La beatificación de Federico Ozanam es, como toda beatificación, una declaración oficial de que su forma de vivir la fe cristiana, su vida espiritual, fue no sólo conforme con el evangelio sino que puede servir legítimamente de modelo para vivir la fe en tiempos posteriores al suyo. En ese aspecto no se distingue en nada la espiritualidad de Federico Ozanam de la de cualquier otro santo o beato de cualquier siglo.
Pero el catálogo de los santos ofrece una gran variedad de formas de vivir el único evangelio en tiempos diversos y para temperamentos y sicologías diferentes. El escoger para la propia vida una u otra forma de vivir la fe y el evangelio no es en manera alguna algo que se deja al gusto arbitrario del creyente. Eso es acción propia del Espíritu Santo, quien «distribuye a cada uno en particular según su voluntad» los diversos carismas y maneras de vivir la fe (1Cor 12,11;18;27-28). Eso es lo que se llama vocación.
Un estudio detallado de la experiencia evangélico-espiritual propia de Federico Ozanam acabaría mencionando multitud de datos y de aspectos que se encuentran también en las vidas de muchos otros santos. No es extraño que se den numerosas coincidencias en la vida espiritual de los santos: todos ellos han sido bautizados en un mismo Espíritu (1Cor 12,13); todos ellos deben vivir, como raíz de todos los carismas, el carisma de la caridad (1Cor 12,31). La fe en Jesucristo, el reconocerse y vivir como hijos de la Iglesia, la vida de oración, la vida litúrgico-sacramental, la caridad para con el prójimo, las virtudes (humildad, prudencia, fortaleza…): todos estos y otros muchos son aspectos que se encuentran en la vida de cualquier santo, aunque con matizaciones y estilos diferentes de un alto interés.
En este trabajo no vamos a tratar los aspectos de la vida espiritual de Ozanam que puedan ser comunes con los de otros santos. Queden esos aspectos para un estudio completo de la personalidad espiritual de Ozanam, estudio que aquí no vamos a intentar. Nuestro propósito es más limitado. Nos referiremos solamente a algunos aspectos de la vida espiritual de Ozanam que nos parecen originales; y aunque no del todo originales (en la vida espiritual cristiana la originalidad radical es imposible, pues toda espiritualidad debe apelar como a su base y fundamento al evangelio), al menos muy característicos de la experiencia espiritual del beato Federico Ozanam.
La experiencia espiritual del fundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl
Sólo siete meses antes de fallecer en septiembre de 1853 a la temprana edad de 40 años, hablaba Federico Ozanam a los miembros de las Conferencias de Florencia y les decía así:
«Tenéis delante de vosotros a uno de aquellos ocho estudiantes que hace veinte años, en mayo de 1833, se reunieron por vez primera al amparo de la sombra de san Vicente de Paúl, en la capital de Francia…Sentíamos el deseo y la necesidad de mantener nuestra fe en medio de los ataques de las diferentes escuelas de falsos profetas, y nos dijimos: Trabajemos, hagamos algo que esté conforme con nuestra fe. ¿Y qué podremos hacer para ser católicos de verdad sino consagrarnos a aquello que más agrada a Dios? Socorramos a nuestro prójimo como hacía Jesucristo. Movidos por este mismo pensamiento nos juntamos ocho…Dios había determinado formar una gran familia de hermanos; es Dios mismo quien la ha fundado y la ha querido así».1
Esas palabras, tan cercanas ya al final de su vida, reflejan sin duda algunas de las ideas fundamentales que inspiraron una buena mitad, veinte años, de una vida corta, pero muy densa en valores de fe. El joven Federico, prácticamente aún un adolescente recién venido de provincias, sufrió una crisis muy fuerte de fe en el primer contacto con el agnosticismo imperante en la universidad de París. Encontró un primer apoyo para su fe juvenil en las Conferencias de Historia, una especie de club de estudios y de debates de marcado carácter apologético de la herencia cristiana en la historia de Europa. Apoyo que fue sin duda necesario, pero no suficiente. Las Conferencias que Federico recuerda unos meses antes de morir no son ésas, sino otras muy diferentes: las Conferencias de San Vicente de Paúl, de cuyo grupo fundador fue él miembro destacado.
Fueron estas segundas Conferencias las que él ve ahora, en la edad madura, como el baluarte de su fe. Estas Conferencias no le empujan a la visión defensiva y un tanto cerrada en sí misma de las Conferencias de Historia; le llevan a la acción: «Trabajemos, hagamos algo que esté conforme con nuestra fe». Y no simplemente a la acción, sino expresamente a la acción social: «socorramos a nuestro prójimo como lo hacía Jesucristo». Y además a la acción social como manifestación privilegiada de la fe, pues una tal acción a favor del prójimo es «lo que más agrada a Dios».
Cuando Ozanam pronunciaba esas palabras aún faltaban treinta y ocho años para que todo un papa, León XIII, legitimara esa visión de la fe en un documento oficial, la encíclica Rerum novarum: la acción social («la regeneración de Francia», como había dejado dicho el mismo Ozanam en un escrito de juventud2.) como manifestación no sólo legítima de la fe sino como obligatoria para el conjunto de la Iglesia.
En este aspecto decisivo de la espiritualidad cristiana de la época moderna es Federico Ozanam un verdadero pionero. No fue el único de su tiempo que veía las cosas así, pero es el único que ha subido a los altares por haber vivido esa visión social de la antigua fe cristiana. Fe que se hace carne no ya en estudios de historia, sino en obras de acción cristiana para transformar la historia, una fe que sabe que su proyección social es «lo que más agrada a Dios».
Aunque cada cristiano ha de dar cuenta a Dios de su fe y de sus obras, el vivir la fe nunca ha sido, ni puede ser jamás, asunto de la conciencia privada que se vive en soledad. La dimensión comunitaria de la fe es esencial a la misma fe. La gran comunidad humana que intenta vivir la fe a lo largo de la historia es lo que conocemos como la Iglesia de Cristo. Tampoco la ‘nueva’ visión social de la fe descubierta por el joven Federico («descubierta» entre comillas; enseguida veremos que Ozanam no se creía el descubridor de tal cosa) va a ser vivida como experiencia individual: «movidos por este mismo pensamiento nos juntamos ocho». La nueva experiencia nace, como en un nuevo cenáculo de Pentecostés, en un pequeño grupo de jóvenes estudiantes. Nace en el grupo, se vive en grupo, se alimenta de las ayudas mutuas que se prestan los miembros del grupo, y empieza a actuar en el mundo de los pobres de París también en grupo, bajo la experta orientación de una mujer, miembro a su vez de un grupo-comunidad de hijas de la caridad, Rosalía Rendu.
La experiencia del grupo inicial resultó ser prodigiosamente contagiosa. Al morir Ozanam las Conferencias de San Vicente de Paúl contaban varios miles de miembros, organizados todos igualmente en grupos fraternales de acción caritativo-social en varios países de Europa y aun en América. Nunca han dejado de insistir las Conferencias en esta dimensión comunitaria de su ser. No podrían dejar de hacerlo si quieren permanecer fieles a uno de los elementos esenciales de su espiritualidad propia. En cuestiones de acción caritativa, el francotirador puede que sea un ejemplo admirable de espíritu caritativo, pero su figura no tiene nada que ver con la espiritualidad propia de las Conferencias de San Vicente de Paúl.
«Dios había determinado formar una gran familia de hermanos; es Dios mismo quien la ha fundado y la ha querido así». Por eso decíamos antes que Ozanam no se consideraba el creador de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Aquello tenía que ser sin duda obra de Dios mismo, que se había tomado su tiempo y había esperado el momento histórico oportuno de profundos cambios sociales para extraer de la antigua entraña de la fe formas nuevas de encarnar la fe en el mundo. ¿Cómo podían ser ocho jóvenes desvalidos y sin recursos los inventores de un movimiento de acción social cristiana para regenerar la turbulenta sociedad francesa de la primera mitad del siglo XIX? Una tal idea y una tal empresa sólo podían ser cosa de Dios. Sólo un Dios creador de un mundo bueno puede tener la idea y la capacidad de regenerar-redimir un mundo que ha caído en el mal. Las Conferencias de San Vicente de Paúl son una institución inventada por Dios que se inserta, en los comienzos mismos de la edad moderna, en el plan de redención universal que brota de la vida, muerte y resurrección del Verbo hecho carne y hecho mundo, Jesucristo.
Y como Jesucristo, las Conferencias parten de una encarnación plena en el mundo. Federico Ozanam admiraba profundamente a los cartujos, «verdaderos contemplativos que si no contribuyen al bien social con una acción directa, sí contribuyen con sus votos, sus oraciones, sus sacrificios. Cuando el rocío cae sobre nuestros campos, o un buen pensamiento surge en nuestras almas sin que sepamos de dónde viene, tal vez venga de lo alto de ese monte sagrado de la Gran Cartuja».3 Ozanam admira ese camino, pero no es ése su camino. Lo suyo es encarnarse plenamente en las realidades del mundo, en la vida de familia, en la vida profesional, en la acción caritativa, social y aun política, y en ese mundo tratar de actuar como la levadura callada y transformadora de la masa. Su camino propio y el de las Conferencias que él fundó se expresa en esta frase densa y precisa: «Queremos que esta Sociedad no sea ni un partido ni una cofradía; que sea profundamente laica sin dejar de ser católica».4
Resumiendo: para Federico Ozanam he aquí los pilares fundamentales de la espiritualidad de las Conferencias de San Vicente de Paúl:
- las Conferencias son obra de Dios
- para continuar la obra de redención inaugurada por Jesucristo a través de la acción caritativo- social;
- la acción de las Conferencias es siempre acción organizada y llevada a cabo por un grupo-comunidad de hermanos en la misma fe y en la misma vocación,
- vocación que es totalmente secular, incrustada en los afanes ordinarios de la vida del mundo.
«Al amparo de la sombra de san Vicente de Paúl»
No estaba de moda el confesarse católico cuando Federico nació en 1813. La revolución francesa había hecho todo lo posible por desacreditar a la Iglesia Católica y por borrarla del mapa nacional como fuerza social importante, y casi lo consigue. Pero era imposible conseguirlo del todo. La Iglesia había sido durante más de mil años la principal fuerza modeladora de lo que se llamaba Francia. De manera que el fervor iconoclasta del pasado no pudo menos que detenerse ante alguna de las grandes figuras del pasado que eran fundamentales para entender la historia y el alma de Francia. Los revolucionarios habían, por ejemplo, detenido su brazo destructor ante la figura de san Vicente de Paúl. No es que le respetaran como santo; de santidad no entendían gran cosa los revolucionarios. Pero aquel santo había sido acaso el mayor filántropo de toda la historia de Francia. Como filántropo se le podía respetar. Destruir aquella imagen gigantesca hubiera sido atentar contra algo fundamental en la historia de Francia: el respeto y aun el amor por los pobres de Francia.
De manera que cuando Ozanam y sus compañeros pensaron en fundar un movimiento que continuara, en los tiempos modernos y con ideas modernas, la gloriosa tradición de trabajo por los pobres, no pudieron dejar de pensar como patrono e inspirador en quien había sido la figura más destacada de esa tradición. Eso no hubiera tal vez ocurrido en aquellos tiempos en otro país, pero en Francia era casi inevitable. Vicente de Paúl aparecería sin duda en cualquier catálogo, aun en el más restringido, de las figuras gloriosas de la historia religiosa, ciertamente, pero también civil, de Francia.
Eso como principio. Pero es que hay además multitud de detalles en la creación de las Conferencias de San Vicente de Paúl que dependen de manera muy concreta de una influencia directa de hombres y mujeres inspirados directamente por la espiritualidad de Vicente de Paúl. Mencionábamos arriba a sor Rosalía Rendu, hija de la caridad, a quien los ocho jóvenes fundadores acudieron para aprender de ella dónde estaban los pobres de París y cómo se podía trabajar por ellos. Hay otros datos, el principal de los cuales tal vez sea que el hombre maduro elegido por los jóvenes para que fuera el presidente de la primera conferencia había sido seminarista de la Congregación de la Misión fundada por san Vicente de Paúl.
A través de este hombre pasó a la espiritualidad de las Conferencias una gran cantidad de ideas de todo tipo tomadas literalmente de las enseñanzas de san Vicente mismo, y puestas también literalmente en los primeros reglamentos de las Conferencias. No vamos a dar aquí los detalles, pues es cosa que se ha tratado en otros lugares.5
Tampoco vamos a entrar aquí en los detalles de una exposición de la espiritualidad propia de san Vicente de Paúl y de sus puntos de contacto con la espiritualidad de las Conferencias. Hoy hay, gracias a Dios, abundantes y muy buenas exposiciones de esa espiritualidad, sobre todo en lengua castellana. El vicentino miembro de las Conferencias sentirá sin duda si se acerca a ellas que lo que es verdaderamente fundamental en la espiritualidad de san Vicente de Paúl es también fundamental en su propia espiritualidad.
Sin embargo, no podemos dejar de mencionar lo que es alma y raíz de toda espiritualidad vicenciana. Recuérdese que vida espiritual es caminar hacia Dios, fin de toda vida humana. Toda espiritualidad cristiana es cristiana porque camina hacia Dios Padre a través y en seguimiento de Jesucristo bajo la gracia del Espíritu Santo. En eso todas las formas cristianas de vida espiritual son iguales. La forma vicenciana tiene una delimitación peculiar que consiste en encontrar a Cristo en los pobres. El Reglamento de la Sociedad de San Vicente de Paúl citado en la nota 1 expresa esta idea fundamental de manera insuperable con una fórmula que san Vicente de Paúl hubiera suscrito sin temblarle el pulso: «Aproximarse a Cristo presente en los pobres es el centro de la espiritualidad vicentina«.6
La espiritualidad de las Conferencias de San Vicente de Paúl en el Reglamento
La Sociedad de San Vicente de Paúl no es una organización de estudio (como sí lo eran las Conferencias de Historia del Ozanam universitario), sino de acción. Tal vez por eso mismo sean más bien escasos los estudios sistemáticos de su espiritualidad. A falta de otras fuentes que sean fácilmente accesibles, en este trabajo nos vamos a centrar exclusivamente en lo que sobre la espiritualidad de las Conferencias dice el Reglamento citado arriba. (La Federación Internacional de la Sociedad de San Vicente de Paúl –éste es hoy el título oficial de las Conferencias- tiene un Reglamento nuevo aprobado hace muy pocos años). Citamos entre paréntesis las páginas en que se encuentran las ideas que comentamos a continuación.
1. hacia Dios
Ante todo se afirma que la manera de vivir la fe cristiana propia de las Conferencias es una vocación (13), una vocación-llamada peculiar que, aunque plenamente cristiana, «no es únicamente el llamamiento universal de Cristo a un espíritu de caridad», sino que tiene sus características propias. De manera que el miembro de las Conferencias, al pertenecer a ellas y tratar de vivir su espíritu, pone su vida entera al servicio del plan de Dios sobre su persona y su ser de cristiano. En principio, esa vocación (como toda vocación que viene de Dios) afecta a la vida entera, y no sólo a algún aspecto de ella o a algún tiempo limitado. Las Conferencias de San Vicente de Paúl no son una organización voluntaria en la que se entra y se sale según la conveniencia propia.
En efecto: las llamadas de Dios a vivir la fe y la vida cristiana de una forma concreta no suelen ser (aunque a veces pueden sin duda serlo) de carácter temporal limitado. En responder fielmente a la llamada-vocación el cristiano se juega su fidelidad personal a Dios. Por eso «la vocación vicentina conduce a un compromiso» (15), pues es mucho más que la dedicación esporádica a ayudar a los pobres de vez en cuando.
En seguimiento de Jesucristo, el vicentino es también un anunciador no ya sólo del Dios de Jesucristo, sino del reinado de Dios (11), del deseo que Dios mismo tiene de que el Amor que Él mismo es en su vida trinitaria (1Jn 3,8) se extienda sobre la humanidad. Para empezar, el vicentino desea de corazón que Dios reine en su propia vida, pero también en el mundo, en la sociedad en que le ha tocado vivir. Anunciar el reinado de Dios a toda la humanidad y trabajar por él es la misión global de la Iglesia de Cristo. Dentro de esa misión global a las Conferencias les toca por llamada de Dios anunciar el reino de Dios a los pobres para que también en la vida de los pobres se haga carne e historia el reinado de Dios (11-12).
Esa referencia fundamental a Dios y al reinado de Dios en el mundo hace que el núcleo fundamental de las Conferencias sea de carácter netamente religioso. Las Conferencias no pueden convertirse en una organización de voluntarios para una acción social sin referencia explícita al Dios de Jesucristo. Los vicentinos son «testigos del amor de Cristo» (28), y no otra cosa.
2. hacia sí mismo
Una tal visión brota directamente del evangelio, pues «basta con el evangelio para encontrar la fuente que inspiró a la Sociedad de San Vicente de Paúl desde su fundación» (11). El elemento más sólido de la espiritualidad de las Conferencias se encuentra en «la oración, la meditación de la Sagrada Escritura y la enseñanza de la Iglesia» (28), así como en el pensamiento de san Vicente de Paúl y en su obra (27).
Como todo fiel cristiano también el vicentino puede sin duda acudir a otros medios y devociones para alimentar su espiritualidad, siempre que no desfiguren los perfiles de su propia vocación. Pero las que cita el Reglamento son las fuentes indispensables. Ni la oración ni el conocimiento del evangelio y de la espiritualidad de san Vicente de Paúl son lujos de los que pueden prescindir las Conferencias, sino el alma misma de su propia alma.
Aunque la vocación-llamada es siempre asunto personal (Dios me llama a mí, y yo tengo que dar cuenta de cómo respondo a esa llamada), la vocación a las Conferencias se vive en comunidad organizada, en una «asociación profundamente fraternal» (16). No podría ser de otro modo, pues ya queda dicho que todo en la vida de las Conferencias brota de la raíz evangélica, la misma raíz que inspiró también profundamente la vida de la primera comunidad cristiana de Jerusalén (Hech 2,42-46).
Para vivir en plenitud su espiritualidad propia el vicentino no se aleja del mundo en que Dios mismo le ha puesto. Aunque no es del mundo, como tampoco Cristo es del mundo (Jn 17,14), sí está en el mundo (Jn 17,11), y el Señor ha pedido por él al Padre no que lo retire del mundo, sino que lo guarde del mal (Jn 17,15). La vocación y la condición cristiana del vicentino es plenamente secular (de saeculum: mundo), pues se desarrolla y vive en plenitud en las realidades del mundo, de la sociedad en que le ha tocado vivir.
La Sociedad de San Vicente de Paúl se reconoce como plenamente perteneciente a la Iglesia de Cristo; eso «jamás se desmentirá porque está inscrito no en una ley, pero sí en un espíritu» (17). Por ello mismo muestra verdadero «afecto a la jerarquía de la Iglesia» y está «siempre dispuesta a asociar la acción de la Sociedad a todas las organizaciones eclesiásticas que lo deseen» (ibid.).
Pero en cuanto a la naturaleza propia de su ser, la Sociedad de San Vicente de Paúl es plenamente laica y autónoma. También eso pertenece a su espiritualidad propia como nota fundamental querida sin duda por Dios y aceptada expresamente por la Iglesia. Laicidad radical: la Sociedad de San Vicente de Paúl no puede dejar de lado sin desvirtuarse esta característica fundamental que le viene del fundador mismo, como vimos arriba. Salvo error u omisión, o ignorancia, no sabemos de otra institución católica que sea tan radicalmente laica como la Sociedad de San Vicente de Paúl. Para los tiempos que parece que se avecinan (si es que no están ya aquí en muchos países), el mantener esta nota fundamental de su espiritualidad puede resultar un hecho decisivo para su permanencia, su eficacia y su fidelidad a la idea original del fundador.
3. hacia los pobres
A todo lo que se ha dicho hasta aquí hay que añadir la característica que hace de la espiritualidad vicentina una forma de vida espiritual verdaderamente peculiar y propia. Peculiar y propia, pero no exclusiva, ciertamente. Todas las instituciones que apelan a san Vicente de Paúl como inspirador tienen como propia y peculiar la misma característica. Lo peculiar de esta vocación es «aliviar con espíritu de justicia y caridad a los que sufren, y hacerlo por medio de un compromiso personal» (27).
En esa frase hemos dado con la verdadera razón que inspiró la fundación de las Conferencias de San Vicente de Paúl, pues «vivir en contacto personal con los que sufren, unirse para realizar mejor ese propósito, eso es el carácter esencial y original de la Sociedad de San Vicente de Paúl» (11).
Carácter original: la Sociedad de San Vicente de Paúl fue fundada para eso, y no para ninguna otra cosa. Por ejemplo, no fue fundada ante todo para la santificación personal de sus miembros, pues la búsqueda de la santidad personal es algo ya exigido por su condición de cristianos aun antes de pertenecer a las Conferencias. La espiritualidad propia de las Conferencias señala el cauce o modo peculiar y concreto querido por Dios en el que sus miembros deben vivir la llamada a la santidad recibida en el bautismo. Si se quiere hablar con precisión, y aquí la precisión es muy importante pues se trata de la esencia misma de la Sociedad, ésta no fue fundada ante todo para buscar la perfección o santidad de sus miembros, sino para trabajar por la redención de los pobres, cauce o modo en el que los miembros de la Sociedad encontrarán sin duda su camino propio a la santidad. Y así ha sucedido efectivamente con miles de sus miembros a lo largo de la historia de la Sociedad, comenzando por el beato Federico Ozanam. Llegaron a altas cotas de santidad viviendo a fondo la espiritualidad de una Sociedad fundada expresamente para trabajar por la redención de los pobres del mundo. Esto es lo que tiene de verdaderamente original en la larga historia de la espiritualidad cristiana la experiencia espiritual de san Vicente de Paúl. También él llegó a los altares trabajando por la redención de los pobres en seguimiento e imitación de Jesucristo.
Carácter esencial: todo en la vida de las Conferencias y en la vida de sus miembros (oración, virtudes necesarias, vida sacramental…) debe estar orientado y alimentado por lo que es esencial en esta forma de vida cristiana y de camino de santidad: el trabajo por los pobres de Cristo, en la seguridad de que en ese trabajo se encuentra el camino infalible para llegar a Dios, fin de toda vida humana. Como lo expresa lapidariamente una hija de la caridad de la primera generación haciéndose eco de lo que ella misma aprendió del fundador: «Servir a los pobres es ir a Dios».7 Y como lo expresa muy bella y profundamente la oración que se reza al final de la reunión de la conferencia (25):
«a fin de que habiendo dado a los pobres con todo su corazón lo que poseen,
acaben por darse ellos mismos»
- Se podrá encuentra este texto en el Reglamento de la Sociedad de San Vicente de Paúl en España, varias ediciones a partir de 1975, en la página 4. Como podrá comprobar fácilmente el lector que tenga acceso al Reglamento, hemos simplificado algo el texto original para mayor claridad.
- Lettres de Fréderic Ozanam, Bloud et Gay, París, sin fecha, tomo I, p. 143.
- o. c., I 192.
- ibid., p. 353.
- Como la mejor exposición y más accesible, recomendamos vivamente La familia vicenciana, una renovación incesante, de José M. Román, C.M., editorial La Milagrosa, Madrid, 1997, pp. 16-25.
- Reglamento, p. 25.
- Obras completas de san Vicente de Paúl, Salamanca, tomo IX, p. 25.