Por curar una herida, perdió la vida.
Sujeta la perla del Cantábrico al dominio rojo-separatista, al acercarse que se acercaron las tropas nacionales, exacerbáronse los ánimos de los detentadores de la autoridad, los registros estuvieron a la orden del día, sin que se vieran exentas las casas religiosas.
Los registros y los asesinatos de los buenos españoles; de sacerdotes, no; que la republiquilla de Euzkadi en ciernes y con su Napoleonchu en mantillas políticas, por aquel entonces tenía la consigna masónica de presentarse como íntegramente católica; por eso los marxistas no. perseguían allá al clero. El clero, sin embargo, no se fiaba y prescindió del traje talar.
Para que se comprenda la artimaña, recordemos que en el Tribunal Popular de la cárcel le ofrecieron a Víctor Pradera una pistola y le invitaron a que se suicidase. Entonces él, a la par que, indignado, rechazaba la pistola, dijo, cual razón, con su firmeza característica:
—Yo soy Católico, Apostólico, Romano y creo en Dios. A lo que los jueces contestaron:
—No hay tal Dios.
No estará asimismo de más añadir que juntamente con Honorio Maura mataron al padre Ayestarán en el Fuerte de Guadalupe y que Maura había escrito desde la cárcel: «He recibido el Kempis y lo leemos todos los días por la mañana, y por la noche, rezamos el rosario en cruz.»
Son datos espigados al azar y que por sí solos bastan para desenmascarar a la hipocresía y dilucidar la cuestión. ¿No hay tal Dios? Pues ¿por qué aparentáis afán de conservar su Religión?
Mas volvamos al P. Churruca. Se nos asegura que ha sido el único sacerdote fusilado en la ciudad de San Sebastián propiamente tal.
¿Cómo se explica su muerte? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con qué ocasión?
«Respecto del P. Churruca —escribe el P. Castañares—, envuelve a su prisión y muerte tal misterio, que no parece sino que se lo tragó la tierra. Sólo podemos decir que el día 15 de agosto, a eso del mediodía, salió de casa de sus sobrinos, en donde estaba refugiado desde el 25 del mes de julio., con dirección al Instituto Radio-Quirúrgico, para curarse de una herida que de rebote le hizo una bala de uno de los disparos que el día 20 de julio hicieron los rojos contra nuestra Casa.
Viendo los sobrinos que, contra lo acostumbrado, el tiempo pasaba y el P. Churruca no volvía, se alarmaron, temiendo que le hubieran detenido y apresado, como diariamente estaban haciendo los rojos con muchísimos derechistas. Con toda cautela y prudencia, empezaron a hacer indagaciones para dar con el paradero de su tío; preguntaron en el Gobierno Civil, en la cárcel, en el Kursaal y en otros sitios en donde los rojos solían custodiar a los detenidos; pero todas las pesquisas fueron sin resultado.
Esto nos convenció de que el P. Churruca había corrido la misma triste suerte de las más destacadas personas de esta ciudad.
Y así fue, desgraciadamente; pues un joven, que fue apostólico nuestro en Guadalajara, fue al cementerio el día 17 de agosto, para ver si entre los cadáveres que allí llevaban diariamente se encontraban los de dos hermanos suyos que habían sido presos por fascistas; no vio los de éstos, pero reconoció horrorizado el del P. Churruca, que tenía seis o siete tiros en la cabeza y en la cara.
De modo que, según esto, fue fusilado el 16 o 17 de agosto. ¿Dónde estuvo preso hasta su fusilamiento? No lo sabemos; pero causa horror pensar en los malos tratos y martirio que durante este tiempo le, harían sufrir aquellos malvados.
¿Qué causas y motivos pudieron tener para detenerle y fusilarle? Yo creo que pudieron ser las siguientes: 1.° Que entre los muchos mineros que, para ayudar a los de aquí, vinieron de Asturias, tal vez habría alguno de los que le detuvieron en Oviedo y custodiaron en Mieres, y, al reconocerle aquí, le echaron mano. 2.° El haber sido Presidente de la Mesa de uno de las colegios, en las elecciones de febrero último, en este barrio que habitamos, cuyos vecinos, en su mayoría, son republicanos, socialistas y comunistas. 3.° Creerle, tal vez, pariente de D. Félix Churruca, Comandante de los Miqueletes de esta provincia, destacado personaje derechista y monárquico, detenido en aquellos mismos días y puesto en libertad a las pocas horas; si bien, detenido otra vez, fue llevado preso al fuerte de Guadalupe y fusilado poco antes de rendirse Fuenterrabía. 4.° Porque en las tres incursiones violentas que desde el 20 al 25 de julio hicieron a nuestra casa, por su porte y presencia venerable, creyeron, quizá, que era el Superior de la Comunidad.»
Pasemos al P. Mondragón la pluma.
«Ni corto ni perezoso —escribe— salgo de mi escondite… (advierta el lector que también en San Sebastián se escondían los frailes). Mas, ¿cuál no sería mi sorpresa cuando, al entrar en el depósito de cadáveres, acompañado del mismo sepulturero, veo que tampoco está allí el P. Churruca? Y, un poco excitado, le increpo:
—¡Pero si, me han, dicho que le vieron ayer tarde aquí de cuerpo presente!
—¿ Y usted quién es?, me pregunta.
—¿Yo?… Un familiar suyo.
—Pues, como usted ve, aquí no hay más que éste, para identificar.
Y señalaba un cuerpo acribillado a balazos.
—Pues éste no es.
—Como no sea entonces —me añade— el último que hemos enterrado esta mañana… Era un señor alto y fuerte, un poco cano y de bastante edad; pasaría de los sesenta. Uno que parecía fraile.
—¡El mismo! ¿Dónde está?
Pues hace dos horas que le hemos enterrado. Era el último. —¡ ¡ Qué pena, Dios mío! ¡ Por dos horas! Dígame, ¿quién podría dar más detalles para poder asegurar su identidad? —Llevaba un reloj y unas medallas de santos y santas, y un médico que mandó enterrarle también se llevó anotadas sus señas personales y de su ropa.
—¿Y dónde está ese reloj y esas medallas? –En el Orden Público.
—Y el médico, ¿cómo se llama? —El Doctor X.
«A los pocos minutos —sigue hablando el P. Mondragón estábamos ya en el Orden Público, contemplando el reloj y las medallas, que no quisieron entregarnos. No cabía duda, era él… el P. Churruca. En el reverso de una de las medallas, de la Inmaculada, estaban sus iniciales, con la fecha de su ordenación; en el anverso de otra, la Milagrosa, y por detrás, los dos beatos Clet y Perboyre.
«Sin pérdida de tiempo, al Hotel Príncipe, entonces Hospital de Sangre, donde nos habían dicho se encontraba el citado Doctor, prestando sus servicios. Efectivamente, allí estaba. Hechos los saludos de rúbrica, le exponemos nuestro asunto, e inmediatamente saca de su bolsillo una cartera y de ella un cuadernillo de notas. Allí estaban las que buscábamos. «Un señor alto, de cuerpo robusto, nariz afilada, pelo cano por los lados, de unos sesenta años, tipo de vasco y de fraile. En el calzoncillo, dos iniciales, la C y la M, y debajo un 2.» Así rezaban las notas.»
Hasta aquí, el citado testigo, quien, en su escrito, se extiende en frases sentimentales y retóricas, dando como causa indiscutible de su muerte su carácter sacerdotal y misionero.
Pero, en honor de la verdad y a título de historiador imparcial, creo deber añadir y añado que el P. Churruca, aunque vasco, nada partidario del separatismo, llevaba consigo un mapa de España en el que a diario iba marcando, con lápiz, los avances de las tropas nacionales, que ya por aquellos días bordaban de boinas rojas y de heroísmos las proximidades de la ciudad de San Sebastián. ¿Le cogieron el dichoso mapa? ¿Y por qué le detuvieron en la calle? ¿Fue acaso o porque, fichado como español verdadero y auténtico, le venían siguiendo los pasos? Vestido como iba, de seglar, ¿manifestó claramente su carácter de sacerdote? Dado que desde el día de su desaparición al de su muerte transcurrieron tres o cuatro días, ¿dónde le tuvieron, metido? Con su apariencia de fraile, como decía el sepulturero y notó el médico, ¿es siquiera probable que rus esbirros ni lo sospecharan?
Responda cada cual como le plazca a estos interrogantes. Mi opinión la resumo así:
Le mataron como traidor a la causa rojo-separatista, sin miramiento a su carácter sagrado.
El P. Modesto Churruca Muñoz era hijo de José Ramón y María Antonia y nació en Motrico (Guipúzcoa) el 15 de junio de 1873. Estudió latín en Motrico e ingresó en la Congregación de la Misión el 4 de febrero de 1893, a los veinte años de su edad. Hizo los Votos el 5 de febrero de 1895. Cursó la carrera eclesiástica en Madrid y se ordenó: de Menores y Subdiácono, respectivamente, el 26 y 27 de mayo de 1399, por el Excelentísimo Sr. Obispo de Madrid, Cos y Macho; de Diácono, el 23 de julio, por el Excmo. Sr. Obispo de La Laguna, Rey Redondo, y de Presbítero, el 8 de septiembre, por el Excmo. Señor Alarcón, Obispo mejicano.
Sus destinos: Las Palmas, en donde estuvo desde el último trimestre de 1899 (recién ordenado) hasta el año 1910, en que pasó a La Orotava. De la residencia de esta ciudad figura ya como Superior en 1911, cargo que desempeñó hasta 1925, en el que pasó a ejercerlo en la de San Sebastián, fundación nueva. En 1932 fue nombrado Rector del Seminario Conciliar de Oviedo.
Fue esta última la etapa culminante de su vida, y la marca la fatídica fecha: octubre de 1934.
No ha faltado quien cargase toda la responsabilidad, e incluso toda la culpa del desastre del Seminario —siete seminaristas y tres paúles fusilados, más cuarenta seminaristas y algún Padre paúl encarcelados quince días en Mieres—, sobre su Rector el P. Churruca, y semejante pensamiento constituyó en él obsesión terrible, que, a ratos, parcialmente le enajenaba.
Mas por si no bastaba la analogía con la suya de otras conductas en personas igualmente responsables, que tampoco previeron ni menos previnieron, en aquel entonces, la multiplicación de casos parecidos en 1936 —no sirvió, por lo visto, de aviso el primer escarmiento—, creemos será suficiente, si re considera, a mover a disculpar al P. Churruca. Si aun después de verle la uña al leopardo u oso ruso en Oviedo, en 1934, todavía no se guardaron de él en 1936, ¿es justo y razonable pretender que el P. Churruca la adivinara?
Para mejor inteligencia del primer inciso del párrafo anterior, copio del número extraordinario que Revista Eclesiástica dedicó a los mártires ovetenses:
«… D. Aurelio Gago (Canónigo Lectoral y Prefecto de Estudios del Seminario) explicó su lección como de costumbre; la última que había de explicar (fue uno de los Mártires). No dio importancia a lo que pasaba, tratando de aquietar los ánimos. También acudió al Seminario D. Francisco Aguirre, quien, después de hablar breves momentos con sus discípulos, dijo Misa allí.
«… a pesar de todo, nos hallábamos optimistas, sin prever el peligro grande que corríamos, y, aparte de las clases, todo iba normalmente.»
Además, aunque tarde, hay que reconocerlo, el P. Churruca, como Rector que era, quiso olfatear por sí mismo el ambiente de la ciudad, y para ello salió del Seminario, antes de que entraran en la ciudad los mineros revolucionarios, acompañado de un seminarista, y cuando volvía a dar órdenes, en conformidad con lo visto y averiguado, los dos cayeron en manos de los vencedores rojos, y desde aquel momento volvió a ser el Rector —claro que para no poder regir nada— de los que, como se ha indicado arriba, fueron conducidos a Mieres y en aquella población encarcelados hasta que la quinta bandera del Tercio los liberó.
No queremos dejar de apuntar, por juzgarle de importancia para esclarecer el debate, el detalle de que los PP. Dominicos, que vivían en el mismo edificio en que estaba implantado el Seminario, tampoco fueron previsores, y así cayeron también, en poder de los rojos, y eso que no tenían la responsabilidad de un Rector del Seminario, que de haber dado orden de evacuación y triunfar las fuerzas de orden que pelearon con los invasores, habría sido, a buen seguro, tachado de ligero y alarmador.
Siempre fue el P. Churuca seria y formal, con presentación agradable y bonachona. De agudeza de ingenio no dio muchas muestras, ni creemos se le pueda catalogar entre los que se dicen hombres de talento, sin que pretendamos con esto, ni mucho menos, hacer creer a los lectores que era romo y negado, no; era un hombre de suficiente cultura para desempeñar los importantes cargos que se le encomendaron cumplidamente, si no con brillantez. Si por señalar defectos es, diremos que aparecía como algo pegado a su opinión.
Era cumplidor de la regla y nada indolente en hacerla guardar.
Poseía en grado notable el celo de la salvación de las almas, y, por conseguirlo, no perdonaba esfuerzo propio ni molestia.
Sus cualidades, a pesar de los defectos que se le puedan achacar, eran, en suma, armonizadas corno él acertaba a hacerlo, de las que forman un hombre lo que se dice de cuerpo entero, en la opinión de las gentes, que le miran, no ya con temor y respeto, sino con admiración.
Algo de este influjo mayestático ejercía en los pueblos canarios, singularmente de la isla de Fuerteventura, que todavía lo recuerdan y nombran como su gran misionero.
Y hemos señalado su principal ministerio durante los dos lustros de residencia en la ciudad de Las Palmas.
Mientras estuvo en La Orotava dio asimismo algunas misiones en los pueblos cercanos; empero, su cargo de Superior y la iglesia que regentaba la Comunidad (y que él transformó por entero, mejorándola; dio en ello muestras de fino gusto), reclamaban su habitual presencia en la ciudad.
Mientras vivió en La Orotava, y especialísimamente durante su larga estancia en San Sebastián, se hizo acreedor al reconocimiento de las Hijas de la Caridad, en cuyo servicio trabajó mucho y bien.







