Reflexiones sobre «Deus Caritas Est»

Francisco Javier Fernández ChentoFormación CristianaLeave a Comment

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Author: Jimmy A. Befita, C.M. · Translator: Teodoro Barquín Franco, C.M.. · Year of first publication: 2006 · Source: Vincentiana, Enero-Abril 2006.
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Introducción

Se dice humorísticamente que ¡Dios debe haber amado a los pobres porque abundan mucho! Lo mismo se puede decir de los fili­pinos, que Dios debe haber tenido predilección por ellos porque los ha creado en abundancia. Los filipinos son, por naturaleza, gente amable, de fácil trato y mayormente pro vida. Por eso, no es una casualidad que Filipinas tenga uno de los índices más altos de na­talidad y un porcentaje muy alto de gente joven. Eso es prueba, según algunos, de que abunda mucho el amor en el entorno de estas Islas! Yo ciertamente lo creo así, pero entonces alguien podría decir: ¡sería cosa admirable si la producción de vidas haciendo el amor estuviese relacionada con la realización de futuros planes por una mejor calidad de vida! Desgraciadamente no es así, ya que la prolife­ración de vida no controlada ordinariamente afecta desfavorable­mente a la calidad de vida. La integración de amor y vida es algo crucial, nada fácil. Esperemos que la primera encíclica del Papa Benedicto XVI, Deus Caritas Est,1 irradie la luz y claridad necesaria en este particular.

Yo no veo esta encíclica como una exhortación más del Papa sobre la virtud de la caridad. Aquí se puede percibir una ontología profunda del amor. No es un tratado de moral, y no pretende ser una censura farisaica de aberraciones humanas contemporáneas vistas desde el amor verdadero. En mi opinión, se puede considerar como un soporte filosófico de la teología del amor que no desecha el «eros», como componente accidental, sino que más bien lo integra a la tota­lidad del amor. El joven teólogo innovativo, como lo fue Ratzinger, sale a la superficie.

Esta es una gran obra que perfila y clarifica la disputa constante acerca de la caridad y la justicia. La relectura de las parábolas sobre la caridad práctica, como la del Buen Samaritano, llena todas las lagunas relativas a dicha disputa. Nos recuerda la insuficiencia de la caridad sola en nuestro trato con los demás y con la sociedad. Porque la justicia sola sin el amor es, en expresión del Papa, «árida». Merece la pena observar que la encíclica saca conclusiones de las fuentes de la Biblia más bien que de unas teorías inútiles y anticuadas del dere­cho natural. Esto originará más tarde algunas consideraciones en nuestras reflexiones sobre el tema de población.

Cuando el resto de sociólogos trata de evitar el concepto de cari­dad por su connotación de paternalismo y de subsidio de beneficen­cia, el Santo Padre no duda en revivirlo. El tiene una buena razón para revivir dicho concepto. Después de todo, la connotación original de la palabra «caridad», como su origen griego sugiere, se refiere a lo que es la gracia de Dios: «Una efusión generosa del amor divino». Cualquier concepto de caridad y justicia debe fluir de ese significado original de caridad como amabilidad de Dios que no depende de nin­guna consideración humana.

La segunda parte de la encíclica nos lleva a actos concretos de caridad que no pueden ser generalizados, sino que solamente pue­den llegar a ser realidad en un determinado lugar con un grupo determinado de gente. Si esto fuese así, sólo entonces podríamos librarnos de la ironía del dicho de Charlie Brown en la frase cómi­ca, el Evangelio según Peanuts: «¡Yo amo a la humanidad. Es gen­te que no puedo soportar!». ¡Desde su ventaja, Benedicto XVI no puede hacer más que dictar «generalizaciones» sobre la caridad, desde el momento en que se centra en una situación en que pue­da desatender a otros, si bien ocasionalmente, uno puede detectar en su encíclica el espíritu de un burgués de la Baviera! Aunque en rea­lidad, eso sería inofensivo, dado su compromiso con los marginados en la Iglesia.

Podemos percibir el posible peligro de una reflexión limitada a un lugar que llegase a ser norma en contextos diferentes. Cualquier reflexión del Papa que fuese contextualizada en Europa podría ser tomada bien o mal por los católicos en países subdesarrollados donde, por otra parte, el Santo Padre es abrumadoramente popular. Por ejemplo: una declaración alarmista hecha en su continente sobre la crisis de cero crecimiento demográfico, podría presagiar un desas­tre si esa misma declaración fuese dirigida a un país en desarrollo como Filipinas, donde el crecimiento demográfico es cualquier cosa menos cero. Pero concedamos el beneficio de la duda al Santo Padre en todo lo que el diga sobre la caridad y la justicia, ya que hay siem­pre una forma en que lo mejor de la naturaleza humana tiende a introducirse a través de diferentes medios y ambientes. Así como también no es sorpresa que la respuesta caritativa de San Vicente a la situación peculiar de los pobres en la Francia del siglo XVII todavía resuene en ecos de ayuda en nuestra sociedad actual por la sencilla razón de que la caridad tiene siempre un encanto universal. A decir verdad, tengo la convicción de que las observaciones y con­sejos prácticos de San Vicente sobre la caridad encontrarían parale­lismos hoy en esta última encíclica.

En Deus Caritas Est tenemos respuestas… ¿pero cuáles son las preguntas? En su segunda parte, especialmente, encontramos res­puestas a muchas preguntas sobre el amor, la caridad y la justicia, pero necesitan todavía una interpretación según sean las preguntas que inevitablemente variarían teniendo en cuenta el contexto cultural y situación social. Como vulgarmente se dice: «Diferentes actuaciones para distintas personas». Es en este sentido en el que tenemos que describir primeramente la situación actual de Filipinas, aunque sea de forma breve, en temas relacionados con la caridad y la justicia. La situación se presta a debates a la luz de opiniones sostenidas por San Vicente y por el Papa Benedicto XVI sobre la relación entre estas dos virtudes; solamente entonces se pueden proponer actuaciones concretas.

Viendo la Situación

No hay duda de que Filipinas es uno de los países económi­camente subdesarrollados, muy marcados por la pobreza, alta na­talidad, y dependencia económica de países desarrollados.2 La po­breza nunca existe sola; va acompañada de desnutrición, falta de educación básica y acceso limitado a la asistencia sanitaria. Natural­mente, todo esto afecta a la calidad de vida. Y así podemos teorizar, en el mejor de los casos, sobre el predicamento del país. Que los hechos que presentamos son causas reales de los males de la nación, podríamos argüir ad infinitum; pero lo cierto es que están íntima­mente relacionados. Aquí me estoy refiriendo a la globalización y a la población.

La globalización tiene sus aspectos buenos; nada menos que el mismo Santo Padre tiene palabras positivas para ella. «Por otra parte — y éste es un aspecto provocativo y a la vez estimulante del proceso de globalización —, ahora se puede contar con innumerables medios para prestar ayuda humanitaria a los hermanos necesitados, como son los modernos sistemas para la distribución de comida y ropa, así como también para ofrecer alojamiento y acogida» (nº 30a). El interés por nuestro vecino trasciende los confines de las naciones y ha ensan­chado sus horizontes a todo el mundo. Aunque la globalización puede tener sus buenos aspectos, se la culpa también de muchas cosas. Aquí indico algunas generalizaciones atribuidas a este fenó­meno contemporáneo. Por el hecho de fijarnos únicamente en sus promotores, como el Banco Mundial, IMF, WTO, y Corporaciones de gran magnitud podemos conjeturar qué políticas son claramente ven­tajosas para ellos: tales como modelo económico uniforme, reglas globales homogenizadas, recursos nuevos, nuevos mercados, empleo barato.3 La globalización favorece las explotaciones agrícolas orien­tadas a la exportación, lo que significa que los modelos de explota­ciones agrícolas diversificadas y tradicionales de pequeña escala tienen que ser abandonadas, sin tener en consideración su efectivi­dad probada por el tiempo, como son los abonos confeccionados localmente, la rotación de cultivos, y empresas de sulfatos pesticidas. Para producir género de lujo de exportación como flores, plantas en macetas, carne, camarones, algodón, café, vegetales exóticos con fines de exportarlos a países desarrollados, la gente se ve obligada a abandonar sus propios terrenos para llegar a ser dependientes de renteros.4

Es fácil culpar a un agente extraño como la globalización. Hay temas de los que la Iglesia no puede esconderse al estilo de la pro­verbial cabeza del avestruz. En su reportaje a la Conferencia Interna­cional del 1994 sobre Población y Desarrollo, la Comisión Filipina sobre Población hizo resaltar la constante preocupación del gobierno sobre la «sanidad reproductora, posición de las mujeres, y los inte­rrogantes que hacen referencia a población, recursos, medio ambien­te y desarrollo».5 Preocupación por el crecimiento demográfico es comprensible en el contexto de su aumento a la cifra de 81 millo­nes en los primeros años del siglo XXI, y se espera que alcance los 120 millones para el año 2020.6

Crecimiento demográfico en un país de escasa productividad económica indica una disminución de la calidad de vida. La GNP renta per capita de Filipinas en 1995 era de 1,050$ (comparada con la de los Estados Unidos 38,000$ o Italia 22,000$).7 Hay que observar también que en este país cuanto más bajo es el nivel de la educación escolar de la mujer más hijos se tienen, así como también cuanto más pobre es la familia más hijos y familia adjunta tiene que alimen­tar. ¿A quién hay que tener como responsable? La observación de un Sacerdote sobre este tema es muy significativa. «Por más de 30 años, la Conferencia Episcopal ha estado opuesta a todos los esfuerzos del gobierno por empezar un programa eficaz de control de natalidad, pero durante todos estos años no ha sido posible presentar su propio pro­grama adecuado a las necesidades».8 El mismo Padre acepta, sin embargo, que el exceso de población podría ser un problema nacio­nal en Filipinas, sin ser necesariamente una cuestión vinculada a la pobreza en otros países donde se necesita todavía más gente para alimentar a sus ciudadanos.9

Ambas cosas, globalización y exceso de población, afectan a la justicia social muy negativamente. La globalización reafirma aquel dicho: «El rico se hace más rico y el pobre acumula más hijos». En un mundo competitivo, los que tienen mucho acumularán todavía más, porque ellos poseen ya los recursos, y pueden manipular estrategias para estrangular a los competidores pobres. Además, son los países ricos los que dictan las normas, introduciendo un nuevo giro a la Regla de Oro (el dueño del oro tiene el mando). En un exceso de población, hay más gente compitiendo en las pequeñas empresas, donde el más fuerte está en mejor posición para abrirse camino con el fin de llevarse la parte mejor del pastel. La desigualdad social es una realidad deslumbradora, viendo que el 90 por ciento de los recursos están bajo el control del 10 por ciento de la población. Usando la imagen de la pirámide, con el 10 por ciento en la cúspide, habrá posibilidad de dejar correr gota a gota únicamente un pequeño porcentaje de los recursos al 90 por ciento restante.

Juzgando la Situación a través de San Vicente y del Papa Bene­dicto XVI

Justicia es una palabra que está hoy de moda en los círculos teo­lógicos. Se dice con frecuencia que nuestra época es la época del derecho, en virtud del cual la gente clama en todas las partes por sus derechos y porque se les trate con justicia. Pero, amor, es también un mandato que no puede tampoco ser ignorado, a la vista de hostilida­des que con frecuencia surgen de la confrontación. Justicia sin amor es árida, declara el documento del Papa, y podíamos añadir todavía algo más, implacable. Esto es algo para ser considerado por nuestros agentes de justicia social. La caridad cristiana va más allá de lo que es meramente apropiado y legal, ya que a través de ella se encuentra también a Dios, cuyo amor aún para los no amables no puede, de ninguna manera, dejarnos indiferentes. Me satisface que el Santo Padre nos recuerde esta realidad fundamental del amor de Dios y de su aplicación práctica a través de la caridad. Él estará de acuerdo con otros analistas sociales sobre hechos concernientes a la injusticia social que alimenta desigualdades, pero advierte especialmente a las Iglesias locales sobre el papel que ellas tienen que asumir para afron­tar el problema.

Para el Papa en su encíclica, conversión es un factor importante para encontrar un equilibrio feliz entre justicia y caridad. Porque para que la caridad sea efectiva y produzca transformación en los beneficiados, los bienhechores tienen que experimentar también transformación. La encíclica habla de la necesidad de kenosis en la práctica de la caridad. «Este es un modo de servir que hace humilde al que sirve. No adopta una posición de superioridad ante el otro, por miserable que sea momentáneamente su situación. Cristo ocupó el último puesto en el mundo — la cruz —, y precisamente con esta hu­mildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente» (n° 35). Es un aviso a todos aquellos que de alguna forma intentan unir su obra de beneficencia a un intento por ganar a los beneficiados para abrazar su fe e ideología. Esto podría también simular ayuda condes­cendiente de parte de bienhechores arrogantes que podrían tener segundas intenciones. Los pobres son vulnerables al proselitismo, porque su extrema necesidad les hace aceptar cualquier cosa. La encíclica es inequívoca en esta materia. Además, la caridad no ha de ser un medio de función de lo que hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos… Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia. Es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar (n° 31c). Ejemplos de esta vulnerabilidad los tenemos en la conversión al catolicismo de muchos refugiados Chinos de la China de Mao en la Ciudad de Hong Kong de los años cuarenta y cincuenta. Se les llamaba «católicos de arroz», porque este alimento de primera necesidad, que era distribuido por Caritas, una organiza­ción católica de auxilio social, debió de seducirles a la fe. Terminada la necesidad del arroz que les servía de atractivo (sencillamente por­que llegó un periodo de prosperidad al Hong Kong de China) se ter­minó también la conversión masiva.

Hay una declaración en la segunda parte de la encíclica que, en mi opinión, se asemeja a la observación que San Vicente hace cuan­do pide disculpa a los pobres por el pan que se les da. «Quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo ni motivo de orgullo» (n° 35). ¿Acaso San Vicente y el Papa Benedicto XVI están pen­sando en posibles intenciones de vanidad o suficiencia que los do­nantes podrían tener en mente cuando dan limosna? Si esto fuese así y si ellos después se diesen cuenta de que están usando a los pobres para su propia vanidad, ¿no deberían, entonces, pedir discul­pas a las «víctimas»? La disculpa estaría también muy en orden si el acto de dar motivase a los donantes a mirarse a sí mismos por el hecho de que se les acepte la limosna que se ofrece a los necesita­dos. San Vicente, como anticipo a una posible falsa comunicación, convertiría la regla de oro de la caridad en norma de criterio para hacer el bien a otros. ¿Cuál es la regla de oro, el acto supremo del amor? El hacer a otros lo que nosotros razonablemente deseamos que se nos haga a nosotros; ese es el resumen de la caridad. ¿Acaso puedo atestiguar a mi mismo que hago a mi vecino lo que deseo que el me haga a mí? Este es un tema digno de un profundo examen.10 San Vicente, en este pasaje, indirectamente hace referencia a la empatía, como una actitud o sistema que mitigará la asimetría de hacer el bien a otros.

La Iglesia en cuanto comunidad ha de poner en práctica el amor. En consecuencia, el amor necesita también una organización, como presupuesto para un servicio comunitario ordenado (n° 20). Esto nos recuerda el interés apasionado de San Vicente por una asistencia organizada a familias necesitadas que podrían mejorar su situación en el futuro si se les pudiese proporcionar una ayuda bien planificada y organizada, incluyendo su propia rehabilitación. La caridad es libre y espontánea, pero necesita una estructura y organización, si se quiere que perdure en la vida de la gente. En la situación y ambiente de Filipinas, puede que haya mucho amor, pero si no va acompañado de una dirección bien dirigida y racional, no llegará a ser efectivo. La disminución de la pobreza en este país necesita mucha planificación bien elaborada que responda a las necesidades de la gente. El Segun­do Consejo Plenario de Filipinas recomienda fortalecer al pobre para que fabrique su propia historia en el abrazo caluroso de la caridad y en un sistema y ambiente propicio para ella. Esto es también una forma de remediar la actitud fatalista y proverbial de Filipinas que obstaculiza el desarrollo.11

La globalización está presente aquí junto con secuelas postcolo­niales, como dependencia, distancias económicas entre clases, y exceso de crecimiento demográfico. San Vicente en su tiempo expe­rimentó vivencias de dependencia y enajenación del pobre que iban en aumento día tras día. La obra de Vicente fue proporcionar ayuda de urgencia a los sin techo y a los hambrientos a través de un esfuerzo mejor organizado y concertado con la colaboración de los adinerados y bien situados. No prestó mucha atención a las objecio­nes de otras personas que fruncían el ceño a las perspectivas de mul­tiplicar la mendicidad o de asociarse con los ricos. Tampoco fue perturbado por los presentimientos de los religiosos tradicionalis­tas que no podían admitir una forma de vida religiosa fuera del claustro. Nada importa la filosofía y la ideología, puede que él se dijera a sí mismo, porque si «la caridad de Cristo nos apremia», quie­nes somos nosotros para actuar de otra manera. Ni que decir tiene que Vicente actuó de forma global también, enviando misioneros, tanto Padres como Hermanas fuera de Francia con la caridad como arma única.

El Papa con su primera encíclica sobre la caridad envía un men­saje al mundo, constatando que la caridad ha de ser la única norma a la que el apóstol de la caridad ha de agarrarse. Como corolario a todo esto, podemos afirmar que aunque el derecho natural tradicio­nalmente es normativo en la Iglesia, sin embargo no puede conside­rarse como la norma única. Como en el caso de la justicia, confor­midad con la ley natural vacía de caridad sería un címbalo que suena, una norma árida. Hay que notar que el Papa en su encíclica menciona la ley natural solamente una vez y de paso; además, en esa misma línea recuerda a los fieles el papel de la razón (nº 28a). ¿Acaso no debería marcar esto un cambio decisivo en nuestra actitud moral, especialmente en lo tocante al asunto de la reproducción humana, que por causa de aferrarnos al punto de vista totalmente obsoleto de la ley natural no podemos todavía quitarnos de encima el predica­mento de la natalidad? Hemos estado dependiendo demasiado de la teoría de la ley natural para sostener la actitud tradicional de la Igle­sia sobre el control de la natalidad. El énfasis de la encíclica sobre el amor parece dar señales de un cambio de dirección. Esto sería un cambio bien recibido en las mentes de muchos católicos filipinos que siguiendo su propio criterio se han desviado del derecho natural para situarse en la plataforma de los valores del amor efectivo trasladado a la calidad de vida que consiste en reducir el tamaño de la familia, entre otras cosas.

Actuar con Decisión

Cómo debería actuar la Iglesia en conformidad con la encíclica ha sido expresado por un columnista popular en uno de los periódi­cos de gran circulación. En su percepción de la Iglesia en Filipinas con una tendencia intervencionista, el periodista dice a los obispos activistas que la encíclica de ninguna manera fomenta un excesivo activismo político. De la misma manera, a los gobernantes que pien­san que los clérigos deben limitar sus actividades únicamente a la sacristía, el columnista les recuerda que tampoco la encíclica del Papa ofrece alivio a los regímenes seculares que han llegado a hundirse por crisis sobre actos políticos que han sido denunciados por grupos de la sociedad civil 12. Los asiáticos en general y los filipinos en particular no encuentran dificultad en aceptar las directrices del Papa que en la actualidad promueven armonía. Este es un punto importante para los católicos de Filipinas, cuya preocupación, según su creencia, es la transformación de la sociedad. Esta transformación debería incluir inevitablemente la reducción de la pobreza, la humanización de la globalización, y la administración del problema demográfico según lógica y razón.

Los esfuerzos del Estado por reducir el tamaño de familia mode­raron su marcha por las fuertes objeciones de parte de la Iglesia, pero, como indicaba el P. Carroll, la Iglesia tampoco ofrecía ninguna alternativa. En la actualidad, la Iglesia debería permitir al gobierno llevar a cabo su deber político de dirigir los problemas de natalidad sin intervención indebida, siempre que no se empleasen métodos intrínsicamente malos, como el aborto. Lo mismo se podría decir en lo tocante a asuntos de justicia, donde la Iglesia no puede ni de­be sustituir al Estado en su labor de tener una sociedad justa… Ella debe llevar a cabo su cometido mediante la purificación de la razón. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política (nº 28). Puedo afirmar con toda seguridad que la encíclica, en el obsequio que ofrece a la justicia vestida de caridad, poniendo énfasis en la última, muestra preferencia en maneras de ejercer la justicia sin necesidad de confrontaciones; esta manera de proceder es muy oriental, ya que está de acuerdo con la tendencia de la gente hacia las relaciones armoniosas.

La encíclica no toca el tema de la explosión demográfica, pero creo que no hay duda alguna en afirmar que el Papa es pro-vida y que adoptaría siempre causas en defensa de la vida. Por haber vivido en Europa prácticamente durante toda su vida rodeado de un creci­miento demográfico cero, no puede sentir la gravedad de la «bomba­crecimiento-demográfico» que amenaza a Filipinas. Sin embargo, da señales en su última encíclica de que hay un cambio significativo en los principios de dirección. Básicamente, no invoca a la ley en muchos temas morales discutidos en la encíclica. Por otra parte, el documento del Papa muestra fortaleza en secundar citas de la Sagra­da Escritura referentes al amor y a la justicia. Personalmente me gus­taría oír que los Obispos de Asia tratasen el tema del crecimiento demográfico no desde la aridez del derecho natural sino desde el derecho dinámico del amor. El derecho natural carece de sensibili­dad y por lo tanto no conduce a la empatía. El derecho del amor hace que la empatía sea un elemento inseparable. Si mirásemos al pobre con empatía consideraríamos más vivamente el control del tamaño de su familia, para que sus miembros pudiesen disfrutar una calidad de vida sin sentirse culpables por ello.

Además del problema de natalidad hay otros temas que surgen de la globalización: También ellos merecen nuestra consideración y atención. La encíclica se dirige a «a los colaboradores que desempeñan en la práctica el servicio de la caridad en la Iglesia… No han de inspi­rarse en los esquemas que pretenden mejorar el mundo siguiendo una ideología, sino dejarse guiar por la fe que actúa por el amor» (nº 33). Así, en el campo de «la justicia del mercado» y «la justicia en la deuda», la Iglesia puede todavía ser profeta y al mismo tiempo cons­ciente de la exhortación del Papa para actuar bajo la guía de la fe actuando en el amor. La Iglesia puede vivir su propia «kenosis» pidiendo a los países ricos que terminen sus subvenciones masivas a sus propios exportadores, «con el fin de que los países pobres puedan alimentar a su gente, protegiendo a sus propios agricultores así como promoviendo las cosechas de primera necesidad». La Iglesia en vez de exigir justicia, puede apelar a la generosidad de los países ricos y sus instituciones «para conseguir que cancelen todas las deudas pen­dientes de los países más pobres». Si las deudas no pueden ser can­celadas por razones de política o por alguna otra razón, que, por lo menos, «los países pobres tengan opción de poder conseguir más subvenciones, antes de que vean su carga de deudas ampliadas toda­vía más con préstamos adicionales».12

Indudablemente habrá otras organizaciones no gubernamentales (ONG) que, en nombre del derecho y la justicia, saldrán en defensa de los países victimas. Es más apropiado para la Iglesia usar la per­suasión, que es la vía del amor. Quien sabe si esta forma no inter­vencionista tendría mejor resultado a la larga. Así se expresa el Papa: «La apertura interior a la dimensión católica de la Iglesia ha de pre­disponer al colaborador a sintonizar con las otras organizaciones en el servicio a las diversas formas de necesidad; pero esto debe hacerse respetando la fisonomía específica del servicio que Cristo pidió a sus discípulos. En su himno a la caridad (1 Cor 13), San Pablo nos en­seña que ésta es siempre algo más que una simple actividad: ‘Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve’ (1 Cor 13,3). Este himno debe ser la Carta Magna de todo el servicio eclesial; en él se resumen todas las reflexiones que he expuesto sobre el amor a lo largo de esta Carta Encí­clica» (nº 34).

La Iglesia en este país ha sido acusada de obstruccionismo en el desarrollo por causa de su política demográfica y su inhabilidad para educar moralmente a graduados de sus escuelas de elite que más tarde formarían parte del equipo del gobierno. Creo que mayormente la acusación es inexacta, pero contiene algo de verdad. La Iglesia también comparte responsabilidad en los estragos atribuidos al colo­nialismo del pasado, porque era parte del sistema. ¿Acaso no sería ésta una oportunidad propicia de la Iglesia para reconocer su propia culpa como han hecho recientemente los Papas cuando han pedido perdón por faltas cometidas no sólo por sus «niños» sino también por sus instituciones? La subsiguiente credibilidad contribuiría mucho para que la caridad borrase la aridez de la justicia. Sería otra expre­sión más de Kenosis.

La educación es una gran herramienta de la Iglesia en Filipi­nas, porque muchas de las mejores escuelas son católicas que dan educación a una gran mayoría de los niños de la elite o de la clase que gobierna. Además de la inculcación de valores, para forjar la competencia o la habilidad en administrar con responsabilidad y equidad los recursos, aunque sean escasos, no deben nunca echar­se de menos en la educación. Naturalmente, esto incluirá obras de caridad de la Iglesia, tanto tradicionales como nuevas. La Iglesia, se ha involucrado no sólo en temas referentes al celibato o a la in­culturación litúrgica; ahora también está comprometida en asuntos no eclesiales, como minería y demostraciones clamando por la di­misión del presidente. ¿Acaso no debería la Iglesia Jerárquica de­jar estos asuntos a un laicado competente, que podría tener el co­nocimiento técnico para tales asuntos mundanos? La encíclica del Papa resalta la relación adecuada de la Iglesia y el Estado. Refe­rente a este particular, Mr. Doronila observaba en su columna: nin­gún sector de la sociedad puede atribuirse la exclusiva o el monopo­lio de la justicia.13 Estos son temas que hay que manejar con destreza al principio en el campo de la educación; hay que seguir además un proceso largo en la humanización y profesionalización de nuestro sis­tema de educación, de lo contrario nuestras escuelas producirían únicamente trabajadores para compañías multinacionales aquí y en el extranjero, pero desafortunadamente no formarían líderes en casa. Desafortunadamente, la visión del Papa de unos esfuerzos bien planeados y organizados para el desarrollo se desvanece en presencia del politiqueo de los líderes políticos cuyas intenciones parecen estar muy lejos de aquellas lecciones sobre el amor y la justicia tan ensal­zadas en Deus Caritas Est. El Santo Padre ha añadido su encíclica a los secretos de la Iglesia mejor guardados; ¿Cuándo llegaremos a comprenderlos?

  1. BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Deus Caritas Est, sobre el Amor cris­tiano, publicada el 25 de diciembre de 2005.
  2. GERALD CHALIAND, www.thirdworldteacher.com/General/ThirdWorld­def.html/
  3. JERRY MANDER – DEBI BAKER – DAVID KORTEN, «Does Globalization Help the Poor?», en IFG Bulletin, International Forum on Globalization, 2001, 1(13).
  4. Ibid.
  5. PHILIPPINES COMMISSION ON POPULATION, The Philippines: Country Report on Population, Manila, 1994.
  6. PHILIPPINES NATIONAL STATISTICS OFFICE, 1990 Census of Population and Housing. Report No. 3, Manila, 1992.
  7. INDEX OF WORLD COUNTRIES, www.scarufi.com/politics/gnp.htm
  8. JOHN J. CARROLL, S.J., «A Widow of Opportunity. An Unmet Need», en Intersect 19 (2): 4-9, p. 8.
  9. Ibid.
  10. PIERRE COSTE, C.M., Conferences of St. Vincent de Paul to the Missio­naries, Traducción de Joseph Leonard, C.M., publicadas por Provincia de USA Este, Philadelphia, Pennsylvania, 1963, p. 584.
  11. SECOND PLENARY COUNCIL OF THE PHILIPPINES, Acts and Decrees, Conferen­cia de Obispo de Filipinas, Manila, 1992.
  12. CHALIAND, op. cit.
  13. DORONILA, op. cit.

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