Introducción:
En marzo volví a EE.UU para un acontecimiento especial. Una joven que había colaborado conmigo durante dos años en la Universidad de St. John, había tenido su primer hijo y me habían pedido ella y su marido si podía bautizarle. Fue un gran honor para mí. A lo largo de mi vida como educador y profesor de seminario no he tenido muchas oportunidades de celebrar este sacramento y por eso el hacerlo es para mí un acontecimiento muy especial.
Conocía también a casi todos los que estaban presentes en el bautizo y eso también lo hacía más especial. Sabía que eran personas de fe y que podía aprovechar esta ocasión para dirigirme a ellos con una predicación más personal y directa. Pero sabía también que usaría la misma homilía esencial que siempre uso cuando hago un bautizo –una homilía que me dice mucho. Les hablé del hecho de que estábamos bautizando un niño no desde su propia fe sino desde la fe de la comunidad. Era desde nuestra fe desde la que bautizábamos a este niño; era desde nuestro modo de vivir el mensaje cristiano desde dónde prometíamos ser fieles en su nombre. Él dependía totalmente de nosotros para crecer como un cristiano que posteriormente podría abrazar la fe por sí mismo.
Aquélla vivencia y enseñanza me han vuelto a parecer importantes pensando en el tema que iba a presentarles esta mañana: «La Virgen María y la Formación». Siempre me han gustado estas palabras del Evangelio que hemos escuchado dos veces en el pasaje que ha introducido nuestro encuentro de hoy. Jesús crecía «en sabiduría, estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.» No es difícil adivinar algunas de las fuentes de la sabiduría que Jesús experimentó. José le enseñó con toda seguridad algo de lo que significa ser un hombre fiel en el judaísmo del primer siglo; la mujer Siro-Fenicia le enseñó algo sobre la compasión con aquéllos que no eran judíos; los discípulos le enseñaron algo sobre la debilidad y ambición humanas. Jesús fue sin duda alguna, educado continuamente por aquéllos que le rodearon. Pero ¿quién tuvo más influencia sobre Él sino María – exceptuando tal vez José?
En mi presentación de hoy quisiera destacar alguna de las citas evangélicas que nos dicen algo sobre la personalidad y la espiritualidad de María para luego reflexionar en las formas en que éstas se reflejan en la vida y acciones de Jesús. También me gustaría que nos fijáramos un poco en el papel de María como formadora, a la vez de Jesús y nuestra. Por suerte todos estos ejemplos nos son familiares.
Apertura a la Voluntad de Dios
La Biblia nos presenta a María en el Evangelio de Lucas como alguien completamente abierto a la Voluntad de Dios en su vida. Ninguna frase la caracteriza mejor que aquélla que encontramos en la Anunciación: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según su palabra.» Su abandono total al Señor y a lo que Él pide de ella se resume en esa palabra que ha pasado a todas las lenguas como su: «Fiat». La invitación del ángel no tiene en cuenta lo que María estaba planeando para su vida; el ángel solo le deja claro que Dios quiere que actúe de una forma determinada y su respuesta es un «Si» sin reservas a lo que tiene que realizar, «Si» a dónde tiene que ir, «Si» a aquello en lo que tiene que convertirse. Está totalmente abierta al querer de Dios sobre ella.
Y esta es una actitud que vemos claramente reflejada en las palabras y acciones de Jesús. Dice a la gente que no es su voluntad la que cumple, sino la voluntad de Dios. Dice que no habla sus propias palabras, sino las palabras de Dios. Dice que no actúa por sí mismo, sino que es Dios el que a través de él actúa en el mundo. Jesús se muestra totalmente abierto y obediente a Dios, el Padre, en su vida. Esto se refleja tal vez mejor durante su agonía en el Huerto de los Olivos. Jesús sabe que tipo de sufrimiento y muerte le espera. Tiene miedo y suplica al Padre que pase de él esa «copa» pero, acto seguido dice clara y potentemente: «Más no se haga mi voluntad sino la tuya». Cómo el Fiat de María, estas palabras de Jesús expresan su total abandono al Padre a lo largo de su vida. Las palabras que rezamos en el «Padre nuestro» –y que el latín traduce bien- hablan de la actitud de ambos: «Fiat voluntas tua,» y «hágase tu voluntad.»
¿Es difícil reconocer cómo Jesús demuestra su apertura a la voluntad de Dios en su vida como hizo su madre? ¿Podemos ver en ella a alguien que nos está enseñando sobre el abandono a la voluntad de Dios como parte integral de la formación el seminario? Tenemos que ver este abandono tal y como estaba presente en la vida de Jesús y de María. Este abandono es positivo. No significa que uno no quiera asumir su propia responsabilidad para tomar decisiones; sino que es una elección libre para permitir que lo que nosotros discernimos como voluntad de Dios sea realizado en lo que decimos y hacemos. María y Jesús no rechazan el tener que tomar decisiones pero quieren permitir al Padre que sea Él la fuerza que dirige y oriente su toma de decisiones. María nos ofrece el modelo de alguien que está abierto a los caminos de Dios en su vida y nos puede enseñar la importancia de esta dimensión en la formación.
El servicio a los demás
Justo después de haberse dado a sí misma a Dios, María va a visitar a Isabel. El ángel le ha dicho en la Anunciación que Isabel estaba ya encinta de seis meses. Uno podría pensar que después de haber recibido su extraordinaria llamada por medio del ángel, María se sentaría y relajaría, intentando ordenar en su cabeza todo lo acontecido. Pero no es esta su actitud. El evangelio nos dice que fue inmediatamente a ver a su prima Isabel de avanzada edad. Isabel estaba encinta del niño que llegaría a ser Juan el Bautista. Su avanzada edad tuvo que dificultar el embarazo y nos podemos imaginar que su marido Zacarías era ya igualmente incapaz de ayudarle. Por eso es por lo que María se pone en camino para echarles una mano en los próximos meses con sus jóvenes brazos–el evangelio nos dice que se quedó con Isabel tres meses.
Podemos imaginarnos el trayecto que María hizo de Nazaret hasta la región de Judea en la que vivían Isabel y Zacarías. A lo largo del camino se encontraría con las diferentes categorías de personas que formaban su pueblo. Reconocería los signos de la ocupación romana y sus métodos de opresión. Se daría cuenta de las distintas formas en que su pueblo necesitaría una liberación. Vería incluso ejemplos de violencia y egoísmo que separaban una persona de otra.
Cuando finalmente llega a casa de Isabel, uno puede imaginar que el ángel que ha formado parte de su vivencia así como de la de Zacarías y de la de José, llega bajo la forma misma de María. María se convierte en signo de la presencia de Dios. Podemos fácilmente verla servir con generosidad –cocinando y limpiando la casa para la llegada del bebé. El servicio le resulta fácil y voluntariamente a sus brazos y piernas y podemos percibir la camaradería especial que brinda a Isabel compartiendo juntas las vivencias de sus respectivos embarazos. Eso también es un servicio.
La actitud de Jesús en el servicio a los demás se manifiesta a lo largo de su vida. El mensaje que transmite a sus discípulos está repleto de alusiones a él:
«El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en favor de muchos.»
«El que quiera ser el más grande entre vosotros que sea el servidor de todos.»
¡Y cómo no mencionar su voluntad de lavar los pies de los discípulos en la Última Cena! Este humilde servicio puede compararse ciertamente con el que María presta a Isabel y ésta última reconoce incluso el carácter de este servicio que hace eco a la actitud de Pedro en la Última Cena: «¿Cómo es que la madre de mi Señor viene a mi?» Jesús conocía, valoraba e incluso exaltaba claramente la práctica del servicio; ¿nos sorprende reconocer que ha podido aprender esto de su madre?
Enseñar a servir es algo importante en la formación. Se trata de ser fieles a las acciones de Jesús y de María. Cuando miramos a María como modelo de formadora, el acento que pone en el servicio activo demuestra que es para ella un valor primordial. Su ejemplo personal nos ofrece a los que estamos en la formación un modelo para enseñar a los demás a servir humilde y generosamente, lo que implica algo más que hablar, sino también actuar.
No es difícil reconocer hasta qué punto este mensaje está presente en las enseñanzas de nuestros santos Fundadores. El servicio de los pobres está en el centro mismo de nuestro carisma. Es una lección bien aprendida de las palabras y del ejemplo de María y de su Hijo.
Meditación y oración
Algo que aparece varias veces en la Sagrada Escritura sobre María es su capacidad para «guardar todas las cosas en su corazón». Muchas experiencias le preocupan. Por ejemplo, está el saludo de los pastores en el nacimiento de Jesús que le hablan de una visión de ángeles; están también las palabras de Jesús sobre su necesidad de hacer la voluntad del Padre tras haber sido encontrado después de una larga búsqueda; está el encuentro con Simeón que habla de la grandeza de Jesús y de la espada que atravesará su corazón. Todas esas experiencias le resultaban muy extrañas a María. No entendía su significado ni hacia dónde la estaba llevando Dios. Pero quiso guardar todo ello en su corazón y dejar que poco a poco fueran teniendo un significado en su vida. Nos imaginamos a María siendo una persona que comprendió el valor de dedicar tiempo al recogimiento y a la meditación de los caminos de Dios y de su voluntad para ella. De esta meditación brota la facilidad para entregarse ella misma a dónde Dios la lleve y de la forma que Dios la lleve.
¿Pueden hacerse una idea de cuánto habrá tenido que meditar María sobre el significado del sufrimiento? Y no solo en su vida sino en la vida de Jesús. Cuando ve el modo como es tratado y las fuerzas que empiezan a reunirse contra él, tuvo que haber reflexionado larga y duramente preguntándose hacia dónde le estaba conduciendo Dios y cómo acabaría su fidelidad al plan divino. Tuvo que tener muchas preguntas para el Señor en su oración.
Podemos también comprobar cómo sus experiencias le llevaron a la oración. El maravilloso encuentro con Isabel produjo el gran salmo que llamamos «Magnificat». Ella acepta el modo en el que Dios ha estado presente en su propia vida, en la de los pobres y en la de su gente. Según va creciendo en ella esta conciencia de la presencia de Dios, lo único que puede es expresarlo con las palabras de una oración personal, un salmo. Podemos escuchar esta oración de María y percibir el modo en que ella llega a ofrecer su experiencia a Dios en alabanza y gratitud. Su pensamiento la lleva hasta la presencia de Aquél que ha sido tan bueno y está tan presente, y eleva su corazón al Santo de Israel. Podemos con toda certeza intuir el modo en que la oración es un aspecto esencial de su vida.
Podemos también fijarnos en la manera en que el joven Jesús pudo haber aprendido a meditar y a orar de María. Su fe y su sentido de la presencia de Dios tuvieron que ser para él, ejemplos muy elocuentes que le indicaban la acción iluminadora de Dios. Podríamos incluso preguntarnos si la declaración juvenil hecha a José y a María en la «escena del Templo» no fue en realidad consecuencia de su ya entonces profunda reflexión sobre la misión que tenía encomendada. («¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?»). Esta respuesta pudo brotar de su discernimiento personal.
Los Evangelios nos dicen que Jesús solía dejar a sus discípulos para retirarse a orar. Cada día debía proporcionarle a Jesús interesantes retos en cuanto a la manera de cómo debía llevar a cabo su ministerio. La ayuda que pudo haber esperado de algunos círculos no se realizó. El rechazo que podía haber pensado que fuera característico de otros no llegó sino que aquéllas gentes aceptaron su enseñanza. Nos podemos imaginar a Jesús alejándose continuamente de sus discípulos para encontrar tiempos de meditación y reflexión y para «guardar esas cosas en su corazón».
La fuerza y el sentido de orientación que Jesús saca de esta reflexión y oración resultaban evidentes para sus discípulos. Se quedan impresionados por la relación de Jesús con el Padre y le piden que les enseñe a rezar. Esta escena, lleva naturalmente a la enseñanza sobre el «Padre nuestro». Jesús es claro en su forma de entender la oración y de enseñar a orar. Comienza enseñando a sus amigos a rezar sin grandes aspavientos, a tener en cuenta la atención que Dios presta hacia el que ora, a confiarse a la presencia y guía del Espíritu Santo para poder rezar adecuadamente. La oración de Jesús (como la de María) surge de su vida y orienta su vida -vean la oración en la resurrección de Lázaro, o la oración en el Huerto de los Olivos, o la oración desde la cruz. Podemos ver como Jesús pudo aprender de María algunas formas de meditar y de orar.
No es difícil ver como María nos puede servir de modelo para nuestra meditación y oración cómo formadoras. Y no es difícil ver como al tomarla por modelo, podemos ser de gran ayuda para aquéllas que cuentan con nosotras a la hora de guiarles en la vida cristiana. Enseñar a las personas a meditar y a rezar es una gran responsabilidad y meditar sobre el ejemplo de María en su relación con Jesús puede servirnos de gran ayuda.
Involucrando a otros en el servicio
Un don particular que caracterizaba a María y que fue con toda seguridad parte de la herencia que Jesús recibió, era la atención a las necesidades de los demás y el deseo de involucrar a otros en este servicio. Acabamos de describir cómo María respondió -de forma inmediata- a la necesidad de Isabel cuando, por el ángel, tuvo conocimiento de ello. El texto la describe yendo con rapidez para atender a su prima. Pero vemos también en la llamada «Fiesta de las bodas de Caná» cómo María en una situación difícil es rápida para ofrecer cualquier ayuda que posible y después llamar a otros para que colaboren.
Conocemos bien el relato. María y Jesús con sus discípulos participan en una boda. La familia que les acoge se queda sin vino. María se apercibe y busca la ayuda de Jesús. Es difícil pensar que María sabía lo que Jesús iba a hacer, pero la confianza que ella tiene en su Hijo va más allá del conocimiento concreto de lo que el haría en este caso determinado. María solo sabe que percibe una necesidad y quiere hacer algo para ayudar a esta familia. Y hace lo único que le parece tener sentido: va a Jesús.
La respuesta que le da Jesús no parece tan consoladora, pero no se desanima. Lo que les dice a los otros es: «Haced lo que Jesús os diga» – algo no muy concreto pero lleno de confianza. Las acciones de Jesús en lo que respecta a las jarras de agua y a la provisión de vino va más allá de lo que nadie hubiera esperado, pero todo empieza con la atención de María a la necesidad humana, y a continuación su voluntad de llevarla hasta el Señor y después invitar a otros a tomar parte en la acción. Por último el Señor actúa como Él quiere.
Jesús prestó también una atención especial a las necesidades de los otros. El relato de la viuda de Naín, el de la suegra de Pedro, el del endemoniado entre las tumbas, cantidad de relatos sobre los ciegos, los leprosos y abandonados, ponen de relieve la preocupación especial de Jesús hacia los demás. Podríamos señalar concretamente la multiplicación de los panes en la montaña como un paralelo especial con la situación de la Fiesta de las Bodas de Caná. Tras haber hablado a la multitud, Jesús está preocupado porque podrían estar hambrientos y cansados después del largo día. Cómo María, Jesús tiene los ojos abiertos a las necesidades físicas de la gente y quiere responder a ellas. Así, multiplica los panes y los peces para alimentar a los que tienen hambre. (Podemos señalar también cómo, después de sanar a la hija del oficial romano, les dice que le den algo de comer).
Y como María, Jesús tiene el deseo de involucrar a otros en su ministerio. Es seguro que da a sus discípulos este tipo de directivas. Ayudaron en la distribución del pan y del vino que había sido multiplicado en la montaña. Jesús les envía en misión para sanar y santificar a todos aquéllos con los que se encuentren. La formación que Jesús da a sus discípulos está íntimamente relacionada con su preocupación por los demás y con la forma en que esta preocupación se lleva a la práctica ejercida en el servicio -en el «hacer». Esto nos recuerda las directivas que María da a los sirvientes en la fiesta de la boda.
¿Ha aprendido Jesús de su madre esta preocupación por las necesidades físicas de los hombres? ¿Es María la que ayuda a Jesús a crecer en este servicio concreto? ¿El deseo de Jesús de involucrar a otros en su ministerio refleja la manera en que vio que María invita a los demás? Cómo personas que trabajamos en la formación, es importante que podamos informar de las necesidades de los demás a aquéllas que están a nuestro cargo. Hemos de ser personas que tienen los ojos abiertos a los acontecimientos de nuestro mundo y a las necesidades de los más pobres de entre nosotros. Lo que María y Jesús hicieron nos conduce inmediatamente a esta actitud, pero también nos permite una conexión fácil con el pensar de nuestros santos Fundadores. En el s. XVII, ¿Quién estuvo más preocupado que Vicente y Luisa por las necesidades de los pobres? Las necesidades físicas y espirituales de los marginados fueron su principal preocupación y ellos nos la han transmitido. Y su gran deseo fue el que otros se involucraran en sus apostolados -dando nacimiento así a las Cofradías de la Caridad, a las Hijas de la Caridad y a la Congregación de la Misión.
Una vez más vemos cómo María puede ser un modelo para nosotros como formadores. La influencia que ella tenía sobre Jesús puede ser también sobre nosotros ofreciéndonos un ejemplo precioso de amor atento y de creación de comunidad. Citando a Pablo podríamos decir que: «transmitimos lo que hemos recibido» (1 Cor 11, 23).
Fidelidad hasta el final
La aceptación de María de la llamada de Dios no fue solo cosa del momento. Su fidelidad duró hasta el final, no sólo de la vida de Jesús, sino hasta el final de su propia vida. No hay, tal vez, imagen más conmovedora en la historia cristiana que la de María al pie de la cruz. Había dado a luz a Jesús y le había educado desde que era pequeño; había huido a Egipto con él en sus brazos; le había seguido a lo largo de su ministerio; había visto la manera en que le habían exaltado e insultado. Y ella le sigue hasta el final, un final que le conduce al monte Calvario. Cuando María dijo «si» a ser la madre de Jesús, lo dijo sin reservas y para toda su vida. Nos imaginamos los altos y bajos que tuvo que tener en su vida.
Su presencia desgarrada a los pies de la cruz no fue el final para ella. ¡Podemos imaginarnos su experiencia con el Jesús ya Resucitado! La Biblia la nombra por última vez reunida con los discípulos esperando la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Ese mismo Espíritu que la había cubierto en el nacimiento de Jesús, lo espera de nuevo en el nacimiento de la Iglesia, sin dudar de la eficacia creativa del Espíritu a la hora de dar nueva vida. La fidelidad de María al Señor duró desde el principio hasta el final y no es para extrañarse que todas las generaciones la llamen «bendita».
Esta fidelidad a la vida que el Señor le propuso, fue sin duda alguna también la experiencia de Jesús. Su proclamación de la Buena Nueva iba siempre acompañada de ejemplos. Repetía con frecuencia a sus discípulos que el Hijo del Hombre tenía que sufrir y morir antes de ser resucitado de entre los muertos; les explicó cómo su mensaje sería rechazado y cómo ellos no deberían esperar ser tratados mejor; pero que este mismo mensaje daría vida. La posibilidad de reducir la crudeza del mensaje estuvo siempre al alcance de Jesús. Podía haber hecho la presentación del mensaje más atrayente para los ricos de su tiempo. Podía haber hablado de una manera menos radical, menos desafiante, con menos provocaciones, pero esto hubiera disminuido la verdad de lo que tenía que decir y de lo que tenía que hacer. Habló con claridad y fuerza siendo fiel hasta el final.
Jesús advierte a sus discípulos del peligro que lleva consigo el seguirle en este camino. Les dice que van a ser rechazados por los amigos, así como por la familia. Si permanecen fieles a él, el sufrimiento y el rechazo formarán parte de sus vidas. Pero, si son fieles hasta el final, la promesa de la vida eterna será una realidad para ellos y para todos los que creen. La promesa es firme y Jesús les asegura que estará siempre con ellos: «Yo estaré siempre con vosotros, hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 20)
Jesús también promete a sus fieles seguidores el don del Espíritu. Les dice que les mandará «otro abogado» que les enseñará todo. En nuestra charla mañana reflexionaremos sobre el papel del Espíritu Santo en la formación.
Podemos ver como Pablo siente también la llamada a servir con fidelidad hasta el final. Escribiendo a su discípulo Timoteo, le habla de la necesidad de ser fiel hasta el final como el mismo lo ha sido: «Se sobrio en todo; soporta las aflicciones; haz obra de evangelista, cumple tu ministerio, porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.» (2 Tim 4, 5-7)
Para los sacerdotes y hermanos vicencianos, ésta llamada a un servicio fiel hasta el final se encuentra ya en el voto de estabilidad: la promesa de pasar la vida entera en la Congregación para el servicio de los pobres. Para una Hija de la Caridad esta fidelidad se encuentra expresada de modo diferente, -pero no por eso menos importante-, en su renovación anual de los votos. Por un lado puede parecer lo contrario al voto de estabilidad, pero es en realidad, otra forma de expresarlo. La renovación anual es una ocasión regular para la Hermana de recordarle su promesa de servir al Señor y la posibilidad de volver a comprometerse a un nivel más alto y más profundo. La pretensión es que se renueve cada año la promesa hecha para toda la vida. La emisión de los votos por primera vez no es algo que ya pasó, sino un compromiso vivo con el presente.
Cómo formadoras, el ejemplo de María es especialmente esclarecedor en lo que a esto respecta. Cuando hablamos con alguien sobre la vocación a la vida religiosa, lo hacemos aludiendo a la dedicación de toda una vida. Los desafíos y compromisos que propone este tipo de vida no pueden atenuarse ni minusvalorarse. Tienen que ser presentados en todo su rigor y solidez. Contar con María como ejemplo de este tipo de vida bien vivida, es una gran ventaja. Y hablar de la manera en que Jesús aprende de su ejemplo es una gran ayuda. El deseo de María de decir «si» a Dios para toda la vida es uno de los estímulos más grandes para nuestra fe. Deberíamos seguir el ejemplo de tantos cristianos de todas las generaciones que han sabido comprometerse junto a ella en un si definitivo.
Conclusión
Ya desde el principio María nos dice que todas las generaciones la llamarán «bienaventurada». Es bienaventurada porque Dios ha sido bueno con ella. Dios la ha llamado para una tarea especial y ella ha sido capaz de decir «si» a esta tarea. Se convierte en la madre de Jesús, lo que quiere también decir en su primera y mejor maestra. Junto con José, es la única que actúa como su formadora conforme va creciendo como niño y hombre joven. Tuvo el privilegio de hablarle por primera vez sobre Dios, que es su Padre y sobre la fe del pueblo de Israel. Ella fue la primera que le enseñó a relacionarse con los demás y a estar atento a ellos. Podemos imaginar las maneras incontables en las que ella es una guía para Jesús enseñándole a andar el camino que será el suyo.
Jesús aprendió de ella. Iluminado por el Espíritu, descubre la única vía por la que debe responder a la gracia de Dios y al plan de Dios para él.
Como consagrados, María es nuestro modelo para vivir en fidelidad. Como formadores, ella es también un arquetipo de los modos en los que podemos ser maestros para otros. Cuando leemos atentamente las Escrituras, podemos ver el tipo de persona que era y podemos ver los distintos modos en los que Jesús aprendió de ella. (En esta conferencia hemos señalado algunos). ¡Qué bendición para nosotros el tener una madre y guía así! Pidamos hoy al Señor que nos conceda, por la intercesión de María, la gracia de ser buenos maestros y modelos para aquéllos que el Señor nos confíe. Pidámosle que seamos capaces de dar testimonio de la santidad de María y que este testimonio pueda llegar a ser una presencia viva y amante para otros.