esen­cial de la vocación como una llamada a una peculiar vivencia del evangelio  en unas concretas circunstancias de profesión y estado de vida. De Cristo se revela con toda su perfección. Esa vocación caritativa la vivió Ozanam y quiso que la vivieran las Conferencias con espíritu vicenciano. Por eso la So­ciedad adoptó desde el principio como patrón a San Vicente de Paúl. «Radi­calmente vicenciano fue también en los caminos concretos elegidos para ejercer la caridad, desde la visita de los pobres a domicilio, como hicieron desde el principio las Hijas de la Cari­dad y los miembros, mujeres y hom­bres de las cofradías vicencianas, has­ta su visión global de la caridad como obra de dignificación del pobre, que se preocupaba de su cuerpo y de su espíritu, que abarcaba todo género de iniciativas, desde la limosna privada a la creación de instituciones para la educación humana y profesional de los abandonados. En definitiva, como Vicente de Paúl, a través del servicio corporal y espiritual al pobre, Ozanam tendía a una meta más alta: la restau­ración cristiana de la sociedad. (J. M. Román).

El tercer elemento de su vivencia personal del evangelio va centrado en la contemplación de sí mismo como un simple cristiano, es decir, un cris­tiano desde su condición laical. El ideal de acción que se propone es ne­tamente laical y por eso fue también decidido sostenedor del carácter laico de la Sociedad de Caridad que fundó: «se quiere que sea profundamente católica sin dejar de ser laica». Co­nocido su modo de pensar, está uno tentado a decir que Federico Ozanam había leído por anticipado las conclu­yentes palabras de Juan Pablo II: «La caridad con el prójimo, en las for­mas antiguas y siempre nuevas de las obras de misericordia corporal y espiritual, representa el contenido más inmediato, común y habitual de aquella animación cristiana del or­den temporal, que constituye el compromiso específico de los lai­cos». (Chrst. L. 414)

Aquel carácter de Iglesia laical que el asumió en su vida de simple cristia­no le hizo «misionero de la fe en el mundo de la ciencia, y misionero de la fe en el seno de la sociedad; he ahí lo que poco a poco quiso ser Federi­co Ozanam y lo que brillantemente llegó a ser». (G. Goyau, Livre du Centenaire p. 3-4).

«Si, por su vocación, Federico Oza­nam vivió anticipadamente el ideal que la teología actual señala como propio del laico cristiano: Ser, sin abandonar las tareas mundanas, más aún, a través de ellas, el testigo autorizado de la pre­sencia y la actuación de Dios en el mundo, devolver a Dios la creación sa­lida de sus manos y hacer todo ello con el testimonio de una existencia entera­mente dócil a la llamada a la santidad que Dios dirige a todos y a cada uno de los cristianos.» (J. M. Román 25).

En resumen, Federico Ozanam co­mo Vicente de Paúl fue pionero en una visión de Iglesia que el Vaticano II nos ha dejado bien marcada en sus documentos. Un concepto de Iglesia predominantemente laico que Ozanam heredó a su vez de Vicente de Paúl. Una Iglesia en la que el pobre es el espejo de Cristo y que precisamente por eso es la Iglesia palpitante y ex­plícita a los ojos de los seguidores de Cristo. Una Iglesia enraizada en el mensaje de amor proclamado por Je­sús de Nazaret. Mensaje de amor que Ozanam quiso traducir en vivencias personales de caridad, pero una cari­dad que abrazase todos estos tres ele­mentos dos de ellos, la profesión y el estado de vida, permanecieron inde­terminados por largo tiempo. No así el primero, la personal vivencia del evangelio a que estaba destinado, que lo descubrió muy tempranamente, pri­mero de modo confuso, pero progresi­va y rápidamente después con absolu­ta nitidez. Esa vivencia personal del evangelio la descubrió desde muy pronto en algunos elementos que per­manecieron inmutables y fueron in­corporados al plan definitivo de su vi­da. Como veremos a continuación fueron los puntos claves de todo su ser y hacer, los tomó de su patrón y mentor Vicente de Paúl y constituyen hoy el carisma e identidad de sus se­guidores los vicentinos.

El primer elemento de esta vivencia personal del evangelio lo concretó Fe­derico Ozanam en «un proyecto de restauración de la sociedad bajo la guía del catolicismo». Esto fue el sueño de toda su vida y lo heredó de su patrón San Vicente de Paúl. Desde los primeros años de estudiante en la Sorbona, Federico Ozanam formuló el binomio verdad —iglesia como princi­pio de todo su actuar. Su vida entera fue un compromiso en defensa de la verdad: «Me aferró a la verdad más que a la vida misma». Por otra parte veía a la iglesia católica como la cus­todia y poseedora de la verdad y por eso para Federico Ozanam todas las distintas manifestaciones de la verdad deberían considerarse bajo el prisma de la Iglesia. Este es el contexto de uno de sus escritos: «todas mis ambi­ciones van encauzadas hacia la Igle­sia. Así como sus triunfos me causan gran satisfacción y alegría, su triste­za y contradicciones me hacen tem­blar». Su amor y entrega a todo lo eclesial lo ha dejado muy bien expues­to Lacordaire quien hablando de Fede­rico Ozanam dijo: «Ozanam tenía un corazón sacerdotal en una vida de hombre del siglo. En la Francia de nuestro tiempo ningún cristiano amó tanto a la Iglesia como él. Nin­guno sintió más sus necesidades ni lloró con más amargura las faltas de sus servidores».

Si Federico Ozanam a la edad de 18 años realizó el ambicioso plan de apo­logía del cristianismo por medio de la historia comparada de las religiones, si centró todas sus aspiraciones de vi­da en la cátedra de la facultad de Le­tras en la Universidad de la Sorbona y si en su Profesión de Leyes, que el abrazó obligado por su amor y respeto a sus padres, trabajó incansablemente hasta conseguir la elaboración de una doctrina social cristiana, fue única­mente porque concibió desde los pri­meros años de su juventud la vivencia personal del evangelio como un pro­yecto de restauración de la sociedad bajo la guía del catolicismo y tomó como un deber personal el mostrar al catolicismo como el inspirador y reali­zador de la civilización de los pueblos europeos.

El segundo elemento de su vivencia personal del evangelio que había de ser como el principio vital del primer elemento descrito anteriormente, no es otro que la vivencia de la caridad desde su condición laical. Esto le im­pulsó a tomar el amor y la caridad por norma fundamental de vida y llegar por él a la santidad. De nuevo aparece el espíritu eclesial de Federico Oza­nam. La fuerza motriz de la Iglesia es Cristo, que se encarnó en la humani­dad y se hizo pobre por amor de los hombres. Es en el pobre donde la ima­gen de las pobrezas de la sociedad y que para ser más eficaz debería some­terse a estructuras organizativas. Sólo entonces el apostolado de caridad po­dría conseguir el objetivo primordial que Federico Ozanam se propuso co­mo pauta de todo su actuar: la restau­ración de la sociedad bajo la guía del catolicismo tomando como nor­ma fundamental de vida el amor y la caridad centrada en la visión de una asociación de amigos laicos del siglo comprometidos a trabajar por ello.

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