«Una verdadera hija de la caridad se da a Dios en el servicio a los pobres»
Santa Luisa de Marillac.
«Favoreced, hermanos míos, tanto como podáis, a esta cofradía que se consagra al servicio de los desdichados. Ayudad a estas hijas caritativas, cuya única gloria es ser siervas de los pobres enfermos». La exhortación es de Bossuet que, el 1 de noviembre de 1657, predicaba en Metz a un auditorio en el que se veía a las hijas de la caridad rodeadas de sus pobres.
Tres siglos más tarde será el soberano pontífice Pío XI quien, la víspera de la canonización de Luisa de Marillac, invocara las virtudes de las «Siervas de los Pobres» como un testimonio de primera importancia de la santidad de su Madre. Y, su obra «ha sido continuada por sus hijas, como una verdadera herencia y casi como una prolongación de su existencia».
Todo el genio organizador de Luisa de Marillac en su acción caritativa se sintetiza, en efecto, en la obra de las Hijas de la Caridad. Estas le deben el espíritu y el impulso que ha guiado a «la pequeña bola de nieve», con que san Vicente comparaba a su compañía, a convertirse en una verdadera avalancha, tan prodigioso ha sido su desarrollo.
Para los pobres y los ricos, la silueta clásica de la hija de la caridad que cuida a los pobres es la de una mujer que recorre la ciudad «cargada con una olla» o con la cesta bajo el brazo. Ese es para todos, creyentes o incrédulos, el signo de la misión que le ha confiado la Providencia.
El saco negro o cabás que sustituye a la olla o al cesto clásico y que contiene jeringuillas y agujas, o algunas golosinas para los pobres enfermos, es una salvaguarda; permite a una sierva de los pobres circular apaciblemente por los barrios miserables, o por casas de dudosas reputación porque hace adivinar la razón de su visita. Cada uno se dice: ahí hay un ser que sufre, un enfermo que curar, un viejo a quien consolar, niños a quienes alimentar o calentar.
Este espectáculo que hoy parece una cosa normal, era visto de manera muy distinta por los cristianos de hace tres siglos. La tarea que recaerá sobre Luisa de Marillac, en 1633, al fundar la Compañía de las Hijas de la Caridad, ocasionará una verdadera revolución: da al mundo aquellas que podemos llamar, con justo título, las primeras «asistentes sociales».
¿Obra de Luisa o de Vicente?
Se da por entendido que Vicente de Paúl estará siempre allí y que no desatenderá nunca las consultas que la señorita Le Gras le hace para el perfeccionamiento de la obra que co-comienza a formarse : aconsejará a la superiora, dará las instrucciones a las hermanas sobre su reglamento, sobre el servicio de los pobres, sobre las virtudes de su vocación; inclu-so, lejos de París, o enfermo, las animará con sus cartas. Una confianza recíproca marcará de tal forma sus relaciones que la organización y el gobierno de las hijas de la caridad, su formación individual y su formación colectiva, se beneficiarán de ellas. Si el santo padre deja a la superiora la iniciativa en la generalidad de los casos, y sobre todo en los mil pequeños detalles de la vida cotidiana, ella por su parte no dejará de preocuparse constantemente porque el espíritu, la doctrina y la manera de actuar de san Vicente penetre en la compañía. También se ha dicho y con razón que la «Compañía de las Hijas de la Caridad ha sido tal como san Vicente la ha querido y tal como la señorita Le gran la ha hecho».
Luisa
Desde la fiesta de Pentecostés de 1623, la joven esposa de Antonio Le Gras tuvo la visión de esta obra por crear y del director que Dios iba a darle.
«Se me advirtió, escribe, que había de venir un tiempo en el que yo estaría dispuesta a hacer voto de pobreza, castidad y obediencia, y que estaría con personas algunas de las cuales harían lo mismo. Comprendí entonces estar en un lugar para socorrer al prójimo, pero no podía comprender cómo esto sería posible por las novedades que encerraba» 6.
Diez años transcurrirán, sin embargo, antes de la realización de esta visión. Diez años de formación en la escuela de san Vicente serán primero necesarios antes de que Luisa de Marillac esté preparada para emprender su gran obra creadora y reformadora.
Un esbozo rápido de esta preparación nos hará comprender mejor las ideas maestras que la inspirarán en su formación de las siervas de los pobres.
Desde su juventud Luisa manifestaba una marcada simpatía hacia los necesitados. Por su matrimonio se asociaba a una familia que se había distinguido especialmente por el amor a los pobres.
El porte y la marcha de la casa de la joven esposa contrastaban singularmente con la locura del momento: el lujo y el refinamiento. A pesar de las exhortaciones de los predicadores y la indignación de los moralistas, la gente se arruinaba en telas, en bordados y joyas. La señorita Le Gras, protestaba con el ejemplo. Se vestía sencillamente y bajo la ropa llevaba un cilicio. «En la mesa, atestiguó una de las sirvientas de la casa, hacía que comía y no comía. Por la noche cuando creía que todo el mundo dormía en la casa, se levan-taba para encerrarse en su oratorio» 7 sus horas de ocio las pasaba al lado de los desdichados.
Vivió desde la infancia en un ambiente de almas profundamente religiosas pero que sólo le dieron el aspecto rígido de una piedad austera y no las felices realidades del amor de Dios, por ello Luisa es hipersensible. Un gran fondo de melancolía la domina. Inquietudes por el pasado, tormentos por el porvenir, dudas y desfallecimientos a menudo la paralizan.
Esposa y madre, lleva una vida extremadamente mortificada, pero no desmayó. La salud de su hijo le produce desde muy temprano inquietudes, la de su marido se debilita irremediablemente; el voto que, en un impulso de entusiasmo de juventud, había hecho de enclaustrarse pero que no pudo cumplir a consecuencia de su débil constitución ¿no sería el origen de las pruebas que ella consideraba como un castigo ?
Vicente
Es entonces cuando, sintiendo fuertemente la necesidad de una dirección constante y firme, se pone bajo la dirección de Vicente de Paúl, que fue el primero que supo descubrir en este alma atormentada e inquieta todos los recursos para utilizarlos y hacer de Luisa el instrumento de una gran obra.
Al quedar viuda, el 21 de diciembre de 1625, hela otra vez afectada por sus agitaciones, sus escrúpulos y sus dudas. Pero el director que la providencia le había dado, por otro motivo muy distinto, padece tormentos parecidos… Vicente de Paúl no olvidaba que fue a partir del día en el que prometió consagrar su vida a Jesucristo en la persona de los pobres, cuando volvió a encontrar la paz. Será también por los pobres como se la devolverá a Luisa.
Con una psicología experimentada, la apartará de nuevo de la vida enclaustrada en la que se quiere refugiar, y antes de lanzarla a una vida activa, la obligará a dominarse ella misma, a doblegar su naturaleza impetuosa. «Imitad el no hacer del Hijo de Dios» repetirá constantemente a su penitente que, durante más de tres años, encadenará su existencia a las oscuras tareas de la caridad, compatibles con sus ocupaciones familiares y domésticas.
Los pobres
Vicente de Paúl le anima a seguir en sus visitas a los enfermos para enseñarle, alma atormentada, que es en la pobreza compartida, consolada y aliviada, donde encontrará el secreto de la alegría serena de la que tiene necesidad. En este contacto con los pobres, Luisa aprenderá que el estar alegre para los otros, cuando se tienen razones para estar triste para sí mismo, saberse dar cuando se quisiera rumiar los propios pensamientos, es una forma de caridad. En este contacto aprenderá también a comprender mejor el sufrimiento de los otros y cuando más tarde, numerosas almas le confíen sus inquietudes, las sabrá compartir.
De regreso a casa, sigue trabajando para los pobres, a petición de Vicente de Paúl.
«La tarea que vuestra caridad me ha encomendado ya está hecha, le escribe; si los miembros de Jesucristo la necesitan, y os complace, padre mío que os la envíe, no dejaré de hacerlo».
Luisa transmite a veces las limosnas que ha recogido: tal Lomo «la suma de cincuenta libras» para la cofradía de Bcauvoisis. Para Villecien, cerca de Joigny, es «una docena de camisas» que Vicente de Paúl le pide, mientras que «dos o tres camisas» bastarán para la caridad de Gentilly.
Poco tiempo después, Vicente le ruega «hacer una obra de caridad con dos pobres hijas» para encontrarles «posición» en casa «de alguna dama honesta que las necesite» 13. Caridad realizada sin demora, ya que Luisa recibe pronto una carta de agradecimiento por haber alojado a una en su casa.
Es así como Vicente, por medio de pequeñas tareas, forma a Luisa: El no-hacer vicenciano no significa en absoluto inactividad.
Conquistarse para servirlos mejor
Esta actividad restringida no era suficiente para Luisa, en quien el deseo de servir a los demás de forma más completa aumentaba constantemente; sin embargo, la dirección que recibía de Vicente le recomendaba paciencia… paciencia… y observación.
«Sea, pues… muy humilde, muy sumisa y llena de confianza, y espere siempre con paciencia…» la evidencia de la santa y adorable voluntad de Dios.
Este consejo del director se repite un poco más tarde: «Si su divina Majestad no le da a conocer, sin riesgo de equivocación, que quiere otra cosa de usted, no piense más y no ocupe más su espíritu en aquello otro…».
Vicente amplía sin embargo su campo de acción. En 1630, cuando empezaban en París las cofradías de la caridad, utilizó la buena voluntad de esta auxiliar fiel.
«No se contentaba, nos dice Gobillon, con asistir a los enfermos en sus casas, iba a visitarlos a los hospitales para añadir algunas golosinas a los socorros necesarios que se les daba, y para prestar con sus manos los servicios más bajos y más penosos».
Ve a los pobres…, su miseria, su hambre, su falta de propiedad; anima a otras personas a que les hagan visitas, a aliviarlos, a comprender sus sufrimientos. Y mientras los sirve, poco a poco su corazón se siente inflamado no tanto por la sola simpatía humana, como por un amor desinteresado y sobrenatural: este progreso no pasa desapercibido a su director.
Siempre impaciente por actuar, sufre con la espera impuesta. Pero a fuerza de tener sus deseos controlados, aprende a ser plenamente dueña de ella misma. Vicente de Paúl se alegra. Había tenido tiempo de estudiar a su penitente y de observar la actividad inteligente y de entrega que había desplegado en París. Le hace que participe en una actividad en la que no va a intervenir ella sola. La suya va a ser una misión más delicada y más difícil.
El, demasiado ocupado por múltiples obras, no puede dar a las caridades de provincias el tiempo, la entrega, los consejos y la vigilancia que necesitan.
Visita a las Cofradías
El 6 de mayo, san Vicente confía a Luisa la visita a las Cofradías de la Caridad de provincias. «Vaya, señorita, vaya en nombre de Nuestro Señor…». Y la primera visitadora social de Francia se pone en camino. Sus anteriores ocupaciones no habían sido más que un preludio.
En 1629, hace su entrada definitiva en la historia de la caridad. Su obra comienza.
A pesar de su salud enclenque, la nueva proveedora de caridades se prepara para tomar la diligencia: Vicente le ha dado unas reglas de las cofradías de la caridad, una memoria sobre la forma de establecerlas y visitarlas. Va cargada con ropas y medicinas. Todos los gastos correrán por su cuenta y los limitará a los estrictamente necesarios para poder contribuir mejor a remediar la miseria de los pobres.
Acompañada por una sierva o por una piadosa dama, afronta los malos caminos, los malos coches, las malas posadas, yendo en carreta e incluso a veces a caballo.
La primera localidad que ve «la señorita» es Montmirail, primera etapa del viaje.
«Bastará, escribe san Vicente, con estar uno o dos días en rada sitio la primera vez, a menos que tenga que volver allí el próximo verano, si Nuestro Señor os da a entender que le podéis hacer algún otro servicio. Cuando digo: dos días, su caridad tomará más si hace falta y nos escribirá».
Las lenguas que existen en la correspondencia de Luisa no nos permiten seguirla en todos sus desplazamientos. Según el informe que ha trazado de varias de sus visitas la sabemos en camino hacia Asniéres, el 19 de diciembre de 1629, inmediatamente después en dirección a Saint-Cloud. El 19 de febrero de 1630 aún estaba allí. Preocupado por su salud, Vicente le ruega que le diga «exactamente» si su «pulmón no está resentido de tanto hablar», ni su «cabeza de tanto embrollo y tanto ruido».
El cerebro de Luisa era un modelo de equilibrio y de sólida organización, equilibrio que sin embargo no la llevó a cuidarse moderadamente de la salud de su cuerpo. Así, la preocupación por la salud se repetirá constantemente en la correspondencia del director a su penitente. En 1630 Luisa trabaja de todo corazón al servicio de las pobres gentes de Villepreux. A san Vicente le gusta la total entrega de su caridad, pero cree que tiene el deber de que escuche esta advertencia que es una regla de oro:
«Temo que hacéis demasiado…, Nuestro Señor quiere que le sirvamos con juicio; y lo contrario se llama celo indiscreto… «..
A finales del mismo año, le renueva con mayor insistencia sus consejos de moderación en su trabajo en Beauvais; quiere que cure su salud.
«Tenga cuidado de conservarla, le aconseja, por el amor de Nuestro Señor y de sus pobres miembros, y evite trabajar demasiado. Es una astucia del diablo con la que engaña a mu-chas almas buenas, el incitarlas a hacer más de lo que pueden, para que luego no puedan hacer nada; y el espíritu de Dios incita mansamente a hacer el bien que razonablemente se puede hacer, a fin de que lo hagamos con perseverancia y largueza…».
A Vicente no le gusta que el alma se agote en esfuerzos que no sean proporcionales a los recursos puestos por Dios a su disposición. Quiere que se atenga, en el marco de la vida cotidiana, al cumplimiento de actos bien delimitados, con la intención de elevarse progresivamente de los más fáciles a los más difíciles.
Son muchas las visitas que hizo Luisa a las Caridades: Montmirail, Asniéres, Saint-Cloud. Además de los lugares citados visitará Sannois, Argenteuil, Franconville, Herblay, Conflans, etc. Traza un verdadero mapa de caridad donde día a día Vicente le concede más libertad para que regule, reforme o incluso funde nuevas cofradías.
Cuánto tacto y perspicacia requerían estas visitas por parte de la visitadora. Pero del molde vicenciano surge una mujer práctica, que sabe observar los detalles, una personalidad que no se deja absorber sino que se sabe adaptar a las necesidades del momento.
Durante sus visitas Luisa reúne a los miembros de las cofradías. Observa, pregunta, examina las cuentas; a continuación da instrucciones, estimula el celo de los miembros, anima lo que se ha enfriado, perfecciona lo que se ha establecido. Esto no es todo. Visita a domicilio personalmente a los pobres, cuida a los enfermos, reúne a las chicas del I ugar para enseñarles las verdades de la fe, y consigna sus observaciones para tener a Vicente de Paúl al corriente de sus actividades.
Informes juiciosos
En Sannois, por ejemplo, es la tesorera la encargada de preparar el alimento de los pobres enfermos; si está muy cansada puede ser reemplazada de este servicio aportando una cantidad de dinero. Pero ésta no es la caridad del contacto personal… Luisa lo deplora con razón, como también en Franconville donde descubre el mismo relajamiento. «Abusos por corregir, anota, porque significa apartarse del verdadero servicio de los pobres».
En Herblay, «las damas se mantienen aún en su primer fervor» pero Luisa se lamenta de la ausencia de registro. Todo detalle tiene importancia; nada escapa a su vigilancia.
Aquí, apacigua algunas querellas mezquinas: «peque- enemistades» que separan a los miembros de la cofradía de Neufville-Roy; algunas damas no quieren «que las acom-pañen, en sus visitas a los enfermos, aquellas otras con las que han tenido una rencilla». Allí, consigna las murmuraciones del pueblo de Gournay, enojado porque se requerían limosnas para encargar las misas.
Su conocimiento del mundo y su experiencia de la vida le permiten elaborar un juicio rápido y seguro. Las damas de las cofradías y las simples lugareñas no dudan en pedirle consejo. A su contacto y bajo el impulso de su celo, los corazones se encienden con una llama nueva.
Y, poco a poco, Luisa se descubre a sí misma y madura su personalidad. Toma iniciativas: dándose cuenta de la lamentable ignorancia de las niñas de los pueblos, establece maestras de pueblo; será una de las originalidades de su obra.
Sin embargo, su actividad permanecía siempre sumisa. Comunicaba cualquier paso de cierta importancia a Vicente; por ello éste conocía sus dificultades y saboreaba sus alegrías. Por su informadora conocía tanto las miserias de las almas como las de los cuerpos; y sus intervenciones alcanzaban en cualquier dominio un éxito grande.
El seguía también los progresos espirituales de la visitadora. La orientaba tanto en devoción corno en acción hacia el Evangelio. Una devoción minuciosa en «treinta y tres actos» en la humanidad santa de Jesucristo será reemplazada por procedimientos más simples.
«Lea, le aconseja, el libro del amor de Dios, especialmente el que trata de la voluntad de Dios y de la indiferencia. En cuanto a esos treinta y tres actos a la santa humanidad y a los demás, no se opone cuando no los cumpla. Dios es amor y quiere que vayamos a él por amor. No se sienta, pues, obligada a todos esos buenos propósitos».
Su perfeccionamiento no es sino un primer resultado de sus visitas. Inteligencia viva y afinada por una gran cultura, juicio fortificado por las pruebas y por el sufrimiento, cons-tancia de carácter poco común al alma femenina, discreción que san Vicente aprecia, con estas dotes Luisa ha sabido imponerse rápidamente a lo que la rodea. Uno de los aspectos dignos de señalar en su apostolado laico es la actividad discreta de Luisa con respecto a las Damas de la Caridad.
Luisa y las Damas de la Caridad
Las recibirá en su casa, y muchas de ellas se pondrá bajo su dirección en la práctica de los ejercicios espirituales. La señora Goussault será una de las primeras. Cada año se convertirá en la huésped de la señorita Le Gras 31. Una de sus compañeras del hospital general, la señorita Lamy, la acompañará. Otras ejercitantes las sucederán pronto: la señorita de Atry, emparentada por su madre con la familia de Marillac, una artista decidida a cambiar de vida, una chica que se preparaba para el matrimonio… La señora de Miramion que, después de un retiro hecho en la casa madre de las Hijas de la Caridad, se vinculará por el voto de castidad, el 2 de febrero de 1649…
Luisa había conservado numerosas relaciones que se habían impuesto como deber ayudarla y que, recíprocamente, se dirigían voluntariamente a ella en busca de apoyo y consejo para su apostolado exterior. Por su parte, Vicente la ponía en relación con otras Damas de la Caridad. Ciertos nombres aparecen constantemente bajo la pluma de Luisa; los hemos ya oído: la señora de Miramion, la señora Goussault, la señorita Lamy. A los que se añaden: la señorita Pollalion, la señorita Viole, la señorita de Fay, la presidente de Herse, la señora Séguier, la mujer del canciller, la señora Fouquet, madre del superintendente, la duquesa de Ventadour, la duquesa de Liancout, antes de que su profesión clara del jansenismo obligase a Luisa a romper con ella. La elite caritativa de entonces debe mucho a Luisa de Marillac.