Soy Mª Isabel Pérez, pero me llaman Marisa. Hoy se me ha brindado la oportunidad de regalarte algo especial de mi vida, de mi historia, de quién soy, de lo que sueño, de quién es Jesús en mi vida, de la historia que ha ido tejiendo como con un bordado de colores, algunas veces más vivos, otras más grises… de la llamada que día tras día escucho en mi corazón: «¡Sígueme!», y de mi respuesta. Tengo 33 años, nací en una familia cristiana un 13 de Agosto de 1977, pero antes incluso de ser concebida y estar 9 meses formándome en el vientre de mi madre, aunque en aquel momento ni aún existía, hoy sé que era alguien deseada por ese Amor que mueve las entrañas del mundo: Jesús. Por eso mi historia con Él aunque yo no lo haya descubierto hasta mucho más adelante en el tiempo, comienza ya desde ese instante en el que fui deseo en su corazón. Ya en los primeros años de mi vida, sin yo darme cuenta, mis padres me decían con sus cuidados, con su preocupación en mi educación, con sus correcciones, y mi hermana, con sus cariños, con sus desafíos, con sus juegos y con su protección, que había Alguien más que ponía en sus corazones la necesidad de acompañarme con amor, aunque aún no le conociera. Desde mi infancia me hablaron de Jesús y el día de la primera comunión, lo recuerdo como un momento especial: cerré los ojos y me imaginé como si en un gran abrazo me envolviera, me sentí en paz, alegre, segura.
Así iba tejiendo Jesús el bordado de mi historia … los hilos de colores … iban llenando mi vida de ilusión, pero al mismo tiempo, a medida que iba creciendo, también empezaron a surgir en mí dudas, preguntas… desconfianza… comencé a no poder reconocer qué puntada del bordado era la anterior y cuál era la siguiente, comencé a no comprender la imagen que Él estaba elaborando y cerré la puerta a seguir dejándole poner esos matices de color. Llegó la adolescencia y se abrió ante mí un mundo nuevo al que asomarme, en el que buscar experiencias nuevas… lo que hasta ahora me había hecho feliz parecía dejar de tener sentido… era cosa de niñas… ¿no sería Él también algo de niñas? Me solté de su mano y empecé a buscar la felicidad en nuevos amores en los que no estaba Él.
Pero, al cabo de un tiempo, volvieron de nuevo los interrogantes, y esta vez resonaban más fuerte… ¿Quién eres realmente?… ¿dónde estás?… ¿Si existes de verdad cómo puedo llegar a ti? Deseo saber si eres real… Sentía cómo mi corazón estaba inquieto, gritaba todas estas preguntas, buscaba respuestas pero no encontraba… hasta que a los 18 años me invitaron a vivir una experiencia de tres días llamada Cursillo de Cristiandad que resultó ser uno de los regalos más especiales de mi vida. En aquel cursillo experimenté por primera vez el amor de Dios, un amor que nunca antes había sentido igual, con tanta fuerza y tan verdadero, un amor que me impregnaba de alegría, de vida, de color y sólo deseaba ser regalado. Experimenté además una llamada a ser iglesia viva y a continuar la misión de Jesús. Siendo consciente del gran regalo recibido, le di a Jesús mi primer SÍ maduro, Él me dijo por primera vez «Cuento contigo, Sígueme» y yo le dije «¡y yo contigo! ¡Te seguiré!» y desde entonces a pesar de mis momentos de dudas, de mis miedos, de mis caídas, siempre he sentido que ÉL nunca me ha soltado de la mano, recordándome que sólo con Él mi vida puede tener sentido.
Junto a Él, he ido descubriendo que desde siempre puso en mí un anhelo: acompañar a otros en su sufrimiento y abrir puertas a la esperanza, por eso estudié psicología. Tras acabar la carrera, a través de mi trabajo, Dios fue conduciéndome a trabajar con personas en especial situación de vulnerabilidad… enfermos de sida, drogodependientes, presos, prostitutas… mujeres maltratadas y a viajar dos veranos a misiones en Perú y en Chile. A lo largo de este recorrido los diferentes encuentros con ellos fueron transformando mi corazón, fueron encendiendo en él un fuego que parecía quemarme por dentro, un fuerte deseo de entrega, de acogida, de compasión, de amor que necesitaba ser regalado… y comencé a preguntarme… ¿Por qué experimento esto tan fuerte? Y pronto supe la respuesta… en sus rostros descubría de manera especial a Jesús pequeño, vulnerable, cercano, humano, con una gran necesidad de ser reconocido y amado… esto me hizo comenzar a apasionarme por ellos y las siguientes preguntas que le hice a Jesús fueron… ¿Qué quieres que haga? ¿Cómo puedo responder a tanto amor recibido en mi vida? Esas respuestas me ha costado más tiempo descubrirlas… Continué mi vida, intenté responder entregándome en diferentes acciones a través de mi trabajo, del voluntariado y de la Iglesia, pero aunque iban cumpliendo ese anhelo no llegaban a hacer realidad el sueño que se iba gestando en mi corazón.
Desde el principio supe que esa llamada que tocaba mi corazón no podía discernirla sola. Sentía que el fuego que me quemaba por dentro era cada vez más fuerte, pero no encontraba del todo salida y llegué a sentirme bloqueada… Pero Él es siempre fiel y su providencia me llevó a una parroquia en la que encontré a un sacerdote de la Congregación de la Misión con el que compartí esa inquietud buscando una respuesta concreta a este gran terremoto interior. De la mano de Jesús, leyendo mi historia, dejándome acompañar y creciendo he descubierto que ese sueño es entregarle mi vida por completo a Él sirviéndole y amándole en los pobres. Porque es encarnado en cada ser humano donde deseo amarle hasta el punto de ser por completo para Él, no a través de la entrega de mi vida a una sola persona sino a muchos y en especial a los que más sufren.
Al poco tiempo de iniciar este acompañamiento, en mi búsqueda me impliqué en un centro para personas sin hogar. Allí me encontré con las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Mi encuentro con las personas sin hogar y la manera de acercarse a los pobres y servirles de las Hijas de la Caridad comenzó a hacer eco en mí descubriendo que lo que les movía a la entrega era lo mismo que quemaba mi corazón. Sentí que Jesús lo iba disponiendo todo.
Durante el pasado curso he ido poniéndome a la escucha constante de Jesús en la oración, en los acontecimientos de mi vida y he ido conociendo más la vocación y misión de las Hijas de la Caridad. De la mano de Jesús y con certeza en el corazón de que puede ser la respuesta a lo que Dios sueña para mí y ha puesto en mí desde siempre, solicité poder iniciar un tiempo de postulantado en la Compañía de las Hijas de la Caridad. Hasta dar este paso, ha sido un proceso en el que se han mezclado muchos sentimientos: he dudado, he sentido miedo, tristeza y alegría al mismo tiempo, me he sentido en momentos bloqueada sin saber hacia dónde continuar… pero en seguida, cuando he dado un paso más hacia delante, me he sentido libre… Ha sido un tiempo de lucha, en el que por un lado he querido agarrarme a las seguridades de lo que ya soy y tengo… y por otro lado he deseado dejarme llevar por la promesa de felicidad de una vida entregada a Dios por completo. Y ha sido más fuerte el deseo de entregarme de manera total lanzándome al vacío porque sé que aunque da mucho vértigo, mi confianza está puesta en Jesús. Tengo la certeza de que Él nunca falla y que hará realidad el sueño que ha puesto en mí.
En este tiempo de postulantado estoy descubriendo lo que es vivir en sencillez y humildad movida por la caridad al encuentro de Jesús en los pobres, a hacerlo impulsada por una comunidad en la que vivo, comparto, descanso, oro y crezco unida a Él. Cada día Jesús me dice «Te llamo a ti, sígueme, sé para los demás como ese lugar en el que descansaba Jesús, Betania, ese lugar de acogida, de encuentro, de descanso, de reconciliación, de paz, de amor incondicional, para que cada persona con la que te encuentres, cada empobrecido al que sirvas pueda sentir el amor de Dios y puedas acogerlo reconociéndome a mí en él». Con esta llamada me pongo en las manos de Dios y sigo discerniendo cada día Su voluntad.