Ser «buenas cristianas» en la Compañía de las Hijas de la Caridad

Francisco Javier Fernández ChentoHijas de la CaridadLeave a Comment

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Autor: Fernando Quintano, C.M. · Año publicación original: 2001 · Fuente: Ecos 2001.
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Introducción

Las Hijas de la Caridad renuevan sus votos cada año en la solemnidad de la Anunciación del Señor. Con la renovación de los votos reafirman la opción voca­cional tomada al entrar en la Compañía y que consiste en la entrega total de su vida a Dios para servir a Cristo en los Pobres.

Pero el acto de la Renovación, en cierto sentido, es distinto cada año. Durante ese tiempo cada Hermana ha vivido nuevas experiencias que han configurado su historia personal. Por eso la Renovación anual nunca es una fotocopia de la ante­rior, más bien, «marca una nueva etapa en la intensidad de su don total a Dios para el servicio a los pobres».

Esa doble vertiente de la Renovación (ser esencialmente lo mismo y a la vez distinta cada año) es lo que me ha inspirado la elección de los temas y el modo de tratarlos en estas conferencias preparatorias de la Renovación del 2001.

El telón de fondo, o el marco en el que se encuadran estas reflexiones, me lo proporcionan estas palabras que San Vicente dirigió a las primeras Hermanas, diez años después de la fundación de la Compañía: «Hijas mías, si sois fieles en la prác­tica de esta forma de vivir, seréis todas buenas cristianas. No os diría tanto si os dijese que seríais buenas religiosas. ¿Por qué se han hecho religiosos y religiosas sino para ser buenos cristianos y buenas cristianas? Sí, hijas mías, poned mucho empeño en haceros buenas cristianas por la práctica fiel de vuestras reglas. Dios será glorificado con ello, y vuestra Compañía edificará a toda la Iglesia».

Este texto nos da pie para reflexionar sobre la común y fundamental consagra­ción bautismal, sobre la «especial consagración» de la vida religiosa y sobre la consagración específica de las Hijas de la Caridad.

La manera concreta de seguir a Cristo en la Compañía tiende a hacer de las Hijas de la Caridad unas «buenas cristianas», en fidelidad a lo que implica la co­mún consagración bautismal. Eso es lo que quiere expresar el título dado a la conferencia.

Los tres puntos centrales a tratar serán, pues:

  1. La consagración bautismal común a todos los cristianos.
  2. La «especial consagración» propia de la vida religiosa.
  3. La «consagración» específica de las Hijas de la Caridad.
  4. Ciertamente que estos tres puntos podrían ser temas apropiados de las confe­rencias de preparación de la Renovación anual en cualquier tiempo y lugar. Pero las Hijas de la Caridad viven su vocación específica en el mundo y en la cultura de hoy. Lo cual quiere decir que, para bien o para mal, los valores y contravalores existentes en el contexto cultural influyen positiva o negativamente en la respuesta que las Hijas de la Caridad están dando a su vocación. Por eso reflexionaremos sobre algunos desafíos que la cultura actual está lanzando al proyecto de vida de la Compañía. Se trata de alertar sobre algunas manifestaciones que estarían expresando una influencia negativa de algunos contravalores de la cultura actual en algunas Hijas de la Caridad. Este será el 42 punto de la conferencia: ¿En qué aspectos tendrá que ponerse el acento hoy para no diluir lo que significa la consagración a Dios en la Compañía?

1. La consagración bautismal

El Concilio Vaticano II afirma que la profesión de los consejos evangélicos que hacen los religiosos «constituye sin duda una peculiar consagración, que radica íntimamente en la consagración del bautismo». La Exhortación apostólica «Vita Consecrata» dice que «la profesión religiosa es considerada como una singular y  vida religiosa como la específica de la Compañía remiten al bautismo, comencemos por explicar la con­sagración bautismal común a todo cristiano, pues ella es la consagración funda­mental y la raíz de todas las demás.

Cristo vino al mundo para consagrarnos, haciéndonos partícipes de la vida de Dios que Él poseía en plenitud como Hijo del Padre. Ese Verbo encarnado es verdadero Dios y verdadero hombre. En El se unen la divinidad y la humanidad. Sólo Él es el verdadero y perfecto sacerdote capaz de presentarse y presentarnos a Dios como ofrenda agradable. Por la Encarnación, Cristo se une a la humanidad y se constituye en cabeza de su cuerpo místico del cual nosotros somos miembros. En la sinagoga de Nazaret se presenta como el ungido y consagrado por el Espíritu del Señor. En el diálogo con Nicodemo, Jesús le habla de la necesidad de «nacer de nuevo» por medio del agua y del Espíritu.

Las palabras «bautismo» y «bautizar» significan, etimológicamente, sumergirse en el agua. San Pablo considera el bautismo como un sumergirse o sepultarse con Cristo en su muerte para poder participar de la nueva vida del resucitado. Por el bautismo se pasa de la muerte a la vida; se ahoga el hombre viejo del pecado para que renazca el hombre nuevo, la nueva criatura animada por la vida divina.

Por la fe y el bautismo nos incorporamos a Cristo hasta poder decir como San Pablo: «Mi vida es Cristo». «Ya no soy yo el que vive, es Cristo el que vive en mi». Por esa incorporación a Cristo participamos de su filiación divina, entrando así en relación personal con Dios.

La fórmula del bautismo «Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» significa y equivale a «Yo te bautizo consagrándote al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo». Y esa consagración significa que pasamos a ser posesión total y exclusiva de las tres divinas Personas, familia de Dios, conciuda­danos de los santos. En el bautismo, Dios envía su Espíritu a nuestros corazones constituyéndonos en su templo santo.

La unción con el santo crisma significa la pertenencia a la Iglesia, el nuevo pueblo que participa de la condición de Cristo sacerdote, profeta y rey. La vestidura blanca expresa la dignidad del bautizado, como nueva criatura revestida de Cristo.

La consagración bautismal es, pues, la identificación con la persona y la vida de Cristo. Al incorporarnos a él por la fe y el bautismo, nos introduce en la vida de Dios, nos hace sus hermanos e hijos adoptivos del Padre y nos consagra y destina a ser templos del Espíritu.

«Consagrar» significa, en primer lugar, que Dios toma posesión de alguien, lo configura con su Hijo Jesucristo, lo santifica y habita. En segundo lugar, «consa­grar» significa también entregarse a Dios sin reserva como respuesta a su previa donación. Ambas cosas acontecen en el bautismo. Por eso, siempre que se hable de cualquier otra consagración deberá comprenderse como despliegue y ahonda­miento de la bautismal, como un desarrollo de los gérmenes de vida sembrados en el bautismo.

En virtud de la común consagración bautismal, todos los bautizados son miem­bros del cuerpo de Cristo, tienen igualdad dignidad15 y están llamados a la misma santidad: El Concilio Vaticano II afirmó «es completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad». Así superó una mentalidad secular que distinguía dos categorías de cristianos, los de a pie y los llamados a volar por las alturas. Para Cristo no era así; a todos sus seguidores les propone «sed perfectos como el Padre del cielo es perfecto». El programa del sermón de la montaña también es para todos. No hay, pues, cristianos de primera y segunda categoría, sino modos diferentes de encarnar la común vocación cristiana. Los diferentes caminos o vocaciones existentes en la Iglesia tienen como origen y fuente la común vocación del bautismo. Y las distintas espiritualidades son despliegues diferentes de la misma espiritualidad cristiana bautismal. Lo específico no debe disociarse de lo común; el despliegue no puede desprenderse del núcleo, ni los diferentes arro­yos desviarse del manantial. Todas las vocaciones y estados en la Iglesia son modos diversos de vivir la común vocación cristiana, en fidelidad a las promesas del bautismo y como desarrollo de los gérmenes de esa misma gracia bautismal.

2. La profesión religiosa, «una nueva y especial consagración»

La recuperación y revalorización de lo que significa la consagración bautismal no elimina ni diluye la que es propia de la vida consagrada, sea ésta religiosa o no.

La Exhortación «Vita Consecrata» afirma «La vida consagrada no podrá faltar nunca en la Iglesia, pues es uno de los elementos irrenunciables y característicos». «Una Iglesia formada únicamente por ministros sagrados y laicos no corresponde a las intenciones del divino Fundador».

Aclaremos que la expresión «vida consagrada» no significa lo mismo que «vida religiosa». Como veremos más adelante, las Hijas de la Caridad pertenecen a la vida consagrada pero no a la vida religiosa.

Todo cristiano está llamado a la santidad. Pero ha sido el Espíritu Santo quien, a través de los siglos, ha suscitado en la Iglesia variedad de vocaciones, carismas y modos diversos de aspirar a la santidad. Una de esas formas es la vida religiosa.

Esa «nueva y especial consagración» se da en la profesión, mediante votos públicos, de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. Esto es lo constitutivo de la consagración propia de los religiosos y religiosas. El Concilio la define como una peculiar consagración que radica íntimamente en la consagración del bautismo y la expresa con mayor plenitud».

Todo cristiano, por el hecho del bautismo, está llamado a vivir la castidad correspondiente a su estado de vida, la obediencia a Dios y a la Iglesia y a un desapego razonable de los bienes materiales. Sin embargo, el bautismo no implica que el cristiano tenga que vivir el celibato, ni la obediencia a un superior o la renuncia a la posesión de bienes. Esto es propio de quienes reciben el don de una llamada particular de Dios a vivir la consagración bautismal mediante la profesión y práctica de los llamados consejos evangélicos. Por lo tanto, en la consagración religiosa se asumen algunas dimensiones evangélicas que no son exigidas por el bautismo, pero que son expresión privilegiada de que se quiere vivir con radicalidad las exigencias de la consagración bautismal. El Código de Derecho Canónico, refiriéndose a la vida religiosa, utiliza las expresiones «con­sagración total de la persona», «plena donación de sí mismo como sacrificio ofrecido a Dios».

La consagración bautismal es la primera y más fundamental participación en la vida de Cristo. El bautismo es la base de todo, pero no es todo en la vida cristiana. Con él se inicia un proceso de crecimiento, de progresiva configuración con Cristo. Por la consagración religiosa se tiende a configurarse más plenamente con Cristo en esas tres dimensiones de su vida histórica: casto, pobre y obediencia. Con la profesión de los consejos evangélicos se intenta desplegar y concretar en la vida de cada día la consagración bautismal. Eso es lo que expresa una de las definiciones más corrientes de la vida consagrada: «seguir más de cerca a Cristo».

Al hablar antes de la consagración bautismal, hemos dicho que incluía un doble significado: «Dios consagra al cristiano» y «el cristiano se consagra a Dios». Al hablar ahora de la consagración religiosa también es aplicable ese doble significa­do. Por una parte, es Dios quien consagra al religioso, quien le llama y quien toma posesión de su persona para configurarle con Cristo. Y, por otra, es el religioso quien entrega totalmente su vida a Dios como respuesta a su llamada. Así la consagración religiosa, por una parte, hunde sus raíces en la consagración bautis­mal, y, por otra, la lleva a plenitud, asumiéndola libremente con todas sus conse­cuencias de radicalidad. Pablo VI la explicó con estas palabras: «La profesión de los consejos evangélicos se suma a la consagración propia del bautismo comple­tándola, por ser una consagración peculiar, pues por ella el fiel se entrega y con­sagra plenamente a Dios, dedicando su vida únicamente a su servicio». La con­sagración religiosa no modifica ni añade nada al contenido de la consagración bautismal, pero sí al modo más radical de vivirla. Asume unos compromisos orien­tados a afrontar los desafíos y a vencer los obstáculos que se oponen o dificultan la consagración bautismal. Esos desafíos y obstáculos provienen de la avidez del tener, del gozar y del dominar. La consagración religiosa es la opción por lo abso­luto de Dios y su Reino, descubiertos como piedra preciosa. Para comprarla se vende todo, se relativizan otros valores, tales como el matrimonio, el dinero y la autonomía personal.

Resumiendo: la consagración religiosa es la donación total de uno mismo al Señor, una opción por una vida enteramente entregada a Dios para vivir la consa­gración bautismal con todas sus consecuencias. El signo visible de esa consagra­ción religiosa es la profesión de los llamados consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. En la historia de la Iglesia, asumir por voto estas tres dimen­siones de la persona de Cristo se ha considerado siempre como expresión de totalidad y de radicalidad evangélica, a la vez que como entrega incondicional a la causa del evangelio.

Por la consagración bautismal todo cristiano está llamado a ser apóstol, a evangelizar. Por la consagración religiosa se orienta exclusivamente la vida a la misión. «La persona consagrada está «en misión» en virtud de su misma con­sagración».

El bautismo nos incorpora a un pueblo profético. La consagración religiosa, además de ser entrega total a Dios, anuncia unos valores evangélicos, a la vez que denuncia unos contravalores. Por eso es «una forma especial de participación en la función profética de Cristo».

La misión de la vida consagrada es «dar testimonio profético, de la primacía de Dios»; «ser expresión de la santidad de la Iglesia»; «mantener viva en los bautizados la conciencia de los valores fundamentales del evangelio»; «favorecer y sostener el esfuerzo de todo cristiano por la perfección»; «ser testigos de la fraternidad»; «encarnar la opción preferencial de la Iglesia por los pobres; ser una «terapia espiritual» para la humanidad frente a la idolatría del instinto sexual, del materialismo ávido de tener y de las deformaciones de la libertad.

Por todo esto, la Exhortación «Vita Consecrata» reconoce que la Iglesia y la sociedad tienen necesidad de la vida consagrada. Pero esto es cierto sólo cuando es signo y realidad de una vivencia radical del evangelio, despliegue y concreción de las exigencias de la consagración bautismal. De lo contrario, será sal que ha perdido su sabor y que no sirve ya más que para ser tirada, o levadura que no fermenta la masa porque carece de fuerza transformadora.

3. La «consagración» de las Hijas de la Caridad

Probablemente, durante esta exposición sobre la consagración de la vida reli­giosa, ustedes se habrán sentido identificadas con algunos elementos y no identi­ficadas con otros ¿Por qué? Vamos a tratar de aclarar esa posible sensación.

Los fundadores insistieron en que las Hijas de la Caridad no son religiosas, porque ese estado no conviene al fin de la Compañía ni al espíritu que Dios quiso para ella. La consagración propia de la vida religiosa consiste en la profesión, por votos públicos, de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obedien­cia. Las Hijas de la Caridad no son religiosas, no profesan los consejos evan­gélicos, luego no se consagran a Dios a la manera de las religiosas. Las palabras de San Vicente son claras al respecto: «Considerarán que (las Hijas de la Caridad) no se hallan en una religión (en una institución religiosa), ya que ese estado no conviene a los servicios de su vocación… No hacen otra profesión para asegurar su vocación más que por esa confianza continua que tienen en la Divina Providencia, y el ofrecimiento que le hacen de todo lo que son y de su servicio en la persona de los Pobres» 39. Las Hijas de la Caridad no son profesas. Y como, según el Derecho Canónico, la consagración religiosa acontece en la profesión, las Hijas de la Caridad ni son religiosas ni son consagradas a la manera de las religiosas.

Consagradas, ¿en qué sentido?

Sin embargo, las Constituciones de la Compañía utilizan algunas veces la pa­labra «consagración» aplicada a las Hijas de la Caridad: «se consagran por ente­ro»; «el servicio es para ellas la expresión de su consagración a Dios en la Compañía y comunica a esa consagración su pleno significado». Y es que la palabra «consagración» tiene varios significados. Uno es el que aplica el Derecho Canónico a la profesión de los consejos evangélicos que se hace en la vida reli­giosa. Este significado no es aplicable a las Hijas de la Caridad.

Pero la palabra «consagración», teológica y espiritualmente hablando, equivale también a «entregarse a Dios sin reservas», «darse totalmente», «ofrenda de la vida», «configurarse con Cristo» etc. En este sentido, las Hijas de la Caridad son verdadera y realmente consagradas. Estas expresiones son las que utilizaban los fundadores y las han asumido las Constituciones a la hora de presentar la vocación de las Hijas de la Caridad.

Y es que, teológica y espiritualmente hablando —más allá de los efectos jurí­dicos— «siempre que se da una auténtica configuración, un real parecido con Cristo en una dimensión esencial de su misterio, se da una verdadera y real consagración. De modo que es éste el criterio decisivo para saber cuándo existe consagración en el sentido propio y formal, en sentido teológico, y en qué consiste existencialmente».

La consagración propia de la vida religiosa es una configuración con Cristo en tres dimensiones de su existencia: casto, pobre y obediente. La consagración de las Hijas de la Caridad es también una configuración con Cristo, si bien en otras tres dimensiones no menos esenciales de su vida: Adorador del Padre, Servidor de  de Amor y Evangelizador de los Pobres. Una consagración que se cimienta en la caridad: «dais toda vuestra vida por la práctica de la caridad; por tanto la dais por Dios», consumís vuestra vida por el mismo motivo por el que nuestro Señor dio la suya: por la caridad, por Dios, por los Pobres».

San Vicente, teniendo muy clara la secularidad de la Compañía, era muy libre a la hora de utilizar el lenguaje para explicarla. «Es una vocación, decía, donde se hace profesión de amor a Dios y al prójimo» y «hacéis profesión de servicio al prójimo». Tanto la palabra «profesión» como «consagración», aplicadas a las Hijas de la Caridad, las utilizó en claro contraste con la profesión y consagración de las religiosas. La consagración específica de las Hijas de la Caridad las diferen­cia de los institutos de la vida religiosa, de los institutos seculares y de las asocia­ciones de laicos. La Compañía es una Sociedad de vida apostólica. Estas Socie­dades «se asemejan» a la vida religiosa porque también aspiran a la perfección de la caridad, a la santidad evangélica en definitiva, pero por un camino diferente. Las Sociedades de vida apostólica no profesan; por eso sus votos son «no religiosos», no públicos. Aspiran a la perfección por la observancia de sus Constituciones y abrazan los consejos evangélicos de la manera particular que determinan esas mismas Constituciones.

Alguien dirá que todas estas distinciones son sutilezas y diferencias accidenta­les; que lo importante es seguir a Cristo y proseguir su causa por el Reino, y que en esto estamos embarcados todos, tanto presbíteros como laicos y consagrados. Es cierto; pero entonces habría que explicar por qué el Espíritu Santo ha ido suscitando a través de la historia diferentes carismas y modos diversos de seguir a Cristo, y por qué la Iglesia insiste tanto en que cada congregación sea fiel a su carisma, convencida de que esa diversidad de carismas hermosea el cuerpo de Cristo.

Seguramente que las Hijas de la Caridad, por su consagración especial, no se identifican con los seglares. Pues, por la misma razón, tampoco deben identificarse con las religiosas. No son ni más ni menos que unos y que otras; son distintas. La diferencia de carismas en la Iglesia es cuestión de detalles, ciertamente; pero eso no equivale a decir que es algo accidental, pues afecta a la identidad. Tener conceptos precisos sobre la propia identidad es condición necesaria para poder encarnarla.

Radicalidad evangélica

Aunque la «consagración» de las Hijas de la Caridad sea distinta de la con­sagración de las religiosas, ambas incluyen similar radicalidad y exigencia evan­gélicas. El texto de San Vicente que hemos citado antes, referente a que las Hijas de la Caridad no hacen profesión ni pertenecen al estado religioso, sigue con estas palabras: las Hijas de la Caridad «deben tener tanta o más virtud que si fueran profesas en una orden religiosa». Y al comenzar la misma conferencia, después de pedir a las Hermanas que se opongan y giman si alguien quisiera hacerlas religiosas (entonces equivalía a enclaustrarlas y, por lo mismo, a impe­dirles ir a los pobres), San Vicente les dice: «Es muy importante que seáis más virtuosas que las religiosas. Y si hay un grado de perfección para las personas que viven en religión, se necesitan dos para las Hijas de la Caridad». Detrás de estas palabras del fundador subyace la opinión que tenían algunas Hermanas de que el estado de las religiosas en clausura era más perfecto que el «estado de caridad» de las Hijas de la Caridad. San Vicente quiere convencerlas que no es así y, aunque siente gran admiración por las religiosas, a las Hijas de la Caridad les dice que aunque ellas no lo sean «no dejan de estar, en un estado de perfección si son verdaderas Hijas de la Caridad»; más aún, «no he visto jamás un estado tan perfecto».

Prueba de la radicalidad que conlleva la consagración de las Hijas de la Caridad son estas palabras de San Vicente: «Para ser Hija de la Caridad es preciso haberlo dejado todo: padre, madre, bienes, pretensión de tener un ajuar. Es lo que el Hijo de Dios enseña en el evangelio. Además hay que dejarse a sí mismo… Ser Hija de la Caridad es ser hijas de Dios, hijas que pertenecen por entero a Dios».

San Vicente, dirigiéndose a los misioneros, les comentaba la sentencia de Jesús «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto»; esto apun­ta muy alto, les dice, sin embargo esa es la medida. Y añade: «Pero como no todos los cristianos se esfuerzan en ello, Dios, por cierta providencia que los hombres deben admirar, al ver esta negligencia de la mayoría, suscita a algunos para que se entreguen a su divina Majestad y procuren, con su gracia, perfec­cionarse ellos mismos y perfeccionar a los demás»54. Una similar explicación hizo a las Hijas de la Caridad en una de las conferencias sobre la vocación. Y en otra ocasión, refiriéndose a la Compañía como continuadora de la misión de Cristo, dice: «!¡Hacer lo que dios mismo hizo en la tierra! ¿verdad que hay que ser perfectas? Sí, Hermanas mías. ¿Verdad que habría que ser ángeles encar­nados?».

Las Hijas de la Caridad se entregan totalmente a Dios «fieles al bautismo». Se comprometen a vivir su consagración bautismal sirviendo a Cristo en los pobres, y para ello practican los consejos evangélicos que asumen por votos «no religio­sos» y renovables cada año. Pronuncian la fórmula de los votos después de afirmar «renuevo las promesas de mi bautismo». Es decir, la consagración o entrega total de su vida a Dios para servir a Cristo en los pobres que hacen las Hijas de la Caridad también es una respuesta a la llamada de Dios para que vivan las exigencias evangélicas que conlleva la consagración bautismal. Es en este sentido que San Vicente quería, nada más y nada menos, que las Hijas de la Caridad fuesen «buenas cristianas», y que no les estaría pidiendo algo más exigen­te si les dijese que fuesen buenas religiosas.

4. Puntos de insistencia a partir de lo que significa la consagración

  • Tanto la consagración de la vida religiosa como la específica de la Compañía son concreciones y expresiones de la única consagración bautismal, distintas maneras de responder a las exigencias de la común vocación cristiana. La diferencia entre una y otra radica en el modo diverso de concretar el seguimien­to de Cristo. En fidelidad al bautismo, las Hijas de la Caridad quieren ser buenas cristianas, entregándose totalmente a Dios para servir a los pobres, continuando la misión de Cristo evangelizador y servidor, fuente y modelo de caridad, amor humillado. Ese amor de Cristo es el que impulsa el proyecto de vida de las Hijas de la Caridad. A ese Cristo es al que contemplan en la oración, para traducir en su vida de servicio a los pobres las actitudes de humildad, sencillez y cari­dad.

La primera insistencia será, pues, situar en su verdadero lugar la manera de entregarse a Dios propia de la Compañía, y comprender y vivir el servicio a los pobres como expresión de esa consagración. Así se inserta la Compañía en la única y común misión que Cristo confió a la Iglesia. Consagración a Dios y misión de servicio a los pobres tienen que vivirlas las Hijas de la Caridad como dos realidades inseparables.

  • Cuando la postulante pide entrar en el seminario para vivir el ideal vicenciano y es admitida en la Compañía por la autoridad competente, entonces acontece y se formaliza la consagración propia de la Hija de la Caridad.

Esa consagración, en sí misma, es una opción intencionalmente de por vida. Santa Luisa decía: «no recibimos a ninguna que no tenga intención de vivir y morir en la Compañía». Tomar una opción de por vida es algo muy serio. Requiere un conocimiento claro de lo que significa la consagración y cierta madurez humana y espiritual para asumir lo que ello implica. Todo esto está indicando la importancia de la etapa del postulando como tiempo de discerni­miento vocacional, de purificación de motivaciones, de ejercicio de la libertad y de la responsabilidad ante una opción tan importante; por tanto, es indispensa­ble explicar bien las Constituciones durante esta etapa.

La consagración a Dios en la Compañía, aunque se expresa en un momento y en un acto precisos, (la entrada en el seminario) sin embargo hay que reconocer que es todo un proceso. La consagración comienza en el bautismo, pero se va viviendo y realizando durante toda la vida. Por eso, la etapa del seminario es un tiempo de profundización y afianzamiento. Con la emisión de los votos por primera vez, y después cada año, confirman y ratifican la consagración bautis­mal concretada en la consagración de la Compañía.

Sin disminuir la importancia de la etapa del seminario y de la preparación a la emisión de los votos por primera vez, de lo que se trata aquí es de revalorizar el tiempo de postulantado. Parece totalmente lógico que, previamente a la con­firmación y ratificación de la consagración, ésta se haya dado con la mayor libertad, madurez y conocimiento posibles. Para eso es la etapa del postulan­tado. Seguirá en pie el misterio de la gracia, de la libertad y la responsabilidad personal de cada Hermana ante su opción vocacional, en sí misma de por vida; pero que los posibles abandonos o retrocesos que puedan darse después no se deban a fallos o carencias en el proceso formativo.

  • Por la consagración bautismal todo cristiano se incorpora como miembro del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Si la consagración de la Compañía es un modo de asumir y desplegar la común del bautismo, las Hijas de la Caridad deben vivir su vocación en Iglesia. Eso significa amarla como a una madre, sentirse implicadas en la tarea misionera, vibrar con todo lo que ella vibra, seguir sus enseñanzas etc. Colaboran en la pastoral diocesana y parro­quial como Hijas de la Caridad, «hijas de parroquia» en la Iglesia local, desde la identidad de un carisma que hace presente la opción preferencial de Dios y de la Iglesia por los pobres. En un plano de igualdad fundamental, se insertan equipos integrados por laicos y otras personas consagradas, pero sin diluir su identidad.
  • La consagración de las Hijas de la Caridad es signo de la radicalidad evangélica con la que se comprometen en el seguimiento de Cristo evangelizador y servidor de los pobres. Lo opuesto a esa radicalidad es la instalación en la mediocridad, el contentarse con lo mínimo, el renunciar al ideal. La Exhortación «Vita Conse­crata» afirma: «lo que se debe evitar absolutamente es la debilitación de la vida consagrada, que consiste no tanto en la disminución numérica, sino en la pérdida de la adhesión al Señor y a la propia vocación y misión» 63. La radicalidad signi­fica no poner condiciones a la entrega total a Dios, sin límite de tiempo, disponi­ble ante cualquier manera de servicio, de lugar, de comunidad etc; eso es la santa indiferencia que San Vicente inculcaba tantas veces a las Hermanas. El Absoluto al que se entregan totalmente las lleva a relativizar lo que es circunstancial.
  • En la consagración de las Hijas de la Caridad, la entrega a Dios y servicio a los pobres son dos componentes inseparables, pero no son lo mismo. Ambos as­pectos los viven en unidad de vida, y un mismo amor, afectivo y efectivo, anima esa doble dimensión. «El servicio es para ellas la expresión de su consagración a Dios en la Compañía y comunica a esa consagración su pleno significado».

Las Hijas de la Caridad tienen que estar animadas por la mística del servicio. Esto equivale a estar identificadas con la actitud de Cristo Servidor, humillado y rebajado hasta asumir nuestra condición, presente en el pobre. Esa mística del servicio se expresa en la actitud de siervas, y ésta, a su vez, en la práctica de la humildad, de la sencillez y de la caridad.

Afirmar escuetamente que la consagración se vive en el servicio es parcial y ambiguo. Hay otras muchas personas no consagradas, no cristianas incluso, dedicadas de lleno a los pobres. La afirmación es verdadera si ese servicio lo realizan como Hijas de la Caridad. Y para ellas, tan importante como servir es el por quién, por qué y cómo sirven a los pobres. Se trata, pues, del espíritu de la Compañía, de la mística que debe animar ese cuerpo. Así vencerán la ten­tación del activismo, del profesionalismo o de un humanismo simplemente ho­rizontal. Animadas por ese espíritu y esa mística, en cualquier servicio directo o indirecto a los pobres están cumpliendo la misión de la Compañía. Incluso las Hermanas mayores y enfermas forman parte activa de la misión. Y es que «cada uno de los gestos de una Hija de la Caridad está verdaderamente al servicio de los pobres, porque la Compañía entera les está consagrada y todo en ella ha sido concebido con tal fin».

  • La consagración de las Hijas de la Caridad la viven con otras a las que Dios ha llamado y reunido en comunidad para una misión común de servicio a los pobres. La dimensión comunitaria es un elemento integrante y esencial de la consagración de las Hijas de la Caridad. No me detengo a desarrollarlo porque fue el tema de las conferencias de hace dos años. Pero sin duda que sigue siendo un punto de insistencia permanente. Por lo más nuclear del carisma de las Hijas de la Caridad y por fidelidad al nombre que llevan tendría que resonar continuamente en ellas el estribillo paulino: «Si no tengo caridad, nada soy».

Conclusión

Por expreso deseo de Santa Luisa, la renovación anual de los votos acontece en la fiesta de la Anunciación del Señor. En este Misterio aparece María como la sierva totalmente disponible al plan salvador de Dios. En la sinagoga de Nazaret, Jesús se presenta como el consagrado por el Espíritu para anunciar las buenas noticias a los pobres. Ese mismo Espíritu es el que consagra a las Hijas de la Caridad para continuar la misma misión. Ellas han aceptado esa vocación al optar por un modo de vida que consiste en la entrega total a Dios para servirle en los pobres.

Para los fundadores, la renovación anual de los votos significaba un nuevo ejercicio de la libertad por el que las Hijas de la Caridad reafirman la ofrenda de su vida a Dios; una expresión del gozo que experimentan por haber sido llamadas a esta vocación y una renovación del deseo de vivirla con fidelidad.

Las reflexiones hechas durante esta conferencia han tenido como finalidad colaborar a que, en fidelidad a lo que implica el bautismo, las Hijas de la Caridad renueven una vez más sus votos como confirmación de su consagración específica en la Compañía, distinta de la consagración religiosa, pero con idéntica radicalidad evangélica.

Con la renovación anual en la fiesta de la Anunciación y a ejemplo de María, las Hijas de la Caridad seguirán haciendo de su vida un culto a Dios, y de su culto un compromiso de vida. Porque, para ellas, el culto verdadero a Dios (consagra­ción) se expresa en el servicio a los pobres.

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