Vicente de Paúl, Conferencia 167: Extracto De Una Conferencia

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

CREDITS
Author: .
Estimated Reading Time:

SOBRE LA CONVERSION DE UN HEREJE

En Montmirail, en 1620, un hereje asegura que la Iglesia no está guiada por el Espíritu Santo, porque abandona a los pobres. Respuesta del padre Vicente: son numerosos los buenos párrocos y coadjutores. En 1621, conmovido por el interés de los misioneros en la instrucción de los pobres aldeanos, aquel hereje decide convertirse. Antes de la ceremonia, en la iglesia de Marchais, cerca de Montmirail, presenta una nueva objeción contra el culto de las imágenes. La respuesta se la da un niño del catecismo. Conclusión que saca el padre Vicente de este episodio.

«Señor, le dijo el hereje, dice usted que la Iglesia de Roma está dirigida por el Espíritu Santo, pero yo no lo puedo creer, puesto que por una parte se ve a los católicos del campo abandonados en manos de unos pastores viciosos e ignorantes, que no conocen sus obligaciones y que no saben siquiera lo que es la religión cristiana; y por otra parte se ven las ciudades llenas de sacerdotes y de frailes sin hacer nada; puede ser que en París haya hasta diez mil, mientras que esas pobres gentes del campo se encuentran en una ignorancia espantosa, por la que se pierden. ¿Y quiere usted convencerme de que esto está bajo la dirección del Espíritu Santo?; no puedo creerlo».

El padre Vicente se vio muy afectado por esta objeción y recibió una nueva impresión en su espíritu por la gran necesidad espiritual de los pueblos del campo y la obligación que había de asistirlos, como muy bien sabía de antemano por propia experiencia. Sin embargo, sin manifestar este sentimiento, le replicó a aquel hombre «que estaba mal informado de lo que hablaba, pues en muchas parroquias había buenos párrocos y coadjutores, que entre los eclesiásticos y religiosos que abundan en las ciudades había muchos que iban a catequizar y a predicar al campo, que otros se dedicaban a rezar a Dios y a cantar sus alabanzas de día y de noche, mientras que algunos servían útilmente al público por los libros que componían, la doctrina que enseñaban y los sacramentos que administraban; que si había algunos inútiles y que no cumplían debidamente con sus obligaciones, eran hombres particulares sujetos a debilidades; pero que no son ellos la Iglesia. Que, cuando se dice que la Iglesia está guiada por el Espíritu Santo, esto se entiende en general, cuando está reunida en los concilios, y también en particular, cuando los fieles siguen las luces de la fe y las reglas de la justicia cristiana; pero en cuanto a los que se apartan de ellas, resisten al Espíritu Santo y, aunque sean miembros de su Iglesia, son sin embargo de los que viven según la carne, como dice san Pablo, y que morirán.

Aunque aquella respuesta hubiera sido más que suficiente para satisfacer a aquel hereje, permaneció sin embargo obstinado en su error, sintiendo mucho en su espíritu que la ignorancia de los pueblos y el escaso celo de los sacerdotes era un argumento infalible de que la Iglesia romana no estaba guiada por el Espíritu Santo.

No obstante, a pesar de esta obstinación, cuando al año siguiente volvió el padre Vicente a Montmirail en compañía del señor Féron, entonces bachiller en teología y luego doctor de la Sorbona y arcediano de Chartres, y del señor Duchesne, doctor de la misma facultad y arcediano de Beauvais, y algunos otros sacerdotes y religiosos, amigos suyos, para trabajar con ellos en los ejercicios de la misión, tanto en aquel lugar como en las aldeas de alrededor, mientras que todo el país se llenaba de los bienes que se hacían en aquellas misiones, aquel hereje en el que ya no pensaba nadie tuvo la curiosidad de ir a ver los diversos ejercicios que se practicaban; asistió a los sermones y al catecismo, vio el cuidado con que se instruía a los que ignoraban las verdades necesarias para la salvación, la caridad con que se acomodaban a la debilidad y rudeza de espíritu de los más rústicos y simples para darles a entender lo que habían de creer y los efectos maravillosos que se realizaban en el corazón de los mayores pecadores para llevarles a la conversión y a la penitencia. Todas estas cosas le impresionaron tanto que fue a buscar al padre Vicente y le dijo: «Ahora en cuando he visto que el Espíritu Santo guía a la Iglesia romana, ya que se preocupa de la instrucción y la salvación de estos pobres aldeanos. Estoy dispuesto a entrar en ella, cuando quiera usted recibirme». Le preguntó entonces el padre Vicente si no lo quedaba ya ninguna otra dificultad. «No, le respondió, creo que todo lo que usted ha dicho y estoy dispuesto a renunciar públicamente a todos mis errores». El padre Vicente el hizo algunas otras preguntas más concretas sobre las verdades católicas, para ver si se acordaba bien de ellas, y satisfecho de sus respuesta le dijo que «acudiera el domingo siguiente a la iglesia de la aldea de Marchais, cerca de Montmirail, donde se celebraba entonces la misión, para hacer allí su abjuración y recibir la absolución de su herejía». Así lo hizo. El padre Vicente, al acabar la predicación de la mañana, se lo comunicó a sus oyentes, llamó a aquella persona por su nombre y le preguntó ante todos los reunidos si perseveraba en la voluntad de abjurar de su herejía y de entrar en el redil de la santa Iglesia; él respondió que perseveraba en ello, pero que todavía le quedaba una dificultad que acaba de ocurrírseie al mirar una imagen de piedra bastante mal modelada, que representaba a la santísima Virgen: «No puedo creer que haya ningún poder especial en esa piedra», y señaló la imagen que estaba frente a él. El padre Vicente le replicó que «la Iglesia no enseñaba que hubiese ninguna virtud en esas imágenes materiales a no ser cuando Dios se la quería comunicar, como puede hacerlo y como hizo otras veces con la vara de Moisés, que realizaba tantos milagros y que los propios niños se lo podrían explicar».

Entonces, llamando a uno de los mejor instruidos, le preguntó que es lo que hemos de creer sobre las sagradas imágenes; el niño respondió: «Es conveniente rendirles el honor debido, no por la materia de que están hechas, sino porque representan a nuestro señor Jesucristo, a su gloriosa Madre y a los santos del paraíso, que habiendo triunfado sobre el mundo nos exhortan por medio de esas imágenes mudas a seguirles en su fe y en sus buenas obras».

…Esto que ocurrió en la conversión de aquel hereje… dio motivos al padre Vicente, que se lo contaba un día a los padres de su compañía, para exclamar: «¡Qué dicha para nosotros los misioneros, poder demostrar que el Espíritu Santo guía a su Iglesia, trabajando como trabajamos por la instrucción y la santificación de los pobres».

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *