Vicente de Paúl, Conferencia 028: Ocultar y excusar las faltas de las hermanas

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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(22.10.46)

Conferencia del 22 de octubre de 1646 sobre la obligación que tienen las Hijas de la Caridad de no comentar las faltas que cometen en sus ejercicios las hermanas con quienes están

El primer punto ha sido sobre las razones que tenemos para ocultar las faltas de nuestras hermanas a todos los que no tienen que conocerlas.

Sobre eso se ha dicho:

En primer lugar, no podemos dar a conocer las imperfecciones de nadie sin ofender a Dios.

2.° Va contra la caridad, y por tanto no debemos ser llamadas con ese nombre, si comentamos acciones contrarias a esta virtud.

3.° Va contra la edificación; somos motivo de que se desprecie a la hermana de quien hemos hablado mal; y las que hubiesen deseado unirse a la Compañía, viendo la poca paciencia y caridad que hay entre nosotras, se retirarán.

4.° El desprecio que hacemos de nuestras hermanas recae sobre nosotras mismas, como si echáramos una piedra contra el cielo, que volvería a caer sobre nuestra cabeza.

Nuestro muy honorable padre dijo entonces:

– Hijas mías, ¡qué verdad es todo esto y qué bien ha hablado nuestra hermana! Porque ¿qué estima se puede tener de una Hija de la Caridad que desprecia a su hermana y la difama? Ninguna, evidentemente; y aunque de momento parezca estar de acuerdo con lo que dicen, y aún cuando parezca escucharla de buena gana, cuando luego recapaciten y haya pasado el sentimiento que les ha hecho escucharla, se dirán: «Seguramente esta hermana tiene poca virtud, ya que en vez de excusar a su hermana y soportarla, se pone a hablar mal de ella».

Y de esta forma excusan a la otra hermana y a ella la condenan; lo mismo que, si alguno tuviese la mala idea de escupir contra el cielo, sus esputos llegarían a caer sobre su cara, de la misma forma la reprobación que se quería hacer recaer contra una hermana, recaerá sobre ella misma. Hijas mías, anotad bien lo que se va a decir sobre este tema; es uno de los más importantes que se van a tratar; pues por ahí es por donde el diablo quiere destruiros. Espero que el Espíritu Santo, que ha inspirado este asunto, dará luces y afectos a vuestros corazones para conocer su importancia y abrazar sus prácticas. Bien, in nomine Domini! in nomine Domini! in nomine Domini! Sigamos, si os parece.

5.° Como nuestro Señor dijo a sus discípulos, «Si os amáis los unos a los otros, en eso conocerán que sois mis discípulos», de la misma forma, si nos amamos, soportaremos caritativamente los defectos de nuestras hermanas, y en eso se conocerán que somos verdaderas Hijas de la Caridad.

6.° Si excusamos estas faltas de nuestras hermanas, obtendremos su confianza y podremos corregirlas con mayor fruto que si las dijésemos en alta voz, o las reprendiésemos con dureza.

7.° La costumbre de excusarse a sí misma hace que se cometan muchas faltas, que uno no advierte de momento, sino solamente más tarde, cuando se examina; esto perturba algunas veces la tranquilidad de nuestras conciencias y nos impide sacar fruto de nuestras oraciones y demás ejercicios.

8.° Nuestro Señor nos ha mandado soportar los defectos mutuos, e incluso nos lo enseñó duramente su vida; y esta práctica logrará que haya unión entre nosotras.

9.° Nada perjudica tanto a la caridad y a la unión como la falta de paciencia, y esto ofende a toda la Compañía, ya que pensarán que no tiene la práctica de esta virtud, cuando nos vean a nosotras privadas de ella.

10.° Es una falta de humildad y de conocimiento de nuestra debilidad al acusar a nuestras hermanas, y el excesivo amor a nosotras mismas y nuestra propia estima es el que hace que descarguemos sobre ellas las faltas de las que somos nosotras culpables.

11.° Se trata de una enseñanza que el Padre Eterno nos ha dado por medio de su Hijo, que la practicó durante toda su vida y hasta su muerte, cuando excusó la ignorancia de los que lo crucificaban.

12.° En la práctica de esta virtud cumplimos la ley de Jesucristo; y esto solamente se les da a las que soportan los defectos de sus hermanas.

13.° Nuestro reglamento nos ordena la práctica de esta virtud, lo cual parece ser de gran obligación para no vivir en desorden, en contra de nuestras reglas.

El segundo punto fue sobre la manera de ocultar y de excusar las faltas de nuestras hermanas. Sobre eso se dijo:

1.° Cuando veamos caer a nuestras hermanas en alguna falta, hemos de pensar que ha sido por inadvertencia, que no querían obrar mal, que nosotras, por nuestra parte, caemos con mayor frecuencia y por pura malicia.

2.° Si son nuevas en la Compañía, podemos decir que todavía no están acostumbradas a la comunidad, que siguen aún las máximas del mundo, y creer que esto les da mucha pena.

3.° Si son antiguas, pensemos que hay que trabajar en ello toda la vida, y que, por permisión de Dios, los mismos santos han caído algunas veces, a fin de que cada uno conociese que no puede hacer por sí mismo sino pecar.

4.° Será conveniente, cuando alguna se dirija a nosotras para quejarse de su compañera, no escucharla, o cambiar de conversación.

Sobre este punto, nuestro veneradísimo padre habló de este modo a toda la reunión:

– Ese es un buen remedio, hijas mías, para cortar la raíz de este pecado; pues como se ha dicho que, si no hubiese encubridor, tampoco habría ladrón, de igual forma, si no hubiese oyentes, tampoco habría maledicentes. Hermanas mías, no escuchéis jamás ni apliquéis vuestros oídos cuando vuestra hermana venga a exponeros sus quejas; quizás la pobrecilla esté de mal humor; y eso pasará. Sin embargo sus palabras habrán hecho impresión en vuestro espíritu, y habréis concebido una mala opinión de la otra, que quizás sea inocente. Por eso hay que guardarse mucho de esto, hijas mías, pues la que se queja está muchas veces en el error, y la que es acusada no creía que obraba mal, como se ha indicado muy atinadamente. La primera no estaba en disposición de oír o de ver lo que ha visto u oído. Por eso, en vez de amonestar caritativamente a su hermana, le ha parecido más fácil, al encontraros, descargarse con vosotras. Pues bien, hay que impedir todo esto, hijas mías, pues, aunque por la misericordia de Dios yo no crea que se hayan cometido en esto grandes faltas, pueden cometerse sin embargo. El diablo, que es sagaz, empieza por unas pequeñas insinuaciones, por algunas murmuraciones, por algunas quejas sin importancia, para llegar poco a poco a notables disensiones y calumnias manifiestas. Porque quizás, hijas mías, el príncipe de los demonios, que es el enemigo capital de las obras de Dios y que teme mucho al bien que va a hacer esta Compañía, se esfuerza en destruirla y ha nombrado un demonio expresamente para tentaros. Ese demonio no tiene otra cosa que hacer; os observa por todas partes para ver el lugar en que os puede pillar. Así como Dios os ha dado un ángel expresamente para guardaros, así ese demonio tiene expresamente el encargo de destruiros; y no os pillara nada más que por la falta de paciencia, por las quejas que de ahí se derivan, seguidas bien pronto de detracciones y luego de grandes disensiones. ¿Qué es lo que sostiene este edificio? La piedra de debajo sostiene a la de encima, ésta a la otra, y así las piedras se van sosteniendo unas a otras, y se mantiene el edificio. Dios, por su infinita bondad, quiera guardaros de esta desgracia. Pero para impedirlo totalmente, no escuchéis nunca las quejas. Ese es el medio que acaba de indicarnos nuestra hermana, y es infalible.

Pero, padre, me dirá alguna, ¿cómo podremos conseguir que se calle nuestra hermana? ¿le diremos que no está hablando bien? Lo tomaría a mal. Hijas mías, os digo un medio que se me acaba de ocurrir y que quizás podría olvidárseme si no lo dijera. Es que no respondáis ni una palabra, que os pongáis de rodillas y que pidáis a Dios que envíe a vuestra hermana algún pensamiento contrario a lo que os está diciendo. Y cuando os vea de esta forma, volverá a entrar en sí misma, incluso antes de que le hayáis hablado.

Pensaba últimamente dentro de mi mismo: ¿qué es lo que podrá impedir que subsista esta Compañía? Solamente se me ocurrió que sería este desgraciado vicio, porque, gracias a Dios, no veo que exista otro gran mal. No será por falta de personas buenas que amen su vocación; ni por parte del pueblo, porque os querrá y os recibirá siempre con mucho agrado; a todos les interesa mucho que los pobres estén servidos; pero será por vosotras mismas, si no ponéis oportunamente la mano y trabajáis en ello constantemente. Por eso, hijas mías, es menester que toméis la resolución de pelear desde ahora contra esto y con mucho ánimo; es preciso que todas las que me estáis oyendo sintáis mucho horror contra este enemigo. Y si hubiera alguna que no se sienta en situación de resistirle, le aconsejaría que se retirase de la Compañía antes de ser un escándalo para las demás. Y si la mitad de vosotras estuviese atacada por este mal, que es muy grande, hijas mías, pues no siempre se trata de una simple imperfección, sino que algunas veces llega a ser pecado, e incluso pecado mortal, como cuando reveláis el pecado mortal de una hermana, cometiendo entonces vosotras mismas un pecado mortal; digo pues, hijas mías, que si la mitad de vosotras tuviese esa costumbre de no poder soportar los defectos de las demás y hablar mal de ellas, y no tuviese ningún deseo de romper con ese vicio, me parecería bien que esta mitad se retirase, para no perjudicar al resto de la Compañía; porque, hijas mías, tendréis que dar cuenta delante de Dios, no sólo del mal que hayáis hecho, sino también del que hayáis causado, o de la disminución del bien que hubiese sido mayor sin vuestro mal ejemplo. Tened mucho cuidado con esto, hijas mías, pues quizás alguna de vosotras se perderá por abusar de las gracias que Dios le hace aquí, o por dar ocasión a las demás de ofender a Dios, o por impedir una perfección mayor. Y quizás podría salvarse en su propia casa, en donde Dios no le habría pedido tanto. Tened mucho cuidado con esto, mis queridas hijas, en nombre de Dios, y acordaos del medio que os acaba de indicar vuestra hermana. Prosigamos con nuestro tema.

5.° Es conveniente mirar si no seremos acaso nosotras mismas la causa de las faltas que cometen las hermanas.

6.° No culpar a nuestras hermanas ante nuestros confesores, con los que algunas veces hablamos de nuestras diferencias.

Sobre esto, nuestro muy venerado padre, deteniéndola inmediatamente, dijo:

– ¡Oh! ¡Jamás, hermanas mías, jamás ante los confesores! ¡Dios mío! ¡sería un sacrilegio! Y si es fuera de la confesión sería una detracción. Ir a quejarse de una hermana ante un confesor, es odioso. En la confesión hablad de vosotras, pero no habléis de las demás. Algunos doctores defienden que, si uno no puede confesarse de un pecado sin dar a conocer con quién lo ha cometido, más vale no confesarse de él. La caridad, hermanas mías, es la reina de las virtudes; ¿hay algo que la perjudique tanto, como infamar al prójimo? La confesión es necesaria, pero es subordinada. La caridad es lo primero, y si la caridad puede verse ofendida, dejad la confesión, pues la confesión no es más que la esclava de la, caridad, y no tiene que hacerse en perjuicio de ella. La caridad está por encima. Si tenéis algo contra vuestra hermana, decídselo a quienes tienen que saberlo y pueden remediarlo, decídselo a vuestro superior, a vuestra superiora, pero nunca a vuestros confesores, que están únicamente para reprenderos las faltas que confesáis y para daros la absolución, pero no para conocer lo que pasa entre vosotras. Os lo digo una vez más; según los doctores que han hablado de esto, valdría más no confesarse que dar a conocer la falta de alguno en la confesión; en vez de recibir el mérito del sacramento, añadiríais un sacrilegio a vuestros pecados.

Si es fuera de la confesión, hijas mías, estáis hablando con un hombre sujeto a las mismas debilidades que vosotras, que no está ligado a guardar el secreto, y, después de haberos dejado a vosotras, podrá libremente repetir lo que hayáis dicho. ¿Y qué es lo que sucede algunas veces? Hijas mías, desgraciadamente hemos visto a algunas que, por sentirse apegadas de esta forma a su confesor,. se han perdido, no se trata de que haya pasado nada malo, por la misericordia, de Dios, sino que el confesor empezaba a manifestar más afecto a unas que a otras, les daba la razón a unas sobre otras; si una le hablaba de alguna disensión, él se indisponía con la otra, y de esta forma no había nunca paz. ¡Qué buena observación ha hecho nuestra hermana! Hijas mías, poned cuidado en esto; no abuséis jamás de la confesión, fijaos siempre en lo que os obliga la caridad, y no digáis nada fuera de la confesión. Los confesores a los que descubrís las faltas de vuestras hermanas saben muy bien que no tenéis que decírselas. A veces se encuentran en un lugar en donde se habla de vosotras; y dirán libremente: «Esas hermanas se devoran entre sí; ¿creéis quizás que valen algo? Si las conocieseis, veríais lo que son; están siempre discutiendo, y manifiestan sus desavenencias al primero que ven, sin caridad y sin paciencia. A mi me tienen rota la cabeza». Eso es, hijas mías, lo que pueden pensar vuestros confesores, si no tenéis la discreción necesaria para tratar con ellos; perdéis vuestra reputación, os escandalizáis a vosotras mismas y hacéis daño a toda la Compañía.

7.° Si a veces los pobres no son servidos a su hora o carecen de algún medicamento, no echar la culpa a nuestra hermana, sino procurar excusarla; y si alguna dama está descontenta, hacer lo mismo.

8.° Si tenemos un poco de amor de Dios, nos resultará fácil soportar las imperfecciones de nuestro prójimo, y si tenemos deseos de avanzar en la virtud, nos sentiremos contentas de que vengan estas ocasiones, para trabajar en nuestra perfección.

9.° Cuando se hable mal de una hermana, procuraremos excusarla, diciendo: «Ha sido por debilidad, y si Dios no nos tendiese la mano a todas, cometeríamos otras muchas faltas».

10.° Pensar que, al justificarnos en perjuicio de nuestras hermanas, falseamos muchas veces las cosas para que cedan en nuestro provecho, y por consiguiente faltamos contra la verdad.

11.° Si a nuestras hermanas se les escapa alguna palabra por ligereza, en vez de juzgar que han hecho mal, tenemos que poner los ojos en nosotras mismas, y ver si no habrán faltado por culpa nuestra, si no lo habríamos hecho peor que ellas, si ellas nos habrían tratado de esta manera y con la dureza con que nosotros las tratamos, y con estas reflexiones procurar excusarlas siempre dentro de nosotras mismas. Si no podemos hacerlo con las personas que han visto sus faltas, es conveniente justificar su intención.

12.° Pensar que, si soportamos a nuestras hermanas, ocultando sus faltas o excusándolas, Dios permitirá que ellas nos devuelvan esta misma caridad, y hay motivos para reconocer que de esto tenemos todas mucha necesidad.

13.° Procurar olvidar las faltas de las demás y, para conseguirlo, excusarlas y creer que han obrado por descuido y sin ninguna mala voluntad.

14.° Si alguna vez indicamos al prójimo que estamos ofendidas por lo que ha dicho o ha hecho, pedirle perdón cuanto antes y demostrarle que no tenemos ningún resentimiento.

15.° Cuando la falta de una hermana sea manifiesta a todas a las damas y al médico, disimularla, si podemos hacerlo sin mentir, y si no, sentirnos obligadas a excusarla e intentar reparar su falta, para que nadie se dé cuenta. Como no somos nada más que un solo cuerpo, es preciso que uno de los miembros satisfaga y repare lo que ha destruido el otro, pero esto sin darlo a conocer, a ser posible, ni siquiera a la hermana, a no ser que pueda servirle para otra ocasión.

16.° Para comprometernos a callar las faltas de nuestra hermana, hemos de pensar que el decirla es lo mismo que matarla.

Nuestro muy venerado padre insistió en esta observación:

– Hija mía, ¡qué bien lo ha dicho sin querer! Porque es muy cierto que los que quitan el honor a alguno lo matan. Los jurisconsultos ponen dos clases de vida en nosotros: la vida del-cuerpo y la vida civil, que es la buena reputación. La Hija de la Caridad que difama a su hermana y le quita esa buena reputación, le quita esa gracia que tenía entre los que la conocían, la hace morir en su estima. Ya no le hacen caso, como no harían caso de un hombre a quien la justicia condena a la muerte civil, que es el destierro; ya no tiene honra. Lo mismo, una persona de quien se habla mal, ya no tiene honor en la opinión de los que han oído esas palabras.

Pensemos en una buena Hija de la Caridad, que tiene mucho cuidado de los pobres, que cumple su oficio con esmero y contenta a las damas. Todo el mundo está edificado con ella, y vosotras decís: «¡Tiene muy mal genio! ¡No se puede vivir con ella! Es muy distinta de lo que aparenta». La matáis, le quitáis la reputación, por la que vivía en la estima de esas personas. Por eso nuestra hermana ha dicho muy bien, aunque no se daba cuenta de lo que quería decir.

Pensad un poco, cuando os entren ganas de hablar en contra de otra, pensad en vuestro interior: «Voy a decir una cosa que los demás no saben; satisfaré a mi pasión, pero también mataré a mi hermana, a la que le quitaré el honor, y desde ahora ya no tendrá reputación». No creo, hijas mías, que si os hacéis estas reflexiones, deis un paso más. Hija mía, tiene usted muchas razones para decir que publicar los defectos de alguien es matarlo, aunque no pensaba en lo que esto quería decir. ¡Muy bien! In nomine Domini, in nomine Domini!

El tercer punto es sobre los bienes que conseguiremos cada una en particular y la Compañía en general, si somos fieles a la práctica de la virtud de la paciencia, esto es, si ocultamos y excusamos las faltas de nuestras hermanas para acusarnos más bien a nosotras mismas.

Sobre esto se ha dicho:

1.° Es un medio para adquirir la humildad, por el que atraemos las gracias de Dios sobre nuestra comunidad, servimos de buen ejemplo al prójimo y hacemos que nuestras hermanas aprecien su vocación, al ver que nos soportamos mutuamente y que cada una da la razón a su hermana más que a sí misma.

2.° Con la paciencia que tendremos unas con otras, Dios será glorificado, porque esto impedirá que nazca la envidia entre nosotras con la que tantas veces se le ofende.

3.° Nos mantenemos en el desprecio a nosotras mismas, porque, cuando veamos algunas faltas de nuestras hermanas, nos humillaremos, reconociendo que sin la gracia de Dios seríamos mucho peores.

4.° Nuestro prójimo quedará edificado; haremos nuestros trabajos con más sentimiento de la presencia de Dios, con más alegría, con una intención más pura y nos amaremos más las unas a las otras.

5.° De aquí se seguirá en general una gran unión, concordia, paz y amistad, y en particular una gran tranquilidad de espíritu, para lograr la perseverancia:

6.° De esta paciencia recíproca la paz nacerá en nuestra Compañía. Mortificaremos las pasiones de nuestro corazón que se empeña en surgir contra esta virtud; nos haremos más moderadas en nuestras palabras; insinuaremos esta práctica con nuestros ejemplos en el espíritu de las recién llegadas, que quizás no la conocían; y si somos fieles a ella, nuestra Compañía será entonces verdaderamente de la Caridad.

7.° Por la práctica de esta virtud en toda la Compañía Dios será glorificado, porque honraremos así las enseñanzas y los ejemplos de su Hijo en la tierra.

8.° El mérito de estas virtudes practicadas por nuestro Señor se extenderá sobre las nuestras, si las hacemos con amor.

9.° Si entramos en esta práctica de la paciencia y excusa de nuestras hermanas, no formaremos más que un solo cuerpo y un solo espíritu, y así podremos atraer mucho más las gracias de Dios, que necesitamos para la afirmación y estabilidad de nuestra misión en servicio de Dios y de los pobres.

10.° La práctica de esta virtud mantendrá siempre nuestro espíritu en paz y en humildad, nos hará amables a nuestro prójimo y nos ayudará mucho a servirlo; y ya en este mundo podremos en cierto modo participar de la recompensa que nuestro Señor promete a los pacíficos, porque podremos más fácilmente ponernos y permanecer en la presencia de Dios.

La mayor parte de nuestras hermanas hablaron en esta conferencia y dijeron sustancialmente una parte de las cosas que aquí hemos puesto, sacándolas de las notas que habían hecho en su oración.

Cuando ellas terminaron, nuestro muy honorable padre empezó a hablar poco más o menos de esta manera:

– Se está haciendo tarde, hijas mías, y ya habéis visto la importancia del tema de esta charla, y no es necesario que me detenga mucho en hablaros. Vosotras mismas habéis reconocido los males que causan estos defectos, el escándalo que dan al prójimo y la ofensa que hacen a Dios, el desorden que ponen entre vosotras, cómo rompen la unión, hasta qué punto perturban la paz y causan molestias entre vosotras mismas. ¡Qué felices seríais sin ellos! Si os portaseis bien, esto sería el paraíso. Donde está la caridad, allí está Dios. El claustro de Dios, dice un gran personaje, es la caridad, pues allí es donde Dios se complace, donde se aloja, donde encuentra su palacio de delicias, su morada y su placer. Sed caritativas, sed benignas, tened espíritu de paciencia, y Dios habitará con vosotras, seréis su claustro lo tendréis entre vosotras, lo tendréis en vuestros corazones.

Pues bien, por su misericordia, mis queridas hijas, hay motivos para esperar que lo queréis así y que os esforzaréis con buen ánimo en adquirir esta caridad. Por eso, dada la disposición que se nota en vosotras, no tengo por qué detallaros cómo debéis ocultar y excusar las faltas de vuestro prójimo, ya que el mismo Dios os ha dado a conocer suficientemente las ventajas que obtendréis cada una en particular y la Compañía en general. Diremos solamente unas palabras sobre los medios que Dios nos da para esforzarnos en ello; porque hijas mías, hay que trabajar continuamente en esto.

El primer medio es pedírselo a Dios. Sí, hijas mías, hay que pedírselo a Dios; pero que sea con todo nuestro corazón; y ahora, mientras os estoy hablando elevad vuestro corazón para pedírselo, y tomad la resolución de aprovechar bien todas las ocasiones que tengáis para excusar a vuestra hermana, para soportarla y para ayudarla todo lo que podáis.

Ya se ha dicho el segundo medio; pero, para que os acordéis mejor, os lo repetiré: es ponerse de rodillas cuando una hermana hable mal de otra. Este es un gran medio. No decir ni una sola palabra. Pero ella verá muy bien lo que queréis decir. Entrará en su interior, sentirá inmediatamente un disgusto por su falta, y quizás con la gracia de Dios, se resolverá a no caer más en ella. Además haréis que quienes la estaban escuchando con gusto, se vean impresionados con vuestro ejemplo y procuren imitarlo. Vosotras mismas, al poneros de rodillas, os humillaréis y excusaréis en vuestro corazón a aquella de la que se hablaba y a la que hablaba. Podréis decir: «¿Qué es lo que somos? ¡Esta hermana tiene tan buenas cualidades y el demonio no deja de atacarla! Si Dios no me protegiese, ¿yo qué sería?». Estad seguras, hijas mías, de que el demonio ha obtenido de Dios el permiso para probaros, y que no dejará pasar ninguna ocasión sin tentaros. Por eso, es preciso que tengáis mucho cuidado.

Si sois vosotras las que habéis caído en la maledicencia, en la murmuración o en la detracción, entrad en vuestro interior y decid: «¿Qué es lo que has hecho, miserable de ti? Te has dejado llevar por el enemigo, has matado a tu hermana, le has quitado la reputación, has escandalizado a las hermanas con las que has hablado. ¿Qué estima tendrán de ella desde ahora?» E inmediatamente, hijas mías, para que la mala impresión que causaron vuestras palabras no vaya más lejos, y también por la caridad que quiere que contribuyáis a la buena estima del prójimo, inmediatamente, sin retrasaros ni un momento, id a buscar a vuestra hermana, poneos de rodillas a sus pies y decidle: «Hermana, aquí estoy a sus pies para pedirle perdón. Ha sucedido, miserable de mí, que he dicho esto y esto de usted; le ruego que me lo perdone y que pida a Dios que tenga misericordia de mi». Después de esto, id a buscar a las demás y decidles: «¡Ay! Rezad por mi; soy tan miserable que me he dejado llevar a decir esas cosas de mi hermana. En nombre de Dios, no os sintáis desedificadas por ello, sino pedid a Dios que me conceda su misericordia».

El tercer medio es que, cuando estamos en un grupo en donde se habla mal de una hermana, pidamos a Dios que toque el corazón de la pobre hermana que nos habla, dirigirse en espíritu al cielo, y por así decirlo, obligar a Dios a que le dé algún buen movimiento para que tenga algún pensamiento en la intimidad con Jesucristo, rogar al Espíritu Santo que le dé una inspiración conveniente a la situación en que está y, una vez más, ponerse de rodillas. Si se está en un lugar adecuado, y nadie lo ve, ¿por qué no?; pero, si el lugar no es oportuno, o ella no se acuerda, entonces, sin decir una palabra, elevar el espíritu y pedir a Dios con todo el corazón que toque el corazón de su hermana. No creo que sea conveniente decirle nada, pues quizás no está de humor para escuchar: entonces está descontenta, y quizás se exaltaría más si se le hablase. Más vale recurrir a Dios, para que quiera Su bondad darle las disposiciones necesarias, y edificarla con vuestro silencio y vuestro ejemplo, que tiene más poder que cualquier palabra; no, hermanas mías, ya os lo he dicho y os lo vuelvo a repetir, nada de lo que podamos decir para exhortar a nuestro prójimo a que cumpla con su deber, es tan poderoso como el ejemplo; y pronto o tarde veréis sus frutos.

El bienaventurado Juan de Montmirail, que era uno de los grandes señores de la corte, condestable de Francia, que derrotó a los ingleses en Compiegne, y cuyo hijo mayor se casó con la hija mayor del rey de Inglaterra, uno de los más altos señores y más poderosos del reino, después de haber trabajado muchos años por la corona de Francia, sintió deseos de hacerse religioso. Dijo al prior de la casa que había escogido: «Padre, yo haré todo lo que vosotros hacéis aquí, me levantaré a la misma hora que vosotros, comeré en el refectorio como vosotros, y así en todo lo demás. Pero hay una cosa que me preocupa, que no sé limpiarme los zapatos. Espero que podré conseguir todo lo demás; pero para esto, os confieso mi debilidad. Dé órdenes para que me los limpien y me los traigan todas las mañanas».

El prior, que tenía el espíritu de Dios y se daba cuenta de que no pararían allí las cosas, le dijo: «Desde luego, señor, se trata de algo poco importante; encargaré a un hermano, que no dejará de hacerlo». Así se hizo, y todos los días le llevaba los zapatos a su habitación. Como aquello durase más tiempo del que había pensado, el mismo prior tomó los zapatos del bienaventurado, se los limpió y se los llevó todas las mañanas. El religioso lo vio un día y, como no estaba muy seguro, se fijó más de cerca, hasta que adquirió la certeza de que era el prior. Empezó a entrar dentro de sí mismo. «¡Cómo, tierra miserable! Tu prior te limpias los zapatos. Tú quieres ser religioso, ¿y dónde está tu disposición? Necesitas un criado. ¡Tú no puedes limpiarte los zapatos, y tu superior te los limpia!» Con estos sentimientos, se puso de rodillas delante del prior, le rogó que cesase en su tarea, pidió perdón públicamente, hizo penitencia especial por ello y desde entonces él mismo se los limpió siempre. Ya veis, por este ejemplo, hijas mías, cuánta fuerza tiene el ejemplo.

¡Pero esta hermana es perezosa; no se levanta con nosotras! No le diga usted nada. ¡Pero esta no hace nada, no quiere barrer la habitación! Bárrala usted. Si ella no se hace la cama, hágala usted. Todo lo que tenga que hacer y no lo haga, hágaselo usted, y ya verá cómo no se lo dejará hacer mucho tiempo. Pero sobre todo, cuando se hable de alguna, dirigíos a Dios sin decir nada, y veréis qué pronto se calla; porque, si no hubiese hermanas para escuchar, tampoco habría nadie que se quejase.

El cuarto medio, os lo recuerdo para recomendároslo una vez más, es que no habléis con vuestros confesores. En nombre de Dios, hijas mías, no les pongáis al tanto de vuestras discordias. Tenedles mucho respeto. En la confesión, como os he dicho. esto no puede hacerse; y fuera de la confesión, es maledicencia. Ocultad todo lo que podáis vuestras pequeñas diferencias, a no ser a los que tienen que conocerlas. Sobre todo, llevad en paz las unas las cargas de las otras.

El quinto medio para impedir las quejas y hacer que alguien se corrija es, según creo, no avisarse de ello. Ya he dicho que no habíais de avisar a la que habla mal de alguien; ahora voy más lejos: no avisarse jamás. Los padres jesuitas, que son personas prudentes, si las hay en el mundo, se avisaban mutuamente al comienzo de su Instituto; como no dejaban de cometer faltas, quisieron intentar otro medio, esto es, no avisarse; y en caso de falta notable, avisar al superior. Se dieron cuenta de que esto surtía mejores efectos que cuando se avisaban, y resolvieron no avisarse; y no lo hacen; de forma que, según creo, si aceptamos esta práctica, también infaliblemente veremos las ventajas.

Pero, padre, ¿qué vamos a hacer? Esta hermana habla continuamente y no guarda el silencio. Guárdelo usted y déjela que hable.

Pero no hace nada; yo soy la que tengo que esforzarme y cargarme con todo; si sigo así, me pondré enferma. Siga así, haga todo lo que ella tendría que hacer, y verá como no dejará que lo siga usted haciendo mucho tiempo.

No ha hecho la cama en toda la semana. Hacedla vosotras un mes entero; dos meses, si es necesario; antes de que termine el mes veréis cómo se enmienda. Y aunque no se enmendase, continuad haciéndolo.

Probaremos este medio durante tres meses; os pido que, durante tres meses, se avise a la demás sólo por medio del ejemplo, a no ser que os diga lo contrario.

Dentro de tres meses tendremos otra reunión sobre este tema, y me diréis los frutos que habéis obtenido. Que durante estos tres meses cada una haga el examen sobre esto antes de comer y de cenar; que cada una vea si no ha dicho nada en contra de su hermana, si no se ha quejado, si no ha murmurado. Hacedlo así, hijas mías, daos buen ejemplo y no digáis una palabra.

No digáis una palabra; pero que no sea por desdén, ni mucho menos. Peor aún sería que refunfuñéis; porque en eso habría mucha imperfección. Las instrucciones que se os dan no son más que para impedir las imperfecciones, de forma que yo no os diría que hicieseis la tarea de vuestra hermana para darle buen ejemplo, si pensase que habíais de hacerlo con mala cara, o faltar a la cordialidad. No, lo que quiero es que la invitéis a que coma a su debido tiempo, que habléis juntas de las prácticas de vuestras reglas cuando haya ocasión, que hagáis la lectura, que tratéis con ella durante las comidas, que la animéis a tener la recreación, que tengáis mucha cordialidad y respeto con ella, que le preguntéis su parecer cuando convenga. Creedme, hijas mías, sería menester tener muy poca disposición para la virtud si, con esos ejemplos, no se corrigiese. Sed fieles a esta práctica; sed siempre modestas, demostrad alegría y buen humor, incluso cuando os lo impida la pena que ella os dé; porque, hijas mías, no tardará mucho tiempo, si os ve de esa manera, en hacer a vuestro lado todo lo que queráis.

El sexto y último medio es la confesión y la santa comunión. Hijas mías, son unos medios muy poderosos, que atraerán infaliblemente sobre vosotras las gracias suficientes para ayudaros a soportar y excusar los defectos de las demás y enmendaros. Utilizad estos medios, hijas mías, en nombre de Dios.

Cuando hayáis observado que habéis caído, recurrid entonces a la santa confesión, acudid siempre a la santa comunión, siempre que os lo permita la bondad de Dios. – Pero no siento ningún gusto -. No importa, no dejéis de ir. Dios es el que os llama. No hay remedio tan eficaz contra las enfermedades de nuestras almas. Allí es donde hay que ir a robustecerse. Allí es donde hay que ir para exponer nuestras penas, porque allí está el verdadero médico que conoce los remedios convenientes; allí es donde hay que ir a estudiar el amor, la paciencia, la cordialidad, el ejemplo del prójimo y todas las demás virtudes que nos son necesarias. Acudid pues allí, mis queridas hijas, cuando Jesucristo os llame, y no miréis si tenéis o no un gusto sensible, porque vuestro enemigo lo intentará todo para impediros acercaros a la comunión, haciendo frustrar las gracias que Dios os quiere dispensar, para haceros entrar en la práctica de las divinas virtudes de su Hijo. Pidámosle todos juntos estas virtudes de la caridad y de la paciencia que él ejercitó durante su vida y que yo le voy a pedir para vosotras.

Señor mío y Dios mío, Jesucristo, Salvador mío, el más amable y amoroso de todos los hombres, que has practicado incomparablemente más que todos juntos la caridad y la paciencia, que has recibido más injusticias y afrentas que todos, y que has tenido por ellas menos resentimiento que nadie, escucha, por favor, la humildísima oración que te dirigimos, para que te plazca derramar sobre la Compañía el espíritu de la caridad que tú tuviste y el espíritu de mansedumbre y de paciencia que demostraste con tus amigos, a fin de que, por la práctica de estas virtudes, se cumplan en ella los designios eternos de la adorable voluntad de Dios, para que pueda glorificar a Dios imitándote y ganar con su ejemplo a las almas para tu servicio, y sobre todo, Dios mío, para que, por la paciencia mutua, te sea agradable esta Compañía. No oigas, Dios mío, la voz del pecador que te habla, sino mira los corazones de nuestras hermanas presentes y ausentes, que así lo desean y así te lo piden por mi boca. Concédeselo, Dios mío, concédeselo a la Compañía, te lo pido por tu santísima Madre, te lo pido por todos los santos que te glorifican en el cielo y por todos los que vivan en la tierra, te lo pido por los ángeles custodios de nuestras pobres hermanas y por los deseos que tienen de ser fieles a tus gracias. Espero, Dios mío, que me concedas esta gracia y, con esta confianza, aunque, como miserable pecador, haya faltado muchas veces contra los preceptos que me has dado y contra las inspiraciones que me has enviado para la práctica de estas virtudes, no dejaré, lleno de confianza en tu misericordia infinita, de pronunciar las palabras de la bendición sobre esta Compañía, y espero que al mismo tiempo que las pronuncio, llenarás sus corazones de tu espíritu de caridad.

Benedictio Dei Patris…

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