1650.
He de darle cuenta del fruto que sus oraciones y santos sacrificios han conseguido tanto en Joigny como en Longron, donde acabamos de tener la misión. De Joigny sólo le diré que es admirable la asiduidad de sus habitantes en venir a escuchar las predicaciones y catecismos y su diligencia en levantarse por la mañana, ya que a veces se empezaba a tocar para la predicación a las dos después de media noche, y sin embargo se llenaba la Iglesia.
Pero he de confesarle con franqueza que noto mayores bendiciones en el campo que en las ciudades, y que advierto allí más señales de una verdadera y sincera penitencia y de la primitiva rectitud y sencillez del cristianismo naciente. Esas buenas gentes se acercan ordinariamente a confesarse derramando lágrimas, se creen los mayores pecadores del mundo y piden mayores penitencias que las que se les puede imponer. Ayer una persona que se había confesado con otro misionero vino a rogarme que le impusiera una penitencia mayor que la que le había impuesto, y que le ordenase ayunar tres días por semana durante todo el año; otro, que le pusiera como penitencia caminar con los pies descalzos sobre el suelo durante la helada. Y también ayer vino a verme un hombre y me dijo: «Padre, he oído en la predicación que no había mejor medio para dejar de jurar que ponerse en seguida de rodillas ante las personas ante las que se ha jurado; así lo acabo de hacer, pues apenas advertí que había dicho «por mi fe», me arrodillé ante todos y le pedí a Dios misericordia».