París 11 octubre 1647.
Padre:
La gracia de Nuestro Señor sea siempre con nosotros.
Le enviamos seis o siete sacerdotes, cinco de la Compañía y otros dos del seminario de Bons-Enfants. De los cinco, hay dos de Montmirail y uno de los otros tres es el padre Watebled, cuya bondad bien conoce. Este le podrá servir para que se encargue de la observancia bajo su dirección, y así le descargará un poco de su trabajo. Conviene que se observen bien las reglas, dado que varios de ellos están destinados a otras casas, adonde tendrán que llevar lo que se observa por ahí en las misiones. Para ello convendrá que cuanto antes haga usted leer en el comedor las reglas que hay que leer al comienzo de las misiones. El señor magistral es capaz de ello; ya ha estado otras veces; pero habrá que rogarle que cumpla bien con lo de acostarse a la hora debida y con las demás cosas.
Me dice usted que el señor magistral no hablará más que tres veces por semana y que tendrá que encargarse usted del resto de la tarde y de la predicación de la mañana. Me parece mucho. Espero que podré enviarle al padre Tholar dentro de tres o cuatro días, para aliviarle y para que se encargue de la mañana. Tiene gracia de Dios para preparar a los pueblos a recibir]as misericordias que él derrama en las misiones bien hechas, que es]o mismo que decir en las misiones en las que se observa la regularidad. Que no oiga confesiones; podrá servir para las avenencias. Si se lo permite un resfriado que tiene y Dios bendice la sangría que le han hecho, hoy, podrá partir dentro de tres días.
Me dice usted que la señora de Longueville quiere pagar los gastos. ¡Dios mío, padre! ¿Habrá de empezar en tiempos del padre Delville y míos, y por medio del padre Delville, la disipación y la ruina del espíritu de la Misión? ¡No quiera Dios que sea usted el instrumento de tamaña desgracia! Tenemos la misma obligación de hacer gratis las misiones que los capuchinos la tienen de vivir de limosna. ¡Dios mío! ¿Qué se diría de un capuchino que manejase dinero? ¿Y qué se diría también de un misionero que dejase que otros costeasen las misiones, y esto por el padre Delville y en vida mía? ¡Jesús mío! Absit hoc a vobis!
Mando que le entreguen veinte escudos, deducidos los gastos de viaje. Pague usted lo que sea. Así tendrá tiempo para enterarse de todo lo que se ha gastado. Tenga en cuenta su estancia. Y si no quieren recibir nada, déjelo estar, después de haber pedido permiso al señor obispo de Meaux; cambie usted de domicilio y tome otro donde tenga usted plena libertad para hacer sus gastos. Sepa usted, padre, que yo me he visto también en circunstancias semejantes y le dije francamente a la señora que había procurado la misión que, si no se permitía que obrásemos por nuestra cuenta, nos marcharíamos aquel mismo día; y así lo habríamos hecho si aquella buena señora no nos hubiera dicho que hiciéramos lo que quisiésemos. Y se quedó muy edificada con ello, y le aseguro que lo mismo le ocurrirá a la señora de Longueville; más aún, ella y todos los que lo sepan se sentirán muy edificados de su fidelidad a la observancia de nuestras reglas, mientras que escandalizará usted a todo el mundo si se deja llevar por su bondad y cae en la tentación.
En nombre de Dios, padre, obre como le digo, ahora y siempre. Y si no tiene lo necesario para ello, indíquemelo y le atenderemos. Le digo todo esto con un enorme dolor de ver que en mis tiempos ha caído esta desgracia sobre la Compañía, y precisamente por el padre Delville, a quien quiero un millón de veces más que a mí mismo, y del que soy en el amor de Nuestro Señor el más humilde y obediente servidor,
VICENTE DEPAUL,
Indigno sacerdote de la Misión.
Dirección: Al padre Delville, superior de los sacerdotes de la misión de Crécy, en Coulommiers.