- JESUCRISTO, EL MISIONERO DEL PADRE, ES EL EVANGELIZADOR DE LOS POBRES
Los estudiosos de la espiritualidad vicenciana hablan de un acercamiento selectivo a la persona de Jesucristo de parte de Vicente de Paúl. Para Vicente de Paúl, Jesucristo es el misionero del Padre, el prototipo de misionero, que encuentra cada día en su ministerio. «Y dentro de la misión de Jesucristo, san Vicente se orienta hacia una selección que dinamiza su energía y su fe. Sigue a Jesucristo, Evangelizador de los Pobres».
La mirada de Vicente de Paúl se centra en el rostro humano de Jesús que recorre los caminos de Palestina anunciando la Buena Nueva de Dios a los pobres. Sorprende la cercanía a la humanidad de Jesucristo que expresan muchas de sus apreciaciones. «Con toda naturalidad, campesino como es, el señor Vicente ve a un Cristo cercano, trabajador, sencillo y de contacto fácil».
Hablando a las Hijas de la Caridad el 28 de noviembre de 1649, dibuja Vicente de Paúl los rasgos de un Cristo trabajador: «Qué hizo nuestro Señor mientras vivió en la tierra?… Tuvo el oficio de carpintero; se cargó con el cesto y sirvió de jornalero y de albañil. Desde la mañana hasta la noche estuvo trabajando en su juventud, continuó hasta la muerte… Lo vemos vivir del trabajo de sus manos y en la ocupación más baja y penosa… Y, desde los treinta años hasta su muerte, ¿qué es lo que no trabajó de día y de noche, predicando unas veces en el templo, otras en una aldea, sin descanso, para convertir al mundo y ganar las almas para Dios su Padre? … Ganarse la vida de esta manera, sin perder tiempo, es ganársela como nuestro Señor se la ganó».
Vicente de Paúl, que presenta tan cercano a Jesucristo, no se cansa de repetir que el Hijo de Dios vino al mundo para evangelizar a los pobres. Para añadir inmediatamente que los misioneros no hacen más que prolongar la misión de Jesucristo en la tierra.
En la conferencia a los misioneros de 29 de octubre de 1638, asegura: «En esta vocación vivimos de modo muy conforme nuestro Señor Jesucristo que, al parecer, cuando vino este mundo, escogió como principal tarea la de asistir y cuidar a los pobres. Misit me evangelizare pauperibus.Y se le pregunta a nuestro Señor: ¿Qué es lo que has venido a hacer en la tierra? – A asistir a los pobres. – ¿A algo más? – A asistir a los pobres, etc. En su compañía no tenía más que a pobres y se detenía poco en las ciudades, conversando casi siempre con los aldeanos, e instruyéndolos. ¿No nos sentiremos felices nosotros por estar en la Misión con el mismo fin que comprometió a Dios hacerse hombre? Y si se le preguntase a un misionero ¿no sería para él un gran honor decir como nuestro Señor: Misit me evangelizare pauperibus? Yo estoy aquí para catequizar, instruir, confesar, asistir a los pobres».
La vocación de los misioneros es la forma de vida que más y mejor se acerca a la vida de Jesucristo en la tierra. Estos son los argumentos de Vicente de Paúl en la repetición de la oración del 25 de octubre de 1643: «¿Verdad que nos sentimos dichosos, hermanos míos, de expresar al vivo la vocación de Jesucristo? ¿Quién manifiesta mejor la forma de vivir que Jesucristo tuvo en la tierra, sino los misioneros?».
… ¡Oh! ¡Qué felices serán los que puedan decir, en la hora de su muerte, aquellas hermosas palabras de nuestro Señor: Evangelizare pauperibus misit me Dominus! Ved, hermanos míos, cómo lo principal para nuestro Señor era trabajar por los pobres. Cuando se dirigía a los otros, lo hacía como de pasada. ¡Pobres de nosotros si somos remisos en cumplir con la obligación que tenemos de socorrer a las pobres almas! Porque nos hemos entregado a Dios para esto».
Y relaciona la fidelidad de Cristo a la voluntad del Padre que le envió con la finalidad para la que vino al mundo, la evangelización de los pobres, al tiempo que señala la dicha de los misioneros por ser los invitados a continuar la misma misión: «¡Qué dicha, padres, hacer siempre y en todas las cosas la voluntad de Dios! ¿No es esto hacer lo que el Hijo de Dios vino a hacer en la tierra, como ya hemos dicho? El Hijo de Dios vino a evangelizar a los pobres; y nosotros, padres, ¿no hemos sido enviados a lo mismo? Sí, los misioneros han sido enviados a evangelizar a los pobres. ¡Qué dicha hacer en la tierra lo mismo que hizo nuestro Señor, que es enseñar el camino del cielo a los pobres!».
En la conferencia a los misioneros del 17 de mayo de 1658, Vicente de Paúl no puede contener su entusiasmo al referirse a la vocación del misionero como prolongación de la misión de Jesucristo: «Así pues, padres y hermanos míos, nuestro lote son Ios pobres, los pobres: Pauperibus evangelizare misit me ¡Qué dicha, padres, qué dicha! ¡Hacer aquello por lo que nuestro Señor vino del cielo a la tierra, y mediante lo cual nosotros iremos de la tierra al cielo! ¡Continua la obra de Dios, que huía de las ciudades y se iba al campo en busca de los pobres! … ¡Oh pobres, pero benditas reglas de la Misión, que nos comprometen a servirles, excluyendo a las ciudades! Se trata de algo inaudito. Y serán bienaventurados los que las observen, ya que conformarán toda su vida y todas sus acciones con las del Hijo de Dios. ¡Dios mío, qué motivos tiene compañía en esto para observar bien las reglas: hacer lo que el Hijo de Dios vino a hacer al mundo! Que haya una compañía, y que ésta sea la de la Misión, compuesta de pobres gentes, hecha especialmente para eso yendo de acá para allá por las aldeas y villorrios, dejando las ciudades, como nunca se había hecho, yendo anunciar el evangelio solamente a los pobres!».
Sin duda ninguna, es en la conferencia del 6 de diciembre de 1658, al explicar la finalidad de la Congregación de la Misión, donde con más nitidez expresa Vicente de Paúl a qué fue enviado Jesucristo, el Misionero del Padre, y a qué está enviado cada uno de los misioneros: «Sí, nuestro Señor pide de nosotros que evangelicemos a los pobres: es lo que él hizo y lo que quiere seguir haciendo por medio de nosotros. Tenemos muchos motivos para humillarnos en este punto, al ver que el Padre eterno nos destina a lo mismo que destinó a su Hijo, que vino a evangelizar a los pobres y que indicó esto como señal de que era el Hijo de Dios y de que había venido el mesías que el pueblo esperaba (Lc 4, 18; Mt 16, 26). Tenemos, pues, contraída una grave obligación con su bondad infinita, por habernos asociado a él en esta tarea divina y por habernos escogido entre tantos y tantos otros, más dignos de este honor y más capaces de responder a él que nosotros.
No hay en la Iglesia de Dios una compañía que tenga como lote propio a los pobres y que se entregue por completo a los pobres para no predicar nunca en las grandes ciudades; y de esto es de lo que hacen profesión los misioneros; lo especial suyo es dedicarse, como Jesucristo, a los pobres. Por tanto, nuestra vocación es una continuación de la suya o, al menos, puede relacionarse con ella en sus circunstancias. ¡Qué felicidad, hermanos míos! ¡Y también cuánta obligación de aficionarnos a ella!
Dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el reino de los cielos y que ese reino es para los pobres. ¡Qué grande es esto! Y el que hayamos sido llamados para ser compañeros y para participar en los planes del Hijo de Dios, es algo que supera nuestro entendimiento. ¡Qué! ¡Hacernos…, no me atrevo a decirlo…, sí: evangelizar a los pobres es un oficio tan alto que es, por excelencia, el oficio del Hijo de Dios! Y a nosotros se nos dedica a ello como instrumentos por los que el Hijo de Dios sigue haciendo desde el cielo lo que hizo en la tierra. ¡Qué gran motivo para alabar a Dios, hermanos míos, y agradecerle incesantemente esta gracia!».
- JESUCRISTO SERVIDOR
Jesucristo, el Misionero del Padre, el Evangelizado de los pobres, es el Servidor de los pobres. La actitud d Servidor es destacada con fuerza por Vicente de Paúl en su peculiar comprensión de Cristo.
Jesucristo no se contentó con predicar a los pobres; les sirvió. Este es un convencimiento firme en la experiencia espiritual de san Vicente, a partir sobre todo de los acontecimientos de Chátillon en 1617, que dieron origen a las Cofradías de la Caridad.
San Vicente resume toda la vida de Jesucristo en la referencia al Padre y en el servicio a los hermanos. A un sacerdote le escribe recordándole que hemos sido llamados «al ministerio más alto que existe en la tierra, por el que tienen que ejercer las dos grandes virtudes de Jesucristo, a saber, la religión para con su Padre y la caridad para con los hombres».
San Vicente ha reflexionado ampliamente sobre la escena evangélica de san Mateo 25, 31-46: Lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños a mí me lo hicisteis.
San Vicente recoge esta exhortación en la conferencia-testamento a los misioneros del 6 de diciembre de 1658 sobre el fin de la Congregación de La Misión: «Si los sacerdotes se dedican al cuidado de los pobres ¿no fue también éste el oficio de nuestro Señor y de muchos grandes santos, que no sólo recomendaron el cuidado de los pobres, sino que los consolaron, animaron y cuidaron ellos mismos? ¿No son los pobres los miembros afligidos de nuestro Señor? ¿No son hermanos nuestros? Y si los sacerdotes los abandonan, ¿quién queréis que les asista? De modo que, si hay algunos entre nosotros que crean que están en la Misión para evangelizar a los pobres y no para cuidarlos, para remediar sus necesidades espirituales y no las temporales, les diré que tenemos que asistirles y hacer que les asistan de todas las maneras, nosotros y los demás, si queremos oír esas agradables palabras del soberano Juez de vivos y de muertos: Venid, benditos de mi Padre; poseed el reino que os está preparado, porque tuve hambre y me disteis de comer; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me cuidasteis. Hacer esto es evangelizar de palabra y de obra; es lo más perfecto; y es lo que nuestro Señor practicó y tienen que practicar los que lo representan en la tierra, por su cargo y por su carácter, como son los sacerdotes».
San Vicente no duda en llamar a los pobres con términos como: maestros, amos, señores, para indicar la actitud de servicio propia de quienes en la tierra tienen como misión continuar la misión de Jesucristo.
«Nuestros señores los pobres», es la expresión utilizada en la conferencia de 19 de julio de 1940 a las Hijas de la Caridad.
Y dirigiéndose también a las hermanas, explica más ampliamente el sentido de esta expresión en la conferencia del 11 de noviembre de 1657: «Existe cierta compañía, cuyo nombre no me viene ahora a la memoria, que llama a los pobres nuestros señores y nuestros amos; y tienen razón, pues ellos son los grandes señores del cielo; a ellos les toca abrir sus puertas, como se nos dice en el evangelio.
Así pues, esto es lo que os obliga a servirles con respeto, como a vuestros amos, y con devoción, porque representan para vosotras a la persona de Nuestro Señor, que ha dicho: Lo que hagáis al más pequeño de los míos, lo consideraré como hecho a mí mismo. Efectivamente, hijas mías, Nuestro Señor es, junto con ese enfermo, el que recibe el servicio que le hacéis».
San Vicente, reflexionando sobre las actitudes de Cristo, descubre en su amor la explicación de su entrega y servicio. Cristo es contemplado por Vicente de Paúl como un abismo de dulzura que le lleva a comportarse como Servidor.
En la conferencia del 13 de diciembre de 1658, hablando a los misioneros sobre los miembros de la Congregación de la Misión y sus ocupaciones, exclama:
«¡Oh amor, amor de mi Salvador! ¡Oh amor, amor! ¡Tú eras incomparablemente más grande que cuanto los ángeles pudieron comprender y comprenderán jamás!
Sus humillaciones no eran más que amor; su trabajo era amor, sus sufrimientos amor, sus oraciones amor, y todas sus operaciones exteriores e interiores no eran más que actos repetidos de su amor. Su amor le dio un gran desprecio del mundo, desprecio del espíritu del mundo, desprecio de los bienes, desprecio de los placeres y desprecio de los honores.
He aquí una descripción del espíritu de nuestro Señor, del que hemos de revestirnos, que consiste, en una palabra, en tener siempre una gran estima y un gran amor de Dios».
Y en la conferencia a los misioneros del 30 de mayo de 1659, Vicente de Paúl, con no menor entusiasmo, invita a contemplar el amor de Jesucristo y a revestirse de ese mismo amor que es capaz de entregarse hasta las últimas consecuencias: «Miremos al Hijo de Dios: ¡qué corazón tan caritativo!, ¡qué llama de amor! Jesús míos, dinos, por favor, qué es lo que te ha sacado del cielo para venir a sufrir la maldición de la tierra y todas las persecuciones y tormentos que has recibido. ¡Oh Salvador!, ¡Fuente de amor humillado hasta nosotros y hasta un suplicio infame! ¿Quién ha amado en esto al prójimo más que tú? Viniste a exponerte a todas nuestras miserias, a tomar la forma de pecador, a llevar una vida de sufrimiento y a padecer por nosotros una muerte ignominiosa; ¿hay amor semejante? ¿Quién podría amar de una forma tan supereminente? Sólo nuestro Señor ha podido dejarse arrastrar por el amor a las criaturas hasta dejar el trono de su Padre para venir a tomar un cuerpo sujeto a las debilidades. ¿Y para qué? Para establecer entre nosotros por su ejemplo y su palabra la caridad con el prójimo. Este amor fue el que lo crucificó y el que hizo esta obra admirable de nuestra redención. Hermanos míos, si tuviéramos un poco de ese amor, ¿nos quedaríamos con los brazos cruzados? ¿Dejaríamos morir a todos esos que podríamos asistir? No, la caridad no puede permanecer ociosa, sino que nos mueve a la salvación y al consuelo de los demás».
A las Hijas de la Caridad, en la conferencia del 9 de marzo de 1642 sobre el servicio a los enfermos, les comenta la actitud de servicio de Jesucristo, en quien deben fijarse: «¿Cómo servía Jesucristo a los pobres? Les servía corporal y espiritualmente, iba de una parte para otra curaba a los enfermos, y les daba el dinero que tenía y los instruía en su salvación. ¡Qué felicidad, hija: mías, que Dios os haya escogido para continuar e. ejercicio de su Hijo en la tierra: servir a los pobres!».
Y, en la conferencia del 9 de febrero de 1653, vuelve a insistir a las hermanas en la necesidad de identificarse con el espíritu de Cristo Servidor: «Habéis dejado vuestro pueblo, vuestros parientes y vuestros bienes, ¿y para qué? para seguir a nuestro Señor y sus máximas. Sois hijas suyas y él es vuestro Padre; os ha engendrado y os ha dado su espíritu; e que viese la vida de Jesucristo vería sin comparaciór algo semejante en la vida de una Hija de la Caridad. ¿Qué es lo que él vino a hacer? Vino a enseñar, a iluminar. Es lo que vosotras hacéis. Continuáis lo que él comenzó; sois hijas suyas y podéis decir: ‘Soy hija de nuestro Señor’; y tenéis que pareceros a él».







