SANTUARIOS MARIANOS C.M. en ESPAÑA (II)

Mitxel OlabuénagaSin categoríaLeave a Comment

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SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA LA MADRE DE PECADORES BARBASTRO (Huesca)

Al hablar de la fundación de la Congregación de la Misión en el santuario de Nuestra Señora de la Bella en Castejón del Puente, primera fundación de los PP. Paúles en Aragón, se indicó la dificultad que enseguida surgió por parte del pueblo de Castejón, que puso pleito a los misioneros, por lo cual les vino el deseo de trasladarse a Barbastro, entonces ciudad de unos 7.000 habitantes. El obispo Rivera aprobó la iniciativa y nuestro P. General dio su permiso.

Buscando lugar apropiado lograron hacerse con el convento que había sido de las monjas capuchinas y que estaba convertido en casas de vecin­dad. Hechas las más imprescindibles adaptaciones, el 17 de abril de 1759 realizaron su traslado. La nueva fundación se llamó casa-seminario de San Vicente de Paúl. La marquesa de Aytona les ayudó con generosidad, prime­ro para la adaptación del viejo y maltrecho edificio y luego para la edifica­ción de la nueva iglesia, que fue consagrada por el obispo diocesano don Juan Manuel Cornell el 19 de octubre de 1777. Era una construcción de piedra de sillería, de una sola nave con capillas en los muros.

Hasta la exclaustración de 1835 los misioneros Paúles ejercitaron en Barbastro un largo y fecundo ministerio: formación del clero, ejercicios espirituales a toda clase de personas, misiones populares y vida litúrgica en su propia iglesia. De ordinario la comunidad estaba compuesta de ocho sacerdotes y cuatro hermanos.

La iglesia, como queda dicho, fue dedicada a San Vicente, cuya imagen, al decir del cronista de la casa, «era la más preciosa de cuantas existían en España». Pasó después al hospital y en 1936 fue quemada.

La primera capilla de la iglesia de San Vicente, a mano derecha, la más amplia de todas, como un santuario dentro de la misma iglesia, estaba dedi­cada a la Santísima Virgen, bajo la hermosa advocación de la Madre de Pecadores. La imagen es una bella talla barroca, sólo busto, sobre una nube de ángeles. No lleva velo, coronada de flores, en actitud de humilde oración después de pronunciar su «Fiat»; sus manos entrelazadas y en su pecho un resplandor. (Hoy le falta en dicho resplandor la paloma —símbolo del Espí­ritu Santo— que está en los grabados antiguos).

¿Cuál es el origen de esta devoción? No nos consta, pero podemos presu­mirlo. No muchos años antes de la instalación de esta capilla con su imagen, el beato Antonio Baldinucci, jesuita, había popularizado la devo­ción a María, refugio de pecadores, y la había proclamado Patrona de sus misiones populares. En 1791 el P. José Murillo, Superior de la casa-semina­rio de Barbastro, enviaba al obispo de Lérida, Jerónimo de la Torre, abun­dantes grabados de la Virgen «Madre de Pecadores», tal como se venera en la casa-misión de Barbastro a la cual llama «Patrona de nuestras Misiones».

Los muchos ejercitantes que pasaban por la casa sentían una atracción especial por esa santa imagen. En el libro lucero de la casa de Barbastro se encuentran partidas y notas que hablan de esta devoción. Se lee que la casa debía gastar 18 libras jaquesas por disposición de Manuel Lobera para que se dijesen misas de a cinco sueldos en el altar de la Madre de Pecadores. Se lee también de una fundación de misa perpetua diaria en dicho altar. Que en la fiesta de Pentecostés debían arder en el altar de la Madre de Pecadores siete velas de tres onzas cada una hasta consumirse.

Encontramos también una nota señal de la gran devoción que a esta imagen se le profesaba, que dice lo siguiente: «D. José de Cocón y Azlor, regi­dor de Barbastro, pide en 1795 sea sepultado su cuerpo en la iglesia de San Vicente de Paul, en la capilla de Nuestra Señora, con el título de Madre de Pecadores, a un lado del altar, y añade «espero me dispensarán los Paúles este consuelo por mi amor a la Santa Virgen y por el afecto que siempre les he profesado»».

El culto y devoción a la Madre de Pecadores duró lo que la estancia de los PP. Paúles en Barbastro. En 1836 tuvieron que abandonar su casa. Poco a poco fue despojada casa e iglesia. La Madre de Pecadores fue llevada a la iglesia del hospital junto con otras imágenes. Al habilitarse en 1853 de nuevo la casa e iglesia para seminario conciliar, la imagen de la Madre de Pecadores volvió a su capilla, haciéndose retablo nuevo, pero su culto ya no fue el de antes e incluso su precioso nombre se había olvidado. Allí estuvo hasta que el seminario fue derruido para dejar paso a la actual plaza y esta­ción de autobuses. Las imágenes fueron recogidas en un almacén del obis­pado y entre ellas la Madre de Pecadores, hasta que llegase el momento de resurgir de su culto, aunque por otros caminos.

Dentro del barrio más antiguo de Barbastro, llamado del Entremuro, y en la calle de los Hornos, se encuentra una sencilla capilla de ladrillo y tapial del siglo XVII dedicada a Nuestra Señora de la Esperanza, advocación por la que los vecinos conservan gran devoción. Tuvo una Hermandad que edificó esta capilla cuando abandonó la iglesia del Santo Sepulcro del Castillo por desavenencias con la Hermandad propietaria del Santo Sepul­cro. En 1936, como tantas otras, la imagen de la Virgen de la Esperanza fue pasto de las llamas. En 1940, buscando en el obispado alguna imagen, que sustituyera a la quemada, dieron con la Madre de Pecadores, que fue entro­nizada en la antigua capilla de la Virgen de la Esperanza y que desde aque­lla fecha recibió este nombre. La maltrecha y pobre capilla se encuentra en peligro de hundimiento. Los vecinos aunaron fuerzas para su restauración en el Año Mariano.

Los misioneros Paúles oraron ante la bellísima imagen de la Madre de Pecadores con los tradicionales gozos:

«Ya que tenéis por blasón

ser Madre de Pecadores,

corregíd nuestros errores,

con eficaz devoción».

El pueblo fiel de Barbastro los ha sustituído por los también tradiciona­les cantados ante la imagen antigua de la Virgen de la Esperanza: «Madre de Dios sin mancilla, tu amor a todos alcanza, y por eso te llamamos la Virgen de la Esperanza».

Esta es la pequeña historia de la hermosa imagen de Nuestra Señora, tan vinculada a los principios de la Congregación de la Misión en España, Patrona de sus misiones populares.

Fernando Espiago

Madrid, 1992

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