Santiago Masarnau (sobre la sencillez, humildad…)

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JUNTA GENERAL CELEBRADA EN MADRID EL Día 8 DE DICIEMBRE DE 1881

Uno de los Vicepresidentes del Consejo Superior en representación del Sr. Presidente que se hallaba enfermo, dio gracias al Excmo. Sr. Obispo Auxiliar, en nombre de la Junta, por el honor que nos dispensaba con su asistencia, y solicitó su permiso para dar lectura al discurso que, según costumbre, se había escrito para este acto. Obtenida la venia de S. E., uno de nuestros consocios leyó lo siguiente:

Excmo. Señor:

Sres. Miembros de honor;

Queridos hermanos en Nuestro Señor Jesucristo: Fortalecidos con el Sacramento eucarístico, que enciende el fuego santo de la caridad, y reunidos hoy en la hermosa y solemne festividad de la Inmaculada Concepción, formando un solo corazón y una sola alma, bajo la paternal presidencia del Excmo. o Illmo. Prelado que se ha dignado asistir a esta Junta, y a cuya bondad correspondemos con el homenaje de nuestra gratitud, el santo espíritu de fraternidad, virtud que tanto se nos recomienda en el Reglamento, y como su natural consecuencia, el amor o nuestra humilde Sociedad, surgen en la mente, que sin quererlo, recuerda el puro afecto, la íntima amistad de los cristianos de los primeros siglos, tan opuestos al egoísmo, al odio y a la indiferencia de los actuales tiempos.

[…] para el que pide vuestra benévola atención v reconocida indulgencia, siquiera en justa correspondencia del acendrado afecto que os profesa, el más indigno de vuestros consocios.

La amistad, dulce sentimiento que multiplica nuestra existencia, fusión de las almas que constituye la felicidad de la vida, y no se debilita con la ausencia o el infortunio, es verdaderamente un don dol cielo. Sostenida por mútuas atenciones, y por un sentimiento de íntima confianza, vive en la comunión de afectos y de gustos, y en caso necesario infunde valor y fortaleza. Y si se funda en la virtud, es inquebrantable y noble, porque todo lo bueno y lo santo proviene de Dios. Entonces pasa a ser, en grado más eminente, amor fraternal, vínculo más fuerte y sólido, y se propone un mismo fin, y emplea su tiempo y sus fuerzas en unificar los mismos intereses y los mismos goces, para adquirir mayor suma de felicidad y ofrecer al mundo el hermoso espectáculo de muchas voluntades (por sí mismas tan inconstantes y diversas), reunidas en una sola para amarse, como la prueba más evidente de su amor a Dios.

¿No es esto un verdadero milagro? ¿Y cómo podrá hoy realizarse? ¿Acaso el egoísmo, la indiferencia, la falta de caridad y de piedad permitirán que se produzca este singular fenómeno? ¿De dónde podrá surgir un hecho que infunde por si solo tan halagüeñas esperanzas de regeneración social, que resucito el elevado carácter cristiano que hoy casi no existe, y de como resultado las más excelentes virtudes? Perdonadme, si ofendiendo tal vez vuestra modestia, aunque sin el temor de engreíros, y consignando solo un hecho cierto, os digo con toda sinceridad que en nuestra humilde Asociación es donde pueden los escépticos y los incrédulos hallar vivo y palpitante este para ellos dulce ensueño, realidad imposible, vana utopía. Unidad de miras para hacer el bien en todas partes; perseverancia, acompañada del sacrificio del tiempo, de los intereses, quizá de la vida, para socorrer al prójimo necesitado y desvalido; mutuo y fraternal afecto, sostenido por una Religión sublime y santa, he aquí lo que en ella se encuentra, y por lo que le debemos, como dice muy bien nuestro Reglamento, sumo amor, como hijos bien criados, que quieren más a su madre, por humilde que sea, que a todas las demás mujeres, por notables que las hagan sus riquezas o sus gracias. ¡Cuánto no le debemos! Si examinamos los motivos que la hacen acreedora a nuestra gratitud, veremos que consisten principalmente en el mucho bien que nos hace, y en el que por mediación nuestra hace a los pobres y al mundo ¿???

Comencemos por el beneficio personalísimo que nos otorga. Recordad, amados consocios, la época de vuestro ingreso en la Sociedad, y qué móvil, ya fuese la dulce insinuación de un buen amigo, ya la bondad que más o menos puso Dios en todos los corazones, ya el placer que tiene en dar aquel a quien le sobra, ya algún dolor que busca para su alivio el remediar más graves dolores, o la noble ambición de practicar el bien en mayor escala, uniendo los esfuerzos y los recursos individuales, débiles de suyo, a la poderosa palanca de una asociación benéfica; qué móvil, repito, os impulsó, o cuál de estas inspiraciones obedecisteis. Y considerad después con qué benevolencia y franco júbilo, con qué expansión y cordialidad, cual si de antiguo os conociera, os acogió en su amante seno. Y os hallasteis entre hermanos, constituyendo una sola familia, participando de los mismos bienes, unánimes en los propósitos caritativos, guiados dulcemente hacia la perfección cristiana, con grandes ejemplos que imitar, y eficaces consuelos en las amarguras de la vida o en las horas penosas de la enfermedad, con fervorosas oraciones que imploraban y alcanzaban para vosotros las misericordias del Altísimo. Y cuando la buena fe va desapareciendo, y la mentira, bajo todas sus formas, se ostenta en nuestras costumbres, y la duda o la desconfianza dominan tanto en nuestras relaciones sociales, ¿es pequeño favor hallar un hermoso centro, una Asociación bendita, que cual tabla de salvación en el mar proceloso de nuestras pasiones, nos pone en comunicación con la verdad, la sencillez, la ingenuidad, la merecida confianza y el puro afecto de la fraternidad cristiana?

Para apreciar mejor tantas ventajas, examinemos lo que son algunas de estas buenas cualidades. La veracidad es una virtud moral, que consiste en la conformidad de nuestras palabras con nuestros pensamientos. Todos convienen en que la mentira (vicio opuesto a esta virtud) es odiosa, y en que el hombre debe manifestarse siempre veraz y sincero; pero es lo cierto que vivimos entre afectación y disimulo. Apenas es posible ser siempre veraz hablando en sociedad; y solo un hombre muy virtuoso e independiente puede emitir con santa libertad sus ideas. A todos agrada la verdad; pero nadie quiere oírla a propia costa. He aquí por qué a la franqueza se la mira como defecto; y se emplea el disimulo para captarse la confianza y la benevolencia ajena. Y, sin embargo, la verdad es indispensable en todas partes, lo mismo en el trato social que en la intimidad de la familia; y el hombre veraz es respetado, solicitado y amado por todos los que profesan la honradez y conocen lo que vale.

La sencillez de corazón es una virtud que excluye toda duplicidad y mentira, y que en todo busca la gloria de Dios y la salvación del prójimo. Resultado de la inocencia y la bondad, es un bien necesario, y viene a ser para el mundo espiritual como la luz para el mundo de la naturaleza. Indispensable entre las almas que se aman, constituye el más fuerte vínculo de sus afectos. Va unida casi siempre a un bu en carácter, a una conciencia recta y a una verdadera modestia. El que la tiene es siempre el mismo en todo y ante toda clase de personas, en público y en privado; practica la caridad sin acepción de personas, con ricos o con pobres, con grandes o con pequeños; manifiesta siempre la alegría que produce el testimonio de una buena conciencia; confiesa la verdad sin disimulo, aunque sea en contra suya, soportando tranquilamente el desprecio de sí mismo; y aborrece la doblez, obrando siempre con pureza de intención,

La ingenuidad es una preciosa cualidad del alma que se manifiesta sin velos ni rodeos, porque no tiene mancha o deformidad que la avergüence. Muy agradable es la conversación y trato con los que poseen una virtud tan preciosa, porque su alma viene sin esfuerzo a reflejarse en sus ojos, en sus palabras y ademanes; y en todas circunstancias se captan el aprecio general.

Todas estas virtudes granjean a las personas que las tienen la estimación de las otras; y si además son prudentes y circunspectas, consiguen esa confianza tan indispensable en esta vida al pobre corazón humano, que anda siempre en busca de verdad y de consuelos.

No faltan en el mundo cosas bellas y que ofrezcan atractivo: el talento, la riqueza, la belleza, las elevadas posiciones, tienen sus encantos; pero precisamente en eso está el peligro, porque son sobremanera temibles la seducción y el halago que ocultan con pérfida sonrisa, hasta que con la adversidad o la muerte reveían lo que son.

En nuestra humilde Sociedad se evitan estos inconvenientes en gran parte: hay en nuestras Conferencias una atmósfera más pura, donde se respira con más libertad; y siente el ánimo una impresión semejante a la que experimenta el desgraciado cuando se le acoge en mi santo asilo. La cordialidad, la tranquilidad y la uniformidad de sentimientos y de ideas, forman extraño contraste con el desasosiego, el bullicio, el ardor febril y la actividad incesante que se observa en el mundo. Parece que un especial favor divino libra a nuestra Sociedad de la corriente que hoy lo arrastra todo a los abismos de la contradicción y de los errores modernos. Y, sin embargo, no podemos permanecer indiferentes a las tristezas y a las alegrías del mundo, porque nos unen con él simpáticas influencias, aunque neutralizadas por el odio y las terribles divisiones de los hombres. Mientras que a todas horas muchos sufren o mueren víctimas de la pobreza, de la injusticia y de la Opresión, hay otros que nada sienten, y que ríen y apuran hasta las heces de la copa del placer. Así es el siglo actual, que aísla a la humanidad con abismos insondables de egoísmo y de rencores. En noche tan oscura, hace falta que resplandezca la luz divina que desvanezca las tinieblas, disipe la tristeza tan generalizada por todas partes, junte los corazones satisfechos con los corazones hambrientos, destierre las preocupaciones, la desconfianza, la incredulidad y la ignorancia que abundan en las ciudades, y combata sobre todo la fuerza disolvente del mal, que separa a estas pobres almas de las almas que las buscan y quieren sacrificarse por ellas. Vivimos entre lágrimas y suspiros; apenas hay quien no sienta en su seno Ia aguda punta del dolor que se reconcentra en lo profundo del alma, porque no hay quien lo remedie. Aun los pobres, más que la pobreza misma, sienten el abandono de sus 22 hermanos los ricos. Ahora bien; si todos los hombres se amasen, la tierra no sería un valle de lágrimas; y esta es la noble misión de las asociaciones caritativas. Acercarse a los desgraciados, consolarles, tenderles una mano amiga que los levante de su penoso abatimiento, multiplicar el número de sus individuos, haciendo un llamamiento a todos los corazones generosos para que les ayuden y extiendan la esfera de su acción; ved aquí lo que hacen nuestras amadas Conferencias, en las que tanto se goza porque se ama, y donde reina la alegría que produce el deseo de hacer todo el bien posible.

Nuestras reuniones semanales, gratos momentos de placer y de reposo entre los negocios, empleos u ocupaciones de todos los días; las pacíficas y breves discusiones que tenemos para aliviar la suerte de nuestros queridos pobres; el celo de los que solicitan y exponen conmovedoras necesidades, piden remedios urgentes o refieren actos heroicos; la resignación y conformidad del que no logra lo que pide; la visita a secas, según la califica uno de nuestros más joviales presidentes, o sea sin bonos, por no cubrirse con la colecta el déficit; visita que ensalza la humildad y mortifica el amor propio, y que si no lleva pan al hambriento, le proporciona la limosna espiritual, objeto principal de ella; los socorros extraordinarios que en difíciles circunstancias parecen como bajados del cielo y causan inmensa alegría, porque enjugan muchas lágrimas y remedian muchos males; todos estos beneficios debemos a nuestra querida Sociedad; y como la limosna en el orden de la Providencia enriquece al que la da, si lo calculamos bien, recibimos más que damos, siendo nuestra Asociación y los pobres nuestros principales bienhechores. Al mundo le parece esto extraño; habituado a dar para recibir, a contar y comerciar en lo moral y en lo material, a realizar lo que llama ganancias positivas, no comprende qué resorte mueve estos esfuerzos caritativos; y ni aun se le ocurre pensar en las recompensas de la otra vida, porque le falta la fe. Tiene la desdicha de mirar las cosas bajo falsos prismas, y no ve por eso que el pobre es un tesoro, y que la Sociedad de San Vicente de Paúl dispone, como San Lorenzo, de tesoros inmensos. Somos verdaderamente afortunados los que, gracias a Dios, vivimos de la fe, y vemos en el menesteroso, no el ser inútil y asqueroso cuya presencia mortifica al mundo, sino al mismo Jesucristo, que cubierto de harapos, hambriento y menospreciado, se digna admitir nuestras pequeñas ofrendas.

He aquí por qué el respetable anciano agobiado por el peso de los años, sube trémulo y contento a un quinto piso, cerca del cielo, donde nos dijo la Verdad Eterna que coloquemos nuestros tesoros para que no los consuman el orín y la polilla; y en aquella pobre vivienda descansa y goza, besa a los cinco o seis niños que le rodean, unidades de la pobreza que el ángel de su guarda agrega a los millones de sus actos caritativos, y se va tranquilo y con alegría en el corazón, bien persuadido de que nadie le robará aquellas riquezas que tiene en sus amados pobres. Y el joven que milita en nuestras filas, al ver semejante ejemplo, siente en su corazón, abierto siempre al amor y a la compasión, un nuevo ardor, un santo entusiasmo por unos hechos que verdaderamente engrandecen, y renuncia a lícitos placeres, a legítimas recreaciones, para ir a los hospitales o a las buhardillas a recibir bendiciones, a aprender las tristes eventualidades de la vida, a adquirirla solidez de juicio que forma los grandes caracteres, y sobresalir en la admirable ciencia de ser útil a sus prójimos.

De esta manera el socio de San Vicente de Paúl se mejora, se hace bien a sí mismo, que esto tiene de particular la caridad, beneficio incalculable que se debe, no lo olvidemos; al ingreso en la Sociedad. Conocernos y amarnos mutuamente; servir y amar a los pobres; he aquí los principales objetos de nuestra Asociación: caridad entre nosotros en primer término; caridad después con los pobres, porque si nos falta la primera, no podremos practicar la segunda, y nuestras obras serán estériles, como lo es el árbol al que no alimenta vigorosa savia.

A estas evidentes ventajas puede añadir el socio una importantísima, de un valor infinito, la de alcanzar la perseverancia final, y con ella una buena muerte. Decía nuestro Santo Patrono que el hombre caritativo moría contento, con la conciencia tranquila, en paz y santa resignación, puesta experiencia de su larga vida le había enseñado cuán exactamente se cumplían aquellas palabras del Salmo: «Bienaventurado el que alivia y socorre al pobre, porque en el día malo lo librará el Señor.» Y aun la muerte que llama el P. Faber triunfante, se ha visto alguna vez entre nosotros. No hace muchos años pasaba de esta vida un consocio nuestro, […] la que es consuelo de moribundos, cual cisne que reserva para su muerte las notas más armoniosas y los acentos más suaves de su canto.

En aquella hora solemne, en que se conoce la vanidad de las cosas y se van a descubrir los misteriosos arcanos de otro mundo, en que ya todo nos falla, salud, tiempo y vida, y los afectos puros y ardientes de la familia luchan con los deberes de la conciencia,

necesita, así para empezar como para sostenerse, buena voluntad \ mucha fe.

Si la Divina Providencia hubiera decretado qué pase nuestra Sociedad por duras pruebas; si le cupiese la dicha de merecer esa gracia eminentísima de la tribulación, no dejemos las fuertes armas de la paciencia y la mansedumbre, con que la defenderemos y haremos invencible. «Nunca tenemos, decía nuestro Santo Patrono, tantos motivos para consolarnos como cuando nos agobian los sufrimientos y los trabajos que nos asemejan a Jesucristo. Si conociésemos el tesoro precioso que encierra la tribulación, la recibiríamos con la misma alegría que un suceso favorable y ventajoso.» Un día en que su Congregación sufrió una pérdida cuantiosa de intereses, le dijo estas palabras: «Hace tiempo que todo iba a medida de nuestros deseos, y comenzaba a temer las consecuencias de esta prosperidad; ahora bendigamos a Dios, que se ha dignado visitarnos con esta prueba de su bondad.»

Escasearán quizá los recursos pecuniarios en las Conferencias mientras soplen contrarios vientos; prodiguemos entonces la limosna espiritual del aviso, del consuelo, del saludable consejo o de la útil enseñanza que previene y ahoga en germen la ociosidad, la imprevisión y la mala conducta, causas muchas veces de la pobreza. La tempestad pasará; algunas ramas desgajadas del árbol de la caridad yacerán por tierra; pero el tronco permanecerá firme para retoñar después más fuerte y vigoroso.

Creyendo interpretar bien vuestros sentimientos, terminaré estas breves reflexiones implorando humildemente con fervoroso ruego la intercesión de la Virgen Inmaculada, siempre clemente y propicia, para que, pues nos fue concedido pertenecer a tan amable Asociación, nos alcance de su Santísimo Hijo la gracia de perseverar en ella y bendecirla en los postreros momentos de nuestra vida, considerándola como un ángel de consuelo que nos abrirá el camino de una eternidad venturosa.»

 

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