La Provincia española de las Hijas de la Caridad (XLVII)

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Author: Pedro Vargas .
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LOGO HHCContinúan las Fundaciones en España. La fundación de Almería ha tenido la suerte de conservar completos los documentos que la tramitaron y que son a la vez una muestra patente de las vicisitudes peligrosas, a que se veían expuestas las Hermanas en los largos y difíciles viajes de entonces. Inicióse con el siguiente Oficio, dirigido al P. Codina:

«La Junta Municipal de esta Capital, que tengo el honor de presidir y a cuyo cargo están los establecimien­tos de la casa central de expósitos y Hospital de Santa María Magdalena de la misma, acogió con singular satisfacción la propuesta que con celo altamente piadoso y benéfico, hizo en el mes anterior una persona incógnita por conducto del virtuoso eclesiástico D. Juan José Pagán, dirigida a que se pusiesen ambos Establecimientos bajo el cuidado y asistencia de las Hermanas de la Caridad, siendo de su cuenta los gastos que ocasionase la ejecución de este laudable pensamiento.

La Junta, que, a pesar de sus desvelos y deseos hacia el mismo objeto, luchaba con la escasez de recursos, se apresuró a formar el oportuno expediente y a emplear todos los medios que estaban a su alcance, para secundar los generosos sentimientos de la digna persona que facilitaba los fondos necesarios al intento y del Sr. Pagán, que con su celo más recomen­dable, era el conductor activo y eficaz para promover la realización; habiendo merecido todo, la aprobación más lisonjera de la autoridad política de la Provincia, y la Junta, el honor de que la autorice de la manera más amplia, a fin de que practique cuantas diligencias y gestiones sean conducen­tes al fin indicado.

En consecuencia acordó que, en su nombre, me dirija a V.S., como lo hago, rogándole encarecidamente se sirva designar el número de cinco Hermanas de ese venerable Instituto, que tan dignamente gobierna, para el servicio y asistencia de la Casa de Expósitos y Hospital de esta Ciudad, que, en concepto de esta Junta, son las absolutamente precisas para las atenciones y exigencias de ambos establecimientos, prometiéndose que, accediendo V.S. a esta petición, dispensará a los desgraciados que en ellos encuentran un asilo, el mayor beneficio y a esta Junta el más distinguido obsequio, si tiene la dulce satisfacción de ver

establecida en esta capital la Institución más sublime y benéfica de los tiempos modernos para alivio de la afligida humanidad.

La Junta está pronta a ejecutar todas las diligencias necesarias al objeto piadoso que la mueve a reclamar de V.S. los caritativos auxilios de las Hijas de Vicente de Paúl, tan dignas de estimación y aprecio de todos los amantes de la humanidad. Y para el efecto el Excmo. Sr. D. Diego de Entrena, Senador del Reino, dispensa a esta Junta la honra de representarla y V.S. tendrá la bondad de entenderse con este distinguido y respetable caballero.

Dios nuestro Señor conserve la vida de V.S. muchos años.

Almería, 17 de septiembre de 1845.

Joaquín Gómez Puch».

La contestación del P. Codina muestra el interés que puso en favor de la fundación.

«El Director de las Hijas de la Caridad de estos Reinos, que suscribe, ha quedado profundamente conmovido al leer el oficio del 17 de los corrientes, con que V.S. se ha dignado honrarle. El dulce espectáculo de una persona altamente piadosa, que no anhela el lauro de las alabanzas humanas, sino agradar a Dios sacrificando caudales considerables en beneficio de la humanidad doliente y de la infancia abandonada; el de un eclesiástico, promotor tal vez de un sacrificio tan heroico y agente de una empresa tan benéfica; y el de una Ilustre Junta, que, deseosa de socorrer todas las necesidades que descubre, se lamenta de la escasez de sus recursos, pero que, viendo los que la Divina providencia pone en sus manos, se extasía al ver que podrá dar satisfacción a los deseos que la abrasan y que se apresura cuanto puede, para lograr su realización, este espectáculo ha determinado al Director a variar el plan que se había propuesto.

Aunque el Director es el conducto ordinario para elevar a S.M. las solicitudes de Hermanas para obtener la Real autorización, de un tiempo a esta parte, ha recusado hacer esta oficiosidad, viendo que no tenía bastantes Hermanas para atender a las continuas peticiones que le vienen de la Península, de sus Islas y de Ultramar. De esta regla que se había prefijado piensa, el Director separarse en obsequio de esa M.I. Junta, de que V.S. es digno Presidente, a fin de que no se les escape la ocasión tan favorable que se les presenta. Así, pues, pasará copia del Oficio de V.S. a su Excelencia el Sr. Ministro de la Gobernación, mi Jefe inmediato en este ramo, y le acompañará con algunas reflexiones que tendrán por resultado, según espero, el pasarle una Real orden, autorizándole para realizar las fundaciones proyectadas por V.E., tan luego como se hayan realizado algunas otras que con anterioridad se han pedido y para las que se han pasado las correspondientes Reales órdenes. Hecho esto, tan pronto como se halle el Director con Hermanas disponibles para enviar a Almería, avisará a V.S. para tratar las condiciones y obligaciones mutuas que deberán estamparse en una contrata que debe hacerse, según las bases aprobadas por el Gobierno de S.M.

Dios guarde a V.S. muchos años

Madrid 27 de septiembre de 1845.

Buenaventura Codina».

En efecto, el mismo P. Codina, en octubre de aquel año, transmitía al Sr. Ministro petición de la Junta de Almería, afianzándola con la más viva recomendación.

«V.E. habrá observado que de un tiempo a esta parte, me he abstenido de ocupar su atención, elevando a su conocimiento las muchas súplicas, que los Señores Jefes Políticos y Juntas de Beneficencia de la Península e Islas me han dirigido, para que les concediese Hijas de la Caridad para el servicio de sus benéficos establecimientos. Hallándome en la imposibilidad de poder, por ahora, acceder a sus pedidos, me propuse como una regla general, el no acudir a S.M. por medio de V.E. para pedir la Real autorización, a fin de poder realizar las fundaciones pedidas, viendo que no tenía suficiente número de Hermanas formadas para desempeñar en ellas las diferentes fundaciones de su caritativo Instituto.

La circunstancia particular, que acompaña a la súplica de la Junta Municipal de Almería, me ha parecido poderosa para apartarme de la regla que me había prefijado. Es un bienhechor incógnito, que se ofrece a pagar todos los gastos que pueda ocasionar el establecimiento de las Hijas de la Caridad, mis súbditas, en el Hospital y Cuna de aquella Ciudad. Tan generoso ofrecimiento podría inutilizarse, si no se tuviera esperanza de lograr las Hermanas, sino después de haberse satisfecho a todos los que con anterioridad las habían pedido. Para que no se escape una ocasión tan ventajosa para la humanidad, me ha parecido que no llevaría a mal S.E. el que me atreviese a pedir, como lo hago, que se me autorizase competentemente para poder emprender esta fundación, luego que se hayan realizado aquellas para las cuales se ha dignado S.M. autorizarme por las Reales órdenes que con distintas fechas V.E. ha tenido la bondad de comunicarme».

La petición del P. Codina fue despachada favorablemente por Real orden de 2 de enero de 1846, que decía: «El Excmo. Sr. Ministro de Gobernación de la Península con fecha 27 de diciembre último me dice lo que sigue: = Excmo. Sr. = Visto lo representado por el Director General del Noviciado de las Hijas de la Caridad a consecuencia de la propuesta hecha por un incógnito a la Junta de Beneficencia de Almería de trasladar a su costa las cinco Hermanas de aquel Instituto, que la misma había pedido para la casa central de Expósitos y el Hospital de Santa María Magdalena de la misma ciudad, se ha servido Su Majestad ordenar que por el expresado Director se pongan a disposición de la Junta con el destino indicado, las referidas cinco Hermanas, no obstante que por falta de todas las necesarias no ha podido proveer de ellas a los otros establecimientos, a quienes está hecha semejante concesión; entendiéndose la presente en la condición de cumplir el autor de la propuesta arriba dicha lo que en ella ofreció para la ejecución del pensamiento.

    «De Real orden lo comunico a V.E. para noticia del Director y efectos consiguientes.

    Lo que traslado a V.S. para su inteligencia y cumplimiento.

    Dios guarde a V.S. muchos años.

    Madrid 2 de enero de 1846.

    Fermín Arteta.

    Sr. Director del Noviciado de las Hijas de la Caridad».

Quedó redactada la escritura de esta fundación, en 13 de noviembre de 1846, pero hasta el 1º de enero del año siguiente, no tomaron las Hermanas posesión del Establecimiento. Fueron destinadas, Sor Teresa Martínez, Superiora, Sor Josefa Albura, Sor Ramona Barreiro, Sor Jacinta Valle, Sor Máxima Martínez, Sor Francisca Riera y Sor Antonia Bernabeu. Fuera de las dos primeras, las demás estaban aún en el primer año de su noviciado.

El 17 de diciembre salieron de Madrid, llegando sin novedad a Jaén donde se les unió la superiora de Jaén, Sor Melchora Iriarte, que las acompañó hasta Granada. De las peripecias que pasaron hasta llegar a Almería, oigamos la relación pintoresca enviada por sor Teresa.

«Almería, 27 de noviembre de 1846. Sr. D. Buenaventura Codina. Mi respetable Padre: No sé por dónde dar principio a esta carta, porque muy bien se podrá llamar historia, pues tengo sobrados motivos para creer que todo el infierno se armó, para ver de qué modo podía impedir que llegase a efectuarse esta obra, que, a pesar de todo el infierno junto, emprendere­mos ayudadas de la divina gracia. Llegamos a ésta el primer día de Pascua, a las tres de la tarde con toda felicidad; pero fue a fuerza de milagros que Su Divina Majestad obró con estas sus esposas; y no tenga V., padre mío, duda de que esto es así. Yo desearía explicar los peligros en que nos hemos visto, no sólo una vez ni dos veces, sino cuatro días y medio que hay desde Granada a Almería. Por la de Sor Melchora, que vino acompañándo­nos de Jaén a Granada, vería V., cómo, aunque un poco estropeadas, llegamos con felicidad a dicho punto, donde nos obsequiaron mucho el Sr. Abad y sobrinos, encargados de estos Señores, que todavía no estoy informada cómo se llaman; pero sí que he conocido que no acaban de creer que estamos en el establecimiento, de pura alegría y complacencia; pero nada extraño esto en personas de un carácter como el de dichos Señores, que no desean otro bien que la gloria de Dios y el buen orden del Establecimiento. Pues no hay duda que, habiendo venido nosotras para reparar tantos desórdenes como hemos encontrado, el maligno espíritu ha trabajado por sepultarnos muchas veces entre el hielo y nieve, que desde Granada a Almería pasaba, en varios parajes, de tres varas, particularmente las dos primeras jornadas.

No hacía más que una legua que habíamos salido de Granada cuando se nos hizo de noche. Yo iba la primera, cuando advertí que las tres mulas, que iban delante, estaban en tierra a punto de caer en un despeñadero, que dicen tenía ciento treinta o más varas y debajo un río para nuestra defensa. Di una voz al mayoral y saltó del pescante diciendo: ¡perdidos somos!; y felizmente desenganchó las tres mulas de delante y echó los tornos a la galera y de este modo la detuvieron las dos mulas de varas. Este fue el primer milagro.

La galera sólo había venido expresamente para nosotras de Almería a Granada, pero supieron dos caballeros que nosotras veníamos y como no se puede viajar de Granada a Almería en caballería sino con muchísimo trabajo, nos pidieron por mucho favor, si los dejaríamos entrar, porque el mayoral les había dicho no se determinaba por razón de que los Señores le habían encargado no permitiera a nadie, porque pudiéramos ir con mas comodidad. A nosotros nos parecieron buenos y nos dieron mucha lástima; y como el mayoral dijo que eso dependía de nosotras, les dijimos que entrasen, por lo que no sabían qué hacerse de gozo que tenían del favor.

Pero bien pronto nos lo recompensaron, exponiendo sus vidas por salvar las nuestras.

El segundo día de nuestra jornada pasamos un puerto peor que el de Pajares y de Guadarra­ma, que ambos los he pasado y por eso lo sé. A cosa de las nueve de la mañana de dicho día de tribulación y de triunfo al mismo tiempo, sucedió que dio la galera en una de las muchas piedras que hay en dicho camino; tuvimos la desgracia de volcar, pero sin que nos hiciéramos daño alguno; solamente que para poner en salvo la galera nos sacaron los caballeros en brazos y nos pusieron encima de unas piedras que por fortuna no las cubría la nieve, porque de otro modo hubiéramos estado hasta la cintura. Por fin, quiso Dios que sacaran la galera y nos volvieron a meter en ella; pero no habíamos andado medio cuarto de legua, cuando nos quedamos envueltas en una nube de nieve, que apenas se veían las mulas, y para nuestro consuelo el mayoral se puso a exclamar: ¡Dios mío, Dios mío! y a tirarse de los cabellos llorando como un niño.

Los caballeros, llenos de valor para que nosotras no nos acobardásemos, dispusieron de que abandonásemos la galera para ponernos a salvo en una venta que había muy cerca de dos leguas, pero les acobardaba el temor de que parecía imposible que pudiéramos andar por tanta nieve, lloviendo al mismo tiempo, con un aire que nos cortaba. Pero nosotras no desmayába­mos por esto, sino que parecía que alguna fuerza superior animaba a cada una, así es que echamos a andar y como la nieve y el hielo se deshacían tanto, nos metíamos hasta la cintura y de cada resbalón que dábamos, dábamos en el santo suelo de espaldas y quedábamos como un Santo Cristo; y esto nos causaba tanto enfado que en cayendo una, ya las otras caían, pero de risa que les causaba.

Las que más golpe llevaron fueron Sor Albura y Sor Bernabeu, pero ya se las va pasando. No fue esto lo peor ni lo más gracioso de nuestra escena, sino el ver a Sor Barreiro en medio del riachuelo, que con la deshecha había crecido, y no podíamos pasarlo si no es en caballerías y como éstas no estaban, determinaron los caballeros pasarnos en brazos. Yo para que las Hermanas no tuvieran reparo dí principio, pero al pasar a Sor Barreiro, como es tan grande no se pudo con ella y cayeron en medio del río sin determinarse a soltarla el uno del otro. Todo esto se lo referirá el mismo caballero, Dios mediante en persona, porque está estudiando en Madrid para ingeniero, y en pasando unos días con su familia, pasarán a esa.

No piense V., Padre, que se acabaron los apuros con esto. Salidas que fueron del río hechas una sopa, sin poder pasar la ropa, echamos a andar y antes de llegar a la venta que anhelábamos, damos con otro río mucho mayor sin comparación, que era indispensable pasarlo, pero no a nado porque nos hubiera llevado a todas. A vista de esto el amo de la venta que estaba al otro lado del río, pasó con un caballo blanco, en pelo, y se empeñó en pasarnos. En este conflicto no puedo menos de decir que desmayé algún tanto, no por mí sino por las Hermanas, a quienes veía afligidas, pensando que caerían del caballo y perderían la vida.

Cada una nos preparamos para este trance y puesta en Dios toda la confianza consentimos a que nos pusieran en el caballo y felizmente pasamos este apuro, dando gracias a Dios de que el ventero era un joven inteligente, soldado de Caballería, que si no, con el miedo que las Hermanas tenían, se asían del pobre hombre que no sé cómo no cayó del caballo.

Esto sucedió a las once del día y hasta el otro día a la misma hora estuvimos en la venta descalzas y sin comodidad alguna. Nos metieron en un gallinero, que si queríamos vernos, no podíamos sino con luz artificial. En medio de dicho gallinero nos pusieron una cazuela con lumbre, donde pasamos la noche, lloviéndonos encima por las rendijas del tejado. Allí pasamos veinticuatro horas hasta que los guardias civiles buscaron medios de sacar la galera.

También a éstos los deparó Dios para nuestro consuelo; fue tanto lo que trabajaron y lo que se interesaron por nosotras, que los caballeros les prometieron que harían de modo se premiase aquella generosidad de exponer sus vidas por guardar la galera en medio del puerto, por el peligro que había que la robasen en una noche tan cruel, y luego buscar bueyes y veinte hombres para sacarla de entre la nieve; y lo que más me admiró fue que yo les quería gratificar alguna cosa y no fue posible; antes se volvieron a ofrecer de nuevo, acompañándo­nos hasta estar fuera de peligro.

Hicimos noche en un punto donde estaba su capitán, y como le contaron el caso, vino a la posada a visitarnos y a ofrecerse muy generoso. Con este motivo le hablamos muy bien de ellos y me parece serán premiados  en grados.

En fin, todo se pasa y Dios no se muda. Pasaron los trabajos y vinieron los consuelos; y éstos son saber que estos Señores nos aprecian muchísimo. Todavía no nos hemos encargado de nada. Estamos en la habitación del Administrador. Por orden de los Señores la llegada o recibimiento fue sencillo por razón de que, el día 24, nos aguardaron en el camino con tres coches, pero Dios nos quiso más humildes; sin embargo hubo campaneo y al punto vinieron todos menos el más principal que estaba enfermo; y ponderándonos la pena que le causaba no poder vernos, determiné fuésemos nosotras a darle este consuelo Es hermano del que ha dispuesto V. para confesarnos Los dos tienen caras de santos. El Sr. Gobernador de la Mitra nos confesó ayer y me dio muchos ánimos para acabar de triunfar contra el infierno.

En fin, Padre, sea lo que Dios quiera, pero Dios quiere regalarnos con algunos trabajos, los que pienso se vencerán con el tiempo.

Soy de V. su afectísima hija que B. S. M.

= Sor Teresa Martínez.

P.D. Me dicen las Hermanas que tenga V. a bien mandar ésta a todas las casas, quiero decir a la Madre Visitadora, Novicias, Hospital General e Incurables. Por no multiplicar cartas y economizar tiempo, que no falta donde emplearlo, pues que la necesidad está en su punto».

Del Noviciado, del Hospital General y de Mujeres Incurables procedían las Hermanas; era, pues, natural el interés mutuo en comunicarse y recibir noticias. La carta por otra parte nos recuerda las Fundaciones de Santa Teresa de Jesús.

Otra relación, fechada en Almería, a 26 de aquel mes, nos manifiesta los nombres de aquellos buenos Señores que prestaron su caritativo auxilio a las pobres Hermanas y el nombre de los lugares donde les sucedió el percance. «En semejante estado, dice, caminaban llenas de gozo por haber salido de aquel peligro, cuando tuvieron la desgracia de ver paralizada su marcha por la fatalidad del camino, que cubierto de nieve e intransitable, tanto

por lo que en sí tenía cuanto por lo que caía y el gran frío y aire que sufrían, en el sitio de la Cruz del Puerto, pasado el pueblo de Santillana, en cuya venta se agregó con beneplácito de la insinuada Madre Superiora el joven digno del mayor aprecio por sus bellas circunstan­cias que demostró, D. Trinidad Gutiérrez, Director del Colegio de Humanidades de Madrid, que igualmente pasaba por la misma Ciudad a ver a su amado padre y familia, que por espacio de más de cuatro años carecía de su unión; y llegado que fue a Granada y visto que la galera cosaria había marchado, partió al oscurecer a su alcance, con los grandes deseos de incorporarse con ella, para tener el placer de llegar con ella a su ansiada casa, llegando después de las diez de la noche a su incorporación.

Llegada que fue la mañana y marchando por el mencionado sitio, encalló la galera, quedándose enterrada en la nieve y con necesidad precisa de tener que desocuparla y ver si con los esfuerzos del mayoral y zagal, cuanto por los nunca comparados que demostraron el D. Diego de Mendoza como el caballero joven referido.

Finalmente el mismo Sr. Mendoza escribía al P. Codina dándole cuenta de aquellos sucesos del Puerto de Santa Cruz y Venta del Molinillo. «Todo lo llevaron y sufrieron las Hermanas con el mayor valor y entusiasmo jamás visto ni oído en señoras, pues que era imposible pudieran haber resistido tantas penas y contratiempos, al no estar poseídas de aquel fervor puro y santo, que llevadas de la misma ansia de llegar a su santo establecimiento del Hospital de Caridad de ésta, les hizo poder soportar todo contratiempo, regocijados sus  espíritus en desear dedicarse en beneficio de la humanidad afligida y confundir al enemigo infernal, que por todos modos trató de impedir que tuvieran el placer de haber entrado en él.

Pero el poder de Dios que es inmenso me concedió esta vida para rendirla por su defensa, confesando que, sólo su poder y para aterrar a los incrédulos, ha hecho que sus amadas Hijas y los dos que tuvimos la gloria de acompañarlas, experimentásemos y seamos testigos de la santidad de la referida Comunidad y que por ésta fuésemos salvos de los imponderables peligros en que nos vimos rodeados; y por la gran misericordia de Dios y para que por toda la Nación se extienda este particular y le bendigamos, quiso que así sucediese».

El día 1º de enero de 1847 la Junta solemnizó la toma de posesión de las Hermanas con un discurso que imprimió luego y repartió entre el vecindario. Decía así: «Venerables Hermanas: Al instalarse en este establecimiento piadoso la Comunidad respetable, que despreciando los rigores de la estación y los riesgos de un largo viaje, corre presurosa, cual pudieran otros afanarse por la adquisición de una pingüe herencia, para tomar a su cargo enfermos desvalidos y párvulos sin madre. Yo congratulo encarecidamente a las caritativas operarias de tan santa empresa; a la ciudad de Almería que ha tenido la honra de admitirlas en su seno; a los pobres también, que reducidos por sus dolencias a las camas del hospital, verán desde hoy en adelante a la caridad cristiana junto a su lecho, prodigándoles consuelos; a los niños inocentes, que privados por la crueldad de sus madres verdaderas, tendrán ya en las Hijas de S. Vicente de Paúl, otras mucho más solicitas y cariñosas; a la Junta de Beneficencia, en fin, bajo cuya dirección atinada se hace en pro de la población y de la humanidad esta gran conquista. De lo inestimable de su precio y de su importancia ningún hombre sensato puede dudar; porque si otras hijas de un vano orgullo enlagaron en sangre el mundo, estas Hermanas consoladoras vienen con el único fin de enjugar incalculables lágrimas, conducidas por la filantropía de un piadoso desconocido, que modesto como la virtud que la inspiró, oculta la mano con que hace el beneficio; y sin embargo, por más denso que sea el velo con que este hombre tan envidiable procura recatar su generosa dádiva, el perfume purísimo de caridad que difunde es demasiado sutil para que no penetre en lo más íntimo de nuestros corazones, inspirándonos afectos de sincera gratitud a su ignorado nombre.

El entusiasmo con que la venerable comunidad que me escucha, ha sido acogida en este país, es un testimonio irrecusable del aprecio que se da en él al pensamiento sublime que nos las ha proporcionado y de la confianza en el porvenir que su institución atesora para las clases menesterosas. A la realización de tan noble intento espero que Autoridades y particulares cooperen con el mayor afán, porque ¿quién podrá cerrar sus oídos, con la yerta indiferencia del egoísmo, a la voz del desvalido, cuando sabe que los socorros no se separarán del santo objeto de su destino? En cuanto a la Junta de Beneficencia, las piadosas Hermanas de la Caridad pueden estar ciertas de que todos sus individuos, se harán un deber de conciencia en prestarles, en el ejercicio de sus funciones, la más eficaz cooperación. Ojalá el Cielo, fecundando nuestros deseos fervorosos proporcione a esta benéfica Institución igual apoyo que en la Francia se le está prestando hace más de dos siglos y que pueda llegar a presentarse a la faz de esta Provincia bajo un pie brillante, ofreciendo los más lisonjeros resultados en provecho de la humanidad.

Almería 1º de enero de 1847.

El Alcalde, Presidente de la Junta de Beneficencia, José Puche».

Pero en esta fundación, como en otras muchas, las Hermanas venían a herir intereses creados, que, como era natural, no podían avenirse sin lucha a las reformas que era necesario introducir. Ya en 28 de diciembre, antes de tomar posesión, escribía Sor Teresa al P. Codina

«Estos Señores han sentido mucho nuestros padecimientos, pero no se ha acabado, pues hay otros nuevos, por lo muy enredados que están estos dos departamentos de Expósitos y Hospital. Mucho necesito de que me tenga V. presente en sus oraciones para el acierto en la reforma que debe hacerse; los enemigos son muchos; los desórdenes grandes; la pobreza en su último grado.

En fin, sólo me consuela que los Señores de la Junta no desean más que complacernos. Fui trasteando toda la casa con un poco de mónita para ver qué gente la manejaba y de qué modo, y he visto por mis ojos que todos están en grande opulencia y los pobres en la mayor desdicha en el cuerpo y en el alma. Todos los empleados son casados; cada uno tiene una letanía de hijos y todos, cada uno en su clase, muy lujosos, al paso que los pobres están sin camisa, ni con qué hacerlas. Hasta el Capellán tiene tres o cuatro mujeres, entre criada y sobrinas; todos viven en lo mejor de la casa».

Las reformas que se fueron introduciendo en favor de los pobres, dieron lugar a muchas habladurías que obligaron a la Junta de Beneficencia a salir en su defensa y de las Hermanas, por medio de una hoja impresa en 20 de junio de 1847, que decía:

«La rendición de cuentas ha probado que los gastos de venida de las Hermanas han sido pagados por el benefactor incógnito. Que los gastos de ellas no han afectado al Hospital.

Que los atrasos en el pago de las nodrizas es por no haberse cobrado de los pueblos las cantidades recibidas en papel para cubrir los últimos cuatro meses de 1845 y 1846.

Que la Junta está plenamente satisfecha de los desvelos, de la pureza y ejemplar conducta de las Hijas de la Caridad, en beneficio de los desvalidos, puestos a su cuidado, en estos Asilos de Beneficencia y que en este sentido nada dejan que desear, haciéndose un deber el desmentir solemne y públicamente, cuanto, en contrario de lo que queda asentado, pueda inventar la calumnia y la perversidad, únicos medios con que se intenta tachar la piedad acrisolada de personas dedicadas con sublime y cristiana abnegación al ejercicio de las más grandes virtudes».

El infatigable amor a los pobres y el talento de Sor Teresa logró vencer todas las dificultades y Dios bendijo sus empresas. Sor Teresa Martínez Ibilcieta nació en 10 de abril de 1808 en Áibar, Navarra. Entró en la Congregación el 14 de junio de 1833. Fue destinada a Oviedo, donde estuvo algunos años hasta que en 12 de diciembre de 1843, fue llamada al Noviciado y nombrada 3ª Maestra de Novicias. En agosto de 1844 acompañó a París a Sor Agustina Inza, cuando ésta fue a recibir orientaciones del P. General para la fundación de México. Su mejor elogio es el alto concepto en que la tenía el P. Roca, quien con fecha 25 de junio de aquel año escribía: «Sor Teresa Martínez la acompaña para instruirse en los usos de las Hermanas de Francia y formar las novicias en España, según la uniformidad de París. Creo que es propia para maestra de novicias y para ocupar el lugar de la Hermana Angela».

El P. Codina, que tenía interés en quedar bien en la fundación de Almería, por las personas influyentes de Madrid, que en ello se interesaban, la nombró Superiora y hubo de salir la expedición antes de llegar el beneplácito del P. General, a quien comunica el P. Codina que fue necesario no demorar más aquella fundación para no comprometerse ante el Gobierno. Durante treinta años trabajó incansable Sor Teresa en favor de los pobres de Almería y allí falleció en 3 de noviembre de 1877.

En su Circular manuscrita de 1º de enero de 1847 decía el P. Codina: «Mis carísimas Hermanas: Al comenzar el presente año de 1847 hubiéramos deseado remitiros entera la carta circular, que suele todos los años dirigir a todas las Casas de las Hijas de la Caridad vuestra Superiora General para felicitaros el año nuevo, para exhortaros a la fiel observancia de las Santas Reglas y edificaros con la relación de las virtudes que brillaron de un modo particular en algunas de las Hermanas que, en el año pasado, llegaron al fin de su carrera. Pero ciertos incidentes han impedido que llegasen a tiempo esos documentos y para no haceros esperar más tiempo, nos hemos determinado a dirigiros la presente, en la que veréis que los ojos misericordiosos de Dios no han estado menos fijos sobre vuestra Congregación en la Provincia de España, de lo que están sobre la misma en las demás Provincias del orbe católico.

Han sido cincuenta y ocho las doncellas que, en el año que acaba de expirar, han abrazado vuestro santo Instituto y nos edificaron en el tiempo que han vivido en esta Casa Central; y sabemos que siguen edificando en las diferentes casas, a que muchas de ellas han sido ya destinadas. Sabemos que en los varios establecimientos hay tantas postulantas que están haciendo la prueba acostumbrada. Rogad a Dios, carísimas Hermanas, que multiplique las operarias y que las llene de virtud para que puedan recoger la copiosa mies que en todas partes se ofrece a vuestro celo. De todas partes nos piden Hermanas para los Establecimien­tos de Beneficencia, que por lo común se hallan en un estado lamentable y sus Jefes creen que solas las Hijas de la Caridad de S. Vicente de Paúl pueden sacarlos del abatimiento.

Al paso que el celo de las Autoridades, que desean mejorar la suerte de los pobres, nos edifican, tenemos la pena de no poder satisfacer a sus deseos tan pronto como desean por falta de Hermanas disponibles.

Sin embargo, se han hecho en el año próximo pasado más fundaciones que en ningún otro de los precedentes. El 1º de enero de 1846 Sor Tomasa Ochoa con sus compañeras, tomó posesión del Hospital Civil de Jerez de la Frontera y siguen en él ocho Hermanas ejerciendo su caritativo Instituto para con los pobres enfermos, que se han doblado en número después de la llegada de las Hermanas y se están pidiendo otras más por la Junta, tan satisfecha como el pueblo del buen tratamiento que se da a los pobres. En junio del mismo año se establecieron otras Hermanas bajo la conducta de Sor Vicenta Urbelz en el Hospital de Vitoria, que va mejorando cada día y actualmente las Hermanas, a más de asistir a la familia, reparten el alimento, en este tiempo tan riguroso, a los pobres jornaleros de la misma Ciudad.

A principios de julio Sor Sebastiana Barasoain con otras cuatro Hermanas tomó posesión en Burgos del Colegio de Huérfanas llamado de Saldaña, donde, a más de las pobres, se educan muchas señoritas pensionistas tanto de la Ciudad como de otros puntos. Por la bondad de Dios va prosperando esta fundación y esperamos, que en breve extenderá la enseñanza en una escuela gratuita que se abrirá para las niñas pobres.

A fines del mismo mes salió de este Noviciado otra colonia de seis Hermanas con su Superiora Sor Francisca Sadaba para la ciudad de Albacete para encargarse de la Casa de Expósitos.

Hemos tenido el consuelo de visitarla hace poco y la hemos visto en el estado más brillante que se puede desear; gracias al celo y laboriosidad de las Hermanas y de la eficaz cooperación de todas las Autoridades de aquella Provincia.

No bien estaba arraigada esta fundación, cuando salió otra bajo la conducta de Sor Juliana Mestres para encargarse de la asistencia del Hospicio de Huérfanos y Huérfanas de la Ciudad de Barcelona, la que esperamos en Dios ocasionará otras más fundaciones en la misma Ciudad.

En 22 de noviembre salió de esta Corte otra Colonia para la Ciudad de la Habana en la Isla de Cuba, capitaneada por Sor Casimira Irazoqui y bajo la dirección de los misioneros; fue admirable la alegría con que todas emprendieron un viaje de dos mil leguas por mar; y esperamos que, al recibo de ésta, habrán llegado a su destino que es de la Casa de Beneficencia. Os daremos a su tiempo el detalle de su viaje.

En 17 de diciembre salieron de aquí para la Ciudad de Almería seis Hermanas bajo la conducta de Sor Teresa Martínez, que hace la séptima, para encargarse del Hospital y Cuna reunidos de aquella Ciudad. Omitimos haceros la relación de los infinitos trabajos que sufrieron en el camino y los prodigios que Dios obró para hacerlas llegar buenas, sanas y contentas al término de su viaje. Los periódicos de la Corte se han ocupado de esto v haremos que llegue a vuestro conocimiento, para que os aficionéis a vuestra santa vocación y deis gracias a Dios, que tan bondadoso se ostenta con las pobres Hijas de la Caridad.

Pero no basta dar una acción de gracias de boca; mucho más exige de vosotras. Dios nuestro Señor exige vuestro corazón todo entero; pide un celo por vuestra propia santifica­ción, que os haga dignas de ser los instrumentos de que se valga la divina Providencia para dilatar el Reino de Jesucristo, no sólo por la predicación de la fe, enseñando sus misterios a los que no los saben, sino principalmente con el ejercicio de la Caridad y obras de misericordia corporales y espirituales, en especial a favor de los pobres, miembros los más desgraciados de la sociedad.

Esta sublime misión os ha dado Dios sin haberla vosotras merecido, pero no os basta estar ciertas de haber sido llamadas; se necesita más, a saber, que con vuestras buenas obras hagáis cierta vuestra elección para la vida eterna. Lo seréis sin duda si sois esposas fieles de Jesús y copia exacta de este divino original de todas las virtudes. Y ¿cómo lograréis esto? Siendo fieles a las promesas que por vosotras hicieron los padrinos al presentaros para recibir el santo bautismo y las que vosotras mismas habéis hecho al pie de los altares, al pronunciar los Santos Votos. Cumpliréis aquéllas con observar los preceptos evangélicos, y éstos con la observancia de las Santas Reglas.

Si esto os falta, Hermanas carísimas, perderíais el puesto distinguido que ocupáis en la Iglesia de Jesucristo, seríais una sal infatuada y sólo apta para ser pisada de todas las clases de la sociedad humana. El Señor retiraría de vuestras cabezas la diadema real con que quería coronaros, os repudiaría como esposas adúlteras y llamaría a otras Congregaciones sacadas del tesoro de la Providencia, para que logren la palma que vosotras habíais despreciado.

Confiamos, Hermanas carísimas, que después de tantos sacrificios como habéis hecho, no querréis incurrir en tan funestas desgracias sino que viéndoos tan beneficiadas del Dios y del mundo que mira con asombro vuestras obras y sacrificios, procuréis renovar vuestro fervor en el año nuevo que comenzamos y en los que sigan después hasta el último aliento de vuestra vida».

Pone a continuación los siguientes avisos: «1º Sobre la libertad de escribir a los Superiores, pues hemos observado con dolor que algunas nos han escrito con mucho temor de que llegasen a saber sus Hermanas Sirvientes que nos escribían». 2º La repetición de oración dos veces por semana. 3º Hemos sabido con dolor que en varias casas es muy frecuente el dar a las Hermanas chocolate por las tardes o meriendas, en especial los domingos y fiestas. Este es un abuso introducido ya por la sensualidad de algunas Hermanas, ya también por la culpable condescendencia de la Hermanas Sirvientes. Que se dé en algunas solemnidades principales lo toleramos, pero prohibimos estrechamente y cargamos en esto la conciencia de las Superioras que se haga con frecuencia; salvo siempre el caso de un trabajo extraordinario que a veces suele ocurrir. Se exceptúan las Hermanas enfermizas que, en la comida o cena, no pueden comer lo suficiente para alimentarse. 4º Sobre poner en la mesa los platos servidos. 5º Encargamos a las Hermanas Sirvientes un cuidado especial en formar el espíritu y corazones de las Hermanas novicias… Les encargamos asimismo un examen delicado de las pretendientes. No admitan a ninguna a quien falten las cualidades personales señaladas en la lista impresa… 6º Tomando tan grande incremento vuestra Congregación, necesita de Hermanas que estén corrientes en escribir y contar para poder llevar los libros de contabilidad en los Establecimientos que se las confía; por tanto encargamos a todas las que tengan disposición y talento pongan un gran celo para habilitarse, como que de aquí, en gran parte, depende el honor de la Congregación y el bien de los pobres. Mandamos a las Hermanas que estén instruidas en estos ramos, que se presten de buena voluntad a instruir a sus compañeras, y a las Hermanas Sirvientes que procuren que las Hermanas jóvenes, sean profesas o novicias, después de cumplir las obligaciones más precisas, empleen algún tanto en ese estudio. 7º Sobre el modo de hacer la Caridad espiritual en las conferencias de culpas. 8º Sobre la Caridad entre las Comunidades distintas, de una misma población. 9º Para que en cuanto sea posible se observe la uniformidad tan recomendada por la Santa Regla y por las Circulares de los Superiores Generales, no sólo en las prácticas espirituales, sino también en el hábito exterior, como os está rigurosamente mandado por vuestra Superiora General, debéis cuidar con energía las Hermanas Sirvientes que los hábitos, tocas y colletes se acomoden a las medidas que incluímos y son las mismas que envió la Superiora General por conducto de Sor Agustina Inza y Sor Teresa Martínez. (El hilo es la medida del hábito, el papelito la del contorno de tocas y colletes): Las Hermanas Sirvientes quedan obligadas a procurar el cumplimiento de esta ordenanza, no permitiendo en manera alguna que se hagan de nuevo las citadas piezas de ropa sino según el modelo dicho y aun reformando la hecha; de otra suerte serán responsables delante de Dios y de los legítimos Superiores de los males que resulten en esta medida. Toda vanidad y ganas de contentar al amor propio y de agradar al mundo en los hábitos, en el calzado, en pañuelos ricos de mano, en personas religiosas, es una ridiculez que las hace despreciables a los ojos mismos de los mundanos y mucho más a los de Dios y de las personas santas.

Desechad, Hermanas carísimas, en vuestros usos y prácticas todo lo que huele a mundo. Seguid la sencillez y pobreza de las primeras Hijas de la Caridad, que tanto elogiaba nuestro santo Padre; procurad en todo, llenaros del espíritu de vuestro Santo Instituto para corresponder a los imponderables beneficios que os ha dispensado y sigue dispensándoos Dios nuestro Señor; de esta suerte, al paso que santificaréis vuestras almas, contribuiréis en gran manera a la manifestación de la gloria de Dios, al decoro de su santa Iglesia, al bien corporal y espiritual de los pobres y al honor de vuestra Congregación. Confiados en vuestra docilidad, no dudamos recibiréis bien y pondréis en práctica los avisos que os hemos dado y que de este modo corresponde­réis al paternal afecto que os profesa en el Señor vuestro seguro servidor y capellán, que ruega a Dios os guarde muchos años. Buenaventura Codina.

Nota. Las Hermanas difuntas de fuera de España, por quienes deben aplicarse los sufragios acostumbrados, son 68.

Otra nota. No permitan jamás las Hermanas sirvientes que viaje sola una Hermana o Postulanta, a no ser que vaya bajo la custodia de una persona virtuosa y de toda confianza, pues algunas que lo han hecho de un tiempo a esta parte, han sufrido insultos graves, que han ocasionado grande detrimento en su salud; sin contar con los inminentes peligros del alma, de las cuales las ha librado Dios por su misericordia infinita.

Otra Nota. Rogamos a las que están ejerciendo el oficio de Hermanas Sirvientes, sin tener patente, nos avisen cuanto antes para procurársela a la brevedad posible».

Juntamente con la intensa formación espiritual requerida por el número grande de novicias necesarias para atender a tantas fundaciones como de todas partes se pedían, la gran preocupación del P. Codina y del Consejo central de las Hermanas era el edificio material del Noviciado, cada día más insuficiente para aquella Comunidad siempre en auge. Fracasadas las reiteradas tentativas de conseguir edificio más adecuado y como la adquisición

de la Huerta de Jesús, futuro Noviciado, era sólo una esperanza por lo cuantioso de la obra en proyecto y falta de fondos, se decidió el Consejo a emprender, en mayo de 1846, algunas importantes mejoras en aquella vieja casa de la calle de San Agustín.

Ya dijimos cómo, pasada la guerra de la Independencia y deseando el Ilmo. Sr. Cebrián, Patriarca de las Indias, dar nuevo impulso al Instituto de las Hijas de la Caridad, y autorizado por Real orden de 9 de diciembre de 1815, compró unas casas sitas en la calle de S. Agustín, nº l1 y 12 antiguos y 30 moderno, manzana 232, con fachadas a la antigua de Francos, hoy Cervantes y de Cantarranas, hoy Lope de Vega, que pertenecían a D. Tomás Alejandro de Lezo, Marqués de la Villa de Ovieco, quien hizo escritura a favor del Sr. Patriarca, como Prelado superior entonces, y representante del Real Noviciado, en 23 de diciembre de 1815.

Tenía el edificio un área de 24.748 pies y se tasó en 571.762 reales. Pero la casa se vendía en ocurrencia de acreedores contra el citado Marqués, resultando que, descontados derechos reales, alumbrado y capitales censuales, el líquido desembolsable se reducía a solos 66.932 reales.

Esta casa Noviciado cumplió sus fines. Allí se formaron cientos de Hermanas. La austeridad y la pobreza cuadraban bien con su destino futuro de cuidar a los pobres de aquellos Hospitales y Beneficencias, entonces, tan mal acondicionados. Pero la rápida expansión del Instituto en España y el consiguiente aumento de novicias bien pronto hizo ver que no era posible seguir en un local del que decía ya, en 1830, Sor Rosa Grau en su exposición al Gobierno, que contenía tres veces más personal del debido, sin patios ni azoteas ni desahogo alguno. La cocina y refectorio estaban en sótanos insalubres; y para dormitorios se habían tenido que ir acomodando unos malos desvanes. La sala de labor era reducidísima. De ahí el empeño de los Visitadores y Visitadoras en conseguir del Gobierno otra casa en condiciones.

Además la casa aquella de S. Agustín se adquirió con un censo de 14.190 reales, que no pudieron redimir las Hermanas. Después de treinta años debían más de cien mil reales en censos atrasados. Añádase, que desde hacía diez años se venía sosteniendo un pleito con un D. Nicolás Mellado, empeñado en cobrarles 170.000 reales, que decía haberle prestado su padre al Marqués de Ovieco en 1791; siendo lo peor que en la 1ª y 2ª instancia fueron obligadas las Hermanas a pagar, si bien en la 3ª se vieron libres. No poco trabajó en el feliz resultado de este enojoso pleito el P. Mata, uno de los Capellanes entonces del Noviciado, cuya vivienda estaba adjunta, con puerta a la calle Cervantes. Al terminar este pleito comenzaron las obras de desahogo de la casa y duraron año y medio, hasta fines de 1847

De ello daba razón el P. Codina en su Circular litografiada de 15 de agosto de aquel año.

«Así como cuando tengo noticias halagüeñas para vuestra Congregación hallo consuelo en comunicároslas, así también se alivia mi corazón cuando os hago participantes de las penas que le afligen. No es pequeña la que me resulta de ver el estado de penuria en que al presente se halla vuestra casa central o Noviciado. Habiéndose aumentado considera­blemente el número de novicias, ya como sabéis tenían una escasa sala de labor y los dormitorios indecentes y en los desvanes de la casa; fue necesario agrandar el edificio y hacer nuevos dormitorios, en donde colocar tanta juventud y una sala de labor capaz, donde se las pudiese dar con comodidad toda la instrucción necesaria.

No menos necesario era sacar la cocina y refectorio de los sótanos que miran a la calle, por insalubres y porque podían dar ocasión a mil peligros. Han cesado estos inconvenientes con la nueva cocina y nuevo refectorio, que se han hecho en el interior de la casa con toda la capacidad y luces necesarias. Va a concluirse en este mes toda la obra y también a agotarse todo el depósito, que con la práctica de la más rigurosa economía se había juntado. No bajará de 160.000 reales el importe total de la obra.

Si no hubiese otras obligaciones que cumplir no nos veríamos en los apuros en que nos hallamos. Con la corta pensión que da el Gobierno nacional y los subsidios ordinarios, que envían las casas particulares, iríamos sosteniendo esta numerosa Comunidad, compuesta de unas ochenta personas, entre profesas, la mayor parte enfermas o enclenques, novicias y dependientes.

Pero para hacer más aflictiva la situación de esta casa Central, ha sobrevenido una nueva tribulación. No habiéndose podido pagar por muchos años el censo de 14.000 reales que debe esta casa anualmente, por no haber pagado la Nación las pensiones señaladas, los dueños del censo exigen a toda prisa los atrasos, que ascienden a ciento un mil y pico reales. Y ¿cómo pagar esa enorme cantidad hallándose agotados los fondos de la casa? Esto no es posible si las Comunidades particulares no hacen un esfuerzo extraordinario para venir en socorro de la principal.

Esto me obliga, Hermanas carísimas, a dirigiros la presente Circular. Os exhorto, pues, a que en conformidad a lo que prescribe la Regla de las Hermanas Sirvientes y explica el libro de las Instrucciones y recomienda el Santo Padre en las Conferencias, a enviar a esta necesitada casa, no sólo los subsidios ordinarios, si ya no los hubieséis enviado, sino también los depósitos de ahorros, exceptuando sólo lo necesario para el socorro de vuestras necesidades.

A las casas particulares, como que tienen asegurados los alimentos y vestuario, nada les puede faltar. Pero al Noviciado, que subsiste por su cuenta, le faltaría aún lo más preciso si no viniesen en su ayuda las comunidades particulares. Estas subsisten por el Noviciado, que las provee de Hermanas y el Noviciado subsiste por el socorro de aquéllas. Tengo demasiado conocida vuestra generosidad y vuestro amor a la Congregación para no estar seguro de que prestaréis gratos oídos a este exhorto que os dirijo y que haréis un esfuerzo extraordinario en estas circunstancias apuradas en que nos hallamos, como lo han hecho ya algunas casas de dentro y fuera de Madrid.

El Santo Padre os lo pide y en su nombre vuestro Director, que se precia de ser en unión de los Sagrados Corazones de Jesús y de María Inmaculada, mis carísimas Hermanas, vuestro siervo y Capellán.

Buenaventura Codina».

En aquel mismo año se verificó el cambio de la Visitadora. Después de la muerte de Sor Rosa Grau, en 1837, el peso de la Casa Central había recaído sobre Sor Isabel Gormaz, una de las Hermanas más antiguas y respetables. Era natural de Paracuellos de Zaragoza, donde nació en 29 de julio de 1774 y fue admitida en la Congregación en 29 de octubre de 1801, en la Casa de Barbastro. Estuvo en Mujeres Incurables de Madrid y, al formarse el Consejo de la Provincia en 1830, fue nombrada Ecónoma de la Casa Central, en la que murió a 23 de mayo de 1844. Como Superiora de las Hermanas elevó algunos memoriales al Gobierno en favor de la Comunidad, cuando el huracán revolucionario, muerta Sor Rosa y desterrado el P. Codina, amenazaba destruir el Seminario.

Suerte suya fue tener por sostén y consejero en aquellos días de tribulación al santo Padre Borja, que ejercía el cargo de Superior de las Hermanas. Compañera suya fue también muy benemérita en aquellos años la santa Directora del Seminario, Sor María Presentación Peñasco. Era natural de Madrid, donde nació en 5 de mayo de 1791.

Entró en el Noviciado en 27 de noviembre de 1816 y fue destinada en 1819 a la fundación de Segovia. Ya en 1836 desempeñaba el cargo de Maestra de Novicias, en el que perseveró hasta su muerte, acaecida en 29 de diciembre de 1845. Basta leer exposiciones a la Reina Gobernadora en favor de la Casa Noviciado para ver su  valentía y solicitud por las Hermanas y su amor a la Congregación.

Cuando en 1841 el P. Roca, de acuerdo con el P. General Sr. Nozo, restableció el Consejo de la Provincia, fue nombrada Visitadora Sor María Vicente Molner, Hermana meritísima que bien merece un capítulo aparte en esta historia.

Nació en Reus en 17 de abril de 1780. Su padre la crió con mucha delicadeza y regalo, pero llamada por Dios a ser Hija de S. Vicente, abandonó en l801 la casa de su padre y sus numerosos hermanos y se fue al santo hospital, donde postuló y fue admitida al santo hábito

el 21 de marzo de 1802.

El viejo libro del personal titulado «Registro secreto de las Hijas de la Caridad que comprende las que existen desde primeros de octubre de 1830 en adelante», da de ella el siguiente testimonio: «Esta Hermana, aunque criada con bastantes conveniencias y delicadeza, fue muy fervorosa especialmente en el ejercicio de la caridad para con los pobres. Apenas había hecho su profesión, cuando practicó el siguiente acto. En el año 1805, siendo Superiora de Reus la Señora Sor Clara Colomer y habitando en una casa perteneciente al Hospital y muy vecina a él una familia muy pobre que vivía mendigando, por ser ciego el padre, fue avisada la Superiora por una hija del mismo ciego, que la mujer de éste acababa de expirar de necesidad repentinamente. Al oir esta triste y fatal noticia exclamó la dicha Superiora, dirigiéndose a la Hermana Sor María Vicenta: «vamos allá, que puede ser que todavía no esté muerta y aún pueda recibir los santos sacramentos». Efectivamente, como la casa estaba tan inmediata, fueron volando las dos Hermanas y, aunque les costó mucho trabajo el subir la escalera que estaba muy mala y no dejaban de temer el hundirse, por estar el piso de la casa hecho una criba por los muchos agujeros que tenía, aunque cerrados con pedazos de tablas, se acercaron como pudieron al rincón, en que estaba la pobre moribunda sobre un poco de paja y cubierta de andrajos, repararon felizmente que todavía vivía. Después de muy pocas reflexiones, animada la dicha Sor Vicenta del espíritu de caridad y deseo de socorrer a aquella pobre, la tomó en brazos y cargándola como pudo sobre sus espaldas, la llevó en pocos momentos al Hospital y echándola desde luego en una de sus camas, la suministró un poco de cordial, revivió la enferma y cobró el aliento. Poco después, tratando la misma Hermana de suministrarle otros alivios, notó que tenía el cuerpo hecho como una escama de inmundicia; la lavó con agua caliente y jabón y con esta diligencia descubrió que todo el cuerpo de la enferma estaba cubierto de sarna, la que antes no se veía, por cubrirla enteramente la inmundicia. Encargóse la caritativa Hermana de la curación de dicha enferma, suministrándole todos los remedios proporcionados a sus males, y con sus diligencias y asistencia tuvo la satisfacción de verla enteramente curada de la sarna y demás males que la acompañaban; de manera que, después de una larga estancia, salió la pobre enferma del Hospital buena y sana y dando muchas gracias al Señor y a la susodicha Hermana, por la grande caridad que había usado con ella.

Permaneciendo todavía en Reus la misma Hermana, por noviembre de 1813 entró en el Hospital de aquella Villa, en el 17 del mismo mes y año, un coronel español llamado Gaya con una porción de gente armada, pero sin uniforme ni disciplina militar.

Algunos de ellos subieron a las salas del Hospital con sus armas cargadas y habiendo tenido noticia de que había algunos enfermos franceses, preguntaron en qué camas estaban y habiéndole señalado algunas, uno de aquellos españoles, natural de Villanueva de Sitges apuntó su arma para disparar contra uno de dichos franceses. Hallábase cerca de él la citada Hermana y observando la acción, se abalanzó contra el español armado y arrebatósela de las manos y libró de la muerte a aquel desgraciado francés y quiso Dios que en todo esto ninguna desgracia ocurriese, bien que para apaciguar a los españoles se les dieron los vestuarios y armas de los franceses.

Otro rasgo de valor varonil conocemos de Sor Vicenta Molner, durante la guerra de la Independencia. No solamente ha quedado consignado en nuestros archivos, sino que además anda impreso en los Anales de Reus. Oigamos el relato de D. Francisco Gras en su Historia de la Ciudad de Reus.

«Una tarde del mes de setiembre de 1808 una turba salida de una taberna de la calle de San Pancracio, sin que las autoridades pudieran evitarlo, a los gritos de «mueran los franceses», subieron a las Casas Consistoriales, arrojaron a la plaza el retrato de Godoy, en medio de una infernal gritería; violentaron también las puertas de los Señores Bofarull y Miró y de otras distinguidas familias y se dirigieron al Hospital a dar muerte a siete soldados franceses que en él curaban sus heridas, procedentes del primer sitio de Zaragoza y entre ellos M.F. joven de 22 años que recibió cuatro balazos en el asalto de la mencionada Ciudad, mandando como jefe la segunda compañía de Granaderos del batallón 114 a las órdenes del Mariscal Suchet.

Llegan los amotinados al piadoso asilo, derriban las puertas entre amenazas e imprecaciones, apuntan las pistolas y escopetas a los indefensos heridos, que lanzan un grito de terror; la Superiora y religiosas pierden el sentido, se esconden los enfermeros y nuestra bella y joven paisana Sor Vicenta Molner y Sagimon, hija de un platero con tienda abierta en la calle de la Concepción, hermosa, sublime, majestuosa, despreciando su vida se arroja sobre las armas exclamando:»disparad las escopetas, matad a esos infelices enfermos heridos y extranjeros, pero yo moriré antes que vosotros os deshonréis con tan cobarde asesinato. No me intimidan vuestros gritos y vuestras armas; os presento mi corazón. Haced fuego, miserables».

Todos retrocedieron del crimen que iban a cometer y atravesando después las calles al grito de «mueran los matacristos» que era el nombre que daban a los franceses en el campo de Tarragona, fueron al domicilio de un pobre zapatero francés, que fue arrojado a la calle desde el desván en que se había escondido.

De vuelta a su país el joven capitán M.F. retiróse a la pequeña Ciudad de L. en los Vosgos y decoró el salón de su casa con un magnífico cuadro al óleo de grandes dimensiones representando el asalto del Hospital y escribiendo al pie de él: «A la memoria de Sor Vicenta Molner y Sagimon, de la orden de S. Vicente de Paúl, natural de Reus y hoy Superiora del Convento de Pamplona».

Completa el anterior relato el libro de «Hijos Ilustres de Reus» con estas palabras: «Con qué veneración aquel valeroso militar, en su ancianidad mostraba aquel cuadro a los amigos, expresándose con estas elocuentes frases que copio de la Ilustración francesa de 2 de noviembre de 1861. «Aquella joven celestial fue mi amparo y salvación y si mis deseos y anhelos llegan a cumplirse su nombre será inmortal ¡Ay! si ella supiera que un olvidado viejo, hace cincuenta años bendice su nombre a todas horas y que la nieve de mis canas, lejos de apagar el fuego del sentimiento de la gratitud, lo anima más cada día y con mayor intensidad. ¡Ay!, si ella supiera el cariño que la profeso moriría feliz. Es lo único que ambiciono en este mundo. Diera gustoso la mitad de mi fortuna por poderla comunicar que nunca lo he olvidado.

Cuando así se expresaba el noble militar Sor Vicenta ya no existía pues había muerto el año anterior en 9 de agosto, en el noviciado de las Hijas de la Caridad establecido en Madrid. Fue superiora de Pamplona. En tanta estimación la tenían y continúan teniéndola sus Hermanas en religión que colocaron su retrato en la testera de salón de Juntas de aquel importante Noviciado.

A la belleza de su rostro, dice el citado libro, unía un alma dotada de gran valor, de clara inteligencia y de altas prendas morales. Su padre José Molner, platero con tienda abierta en la calle de la Concepción, casado con Antonia Sagimon tuvo muchos hijos y el que más nombre le ha dado fue esa venerable Hija de la Caridad. Siendo muy niña, salió sigilosamente de su casa y se fue al Hospital consagrándose a Dios y a los enfermos.

En el libro del personal de Reus leemos: «fue Superiora de la Misericordia de Pamplona y del Colegio de Sangüesa. Fue la primera Visitadora de España muy apreciada de Fernando VII y de la Reina Amalia. Era arrogante. En el noviciado está su retrato». Hacia 1822 fue nombrada Sor Vicenta Superiora de la Misericordia de Pamplona, de donde pasó a ponerse al frente del Hospital General de Madrid, siendo a la vez Consejera de la Visitadora.

En 6 de enero recibía el P. Codina una orden tajante de la «Dirección de los Reales Hospitales de Madrid» ordenando retirar de la casa las seis principales Hermanas de la Comunidad, que estaban al frente de los departamentos y la primera Sor Vicenta Molner, la cual fue destinada de superiora al Colegio de Sangüesa. En 1841 volvió a Madrid, después de haber visitado los Hospitales del Norte, en Vascongadas y Navarra y fue nombrada Superiora del Noviciado y Visitadora de toda la Congregación, en España. Una nota del libro del personal nos dice que en lº de septiembre de 1844 «quedó confirmada en el oficio de Superiora de la casa del Noviciado Sor Vicenta Molner y constituída de hecho Visitadora de la Provincia de España y, como tal, reconocida, no sólo por todas las Hijas de la Caridad de estos Reinos, sino también del Visitador y hasta de la Superiora Principal de todo el Instituto y del mismo Superior General de las dos Congregaciones, bien que ni se pidió la patente de Visitadora ni pensaron los Superiores de París en enviarla».

Fue entonces nombrada Asistenta, Sor Valentina Culla; primera Directora del Seminario, Sor María Peñasco; segunda, Sor Teresa Martínez y tercera, Sor Asunción Azcona.

En 13 de noviembre de 1845 el P. Codina escribía al P. General: «La Visitadora sufre hace tiempo dolores reumáticos, que le impiden, a veces, levantarse a las cuatro; por esta causa ha ido con una Hermana a las aguas termales de Cataluña. Esperamos mejore su salud. Si ha habido en ella alguna singularidad en hábitos o en algunos pequeños muebles, todo ha desaparecido hace tiempo. Por lo demás, ama mucho la Congregación y por defenderla en tiempos de borrasca ha padecido mucho. En su juventud tenía el carácter muy severo, pero le aseguro a V. que ninguna Comunidad ha dado mayor número de Hermanas dotadas de espíritu más recto y más amante de su vocación que ella, siendo Superiora de Pamplona; de aquí que ahora sus hijas sean las principales columnas de la Congregación. Ahora su carácter es dulce y casi desconocido. Tenemos en la Casa Madre muchas Hermanas antiguas, ciegas, enfermas, que han hecho sufrir mucho a las casas donde han vivido; para contenerlas es menester firmeza y esa firmeza las incomoda y frecuentemente las descontenta, pero su descontento nace principalmente de sus enfermedades y de su carácter melancólico, más que de la dureza de la Visitadora. Otro trato más débil todo lo desordenaría. Yo no dejo de avisarla frecuentemente y ella escucha y sigue mis consejos. Con ocasión de su viaje a Cataluña la he rogado visite las casas de aquellas provincias y la de Zaragoza. Todas las Hermanas están contentas y todo marcha allí a maravilla. No hay Hermana mas enterada en todos los ministerios de la Compañía que la actual Visitadora. Tiene sus defectos, pero es dócil y se deja gobernar».

El Consejo de la Provincia se componía entonces del P. Codina, Sor Vicenta Molner, Sor Valentina Culla, Sor Francisca Ustarroz y Sor María Landarte.

14.- Habiendo cesado de su oficio de Visitadora Sor Vicenta Molner, quedó en la Casa Noviciado donde vivió en una vejez tranquila hasta su muerte acaecida en 9 de agosto de 1860. Sus restos descansan en el Panteón de la Iglesia antigua del Noviciado de Jesús, nicho n° 5. Al cesar en su cargo de Visitadora Sor Vicenta Molner, fue nombrada para sucederle Sor Valentina Culla.

En el antiguo libro del personal leemos: ‘Estando para concluir este primer trienio, el Consejo de la Casa Central de Madrid, siguiendo las instrucciones dadas en la deliberación de la casa principal de París, sobre el gobierno de las Hijas de la Caridad de la Provincia de España los miembros de este Consejo con su presidente presentaron separadamente al Superior General una terna de las que creyeron aptas para desempeñar el cargo de Superiora de esta casa central y de Visitadora de toda la Provincia de España. La elección de París recayó sobre la Señora Sor Valentina Culla y en su virtud, el Rvdo. Sr. Superior General expidió a favor de la misma la patente que fielmente copiada dice así: «Nos D. Juan Bautista Etienne, Superior General de la Congregación de la Misión y de la Compañía de las Hijas de la Caridad, a nuestra muy amada en Jesucristo, Sor Valentina Culla, hija de la expresada Compañía, salud en nuestro Señor.

La casa Central de las Hijas de la Caridad de Madrid, en España, tiene al presente necesidad de que Nos nombremos alguna, que se encargue de su dirección particular y que llene al mismo tiempo, las funciones de Visitadora en los establecimientos de aquel Reino y de los de Méjico. Nos, bien informados de vuestra caridad, buena conducta, fidelidad a las Santas Reglas y piadosos usos establecidos por S. Vicente y de vuestra experiencia en el servicio de los enfermos, os nombramos y establecemos en virtud de estas letras patentes, Visitadora de las Hijas de la Caridad en España, a fin de que ejerzáis las funciones de Hermana sirviente y Visitadora, según el orden establecido en vuestra Compañía y bajo la dirección y obediencia del Sr. Codina, a quien tenemos nombrado Director de vuestra Compañía.

Por tanto recomendamos y ordenamos a todas las Hermanas residentes en dichos establecimientos que os obedezcan en nuestro Señor y que vivan bajo vuestra dirección en observancia de las Santas Reglas.

Y para que conste damos estas letras patentes, firmadas de nuestra mano y selladas de nuestro sello ordinario.

París 31 de agosto de 1847.

Etienne».

Esta patente fue leída delante de toda la Comunidad reunida en el oratorio de la casa, con presencia también de las Superioras y otras Hermanas de todas las casas de la Corte y en seguida fue entregada a la nueva Visitadora, el día 8 de setiembre de 1847, fiesta del nacimiento de Nuestra Señora, según se le había prevenido de París al Rdo. Sr. Director.

Acto continuo comenzó la nueva Visitadora su oficio y quedó concluido pacíficamente este importante negocio.

En 24 del mismo mes dirigía el P. Codina una Circular a las Hermanas participándoles el nuevo nombramiento.

«Dos son, dice, los objetos de la presente Circular que tengo el honor de dirigiros. El 1º daros las más expresivas gracias por la prontitud con que habéis venido en ayuda de vuestra Casa Central de esta Corte, que, agobiada por gastos crecidísimos y deudas de mucha consideración, ocasionados por la falta de pagos de la pensión que debe abonarla el Tesoro Nacional, estaba a punto de cerrarse. La mayor parte de las Comunidades particulares han socorrido ya a este Noviciado, según sus fuerzas y algunas sobre ellas. Nuestro Señor os recompense esta caridad y mantenga en todas el espíritu de unión para que vaya adelante esta admirable obra de S. Vicente de Paul, nuestro Santo Padre.

Sí, Hermanas carísimas, ella prosperará más y más de día en día a proporción que sea más estrecha la unión y concordia de todos los miembros que la componen con su cabeza. Con la concordia crecen las cosas más pequeñas, al paso que con la desunión las más grandes vienen al suelo. El segundo objeto es anunciaros el fin del trienio de la primera Visitadora de esta Provincia de España, la Señora Sor María Vicenta Molner, y el principio del 2º trienio, en el que por disposición de nuestro honorabilísimo Padre el Sr. Superior General, de acuerdo con el Consejo de la Casa Matriz de París, tendrá vuestra Congregación de España e Indias por Superiora del Noviciado principal y Visitadora de todas las casas, a la Señora Sor Valentina Culla, siempre bajo las órdenes del Director, como representante del Señor Superior General de ambas Congregaciones. Desde que vuestra Congregación en España ha sido erigida formalmente en Francia por el Consejo principal de París y bajo su dependencia, esto es, de tres años a esta parte, nuestro Señor la ha bendecido visiblemente. Siete solas novicias contaba en septiembre de 1844. Desde entonces han entrado 477 y muy rara ha sido la que haya vuelto atrás de su buen propósito. Se han hecho 16 nuevas fundaciones y todavía se halla el Noviciado en disposición de emprender algunas más. Este grande aumento, después de Dios, autor principal de todo bien, se debe al acertado tino de la pasada Visitadora, auxiliada de las luces de su Consejo, presidido por el Director. Sin embargo, es preciso confesar y lo confieso con mucho gusto, Hermanas carísimas, que todas las providencias emanadas del Consejo hubieran sido ineficaces si vosotras por vuestra parte no hubieseis cooperado con la más perfecta docilidad y obediencia. Os debemos de justicia este honorífico testimonio.

Perseverad, Hermanas mías carísimas en esta santa disposición. Respetad, amad y obedeced a la nueva Visitadora la Señora Sor Valentina Culla, como lo habéis hecho a su digna predecesora; encomendad a Dios a ambas, a las dos con un modo particular; estad firmes en la más exacta observancia de los santos votos y Reglas. Amad a Dios sobre todas las cosas; amaos unas a otras con una verdadera y cordial caridad fraterna; amad finalmente a los pobres, vuestros verdaderos señores, y el Díos de Caridad prosperará vuestra Congregación y la Madre Inmaculada del Amor hermoso se gloriará de dispensaros su poderosa protección.

Así lo espera vuestro Director, que en unión de vuestras oraciones se precia de ser vuestro siervo y capellán.

= Buenaventura Codina».

Otra de las Hermanas más influyentes entonces en la Congregación fue Sor Margarita Vasseur y Vasseur, hija de un militar de Guardias Valonas y nacida en Barcelona el 18 de enero de 1785. Entró en la Congregación el 4 de enero de 1803 y fue de las que inauguraron el Noviciado de Madrid. Tomó el santo hábito el 29 de mayo del mismo año. Los veinte primeros años de su vocación los pasó en la casa Noviciado, hasta que, el 15 de septiembre de 1828, salió para la fundación de Los Arcos de Navarra. Dos años después fue nombrada Superiora de Mujeres Incurables de Madrid.

En el libro del personal de esa Casa anota ella misma lo siguiente: «Viva Jesús = Sor Margarita Vasseur vino a este Hospital de Incurables el día 9 de junio de 1830, por mandado del Sr. D. Fortunato Feu, Director General de las Hijas de la Caridad de España, en clase de visitadora, hasta el día 2 de Julio que se le entregó la patente de Superiora del referido establecimiento. De edad, 45 años, 27 de hábito.

En el año 1837, por varias desavenencias que ocurrieron entre la Junta de Señoras y varias quejas contra mí, culpándome si tenía o no varios efectos guardados de los exclaustrados, sin conocimiento de la Junta de Señoras, fui ignominiosamente echada de este establecimiento con tres Hermanas más. Estas fueron llevadas en el acto a la Inclusa por mandado del Sr. Director General de las Hijas de la Caridad en España, D. Buenaventura Codina, el que dispuso que yo me retirase al Noviciado, y, en mi lugar, puso de superiora interina a Sor Rita Casals y reemplazó con otras tres el vacío de las que salían, que fue a tres de mayo de 1837.

A 9 de noviembre del mismo, volví por orden de la Junta de Beneficencia con las tres Hermanas que conmigo salieron, por haberse penetrado la dicha Junta, que todo fue una calumnia, en que debían hacerlo así, como consta de los oficios remitidos al referido Director General, y se retiraron las cuatro Hermanas suplentes. El día 13 de enero de 1846 salí de este establecimiento para Toledo, en clase de retiro y como jubilada, por haberlo pedido yo misma al M. R. Sr. Director de las Hijas de la Caridad».

Formó parte del Consejo Central, iniciado por primera vez en 1830. Como recuerdo de Sor Margarita en Mujeres Incurables, nos hablan los inventarios, de la preciosa Sagrada Familia, con su urna de cristal, que ella compró en 16 de julio de 1845, en 1300 reales, a Dña. Josefa Carretero. En 1849 volvió a los Arcos; en 1852 fue a la Misericordia de San Sebastián y, finalmente en 1853 al Noviciado, donde murió en 30 de abril de 1863, a los 78 años de edad y sesenta de vocación.

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