José Modesto Churruca Muñoz (1873-1936)

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Author: Elías Fuente · Year of first publication: 1942.
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Por curar una herida, perdió la vida.

Sujeta la perla del Cantábrico al dominio rojo-separatista, al acercarse que se acercaron las tropas nacionales, exacerbá­ronse los ánimos de los detentadores de la autoridad, los re­gistros estuvieron a la orden del día, sin que se vieran exen­tas las casas religiosas.

Los registros y los asesinatos de los buenos españoles; de sacerdotes, no; que la republiquilla de Euzkadi en ciernes y con su Napoleonchu en mantillas políticas, por aquel enton­ces tenía la consigna masónica de presentarse como íntegra­mente católica; por eso los marxistas no. perseguían allá al clero. El clero, sin embargo, no se fiaba y prescindió del traje talar.

Para que se comprenda la artimaña, recordemos que en el Tribunal Popular de la cárcel le ofrecieron a Víctor Pradera una pistola y le invitaron a que se suicidase. Entonces él, a la par que, indignado, rechazaba la pistola, dijo, cual razón, con su firmeza característica:

—Yo soy Católico, Apostólico, Romano y creo en Dios. A lo que los jueces contestaron:

—No hay tal Dios.

No estará asimismo de más añadir que juntamente con Honorio Maura mataron al padre Ayestarán en el Fuerte de Guadalupe y que Maura había escrito desde la cárcel: «He recibido el Kempis y lo leemos todos los días por la mañana, y por la noche, rezamos el rosario en cruz.»

Son datos espigados al azar y que por sí solos bastan para desenmascarar a la hipocresía y dilucidar la cuestión. ¿No hay tal Dios? Pues ¿por qué aparentáis afán de conservar su Re­ligión?

Mas volvamos al P. Churruca. Se nos asegura que ha sido el único sacerdote fusilado en la ciudad de San Sebastián pro­piamente tal.

¿Cómo se explica su muerte? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con qué ocasión?

«Respecto del P. Churruca —escribe el P. Castañares—, envuelve a su prisión y muerte tal misterio, que no parece sino que se lo tragó la tierra. Sólo podemos decir que el día 15 de agosto, a eso del mediodía, salió de casa de sus sobrinos, en donde estaba refugiado desde el 25 del mes de julio., con di­rección al Instituto Radio-Quirúrgico, para curarse de una he­rida que de rebote le hizo una bala de uno de los disparos que el día 20 de julio hicieron los rojos contra nuestra Casa.

Viendo los sobrinos que, contra lo acostumbrado, el tiem­po pasaba y el P. Churruca no volvía, se alarmaron, temien­do que le hubieran detenido y apresado, como diariamente es­taban haciendo los rojos con muchísimos derechistas. Con toda cautela y prudencia, empezaron a hacer indagaciones para dar con el paradero de su tío; preguntaron en el Gobierno Civil, en la cárcel, en el Kursaal y en otros sitios en donde los rojos solían custodiar a los detenidos; pero todas las pesquisas fue­ron sin resultado.

Esto nos convenció de que el P. Churruca había corrido la misma triste suerte de las más destacadas personas de esta ciudad.

Y así fue, desgraciadamente; pues un joven, que fue apos­tólico nuestro en Guadalajara, fue al cementerio el día 17 de agosto, para ver si entre los cadáveres que allí llevaban diariamente se encontraban los de dos hermanos suyos que habían sido presos por fascistas; no vio los de éstos, pero reconoció horrorizado el del P. Churruca, que tenía seis o siete tiros en la cabeza y en la cara.

De modo que, según esto, fue fusilado el 16 o 17 de agosto. ¿Dónde estuvo preso hasta su fusilamiento? No lo sabemos; pero causa horror pensar en los malos tratos y martirio que du­rante este tiempo le, harían sufrir aquellos malvados.

¿Qué causas y motivos pudieron tener para detenerle y fu­silarle? Yo creo que pudieron ser las siguientes: 1.° Que entre los muchos mineros que, para ayudar a los de aquí, vinieron de Asturias, tal vez habría alguno de los que le detuvieron en Oviedo y custodiaron en Mieres, y, al reconocerle aquí, le echa­ron mano. 2.° El haber sido Presidente de la Mesa de uno de las colegios, en las elecciones de febrero último, en este barrio que habitamos, cuyos vecinos, en su mayoría, son republica­nos, socialistas y comunistas. 3.° Creerle, tal vez, pariente de D. Félix Churruca, Comandante de los Miqueletes de esta pro­vincia, destacado personaje derechista y monárquico, deteni­do en aquellos mismos días y puesto en libertad a las pocas horas; si bien, detenido otra vez, fue llevado preso al fuerte de Guadalupe y fusilado poco antes de rendirse Fuenterrabía. 4.° Porque en las tres incursiones violentas que desde el 20 al 25 de julio hicieron a nuestra casa, por su porte y presencia venerable, creyeron, quizá, que era el Superior de la Comu­nidad.»

Pasemos al P. Mondragón la pluma.

«Ni corto ni perezoso —escribe— salgo de mi escondite… (advierta el lector que también en San Sebastián se escondían los frailes). Mas, ¿cuál no sería mi sorpresa cuando, al entrar en el depósito de cadáveres, acompañado del mismo sepultu­rero, veo que tampoco está allí el P. Churruca? Y, un poco excitado, le increpo:

—¡Pero si, me han, dicho que le vieron ayer tarde aquí de cuerpo presente!

—¿ Y usted quién es?, me pregunta.

—¿Yo?… Un familiar suyo.

—Pues, como usted ve, aquí no hay más que éste, para identificar.

Y señalaba un cuerpo acribillado a balazos.

—Pues éste no es.

—Como no sea entonces —me añade— el último que he­mos enterrado esta mañana… Era un señor alto y fuerte, un poco cano y de bastante edad; pasaría de los sesenta. Uno que parecía fraile.

—¡El mismo! ¿Dónde está?

Pues hace dos horas que le hemos enterrado. Era el último. —¡ ¡ Qué pena, Dios mío! ¡ Por dos horas! Dígame, ¿quién podría dar más detalles para poder asegurar su identidad? —Llevaba un reloj y unas medallas de santos y santas, y un médico que mandó enterrarle también se llevó anotadas sus señas personales y de su ropa.

—¿Y dónde está ese reloj y esas medallas? –En el Orden Público.

—Y el médico, ¿cómo se llama? —El Doctor X.

«A los pocos minutos —sigue hablando el P. Mondragón ­estábamos ya en el Orden Público, contemplando el reloj y las medallas, que no quisieron entregarnos. No cabía duda, era él… el P. Churruca. En el reverso de una de las medallas, de la Inmaculada, estaban sus iniciales, con la fecha de su or­denación; en el anverso de otra, la Milagrosa, y por detrás, los dos beatos Clet y Perboyre.

«Sin pérdida de tiempo, al Hotel Príncipe, entonces Hospital de Sangre, donde nos habían dicho se encontraba el cita­do Doctor, prestando sus servicios. Efectivamente, allí estaba. Hechos los saludos de rúbrica, le exponemos nuestro asunto, e inmediatamente saca de su bolsillo una cartera y de ella un cuadernillo de notas. Allí estaban las que buscábamos. «Un señor alto, de cuerpo robusto, nariz afilada, pelo cano por los lados, de unos sesenta años, tipo de vasco y de fraile. En el calzoncillo, dos iniciales, la C y la M, y debajo un 2.» Así re­zaban las notas.»

Hasta aquí, el citado testigo, quien, en su escrito, se extiende en frases sentimentales y retóricas, dando como causa in­discutible de su muerte su carácter sacerdotal y misionero.

Pero, en honor de la verdad y a título de historiador im­parcial, creo deber añadir y añado que el P. Churruca, aunque vasco, nada partidario del separatismo, llevaba consigo un mapa de España en el que a diario iba marcando, con lápiz, los avances de las tropas nacionales, que ya por aquellos días bor­daban de boinas rojas y de heroísmos las proximidades de la ciudad de San Sebastián. ¿Le cogieron el dichoso mapa? ¿Y por qué le detuvieron en la calle? ¿Fue acaso o porque, ficha­do como español verdadero y auténtico, le venían siguiendo los pasos? Vestido como iba, de seglar, ¿manifestó claramente su carácter de sacerdote? Dado que desde el día de su desapa­rición al de su muerte transcurrieron tres o cuatro días, ¿dón­de le tuvieron, metido? Con su apariencia de fraile, como decía  el sepulturero y notó el médico, ¿es siquiera probable que rus esbirros ni lo sospecharan?

Responda cada cual como le plazca a estos interrogantes. Mi opinión la resumo así:

Le mataron como traidor a la causa rojo-separatista, sin miramiento a su carácter sagrado.

El P. Modesto Churruca Muñoz era hijo de José Ramón y María Antonia y nació en Motrico (Guipúzcoa) el 15 de ju­nio de 1873. Estudió latín en Motrico e ingresó en la Congre­gación de la Misión el 4 de febrero de 1893, a los veinte años de su edad. Hizo los Votos el 5 de febrero de 1895. Cursó la carre­ra eclesiástica en Madrid y se ordenó: de Menores y Subdiáco­no, respectivamente, el 26 y 27 de mayo de 1399, por el Exce­lentísimo Sr. Obispo de Madrid, Cos y Macho; de Diácono, el 23 de julio, por el Excmo. Sr. Obispo de La Laguna, Rey Re­dondo, y de Presbítero, el 8 de septiembre, por el Excmo. Se­ñor Alarcón, Obispo mejicano.

Sus destinos: Las Palmas, en donde estuvo desde el últi­mo trimestre de 1899 (recién ordenado) hasta el año 1910, en que pasó a La Orotava. De la residencia de esta ciudad figura ya como Superior en 1911, cargo que desempeñó hasta 1925, en el que pasó a ejercerlo en la de San Sebastián, fundación nueva. En 1932 fue nombrado Rector del Seminario Conciliar de Oviedo.

Fue esta última la etapa culminante de su vida, y la marca la fatídica fecha: octubre de 1934.

No ha faltado quien cargase toda la responsabilidad, e in­cluso toda la culpa del desastre del Seminario —siete semina­ristas y tres paúles fusilados, más cuarenta seminaristas y al­gún Padre paúl encarcelados quince días en Mieres—, sobre su Rector el P. Churruca, y semejante pensamiento constituyó en él obsesión terrible, que, a ratos, parcialmente le enajenaba.

Mas por si no bastaba la analogía con la suya de otras con­ductas en personas igualmente responsables, que tampoco pre­vieron ni menos previnieron, en aquel entonces, la multiplicación de casos parecidos en 1936 —no sirvió, por lo visto, de aviso el primer escarmiento—, creemos será suficiente, si re considera, a mover a disculpar al P. Churruca. Si aun después de verle la uña al leopardo u oso ruso en Oviedo, en 1934, todavía no se guardaron de él en 1936, ¿es justo y razonable pretender que el P. Churruca la adivinara?

Para mejor inteligencia del primer inciso del párrafo an­terior, copio del número extraordinario que Revista Eclesiás­tica dedicó a los mártires ovetenses:

«… D. Aurelio Gago (Canónigo Lectoral y Prefecto de Estudios del Seminario) explicó su lección como de costum­bre; la última que había de explicar (fue uno de los Márti­res). No dio importancia a lo que pasaba, tratando de aquie­tar los ánimos. También acudió al Seminario D. Francisco Aguirre, quien, después de hablar breves momentos con sus discípulos, dijo Misa allí.

«… a pesar de todo, nos hallábamos optimistas, sin prever el peligro grande que corríamos, y, aparte de las clases, todo iba normalmente.»

Además, aunque tarde, hay que reconocerlo, el P. Churru­ca, como Rector que era, quiso olfatear por sí mismo el am­biente de la ciudad, y para ello salió del Seminario, antes de que entraran en la ciudad los mineros revolucionarios, acom­pañado de un seminarista, y cuando volvía a dar órdenes, en conformidad con lo visto y averiguado, los dos cayeron en ma­nos de los vencedores rojos, y desde aquel momento volvió a ser el Rector —claro que para no poder regir nada— de los que, como se ha indicado arriba, fueron conducidos a Mieres y en aquella población encarcelados hasta que la quinta ban­dera del Tercio los liberó.

No queremos dejar de apuntar, por juzgarle de importan­cia para esclarecer el debate, el detalle de que los PP. Domi­nicos, que vivían en el mismo edificio en que estaba implan­tado el Seminario, tampoco fueron previsores, y así cayeron también, en poder de los rojos, y eso que no tenían la respon­sabilidad de un Rector del Seminario, que de haber dado or­den de evacuación y triunfar las fuerzas de orden que pelea­ron con los invasores, habría sido, a buen seguro, tachado de ligero y alarmador.

Siempre fue el P. Churuca seria y formal, con presenta­ción agradable y bonachona. De agudeza de ingenio no dio muchas muestras, ni creemos se le pueda catalogar entre los que se dicen hombres de talento, sin que pretendamos con esto, ni mucho menos, hacer creer a los lectores que era romo y negado, no; era un hombre de suficiente cultura para desem­peñar los importantes cargos que se le encomendaron cumpli­damente, si no con brillantez. Si por señalar defectos es, dire­mos que aparecía como algo pegado a su opinión.

Era cumplidor de la regla y nada indolente en hacerla guardar.

Poseía en grado notable el celo de la salvación de las al­mas, y, por conseguirlo, no perdonaba esfuerzo propio ni mo­lestia.

Sus cualidades, a pesar de los defectos que se le puedan achacar, eran, en suma, armonizadas corno él acertaba a ha­cerlo, de las que forman un hombre lo que se dice de cuerpo entero, en la opinión de las gentes, que le miran, no ya con temor y respeto, sino con admiración.

Algo de este influjo mayestático ejercía en los pueblos ca­narios, singularmente de la isla de Fuerteventura, que todavía lo recuerdan y nombran como su gran misionero.

Y hemos señalado su principal ministerio durante los dos lustros de residencia en la ciudad de Las Palmas.

Mientras estuvo en La Orotava dio asimismo algunas mi­siones en los pueblos cercanos; empero, su cargo de Superior y la iglesia que regentaba la Comunidad (y que él transformó por entero, mejorándola; dio en ello muestras de fino gusto), reclamaban su habitual presencia en la ciudad.

Mientras vivió en La Orotava, y especialísimamente duran­te su larga estancia en San Sebastián, se hizo acreedor al reco­nocimiento de las Hijas de la Caridad, en cuyo servicio traba­jó mucho y bien.

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