La obediencia

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Author: José Ignacio Fernández Hermoso de Mendoza, C.M. .
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La obediencia de los misioneros tiene como fin «honrar la obediencia que nuestro Señor Jesucristo nos enseñó de palabra y de obra» (RC V,1).

Vivimos en un contexto nuevo

Lo referente a la relación superior-súbdito y a la obediencia en cuanto tal, debido a las mutaciones culturales, sociales y teológicas, ha experimentado cambios profundos lo mismo en la comprensión que en la práctica de la obediencia. La obediencia es hoy una realidad más amplia y complicada que en tiempos pasados. Afecta a los individuos particulares y a las comunidades en cuanto tales. Por otra parte, no son pocos los nuevos ingredientes que han entrado a formar parte de esta materia.

En tiempos de San Vicente se apreciaba en sumo grado lo tradicional y lo acostumbrado, el consejo del anciano y la sacralidad de la autoridad, el valor de la ley y el orden, la seguridad moral y la uniformidad, los valores objetivos y las mediaciones. Hoy, por el contrario, el aprecio y la estima se concentra en otros valores. Se cotiza muy alto la referencia inmediata a Dios y al mismo tiempo se menosprecian las

( mediaciones. Cuenta con muchos adeptos la conciencia moral subjetiva y al mismo tiempo se rebaja la importancia de la norma. Ha subido muchos puestos en el escalafón el aprecio de la libertad y la dignidad de la persona, mientras que se rechaza todo lo que limita la libertad. La opinión general es favorable hoy a la participación de todos en los asuntos de la comunidad, a la apertura de cauces para el diálogo y a que se cuente con la opinión de cada uno a la hora de tomar decisiones. La obediencia no es tal, se dice, si no parte de la libertad y de la generosidad de la persona. Las mediaciones en buena medida han entrado en crisis. El superior y la norma son considerados como injerencias en la vida personal. Es frecuente la actitud de sospecha ante la autoridad. Se rechaza con fuerte énfasis todo abuso de autoridad pasada o presente, real o aparente, y al mismo tiempo se exige que la autoridad actúe más fraternalmente.

Esta visión de las cosas, compartida por no pocos, ha repercutido en la obediencia de los misioneros vicencianos. La normativa y la vida de la C. M. amparan unas relaciones entre los superiores y los súbditos más fraternas. Se valora en gran medida el concepto y la práctica de la corresponsabilidad, la colaboración y los carismas personales. Se insiste ahora en el valor de las iniciativas personales, en la creatividad, la responsabilidad de cada uno y el pluralismo. Se rechaza como por instinto cualquier forma autoritaria de gobierno.

Por su parte la reflexión sobre la vida comunitaria ha introducido nuevos ingredientes en las formas de gobierno y en el modo de obedecer. En términos generales las relaciones superior-súbdito son más cercanas y fraternas. Al mismo tiempo se han creado formas de gobierno más participativas, dando lugar a una mayor colaboración, diálogo y ejercicio de la responsabilidad personal.

Las mutaciones referentes a la obediencia también han traído consigo consecuencias negativas. Se ha dado paso a una visión a veces exagerada de la libertad individual. En ocasiones se exhiben toda clase de argumentos para defender los derechos, olvidando el capítulo de las obligaciones. El menosprecio de la norma objetiva ha favorecido una interpretación subjetivista de la obediencia. En ocasiones, debido a una defensa a ultranza de la persona, se ha fomentado el egoismo y el individualismo. A veces la vida comunitaria se ve aquejada por la escasa comunicación entre los misioneros, por la búsqueda de la seguridad e incluso por la aceptación de ministerios al margen de la comunidad. Las personas procedentes de diversas culturas han ofrecido a veces interpretaciones de la obediencia claramente contrapuestas.

Fundamentos de la obediencia

La obediencia encuentra expresiones en campos muy diversos: civil, eclesial o religioso. Aquí nos referimos ante todo a la obediencia de un hijo de la Iglesia, quien a su vez es miembro de la C. M. Se trata de la obediencia vista desde una perspectiva teológica y vicenciana.

El hombre, criatura de Dios, debe aceptar la voluntad de Dios. «La voluntad divina es la regla primera por la que se regulan todas las voluntades racionales» (RC 11,3). Obedecer consistirá en aceptar la voluntad de Dios. La voluntad de Dios ha de ser considerada por el hombre como el criterio fundamental de sus comportamientos. Esa voluntad de Dios se manifiesta de hecho por distintos caminos: por medio de las leyes naturales impresas en la conciencia del ser humano. También a través de medios ocasionales, como pueden ser los acontecimientos, las gracias particulares, el parecer de la comunidad, los pobres y los signos de los tiempos. La voluntad de Dios se manifiesta de modo particular a través de la revelación. Jesucristo fue la culminación de esa revelación de Dios. Por medio de Jesucristo conocemos de manera inequívoca la voluntad de Dios. En consecuencia, para un cristiano obedecer consistirá en asumir y aceptar libremente la voluntad de Dios, manifestada ante todo, no únicamente, en Jesucristo, mediador entre Dios y el hombre, y a través de otras mediaciones de él derivadas: la Iglesia, las leyes, la comunidad, los superiores, etc.

Este principio resulta en sí mismo claro. Las dificultades prácticas aparecen precisamente cuando la voluntad de Dios, a quien no vemos, nos es dada a conocer a través de mediaciones humanas. Las mediaciones para un cristiano y a la vez vicenciano son por lo regular, no únicamente, la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, instituido por el Señor, (mediación eclesial), y la propia comunidad vicenciana, aprobada por la Iglesia (mediación vicenciana). Ahí es donde se encuentran las bases en las que se asienta la obediencia: «Ejerzan los superiores con espíritu de servicio la potestad que han recibido de Dios por ministerio de la Iglesia» (c. 618). «Los religiosos, movidos por el Espíritu Santo, se entregan confiados a los superiores, representantes de Dios» (PC, 14).

Una dificultad puede aparecer cuando surja un conflicto entre lo que manda el superior y la conciencia personal del súbdito. En estos casos no hay obligación de obedecer cuando lo mandado es manifiestamente contrario a la ley de Dios, las Constituciones o implica un mal grave y cierto. En otros casos, en los que la valoración del bien mejor puede variar según las personas, la conciencia personal se ha de atener a las normas objetivas y, si es preciso, debe reformarse. No parece conveniente echar mano con frecuencia de la objeción de conciencia.

La obediencia según san Vicente

San Vicente fue superior de la C. M. desde 1625 hasta 1660. Puso de relieve ciertos aspectos de la obediencia: purifica el orgullo y crea la convergencia en la comunidad: «Si en la Compañía no hay obediencia, será la torre de Babel» (XII, 428/ XI, 690). «En una comunidad no habrá unión si los súbditos no obedecen» (X, 384 /IX, 956). La obediencia facilita la coincidencia entre los misioneros. Por la obediencia, sigue diciendo San Vicente, se conserva y acrecienta el vigor de la Compañía: «Qué será de la Compañía de la misión si permanece siempre obediente al Papa, a los obispos, a los párrocos, a sus superiores….Que Dios le conceda esta gracia» (XII,433 / XI, 694). La obediencia proporciona solidez a la perseverancia de los misioneros, los une en torno a un proyecto común, los torna disponibles para ir a donde sea necesario. La obediencia favorece la evangelización y encierra un evidente sentido apostólico.

Para San Vicente la obediencia consiste en aceptar libremente la voluntad de Dios, manifestada de una manera directa o indirecta. Hablando en particular de la obediencia de los misioneros dirá que consiste en «la disposición de hacer lo que quieran aquellos a los que estamos sometidos» (XI, 429/ XI, 691). Dos elementos entran según San Vicente en la obediencia: la escucha de cuál sea la voluntad de Dios y la aceptación de las mediaciones. A propósito de las mediaciones dirá el Santo Fundador: «obedeceremos fielmente a todos los que tienen autoridad sobre nosotros viendo al Señor en ellos y a ellos en el Señor» (RC V, 1). San Vicente indicó en las Reglas Comunes las mediaciones principales: Romano Pontífice, Obispos, Superior General Visitador y Superiores locales (RC V, 1-2).

Jesucristo obediente

En el Nuevo Testamento son numerosas las alusiones a la obediencia de Jesús. «Cristo se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz» (Fil 2,8); «mi alimento es hacer en todo la voluntad del que me envió» (Jn 4,34). La obediencia de Jesús fue una práctica común a lo largo de su vida. De esa manera expresó su modo de vivir la filiación y la relación con el Padre. Jesús obedeció no sin dificultades en determinados momentos: «se humilló a sí mismo». Su obediencia tuvo un valor redentivo: obedeció hasta «la muerte en cruz» en orden a un plan salvífico de la humanidad. Por la obediencia el Hijo de Dios encarnado se mantuvo en contacto permanente con el Padre a fin de actuar siempre a tenor de su voluntad. San Vicente comenta en múltiples ocasiones lo concerniente a la obediencia de Jesucristo: «no vino al mundo más que para cumplir la voluntad del Padre, y durante toda su vida no hizo otra cosa» ( IX, 560/IX, 468); «nos ha dado ejemplo al venir a la tierra para realizar nuestra redención y aplacar la ira de Dios mediante la obediencia» (IX, 526/IX, 1,492). Según San Vicente la obediencia de Jesús al Padre fue filial, gozosa. LLevó al Hijo de Dios en la tierra a tener idénticos proyectos que el Padre. En todo caso, Jesús obediente es y será siempre el principio y fundamento de la obediencia del misionero vicenciano.

La obediencia del misionero intenta imitar y encarnar en la propia vida de una manera radical la obediencia de Jesucristo: «a ejemplo de Jesucristo que vino a cumplir la voluntad del padre….los religiosos, movidos por el Espíritu Santo, se entregan confiados a los superiores»(PC, 14). El n. 36 de las Constituciones contiene parecidos conceptos: «siguiendo la acción salvífica de Cristo que se hizo obediente hasta la murete y guiados por el Espíritu Santo, obedeceremos gustosamente a la voluntad del Padre que se nos manifiesta de muchas maneras» (C 36). La imitación de Jesucristo es capítulo central en la cristología aplicada según la entiende San Vicente. Los misioneros, imitando a Jesucristo obediente no se equivocan, al contrario insertan la propia vida con seguridad dentro de los planes salvíficos del Padre. Jesucristo es para el misionero el modelo perfecto de obediencia.

Permisos: control o discernimiento

Según San Vicente la relación superior-súbdito, es decir, la dependencia es una vertiente de la obediencia vicenciana. Con frecuencia se ha de contar con la intervención, llámese permiso u orientación, del superior. En la mente de San Vicente bulle la idea del control, con el fin de lograr el orden y la seguridad en la vida comunitaria. A través del permiso el superior ejerce su misión propia. El permiso da al que obedece la seguridad de que el camino emprendido es acertado y al mismo tiempo le es permitido permanecer tranquilo en conciencia.

En la actualidad a propósito de los permisos se destaca con especial énfasis su relación directa con el discernimiento. Por lo regular se trata de tomar una decisión en la que entran en juego diversos factores. Lo que se pretende a través del permiso-discernimiento es acertar a la hora de tomar una decisión. San Vicente no se planteó el tema de los permisos como medio de discernimiento tal como hoy lo hacemos. Sin embargo, se refirió a algunos componentes que entran de lleno en el hecho de los permisos: se han de conceder según las Reglas, se ha de cultivar la actitud de indiferencia en quien pide permiso, se ha de medir la bondad o no del permiso pedido, si es o no perjudicial, y en cada caso se pedirá el permiso partiendo de una actitud de fe. En suma, la petición de permiso al superior se ha visto hoy enriquecida con un nuevo ingrediente, como es el discernimiento. Se trata de una ocasión a propósito para reflexionar a dos bandas sobre la oportunidad y conveniencia de tal o cual permiso, teniendo en cuenta los diversos factores que en cada caso concurren.

Otros componentes de la obediencia: el diálogo y la escucha

Se trata de una ayuda para gobernar bien. También lo es para obedecer adecuadamente. San Vicente, a pesar de la concepción verticalista de la sociedad de su tiempo, abrió espacios al diálogo con sus subordinados. Basta para comprobarlo examinar la correspondencia entre él y los misioneros.

Hoy el diálogo, tal como se comprende, es algo más profundo, amplio en contenidos y exigente en su propia dinámica que en tiempos de San Vicente. El decreto Perfectae Caritatis asume la validez del diálogo, sin que anule el poder de decisión del superior: «los superiores han de escuchar gustosos a los súbditos y promover sus anhelos comunes para el bien del Instituto y de la Iglesia, salva, con todo, la autoridad de determinar y ordenar lo que hay que hacer» (PC, 14). Algo parecido determinan las Constituciones: los superiores «entablen, pues, el diálogo con los compañeros quedando, no obstante, a salvo su autoridad de decidir y mandar lo que se ha de hacer» (C 97, 2).

La escucha es otra de las claves decisivas de la obediencia. Se trata de una actitud por la cual uno se siente inclinado a valorar el parecer ajeno. Corresponde a todos, superiores y súbditos, escuchar la voz de Dios y las opiniones de los demás. Por otra parte la escucha en orden a la búsqueda de la verdad afecta a los particulares y a las comunidades en cuanto tales.

La obediencia en las Constituciones (Const. 28 y 36-39)

Las Constituciones de modo esquemático recogen puntos fundamentales sobre la obediencia vicenciana.

Principios básicos

Jesucristo es para el misionero modelo de obediencia. Cristo fue obediente en orden a su propia misión salvífica. De la misma manera el misionero abrazando la obediencia «sigue la acción salvífica de Cristo que se hizo obediente» (C 36) hasta la muerte. Con otras palabras, por medio de la obediencia, encarnada en la propia vida, el misionero se constituye en colaborador de la misión redentiva del Señor.

El Espíritu Santo por medio de su gracia ilumina y ayuda al misionero a aceptar y practicar la obediencia. Las Constituciones aluden a la acción del Espíritu Santo con estas palabras: los misioneros asumen la obediencia «guiados por el Espíritu Santo» (C 36).

La persona humana se ve afectada por no pocas limitaciones. El reconocimiento de la propia limitación es un presupuesto psicológico, necesario para acatar la voluntad de Dios. Por otra parte, toda persona, dadas sus limitaciones, necesita ayuda para discernir lo que Dios le pide y conocer cuál sea su voluntad en casos particulares. Las Constituciones de manera concisa apuntan a la limitación humana con estas

palabras: «conscientes de que la condición humana es limitada………………… guiados por el
Espíritu Santo, obedeceremos gustosos a la voluntad del Padre» (C 36).

Dios puede manifestar su voluntad de diversos modos. En consecuencia, «obedeceremos gustosos a la voluntad del Padre que se nos manifiesta de muchas maneras» (C 36). Según San Vicente, se ha de obedecer a toda persona que tenga autoridad legítima sobre nosotros.

Ayudas a la obediencia

La práctica de la obediencia se sirve de determinadas ayudas. Las Constituciones señalan algunas de entre las muchas posibles: la participación de todos en la búsqueda de la voluntad del Padre, la comunicación de experiencias y el diálogo abierto y responsable. Todo esto a fin de llegar a madurar las decisiones (C 37).

La obediencia exige la corresponsabilidad comunitaria: «comunitariamente busquemos la voluntad del Padre» (C 37). En lo concerniente a la obediencia la responsabilidad recae no solo sobre el superior sino también sobre todas las personas implicadas. De ahí la convenencia de que contribuya toda la comunidad a la hora de la búsqueda y de tomar decisiones.

La obediencia ha de ir precedida por el discernimiento. Por lo regular se tomará una decisión después de haber puesto en juego las diversas tendencias y opiniones; después de escuchar a los misioneros de edad y temperamento distintos y una vez que el superior y los demás miembros de la comunidad hayan expuesto su parecer (C 37, 2). Procediendo de esta manera se ayuda al superior en el ejercicio de sus responsabilidades y se facilita la obediencia a los miembros de la comunidad.

El voto de obediencia

El voto encierra ante todo un valor teológico, pero al mismo tiempo lleva consigo connotaciones relacionadas con el gobierno de la comunidad en cuanto tal y de los misioneros particulares. De ahí la conveniencia de que para bien del superior y de los miembros de la comunidad sea precisa la terminología referente al objeto del voto, a quiénes pueden mandar, a quién obliga y en qué condiciones.

El objeto del voto se circunscribe a lo mandado por el superior según las Constituciones y Estatutos. Esto significa dos cosas: el poder del superior es limitado y los mandatos se deben mover en línea con el fin propio de la C. M. Tienen potestad para mandar el Papa, el Superior General, el Visitador, el Superior de la casa y los sustitutos (C 38, 1). Son sustitutos el Vicario General, el Asistente del Visitador, si lo hay (C 126), y el Asistente doméstico (E 79). Los sustitutos pueden poner en práctica el derecho de mandar mientras ejercen el oficio. Están obligados a obedecer todos los miembros de la C. M., que hayan emitido los votos. En cuanto a cómo debe mandar el superior nada dicen las Constituciones. No obstante conviene que antes de mandar algo a un misionero se abra previamente un espacio para el diálogo.

Cualidades de la obediencia

La obediencia ha de ser responsable, como corresponde a personas adultas, que actúan con coherencia, partiendo desde su libertad personal. La obediencia del misionero ha de tener en cuenta la espiritualidad vicenciana y, en particular, la experiencia y enseñanza de San Vicente. Como dicen las Constituciones: «recordando las palabras de San Vicente» (C 37,2). Se requiere que la obediencia de los misioneros sea pronta, alegre, activa y perseverante (C 37, 2): «pondrán empeño, según sus fuerzas, en obedecer a sus superiores con prontitud, alegría y perseverancia» (C 37, 2). Debe ser la obediencia una virtud que se pone en práctica a la luz de la fe: «se esforzarán, por lo tanto, en secundar las decisiones de los superiores a la luz de la fe» (C 37, 2). Los criterios de fe son decisivos, dado que se trata de obedecer a la voluntad de Dios, quien se manifiesta a través de mediaciones falibles y limitadas. Para comprender bien las exigencias de la obediencia se requiere, como queda dicho, una actitud de fe y al mismo tiempo de amor sincero y leal a la C. M. Contando con estas disposiciones se podrán afrontar con éxito las situaciones difíciles que puedan surgir en lo concerniente a la obediencia. La obediencia auténtica exige, además de la respuesta al mandado de los superiores, un estilo de vida tal como se prescribe en las Reglas, Constituciones y Estatutos. Por otra parte, esta actitud global es lo más frecuente y normal en la vida de un misionero, dado que desde el momento que entra a formar parte de la C. M. se compromete a asumir las reglas de juego según un modoparticular de vida dentro de la Iglesia.

Correlación entre autoridad y obediencia

Los constituidos en autoridad son una mediación de la que el Señor se sirve con frecuencia. Estas mediaciones, por ser humanas, a veces resultan eficientes y en ocasiones problemáticas. Por eso mismo conviene tener en cuenta algunos criterios referentes al ejercicio de la autoridad y consiguientemente a la práctica de la obediencia.

El superior debe promover una obediencia generosa y gozosa. Debe de la misma manera facilitar la obediencia, evitando hacerla odiosa y dificil: «los superiores, dóciles a la voluntad de Dios en el desempeño de su cargo, ejerzan su autoridad con espíritu de servicio a los hermanos………. Rijan a sus súbditos como a hijos de Dios, y con respeto a la persona, promoviendo la subordinación voluntaria» (PC 14). En esta misma dirección se mueven las Constituciones: «los que en la C. M. ejercen la autoridad….tengan presente el ejemplo del Buen Pastor, que no vino a ser servido sino a servir» (C 97, 1).

Corresponde al superior ser maestro espiritual de la comunidad, de manera que los misioneros lleguen a conocer y asimilar los contenidos evangélicos y vicencianos, relacionados con la propia espiritualidad y, en particular, con la obediencia. Ha de procurar igualmente que los misioneros avancen en el camino de la propia santidad a base de una progresiva asimilación de los compromisos asumidos. Intenten así mismo aprovechar los cauces y medios de gobierno para bien de la comunidad: orar juntos, escuchar la voz de la Iglesia y de la comunidad vicenciana.

Otro medio para ejercer el servicio de autoridad con acierto es el conocimiento de las personas, la cercanía, la confianza y al mismo tiempo la creación de un clima de libertad entre los misioneros: «los miembros de la comunidad deben acudir con confianza a sus superiores, a quienes pueden abrir su corazón libre y espontánea mente» (c. 630, 5).

El superior se ha de interesar por el trabajo que desempeña cada uno de los misioneros (C 123, 2), respetando el principio de subsidiariedad (C 98). «El superior, centro de unidad y animador de la vida de la comunidad local, fomente los ministerios de la casa y, a una con la comunidad, muéstrese solícito del progreso y actividad de cada uno» (C 129, 2).

Conviene que el superior tenga suficiente conocimiento de la normativa de la Iglesia y de la C. M. en relación con el gobierno y la vida de la comunidad: «los superiores han de cumplir su función y ejercer su potestad a tenor del derecho propio y del universal» (c. 617). Por otra parte, los superiores tienen que obedecer y atenerse en la medida que les concierne a la obediencia de las normas establecidas. Téngase en cuenta que a veces la dificultad para obedecer proviene de las interpretaciones históricas claramente abusivas de la obediencia. Por otra parte no siempre la persona que ejerce el oficio de superior es la más dotada y coherente de cuantos forman la comunidad. Es propio de sabios atenerse a las normas actualizadas de la Iglesia y de la C. M.

Los superiores deben ejercer su ministerio «ad intra». No sirven a la comunidad cuando, debido a una comprensión falsamente «democrática» de sus propias funciones, dejan de prestar a los misioneros los servicios propios de la autoridad. Los misioneros tienen derecho a ser atendidos por el superior a tenor de lo que establecen las normas de la C. M. Por otra parte, los superiores no deben ceder ante los misioneros manifiestamente desobedientes y los grupos de presión: «entablen, pues, el diálogo con los cohermanos, quedando, no obstante, a salvo la autoridad de decidir y mandar lo que se ha de hacer» ( C 97, 2).

Cuando dos o más se reúnen en el nombre del Señor, Dios Uno y Trino está presente en medio de ellos. Por eso mismo, el superior debe escuchar a la comunidad. La comunidad no está sobre el superior, pero la comunidad puede ser signo de la presencia del Señor y voz de lo que el Señor en determinado momento pide al superior. Otro criterio a tener en cuenta consiste en llegar a conocer el modo cómo San Vicente ejerció el oficio de superior. De su amplia correspondencia se deduce que se mantuvo siempre cercano a las personas y proyectos, a los problemas y soluciones. La cercanía le permitió ser muy claro, objetivo y flexible en la aplicación de la norma. Partía siempre de la fe y tenía muy en cuenta el fin de la C. M. (XI,342ss /XI, 235).

También conviene tener en cuenta cómo quiere la Iglesia que gobiernen los superiores. Los cánones 618-619 lo señalan de una manera concisa y clara. «Ejerzan los superiores con espíritu de servicio la potestad que han recibido de Dios por ministerio de la Iglesia» (c. 618). Muéstrense dóciles a la voluntad de Dios, gobiernen a sus súbditos como a cohermanos a quienes se estima de verdad, fomenten la obediencia voluntaria, respeten y escuchen de buena gana a sus súbditos, den cauce a sus iniciativas relacionadas con el bien del Instituto y de la Iglesia, quedando a salvo su autoridad de decidir (c. 618). Los superiores se han de dedicar con diligencia a su oficio. En unión con los hermanos edifiquen una comunidad fraterna en la que ante todo se ame a Dios y al prójimo. Ofrezcan a los miembros de la comunidad el alimentode la palabra de Dios a través, entre otros, a través de una digna celebración litúrgica. Den ejemplo a sus subordinados en lo referente a las normas y tradiciones del propio Instituto. Traten de que todos se ayuden entre sí; cuiden a los enfermos, corrijan a los revoltosos y animen a los pusilánimes y tengan paciencia con todos (c. 619).

La norma, tomada de los cánones citados, recoge con acierto el pensamiento actual de la Iglesia sobre la obediencia y, en particular, sobre la relación superior-súbdito.

Medios para vivir la obediencia

La Instrucción sobre los Votos enumera una serie de medios para hacer posible la obediencia e incluso para facilitarla. Los medios indicados son los siguientes:

  1. La relación estrecha con Jesucristo. Las enseñanzas y la obediencia del Señor invitan al misionero a modificar las propias ideas a fin de someterlas a los valores evangélicos.
  2. La atención a los signos de los tiempos. Corresponde a los misioneros escuchar los signos de los tiempos y, en particular, la voz de los pobres, ya que a través de ellos nos habla el Señor.
  3. El diálogo sincero y la participación en los procesos de la comunidad en orden a encontrar la decisión justa.
  4. Las iniciativas personales también forman parte de la obediencia. Por este medio se enriquecen las respuestas de las comunidades y del misionero particular a la voluntad de Dios.
  5. La humildad. Esta virtud facilita la escucha a los demás y al mismo tiempo induce al misionero a desechar los pensamientos de autosuficiencia.
  6. La mortificación. Muy necesaria, puesto que la obediencia exige con frecuencia renuncias a los deseos y proyectos propios.
  7. La formación para ejercer oficios de responsabilidad. Los superiores no son simples árbitros sino que tienen atribuciones especiales en lo concerniente al gobierno y, por consiguiente, a la obediencia. Por eso mismo necesitan suficiente formación continua.

Inculturación de la obediencia

El Hijo de Dios por la encarnación se despojó de sí mismo para hacerse semejante a nosotros en todo menos en el pecado. La encarnación abrió la puerta y dio paso a toda la inculturación posterior del evangelio a lo largo de los tiempos en medio de las diversas culturas. El Magisterio de la Iglesia a partir sobre todo del Vaticano II alude a la conveniencia de la inculturación de la fe cristiana. Basta recordar un pasaje dirigido a toda la Iglesia: «Al desarrollar su actividad misionera entre las gentes, la Iglesia encuentra diversas culturas y se ve comprometida en el proceso de inculturación» (RM, 52). La Exhortación Apostólica «Vida Consagrada» incluye en sus páginas lo siguiente: «Una auténtica inculturación ayudará a las personas consagradas a vivir el radicalismo según el carisma del propio Instituto y la idiosincrasia del pueblo con el cual entra en contacto. De esa fecunda relación surgirán estilos de vida y métodos pastorales que pueden ser una riqueza para todo el Instituto, si se demuestran coherentes con el carisma fundacional y con la acción unificadora del Espíritu Santo» (VC, 80).

En la presentación de la Instrucción sobre los Votos el P. Robert Maloney escribía algunas consideraciones sobre la inculturación de los votos. «Advertirán que en la instrucción se menciona de vez en cuando la variedad de culturas, pero como comprenderán, resultaba imposible aludir explícitamente a todas las diferencias culturales existentes. Al hacerlo así se deja en manos de las diferentes provincias situadas diferentes en contextos culturales. Quisiera animar sobre todo a los responsables de la formación, inicial y continua, a valerse de esta Instrucción como de un medio para trabajar por una inculturación creciente de nuestra tradición vicenciana, de nuestros votos y de nuestra espiritualidad, en los ambientes diferentes en que vive la Congregación».

En suma, queda por delante una interesante tarea referente a la inculturación de los votos en los diversos contextos culturales en los que está presente la C. M.

«La espiritualidad del futuro será una espiritualidad del Sermón de la Montaña y de los consejos evangélicos, comprometida de continuo en renovar su protesta contra los ídolos de la riqueza, del placer y del poder» (K. Rahner).

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