Los acontecimientos se agolpaban. Ozanam seguía entregándose en cuerpo y alma al servicio de sus estudiantes, al servicio del periódico, al servicio de los suyos, al de los pobres y de los obreros.
Como resultado de las jornadas de junio, la gente del pueblo, en su mayor parte amotinados de la víspera, yacían sumidos en la miseria sin atreverse a pedir ni lo más mínimo. El Estado había distribuido por votación los subsidios a los indigentes del departamento del Sena, el alcalde del distrito XII confió a la Sociedad de San Vicente de Paúl el cuidado de repartir estos auxilios a domicilio a los obreros sin trabajo. Ozanam se siente orgulloso por esta señal de confianza. «Será una ocasión para la Sociedad demostrar si es digna del favor con que la ha distinguido la Providencia», decía, y se le ve una vez más secundar a sus consocios en esta tarea caritativa. Amelia teme por la salud de su marido y le estimula a cuidarse, pero, solicitado de todas partes, Ozanam no tiene oídos más que para quienes le necesitan.
En el mes de agosto de este año de 1848, mientras París venda sus heridas y se presta a vivir días más tranquilos, un hecho tan doloroso como inesperado viene a sembrar la confusión y a quebrar no pocas esperanzas en el 13 de la calle Cherche-Midi: Lacordaire decide dejar l’Ere nouvelle. Una ley reciente, que reclama la fianza de los periódicos, le obliga a revisar la propiedad del diario; él aprovecha para dimitir. Por consideración a sus colegas, Lacordaire consiente en no propagar la noticia y opta por retirarse sin ruido. Fácil resulta imaginar la reacción de Maret, de Ozanam y de los demás a lo que a nosotros nos parece una infidelidad, más aún una defección. ¿Estupor? Cierto. ¿Desánimo? Sin duda; de Coux, Lorain y Loudun entregan también la dimisión. ¿Cólera? Quizás. En ninguno de los escritos de Ozanam podemos descubrir la menor amargura o rencor hacia quien abandona el timón de un navío lanzado a pesar de todo con ardor y entusiasmo.
El 21 de agosto, Ozanam se toma unos días de descanso en Bellevue con su familia. De regreso a París, se entera de que l’Ére nouvelle dejará de publicarse el 31 de agosto. Ozanam se siente consternado; pide que el caso se estudie de nuevo y se lleva a debate. Después de serias negociaciones, se cambia de parecer. Es en esta época cuando l’Ere nouvelle pasa a manos de Justin Maurice, y, el 2 de setiembre, el nuevo propietario entrega su dirección al abate Maret.
El periódico sigue valientemente fiel a su orientación primera y se constituye en «el adversario común de l’Univers y de l’Ami de la religion».
A la vista de tanta polémica, es manifiesta la zanja que se abre en el seno de los católicos entre conservadores y partidarios del liberalismo. «Qué triste dedicarse a desgarrarse mutuamente el escaso tiempo que nos es dado sobre la tierra», exclama Ozanam en una carta a su hermano. Si los católicos se encuentran divididos, los partidos lo están también, y le ha llegado el tiempo a la república de elegir un presidente por sufragio universal.
Existe el gran partido del orden que agrupa a los conservadores, y el de los socialistas y de los republicanos cuyas ideas configuran la izquierda, decidida a actuar. Ozanam, más moderado, se sitúa, a nuestro parecer, en el centro izquierda, defendiendo la democracia cristiana o el catolicismo liberal, pero siempre en la óptica republicana.
Antes de la revolución, la burguesía estaba preparada para muchas concesiones; una vez el hecho consumado, se siente amenazada en sus bienes y en su propiedad y se pone a la defensiva. La igualdad de que hablan los republicanos significa necesariamente reparto. En las ciudades como en el campo, se teme a los repartidores.
L’Ére nouvelle es apasionadamente republicana y opta por el partido de los obreros.
L’Univers, reaccionario, se mantiene a cierta distancia. «No admitimos para los obreros ningún derecho estric to, legal, de exigir nada», declara Veuillot, a la par que considera que los más ricos tienen el deber de ocuparse de los pobres.
Montalembert, por su parte, predica la excelencia de la caridad privada.
Ozanam reprueba este paso atrás y redacta uno tras otro en l’Ére nouvelle dos artículos contundentes; uno titulado: A la gente de bien, el otro: Las causas de la miseria. Escribe:
¡Habéis aplastado la revuelta; os queda un enemigo a quien no conocéis lo suficiente, de quien no queréis oír hablar: la miseria!».
Algo más adelante, recuerda a los sacerdotes su deber primordial:
Desconfiad de los que calumnian al pueblo… ha llegado el momento de ocuparos de estos pobres que no mendigan, que viven de forma corriente de su trabajo…
A cuantos comparten sus ideas, Ozanam dice: «No os asustéis cuando los malos ricos os tachen de comunistas, como trataban de fanático y de insensato a San Bernardo».
¡Qué lucidez y clarividencia! Este hombre se expresa con palabras que apenas han entrado en la lengua cuando Marx y Engels, sus contemporáneos, están en los balbuceos. Precisemos aquí, para evitar todo malentendido, que Ozanam ha sido ante todo un demócrata cristiano. Aunque hubiera vivido más tiempo, nunca, a despecho de sus ideas socializantes, se le podría imaginar abrazando de cerca o de lejos la doctrina marxista. Extrapolando, le vemos sostener muy bien, con Armando de Melunl, una lucha cerrada contra la pobreza e incluso echar las bases de una organización corporativa, primicias del sindicato. Desde 1836, en sus lecciones de derecho comercial en Lyon, Ozanam hacía alusión a la asociación eventual de los trabajadores.
Pero volvamos a l’Ére nouvelle. El periódico seguía de cerca los sucesos de Italia, y Ozanam escribía varios artículos con el fin de sensibilizar a los franceses y a los católicos, en particular, hacia la suerte desdichada de Pío IX.
En efecto, en enero de 1848, Italia fue también asiento de la revolución. El Papa, jefe de los Estados pontificios y por lo tanto jefe temporal, debió tomar una decisión terrible. Negándose a declarar la guerra a Austria que ocupaba Lombardía y Venecia, incapaz de aliarse con los patriotas armados, feroces partidarios de la República, Pío IX eligió el exilio en Francia. El 24 de noviembre, el pontífice sale clandestinamente de Romam, entregada a la anarquía, con destino a Gaeta donde debe esperar al Tenare, navío enviado a su encuentro por el gobierno francés. Una vez en Gaeta, el rey de Nápoles insiste en su custodia.
Entre la República francesa y el soberano autoritario, ¿qué elegir? Finalmente, Pío IX se quedó en Gaeta.
«El rey de Nápoles, Fernando VII, rindió honores al Santo Padre durante los diecisiete días que duró el exilio voluntario del pontífice». Pío IX regresó triunfalmente a Roma, reinstalado en su ciudad por las tropas de la República francesa, el 12 de abril de 1850.
Ozanam fue un admirador incondicional de este Papa, en quien había puesto toda la esperanza de la regeneración de la Iglesia. La historia probará, sin embargo, que Pío IX no respondió, según parecían indicar los primeros años de su pontificado, a todas las expectativas del catolicismo liberal. Fue el Papa de las luchas; de las luchas temporales, obligado a sacrificar a la república los Estados pontificios; de las luchas espirituales, pues los dogmas que proclamó, el de la Inmaculada Concepción (1854) y el dogma de la infalibilidad (1870) sacudieron la unidad de la Iglesia. Su reinado duró un tercio de siglo.
A partir de noviembre cuando Italia conoce sus horas sombrías, Ozanam, acuciado por sus múltiples obligaciones, por la reanudación de las clases y la publicación de su segundo tomo de los Études germaniques, se ve obligado a reducir su colaboración en l’Ére nouvelle. Unos meses más tarde, en abril de 1849, Justin Maurice, enfermo y acosado por las dificultades financieras, venderá el periódico al marqués de La Rochejaquelein, un legitimista convencido. Los redactores, informados después del hecho, se llenan de estupor; nunca se plegarán a una orientación tan diferente, tan superada. Ozanam, Maret y Arnaud de l’Ariége se retiran del periódico, profundamente decepcionados; ven ahogarse su sueño y con él las ideas democráticas y cristianas que les eran tan queridas.
Ozanam confía a su amigo italiano Tommaseo:
Hay que concluir que éramos servidores inútiles, que la Providencia quiere realizar sin nosotros el cumplimiento de sus designios. Todo nos da pie a creer que los principios propagados por l’Ére nouvelle germinarán en silencio y que nuestros esfuerzos encontrarán continuadores mejores que nosotros.
L’Ére nouvelle se volverá a vender —a la Presse— el 1 de junio de 1849. «El diario social demócrata cristiano primero en su género no habrá durado más que doce meses». ¡Cuánto había cambiado Francia en este breve lapso de tiempo! El país que no había querido la revolución social había acabado por aceptar la revolución política.
La elección del presidente está prevista para el 10 de diciembre de 1848. Cuatro candidatos se presentan: LedruRollin, socialista; Cavaignac, republicano; Lamartine, el fogoso poeta, republicano; y Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del Emperador, que ha cambiado la bandera flor de lis por la tricolor. Luis Napoleón gana con cinco millones y medio de votos, seguido de Cavaignac. El orgulloso Lamartine muerde el polvo, con tan sólo ocho mil votos. Lacordaire y Ozanam han votado por Cavaignac.
Francia tiene ahora un príncipe-presidente; las elecciones generales que se imponen se fijan para el 13 de mayo. La Asamblea que salga de estas elecciones se revelará como conservadora: el partido del orden ha dado jaque mate a la república.
Ozanam también había cambiado. En el transcurso de estos sucesos turbulentos, su salud se había alterado. Veía que sus fuerzas decaían. Para colmo, una epidemia de cólera acaba de abatirse sobre París. A Federico le entra el miedo e instala a su familia en Versalles; por eso no deja de visitar a los pobres y dar clases por la tarde en los barrios populares.
La Sociedad de San Vicente de Paúl celebró su asamblea general el 22 de abril. Baudon, que se repone con lentitud de su lesión (poco faltó para amputarle una pierna), pide a Federico que la presida.
Ozanam anima a sus consocios a mostrarse más generosos en las colectas semanales y señala que, a pesar de las aportaciones del gobierno, los pobres no merecen que se les abandone.
La peste continúa sus estragos. Desde primeros de abril, los vicencianos se habían puesto a disposición de las Hermanas de la Caridad y de las ambulancias. «Siete miembros de la Conferencia fueron hasta Montataire (Oise), ciudad industrial, donde de 2.200 habitantes, 1.000 estaban enfermos, sin nadie que los cuidara. Los jóvenes se quedaron en el lugar mes y medio y lograron salvar a tres cuartas partes de los enfermos».
Sólo en la capital, el cólera se llevó 16.000 víctimas, entre las cuales Madame Récamier, el 11 de mayo, la amiga fiel de Chateaubriand, de Ampére y de Ballanche, la que desde un principio se había interesado por la obra literaria de Federico.
El Señor perdonó a Ozanam y a su familia.
La pequeña María pronto cumplirá los cuatro años; ella es, según dice su padre, la flor más bonita de los jardines de Versalles. Un rostro redondo, rodeado de dos bonitos rizos rubios, grandes ojos azules, cuerpo pequeño algo rollizo, vivo y nervioso, esa es María en el decorado campestre de un día veraniego. Añadamos un vestido con miriñaque, pantalones en huso, de encaje, minúsculos botines blancos, con botones, y estamos viendo a la pequeña que Federico lleva de paseo, cada día, después de la comida de la tarde.
Al principio del año 1849, Ozanam, que acaba de terminar su segundo tomo de los Estudios germánicos titulado: La civilización cristiana entre los francos, lo había presentado al concurso del premio Gobert, otorgado por la Academia de las Inscripciones y Bellas Artes. Se había sometido, como es de rigor, a la serie de visitas de candidaturas. Y el 13 de julio en Versalles, se entera de la feliz noticia: acaban de concederle la prestigiosa recompensa. De todas partes llegan cartas de amistad y de felicitación. Federico se muestra muy sensible a esta señal de aprecio; ve en ello mucho más la adhesión tácita a la enseñanza católica que imparte en la Sorbona que un homenaje a su talento y a su erudición. Esta recompensa le será otorgada dos años seguidos.
A finales de julio, la corrección de exámenes le llama a Douai, al norte de Francia. Para él siempre es un dolor tener que separarse de Amelia. Le escribe todos los días: «Cómo decirte lo mal que me siento lejos de ti… Adiós pues, mi dulce amiga. Dentro de unas horas, volveré a tomar la pluma y te contaré mejor cuanto tiene en el corazón el marido que te quiere tanto. Dile a María que papá ha ido a ver si los pequeños de Douai son mejores que los de París»
Las reflexiones son a la vez tiernas y divertidas. Al contar a Amelia una visita que ha hecho a antiguos conocidos, Federico precisa que los ha encontrado bien, que sus hijos están bien de salud, pero que son un horror de niños comparados con la pequeña Nini…
Cediendo al tedio, Amelia irá pronto a reunirse con su marido en Douai y emprenderán juntos un corto viaje por Bélgica.
Al principio del otoño, Ozanam consiente por fin en guardar reposo. De camino para Ferney, se detiene en Lyon el tiempo para saludar a sus amigos, pero una segunda hematuria le obliga a guardar cama; la pequeña familia pasará dos semanas con el doctor Arthaud. Éste aconseja a Federico aligerar sus actividades y renunciar al viaje que debe hacer a Munich. Un poco antes de regresar a París, en noviembre, un nuevo aviso sume a Federico en la turbación. Oculta su inquietud a su joven mujer, pero siente la necesidad de confiarse a su fiel amigo médico: «Aquí me tienes todo desmoralizado, escribe a Arthaud, infúndeme valor… dime si puedo volver al trabajo y hasta qué punto. Si debo comportarme como un hombre que puede todavía contar para el futuro, o como un padre de familia que, amenazado por enfermedades muy tempranas, debe plegar velas y no pensar más que en asegurar humildemente la existencia de los suyos». Y algo más adelante: «Por fin y sobre todo, querido amigo, ruega por mí para que, si Dios no quiere que le sirva trabajando, me resigne a servirle sufriendo».
¡Qué sentimientos tan humanos en este amistoso desahogo! En diciembre, exámenes médicos detectan una congestión renal cuya gravedad se desconoce aún…
Ozanam vuelve a las lecciones en la Sorbona, pero en lo profundo de su espíritu se instala, como un dolor sordo, un presentimiento misterioso.







