Sábado, a las nueve [abril 1631]
Señorita:
Esperaba tener el consuelo de ir a verla a usted, pero me he visto obligado a partir inopinadamente al bosque de Vincennes. Ya me lo perdonará su querido corazón; y a la vuelta, con la ayuda de Dios, hablaremos de todo, aunque le digo, por precaución, que estoy contento de que el pequeño se haya acomodado al colegio, pero que, por lo de la pensión, no hay remedio. Hay que entrar por esa puerta para acostumbrarlo. Las pensiones, según creo, son de doscientas libras por persona; y me parece que hay incluso algunos que pagan más; pero creo que se contentará con ello.
En cuanto a la persona que desea usted quitar, no hay peligro si ya hay otra conforme a sus deseos; pero no me parece que sea la más indicada, a mi juicio, la que me señala. Necesita una totalmente nueva y devota, que la honre y tema, o que tenga los mismos pensamientos que usted; pida una de esas a Dios. En cuanto al embargo de que me habla no hay inconveniente en utilizarlo como me indica.
Adiós, mi querida hija; esté alegre. A mi regreso, hablaremos de todo ese proyecto y de su viaje a los campos. Prohíbale a su corazón que murmure contra el mío por marcharme sin hablarle, ya que no sabía nada por la mañana. Espero volver a verla dentro de ocho a diez días; entre tanto, soy su servidor.







