París, 19 febrero 1630
Señorita:
La gracia de Nuestro Señor sea siempre con nosotros.
Alabo a Dios de que tenga salud para las sesenta personas, por cuya salvación tiene que trabajar; pero le ruego me comunique exactamente si sus pulmones no se molestan de tanto hablar, ni su cabeza de tanta confusión y ruido.
Por lo que se refiere a su hijo, ya lo veré; pero tranquilícese, por favor, ya que puede confiar en que está bajo la especial protección de Nuestro Señor y de su santa Madre, por tantos dones y ofrendas como usted les ha hecho, y porque él es amigo de hombres de Dios; de esta forma, nada malo le puede suceder ¿Y qué diremos de esa excesiva ternura? Ciertamente, señorita, me parece que debe usted trabajar delante de Dios por tranquilizarse, ya que esa ternura sólo sirve para confundir su espíritu y le priva de la tranquilidad que Nuestro Señor desea en su corazón y del desarraigo del afecto de todo cuanto no sea El. Hágalo, pues, la ruego, y honrará a Dios, que se ha encargado del cuidado soberano y absoluto de su hijo y que desea que usted sólo se interese por él de una manera dependiente de El y tranquila.
Hace tres o cuatro días que regresamos, con buena salud, y nuestra compañía ha partido hoy para ir a Chelles, adonde espero ir dentro de dos días.
La he enviado una muchacha de Maisons para algún tiempo. Le suplico, señorita, que le haga la caridad que la pido, por la que ella le habrá podido hacer, y cooperará a la salvación de dos almas a la vez, y que me diga si ella le ha ido a ver, y lo que piensa hacer en Saint-Cloud, y si esa buena muchacha de Suresnes, que otras veces la ha visitado y que se dedica a la enseñanza de niñas, la ha ido a ver, como me lo prometió el último domingo, cuando estuvo aquí.
En espera de sus noticias, ruego a Nuestro Señor que la robustezca cada vez más, señorita, y quedo, en su amor…







