Viajando a China (Sor Vlaminch, Hija de la Caridad) (1899)

Mitxel OlabuénagaHistoria de las Hijas de la CaridadLeave a Comment

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Author: Vlaminch, H.C. · Year of first publication: 1899 · Source: Anales Españoles, 1900.

Carta de una Hija de la Caridad a la Madre General, con el relato del viaje a la misión de China, realizado a finales del siglo XIX.


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A bordo del Tonkín, 28 de Agosto de 1899.

Muy respetable Madre:

La gracia de Nuestro Señor sea siempre con nosotras.

Comienzo mi carta enfrente de la «hermosa Sicilia»; va­mos costeándola… ¡Es magnífica!

El domingo, a las cuatro, subimos a bordo del Tonkín, donde se hallaba Sor Veyrat con sus compañeras para traer a Sor Canepa.

A las cinco se levaron anclas y dejamos Marsella. Re­unidas alrededor de Sor Faure, rezamos el Ave maris Stella y seis Padrenuestros y Avemarías por las almas del Purgatorio; después, puestos los ojos en Nuestra Señora de la Guarda, le dimos la despedida, confiándole a todos los que dejábamos por Dios; desfilamos por el mar, que estaba tranquilo, gustosas de sacrificarlo todo por el Señor, que nos llamaba a la China tan deseada.

Nuestro buque es soberbio, nuevo, iluminado con luz eléctrica, espléndidos salones, pianos, flores, pinturas, etc. Permanecemos sobre cubierta lo más modestamente posible, trabajando, orando, riendo buenamente cuando nuestra hermana polaca, de sencillez encantadora, nos pro­pone ciertas cuestiones muy originales.

Esta vuestra hija, Respetable Madre, ha sido la primera que ha pagado el tributo marítimo; dos horas después de salir del puerto, Sor Canepa y Sor Ducoulombier siguieron mi ejemplo; en estos percances y en el rezo de nuestras ora­ciones se nos pasó la tarde. El día siguiente, a las seis, su­bimos sobre cubierta para hacer nuestros rezos, pero nos quedamos sin Misa, pues estos señores no habían desem­balado aún su Capilla. a las diez buen almuerzo, al cual no faltó ninguna; la tarde fué menos feliz, pues varias can Sor Faure hubieron también de pagar el tributo; mas vino la noche a ponernos en buen estado, y esta mañana nos ha dado nuevas fuerzas la Santa Misa.

Nada os diré de esta Misa oída en el camarote: sabéis bien, madre mía, cuán tierno es asistir sobre el mar al Santo Sacrificio. Todas pudimos comulgar: ¡qué dicha poder así descansar sobre el pecho de nuestro amantísimo Salvador! Entretanto vamos navegando y alejándonos de las costas de Sicilia; y acordándome de vuestra recomen­dación, saludo a Nuestro Señor que habita en las iglesias que vemos a lo lejos, y le digo:—»¡Oh, Jesús mío! os doy gracias por haberme amado tantísimo.»—¿Qué tal será la tarde?; mañana os lo escribiré, Respetable Madre.

* * *

30 de Agosto, Santa Rosa de Lima.

En la mañana de este día me acordé de nuestra buena Madre Havard y de Sor Verot y les pedí velasen sobre nuestro viaje. Todas pudimos recibir a nuestro buen Jesús.

La jornada de ayer la pasamos bien, gracias a Dios; todas estuvimos valientes; el mar, tranquilo y brillante, parecía un inmenso espejo.

Esta mañana hay algunas ondas blanquecinas y peque­ñas oleadas que se cruzan. ¡Todas las playas y las cos­tas han desaparecido y nos hallamos en la inmensidad! ¡Cuán pequeña se considera una entre el cielo y la mar! – pero esto eleva mucho al alma; ayer por la tarde pensaba yo mirando al cielo tan hermoso:—Nada tenemos que nos pueda proteger, nada de la tierra; sólo Dios nos ve, nos sigue, nos guía y es nuestro amparo.

Sor Mirska tiene muy buen apetito, y nos dice: — ¿Qué he de hacer sino obedecer a nuestro Padre director? ¡Nos ha dicho que vivamos hasta setenta y dos años y que des­pués muramos mártires; preparo mis fuerzas! Sor Taux no deja su libro chino y escribe no sé cuántas observaciones sobre lo que ha estudiado, hasta el punto que ya tiene ma­los los ojos; creo que hasta soñando se acuerda de su estudio.

Nuestra buena Religiosa Carmelita ríe también con gusto y me ruega os diga, Madre mía, que está muy contenta de viajar con las Hijas de la Caridad.

Dícese que vamos quinientas personas en el buque; hay unos niñitos que de vez en cuando vienen a darnos los buenos días; una negra, demostrando una paciencia admi­rable para con sus tiernos amos, está al cuidado de dos ni­ños ingleses. Los chinos prestan los servicios durante el día, y tiran de las cuerdas, durante la comida, para mover los grandes abanicos que templan el calor sofocante.

El viernes, Dios mediante, llegaremos a Port-Said, en donde echaré al correo esta carta; después nos dirigiremos a Colombo, Saigón, y en fin a Shang-Hai, a donde espe­ramos llegar el 29 de Septiembre, que es viernes. ¡Qué Pro­videncia! justamente el día de San Miguel, mi Santo Pa­trón del año; cuando le buscaba el I° de Enero, decíame a mí misma: — «Dios mío, dadme el Santo que me ha de conducir a la China» , y hé aquí que precisamente en su día nos hallaremos en el término de nuestro viaje. Hasta mañana, Madre mía; ruego a María Inmaculada que os ben­diga y conserve la salud, como igualmente a mi directora y a mis amadas compañeras.

* * *

31 de Agosto.

Hoy, amada Madre, se celebra la fiesta de vuestro Santo a bordo del Tonkín y esta mañana os hemos aplicado la Sagrada Comunión.

Ayer, apoyadas en la popa del navío, cantamos:–¡Oh, María! sin pecado concebida; —después:—Triunfo, amor, etcétera.—Todo el día anduvimos por las orillas de Creta, no viendo más que montes áridos, sin verdor y sin casas.

Esta noche, Dios mediante, llegaremos a Port-Said, donde sólo nos detendremos algunas horas; después pasaremos el Canal de Suez, entraremos en el mar Rojo y hacia el 9 de Septiembre tocaremos en Djibouti; no sé si desde allí os podré enviar alguna parte del diario, mas espero en el Se­ñor que, cuando menos, lo haré desde Colombo, hacia el 13 de Septiembre.

Sor Faure es muy buena y cuida con solicitud de estas siete avecillas, contenta de su pequeña compañía, de su cordialidad y buen humor.

Perdonadme, Respetable Madre, por estas letras mal es­critas, pues las escribo con todo el afecto de mi corazón y os moveréis a usar de indulgencia por causa del movi­miento del buque, del mar, del mareo y, sobre todo, por­que sois una buena Madre para con vuestras hijas chinas y las seguís con el pensamiento en su marcha a través de los mares. Vuestras oraciones y las de nuestras hermanas nos protegen y protegerán hasta el fin.

Cuando veáis, amada Madre, a nuestro Muy Reverendo Padre, decidle que estamos contentísimas; que serviremos con gusto a nuestros queridos amos los pobres chinos, y que rogaremos por nuestra inolvidable Comunidad.

* * *

Mar Rojo, 2 de Septiembre.

Continuamos navegando bajo la protección de Dios, tranquilas y contentas. Bendecimos al Señor porque hasta el presente hemos podido comulgar, excepto Sor Canepa, que ha estado esta noche un poco fatigada; mas ahora ya está mejor. Todos los días practicamos los ejercicios de la Comunidad: oraciones, meditaciones, rosario, lectura; ¡gra­cias a Dios!

Ayer no escribí cosa alguna; tuvimos mucha pereza, porque en el Canal de Suez, por donde anduvimos todo el día, había muchas cosas que ver y pasábamos de un lado al otro del vapor para contemplar tanto el Asia como el África. Sister Falcón se mantuvo largo tiempo inclinada hacia el África, y decía: «Quiero vivir en Asia, pero tam­bién deseo permanecer algún tiempo en África.» Ayer, una señora de Suez que viaja con nosotras nos señaló la casa de nuestras Hermanas, que se halla en completo desierto, sola en medio de arenales; tienen allí un hospital para los obreros de Ismailia: era el medio día, un sol ardiente caía sobre la arena; así que la casa estaba cerrada y muy cu­bierta; las hemos saludado cordialmente en vuestro nom­bre, respetable Madre, y nuestra Hermana inglesa dibujó aprisa esta casa para enviárosla. ¡Qué triste y árido es este contorno! De tiempo en tiempo veíamos camellos carga­dos y a los árabes que les iban siguiendo; veíamos también una caravana que se dirige a la Meca, tiendas de madera o  de paja, negritos que corrían a lo largo del camino hacien­do ruido para que les echen algún cuarto, o  una manzana o  un limón.

Muchos se echan a nadar y alcanzan al buque; si les echan plata, se sumergen y vuelven a salir de debajo del agua, llevando la moneda entre sus blancos dientes. Teníamos a cada instante que atracar para dejar pasar las embarcaciones, porque el canal es estrecho.

La jornada de ayer fué muy calurósa y reverberante; te­níamos ya los ojos cansados, por tener que fijarlos sobre la blanca arena; tanto es así, que yo me imaginaba el desier­to. Detrás de las montañas que distinguíamos ayer tarde está el Sahara, y su viento cálido llegaba hasta nosotros.

Hoy nos hallamos en pleno mar Rojo, sopla el Siroco, el mar está agitado; nos dicen que es extraño que haya tanto oleaje. La jornada será de mucho calor, pero lo ofreceremos a Dios en sacrificio. El día se pasa menos mal; las noches son penosas. «Ved —dice sister Falcón•qué cui­dado se tiene de nosotras; cuando lo sepa nuestra Madre, se enternecerá por ello.» El Capitán es muy bueno: ayer, por la mañana, estuvo gran rato con nosotras explicándonos los contornos por donde pasábamos.

Un Oficial que se dirige a Tonkín con su esposa y tres pequeñines, hijos suyos, y que también está al corriente de todo cuanto hay de interesante, acaba de venir a llamar­nos para ver el Sinaí; atravesamos un país lleno de recuer­dos; él mismo hace pensar en la justicia de Dios que vela sobre su pueblo; del Señor somos, y esperamos de Él que nos guiará como a los israelitas hasta nuestra tierra prome­tida de Shang-Hai. ¡Todavía faltan veintisiete días!

3 de Septiembre. — ¡Bendito sea Dios, qué calor tan so­focante! ¡Oh, mi buena Madre! estamos achicharradas; ni durante el día ni durante la noche se mueve nada de aire. Así estaremos, casi asfixiadas, hasta el 6, en que en­traremos en el Océano índico, en donde se nos asegura que correrá el aire, que esperamos como las ánimas bendi­tas. Esta mañana, domingo, hemos tenido la primera Misa a las seis menos cuarto, que ha sido la de Comunión, y a las ocho y media ha habido segunda Misa sobre el puente. Los marinos echaron las cubiertas y guarnecieron el altar con paños de colores; asistió el Capitán, los Oficiales con su traje de uniforme, las señoras, los niños; todo esto era tier­no e imponente. Todos estaban con gran respeto y pro­fundo silencio. En medio de la inmensidad, el Señor velaba por nosotros y nos bendecía.

Llevamos a bordo un joven chino, tísico; viene de París, donde ha estado estudiando durante dos años, y vuelve a Saigón; una señorita francesa, amiga de su familia, le cuida con verdadera solicitud. Este pobre joven es católico, y recibe mucho consuelo cuando se le habla; ahógale el calor, y todo el día está tosiendo; ¿llegará al término de su viaje? Le hemos dado una medalla, una pequeña estatua de la Virgen y un libro, recibiéndolo con agrado y dándonos las gracias.

* * *

7 de Septiembre. — Una y media de la tarde. Nada he escrito en el diario, muy respetable Madre, porque hace un calor sofocante: ¡cuarenta y cuatro grados! Todo sea por Dios. Mañana, Dios mediante, llegaremos a Djibuti, don­de haremos una parada de doce horas, que, según se dice, será horrible a causa del sol abrasador. Esta tarde ha re­frescado el tiempo, pero se cubre el cielo y se diría que amenaza una tempestad. Pedimos a la Santísima Virgen que nos guarde, y con este fin hemos arrojado una medalla al mar.

Hoy nada ha ocurrido de importante; continuamos en la inmensidad, entre cielo y mar. El Capitán, que nos ha visi­tado esta mañana, nos ha hablado del Monte Sinaí y nos ha dicho que habitan en él muchos árabes, teniendo la tie­rra bien cultivada y con muy buenas uvas. Este Capitán parece bueno y de ideas muy religiosas. Nos ha dicho que al presente estudia el ruso y que lee la Imitación de Cristo. — «No he llegado todavía a la renuncia completa — aña­dió;—pero me gusta mucho ese libro.» Conoce a los Reli­giosos de Sang-Hai, y nos ha hablado del Sr. Mengniot. La noche última todos los pasajeros la han pasado sobre cubierta, porque se sofocaban en los camarotes. Sin em­bargo, Madre mía, el estado de vuestras hijas es bueno bajo todos conceptos, gracias a Dios.

5 de Septiembre.—Empiezo a escribir desde la mañana porque si después del medio cita hace tanto calor como ayer no tendré fuerza para hacerlo, y porque se nos ha dicho que tengamos preparado el correo para Djibuti, donde llegaremos a las tres. Ayer permanecimos sobre cubierta hasta entrada la noche, por el calor, que asfixiaba. Sólo me daba alivio el pensamiento de la China, y bende­cía al Señor por atravesar el mar Rojo. Este mar cambia hoy de color; se percibe que nos acercamos al Océano. Ayer por la tarde todos los pasajeros se colocaron en la popa del navío para contemplar el mar, que estaba fosforescente; esto era magnífico.

Verdaderamente que el estudio del chino hace venir sueño: ved si no a nuestra querida decana adormecida sobre su libro: llamamos a este encantador libro viejo el «frasco de cloroformo», porque apenas Sor Taux lo toma entre sus manos, ¡al momento pasa al mundo de los que sueñan!… Y esta buena hermana se empeña en que de ningún modo duerme, sino que estudia y recapacita.

Ya aparece la tierra, descúbrese más y más, y nosotras la saludamos gozosas esperando la de la China.

Todas nos unimos, respetable Madre, para enviaros nues­tro filial respeto y aseguraros de nuestro bienestar, de nuestra paz y buena voluntad.

* * *

Colombo, 14 de Septiembre.

Anteayer llegamos a Colombo a las cuatro de la tarde, y aquí estamos esperando la señal de partir, la cual no sabemos cuándo se nos dará, porque nuestro Tonkín nece­sita reparaciones, pues la hélice se ha hundido, y aun no han sido bastante dos días debajo del agua para encon­trarla, y yo creo que ni se encontrará, sino que así tendre­mos que ir hasta Saigon; allí hay un astillero donde fácil­mente puede reparar sus averías. a nosotras nos precisa el ponernos en camino. Pero ¿qué os diré, mi respetable Madre, de este puerto? Es Colombo una soberbia y mágica ciudad. Al penetrar nosotras en la Isla de Ceylán, parecía- nos entrar en un edén. ¡Qué hermosa variación! Las casas, bajas y rojas como la tierra, por un lado; las palmeras, cocos, almendros y árboles de toda clase, por otro; las ca­lles son verdaderos jardines, o  mejor dicho, praderas; en este país se hallan casas de poco arte; los comercios pare­cen más bien tiendas de ferias, y los negros están sentados en medio de sus mercaderías, por cierto poco apetecibles. Tanto hombres, como mujeres y niños, visten con suma modestia y sencillamente y son buenos tipos.

Al bajar a tierra encontramos un Oficial inglés que se mostró muy obsequioso y contento al ver Hermanas; era éste un católico irlandés; enseñónos el camino para la Casa de los Misioneros de María; tomamos después un tranvía eléctrico, únicos o  casi únicos carruajes que se parecen a los de Europa (las personas acomodadas se hacen llevar en otros menores, tirados por los mismos negros). No nos bas­taban dos ojos, y bien hubiéramos querido tener cuatro para admirar y contemplar mejor la bella naturaleza que a nues­tro paso nos rodeaba por todas partes. Por fin llegamos, después de un largo trayecto, al Hospital: recibiónos la Su­periora con los brazos abiertos en su Casa, y ella y sus com­pañeras nos mostraron una cordialidad y amabilidad encan­tadoras; preparáronnos después cena y habitación donde pasar la noche, sirviéndonos la Comunidad, todas muy cui­dadosas y atentas, etc.; de todo ello quedamos nosotras tan edificadas por su caridad y buena acogida; presenta- roímos los platos a la francesa. Al día siguiente, a las cinco y media, fuimos a oir la Santa Misa a una capilla pequeña y modesta, pero recogidita, y después de ella hicimos una confesión de tres semanas.

¡Ah! ¡y qué consuelo y alivio tuvimos en ella, si bien no habíamos faltado mucho desde un principio, por la sumi­sión que hemos tenido a la hermana Faure y por la mucha unión y amor que entre nosotras había! Después de desayunar llevónos la Superiora a casa del Sr. Obispo, hombre sencillo, muy bueno; de aquí fuimos a ver el Museo, en el que todos los objetos están hechos de coco, quedando de todo ello muy satisfechas. Después de comer visitamos el Hospital, que por cierto es muy grande y perfectamente cuidado: las Hermanas, en corto número, necesitan traba­jar día y noche; además son muy molestadas por el conti­nuo y sofocante calor del país, teniendo, sin embargo, el consuelo de administrar con frecuencia el Sacramento del Bautismo. a las cuatro de la tarde nos despedimos por fin, después de haber dado mil gracias a aquellas queridas her­manas por la buena hospitalidad que nos habían proporcio­nado y por habernos comunicado nuevos bríos para con­tinuar nuestro viaje marítimo, aún por quince días más.

Desde por la mañana estaban ya los negros próximos a nuestro barco sobre una especie de pequeñas almadías pun­tiagudas, hechas de tres troncos de madera, sumergién­dose en el agua desde el puente, cantando después y for­mando una bonita música, hiriendo con los codos sus cos­tados (costumbre salvaje). El martes llegaremos tal vez a Singapoore y el jueves a Saigón, 17 de Septiembre. Después de diez horas de viaje hemos penetrado en el distrito de Malaca: por todas partes estamos rodeadas de collados de exuberante vegetación; a la entrada del distrito hay un hermoso faro y algunas casitas, las cuales ha dibujado, aunque de prisa, la hermana Falcón. a cualquier islote que vemos aparecer le saludamos con mucha alegría y gritamos como niñas: ¡Tierra, tierra!… ¡oh, qué bien! La noche última permanecía aún averiada la máquina de nuestro vapor, y nosotras, después de dos horas de perplejidad, preguntábamos si tendría remedio; mas, gracias a la Virgen Inmaculada, que con tanto amor vela sobre sus hijas, continuamos pacíficamente nuestro viaje. En Saigon se parará dos días para hacer reparaciones. Entretanto he colocado yo una Medalla Milagrosa en una abertura de la popa del navío, y así guardadas, no tenemos nada que temer. Al paso que nos acercamos a Singapoore cobramos más aliento.

El Comandante tuvo a bien pasar con nosotras un largo rato, llevándonos unas vistas o  fotografías sacadas por él y que nosotras hemos visto con un estereoscopo; sentía sumo gusto en hablarnos de su familia, cuyo retrato lleva­ba; él es de Tolosa, y sus hijos se han educado en los Je­suítas; era cosa chocante el verle por la mañana en Misa entre los primeros y hacer tanta cruz.

Nosotras siempre estamos juntas, ora escribiendo, ora rezando, ora leyendo la relación de nuestra Madre Devos o  de la hermana Verot. ¡Ah, y qué buenos ejemplos, y qué de santos tenemos en nuestra Compañía! Todos los días doy gracias a mi buen Jesús por haberme llamado a ella, ¡deseando amarle de todo corazón y con todas mis fuerzas servirle en el país de la China! Confieso que soy indigna de ir a ella, y estoy muy contenta por conseguirlo.

Perdonadme, tierna Madre, estos garabatos; es tanto el gusto que yo y mis hermanas tenemos en escribiros, que continuaré hasta llegar a Shang-Hai, 21 de Septiembre. Tomo de nuevo esta mañana la pluma inmediatamente después de la oración; la mar, pues, está alborotada y ayer estuvimos todas algo mareadas. Hoy hemos tenido la di­cha de recibir el Sacratísimo Pan de los Angeles, por lo que estamos muy alegres. A las cuatro llegaremos a Saigon y allí quiero echar esta carta al correo.

Ante todo quiero contaros la jornada del día 19 en Sin­gapoore, que por cierto es muy curiosa. Llegamos a la ribe­ra de Singapoore, en extremo deliciosa, tanto por la vege­tación de que está cubierta como por los árboles, palmeras y casitas que hay en medio de su vegetación; a las seis y media de la mañana, esperábannos en el muelle dos Religio­sas de San Mauro, las cuales nos condujeron a su pensiona­do, donde se nos hizo un amable recibimiento. Después del saludo y demás cumplidos, nos llevaron a la Catedral, a fin de asistir a un casamiento chino. Hallábanse en medio de 1,1 nave dándose las manos los dos esposos; la esposa vestía una túnica de raso encarnado, bordada en oro; en su pecho ostentaba un gran collar; su peinado, ceñido de una diadema, estaba además cubierto por una corona de oro y piedras preciosas; por fin cubría su pintarrajeado rostro un velo de seda de color de rosa y también bordado en plata.

Al acercarse a la Sagrada Comunión, lo hace primero y solo el esposo, pues la esposa debe aguardar a que vaya a acompañarla, a ayudarla a ponerse de rodillas y a levan­tarla el velo; a ella le está prohibido el hacer cualquier mo­vimiento, levantar los ojos y el hablar durante tres días. La salida de la iglesia se hace con gran lentitud, paso a paso.

La Hermana Superiora nos llevó la misma mañana a vi­sitar a la recién casada, que es una discípula suya e hija de una familia muy cristiana, la cual ha prestado no pocos favores a las Religiosas; la nueva esposa ha tenido nuestra visita como una bendición del Cielo. Al llegar a su casa, toda encarnada, tuvimos que hacer mil saludos a derecha e izquierda; después subimos al cuarto de la desposada, que no se mueve de su sillón ni contesta palabra a los saludos que se la hacen, sino que permanece con los ojos bajos y las manos llenas de anillos, asemejándose a una conde­nada a muerte. Cuando bajamos encontramos preparada una mesa con un pastel, y sus sillas; rogónos la Superiora que tomáramos asiento y que probáramos de aquel pastel, pues a no hacerlo haríamos a aquellos buenos cristianos una verdadera injuria imperdonable, y henos aquí, querida Madre, alrededor de una mesa india gustando del pastel chino, que, en verdad, no estaba malo.

Al salir, repetimos nuevamente nuestros saludos al es­poso, el cual se pasea todo el día por delante de la casa; ¡Ah! ¿qué diréis, madre mía, viendo a vuestras hijas en una boda? Mas en Singapoore, está permitido y, por otra parte, no hemos sido tan fáciles en acceder a ello. Singapoore se compone de ingleses, indios y chinos, siendo estos últimos los más numerosos, y cuya vista hace rebosar mi corazón de alegría, pues siento que para ellos me llama mi buen Jesús.

Las Hermanas de San Mauro tienen un gran pensionado además del orfelinato de la Santa Infancia, donde se educan las niñas; éstas nos cantaron unos cánticos primero, y des­pués tuvimos el gusto de oír a las niñas de primera Comu­nión, algunas chinas, que cantaron el Santo Rosario con no poca melodía y corrección.

Después de medio día, visitamos el Hospital, que está al cuidado de las Religiosas, y por fin a las cinco volvimos otra vez al muelle, dando gracias al Señor por nuestra bue­na jornada.

* * *

23 de Septiembre.–Hemos salido de Saigon esta mañana a las tres; ayer por la tarde volvimos a embarcarnos des­pués de haber pasado una larga jornada en tierra.

Hoy debo daros cuenta de un gran consuelo que he te­nido: he administrado un Bautismo. Sí Madre mía, he tenido la dicha de hacer cristiana a una china annamita y de decir al derramar el agua sobre su cabeza: «María Julia, yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.» No creáis, querida Madre, que haya sido una niña a quien yo he abierto las puertas del Cielo, no, sino una pobre anciana de 84 años, muy amarilla, flaca y enferma, que deseaba ardientemente recibir el Santo Bautismo: bien se podía haber aguardado a que se lo ad­ministrara el Misionero; mas era tanto y tan manifiesto a la Superiora mi deseo de hacerlo, que se dignó concedér­melo. Volvimos, pues, a la sala, y la hermana dijo a la an­cianita:—»Mire usted las Hermanas que llegan de Francia para bautizar.» Al momento se incorporó la pobre enferma y, quitándose el pañuelo que cubría su cabeza, me miró y se inclinó hacia mí; luego me dispuse a bautizarla; hacíalo yo, sí, con mano temblorosa, mas con mucho gusto y alegría. Esta nueva cristiana pronto irá al Cielo y rogará por vos, que habéis sido su madrina, y espero que también pedirá al Señor bendiga mis trabajos; la he puesto la Medalla Mila­grosa, y la pobre enferma dejaba bien conocer su alegría en su semblante.

Las Hermanas de San Pablo de Chartres nos han reci­bido con mayor cordialidad aún que las de San Mauro, si así puede decirse, y nos han tratado como si fuéramos de su familia.

La muy buena noche del jueves nos restableció de la molestia del mareo que habíamos pasado a bordo.

El viernes oímos dos Misas y después fuimos a visitar el Hospital annamita y militar, a cargo de las dichas Herma­nas; este último es muy grande y muy abastecido. En él encontramos un soldado francés de 22 años que estaba loco, el cual nos cantó un himno y cántico a su bandera con tales acentos de fe y patriotismo, que por ello se me arrasaron los ojos en lágrimas. Por la tarde, a las cinco, volvimos a la Santa Infancia, allí cenamos y a las siete partimos de nuevo para nuestro vapor Tonkín.

Saigon es una ciudad que encanta; en ella nos hemos paseado por un jardín botánico en donde hay además multitud de pájaros de todas clase, monos, serpientes, osos, hienas, etc…

27 de Septiembre.—Acabamos de llegar a Hon-Kong y estamos para bajar ya dentro de poco en Shang-Hai. Unas Hermanas de San Pablo, que estuvieron el domingo en casa de la hermana Sabreuil, nos han dicho que esta respetable hermana nos espera ya con impaciencia; por nuestra parte contamos también, a cada paso, las horas que distamos de Shang-Hai, término de nuestro viaje marítimo. Hong-Kong es una ciudad muy original, levantada, a modo de anfiteatro, en medio de helechos: no nos hemos detenido en ella más que algunas horas.

29 de Septiembre.—Deberíamos haber llegado ya esta mañana, a las tres, a Shang-Hai; empero damos gracias a Dios y a la Virgen Inmaculada porque podremos llegar si quiera esta tarde. ¡Ah, mi respetable Madre, si supiérais la tempestad que tuvimos la noche del 27 al 28! Era ésta una verdadera tromba: comenzó entre día, y fue su mayor bra­vura de las ocho de la noche hasta las dos de la mañana. Bien podéis imaginaros cuál ha sido nuestro sobresalto y malestar. a cada momento flotaba la hélice sobre el agua, y crujía tanto el barco que se creía iba a ser hecho asti­llas: por último deshízose la tempestad, siguiéndose una calma que admiraba.

El Comandante nos dijo que también él había estado muy asustado. Al presente damos muchas gracias a la Reina del Cielo, a la poderosísima Virgen María, que así nos ha protegido; Ella vela sin cesar sobre sus hijas y ex­tiende su maternal manto para defenderlas; yo la he pro­metido mandar decir en su altar una novena de Misas en acción de gracias.

Ruego a vos, Madre, nos ayudéis también a darle las de­bidas gracias por la protección que nos ha dispensado.

Ayer estábamos bastante decaídas y mal, hoy estamos ya más valientes; la vista de la tierra tan deseada de China nos da aliento y aumenta nuestra alegría y satisfacción. El Divino Maestro ha querido así hacernos ganar nuestro úl­timo paso; ¡que por todo sea bendito ! El Comandante se muestra siempre muy obsequioso; ayer nos visitó varias ve­ces, y por la noche nos dijo que el viento se calmaba y que esperaba pasaríamos una buena noche; con todo, él la pasó en pie, dirigiendo por sí mismo el vapor. Al presente todo está tranquilo, y vienen remando al lado de nuestro Tonkín dos barcas de pesca. ¡Pobre Tonkín! En verdad que parecía una cáscara de nuez sobre la mar desenfrenada; pero lo que entonces me alentaba eran vuestras palabras: » Vos­otras bendecid al Señor, porque velará sobre vosotras du­rante vuestro viaje, y decidle: Mi Dios, Vos sois quien me guardáis; bien sé que no hay más que una tabla en que sostenerme sobre el abismo en que podría desplomarme para siempre; mas en vuestra misericordia espero.» Amada Madre, al presente nos hallamos bien, y dentro de poco estaremos mucho mejor.

* * *

1 de Octubre.— Shang-Hai, Casa central.–Mil gracias, mi buena Madre, por haberme enviado a China. En ella he recibido por primera vez esta mañana a Nuestro Señor, a quien he prometido de todo corazón dedicarme a su ma­yor gloria. Inútil me parece el deciros cómo nos han reci­bido en ésta: recibiéronnos, pues, con los brazos abiertos y con la mayor alegría; éramos para ellas una familia que acaba de encontrarse, y por ello todas bendecimos a nues­tro Divino Maestro. La Sra. Visitadora ha quedado muy satisfecha, de las buenas nuevas que de vuestra parte, mi respetable Madre, le hemos comunicado; grande es su afecto para la Comunidad, y así se experimenta en ésta el buen olor de esa amada Casa-Madre.

Las hermanas Dargouges y Bugaud, que están en ésta por algunos días, gustan mucho de que les hablemos de us­tedes y del Seminario; me han rogado, respetable Madre, que os haga presentes sus afectos. Todas mis compañeras de viaje están, como yo, muy contentas de encontrarse en China, dispuestas a trabajar con ánimo y a seros sumisas y humildes hijas, procurando no daros sino consuelos. Esta mañana he estado con la hermana Visitadora y me ha di­cho que piensa dejarme en la Casa central: por ahora me dedico a ayudar un poco a ésta, otro poco a la otra den­tro de casa, pues desea ella que aprenda el chino, siquiera para entenderlo. Yo estoy dispuesta a todo, no habiendo venido más que a hacer con gusto la voluntad de Dios.

Gracias, mil gracias, respetable Madre, por el bien que me habéis hecho; sólo en mis adentros, en mis efusiones con Dios, puedo daros testimonio de mi reconocimiento todos los días con toda mi alma.

Creedme en Jesús y María Inmaculada, mi respetable Ma­dre, vuestra humilde y obediente Hija,

Sor Germaine.

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