José Luis Gracia Espallargas

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros PaúlesLeave a Comment

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P. J. L. Gracia Espallargas

26-03-91

Alcorisa

Anales 1991 Jl 144

Antiguo Seminario 1ª residenciaHermanos:

Mis primeras palabras son de agradecimiento al Sr. Obispo de Teruel D. Antonio Algora por haber venido a presidir esta celebración, al Sr. Párroco D. Francisco Domingo por la acogida que nos ha dispensado en todo momento, a los sacerdotes y misioneros de la C.M. PP. Paúles venidos de muy distintos lugares, a todos los familiares del P. José Luis, su madre la Sra. Eugenia Amparo, sus hermanos Manuel y Rosario, así como a los demás miembros de la familia, por las muestras de profunda estima y por los servicios que durante estos últimos días han prestado al P. José Luis, a las Hijas de la Caridad, en fin, a la comunidad cristiana de Alcorisa, aquí con­gregada.

La muerte del P. José Luis era previsible desde hace ya unos cuantos meses. Aún siendo esto así, la noticia de su fallecimiento nos ha conmovido a todos. Su partida de este mundo es una pérdida irreparable para sus familiares, para la comunidad de misioneros de San Vicente de Paúl y para la Iglesia.

Séame permitido recordar algunos datos biográficos del P. José Luis. Los hechos reflejan la personalidad de quien los protagonizó a lo largo de la vida.

Nació en Alcorisa (Teruel) el día 24 de marzo de 1933. El pasado Domingo de Ramos, día 24, cumplió cincuenta y ocho años. Fueron sus padres el Sr. Manuel Gracia, de oficio practicante, muerto durante la pasada contienda civil, como consecuencia de la falta de entendimiento entre her­manos, y la Sra. Eugenia Amparo Espallargas, quien a sus ochenta y cinco años se encuentra, por la gracia de Dios, entre nosotros.

El P. José Luis fue bautizado en esta Parroquia de Santa María la Mayor, de Alcorisa. A partir de entonces recibió día a día una gradual y sólida formación cristiana ayudado por sus padres y por la comunidad parroquial.

Ingresó en septiembre de 1949 en el Seminario Menor de los PP. Paúes, de Teruel, a la edad de diecisiete años, permaneciendo en dicho centro durante el curso 1949-1950. Quienes le conocieron en esa época aseguran que durante su primer año de estancia en Teruel completó con mucho éxito Ios conocimientos de humanidades y, en particular, del latín.

Comenzó el Seminario en Limpias (Santander) el día 1 de noviembre de 1950. Su día de vocación, es decir, su comienzo de pertenencia a la Congre­gación de la Misión, es el 7 de noviembre de 1950. Tras dos años de permanencia en Limpias, 1950-1952, pasó a Hortaleza (Madrid), donde estudió Filosofía durante los cursos 1952-1954. Emitió los Votos el día 9 de noviem­bre de 1952, comprometiéndose a seguir a Jesucristo misionero y evangeli­zador de los pobres.

Al concluir su estancia en Madrid inició un cambio nuevo en su vida. La Misión de Filipinas requería nuevos colaboradores. Esta es la razón por la que partió hacia Estados Unidos en verano de 1954. Curso los Estudios de Teología y aprendió el inglés en el Seminario de María Inmaculada de Nort­hampton (Pennsylvania), perteneciente a la Provincia Canónica del Este, en la actualidad una de las cinco Provincias de la C.M. en Estados Unidos.

Fue ordenado Presbítero el día 31 de Mayo de 1958. Su primera misa, celebrada en el templo parroquial de Alcorisa, tuvo lugar en julio de dicho año 1958.

Poco después, en verano de 1958, partió hacia Filipinas, donde con gran provecho para todos desempeñó muy diversos cargos y oficios. Al comienzo del curso 1958-1959 fue destinado al Seminario Menor de Polo-Valenzuela. Compaginó las clases y el oficio de ecónomo con el servicio pastoral en una barriada situada en las afueras de la pequeña ciu­dad.

En 1969 fue destinado a San Marcelino, la Casa Provincial, ubicada en Manila. Sirvió en la Universidad de Adamson en su condición de Decano de Letras y de Administrador. Habiendo cesado en sus actividades universitarias fue nombrado Procurador Provincial y Consejero. Elegido Provincial, no aceptó esa responsabilidad.

Se doctoró en Lingüística en la Universidad Ateneo de Manila, dirigida por los PP. Jesuítas. Un crecido número de profesores y expertos considera­ron al P. José Luis como uno de los mejores lingüistas de la época en Filipi­nas.

Retornó a España en 1946. Después de unos meses de descanso y adap­tación a estos ambientes, se incorporó a la Provincia Canónica de Zaragoza el día 1 de agosto de 1987. Destinado a Socovos (Albacete), fue nombrado Superior de la Comunidad el mismo día 1 de agosto de 1987. En esa misma lecha fue presentado al Sr. Obispo de Albacete a efectos de nombramiento de Párroco. Pocos días después tomó posesión de Superior y de Párroco.

Sus ocupaciones en la Sierra de Albacete estuvieron a punto de ser inte­rrumpidas. El Superior General le ofreció el oficio de Ecónomo General de la Congregación. Después de un tiempo de reflexión estimó conveniente no aceptar la propuesta.

En verano de 1990 comenzaron a evidenciarse los síntomas de su enfer­medad. Por este motivo el día 29 de julio del pasado año 1990 fue destinado a la Casa-Enfermería de Pamplona, donde ha permanecido hasta pocos días antes de la festividad de San José del presente año.

EI El P. José Luis, conocedor de su grave enfermedad, meses atrás manifestó su deseo de venir a su casa nativa con el fin de pasar en ella los últimos días de su vida e incluso de morir en paz y descansar en la tierra en la que hace 59 años había nacido. Como de todos los presentes es sabido, falleció santamente ayer, día 26 de marzo, Martes Santo, a las 13,15 horas.

Al final de la vida, en este caso de una vida que ha durado 58 años, 1933-1991, nos acompañan las obras. En la memoria de quienes nos cono­cieron permanecerá vivo el recuerdo de nuestra manera de ser y actuar. Permítanme señalar del P. José Luis, aunque no sea más que brevemente, algunas de sus cualidades. Deseo evitar toda adulación. Pero no puedo silenciar la verdad. La formación humana y teológica, acumulada a base de estudio, reflexión y de la experiencia que dan los años, era muy sólida en la madurez de su vida. A sus convicciones cristianas, en continuo creci­miento, hay que añadir sus cualidades en cuanto misionero vicenciano. Las cinco virtudes que San Vicente quería ver personificadas en los misioneros conformaron en alto grado la vida del P. José Luis: la sencillez, que tanto agrada a Dios y a los humanos; la humildad, lejos de toda ostentación; la mansedumbre, tan necesaria para evangelizar a los pobres. El P. José Luis era sencillo, manso y humilde. Quienes le hemos conocido hemos leído en su vida, como en un libro abierto, estas virtudes propias del misionero vicenciano.

También hemos admirado en nuestro hermano su ponderación al tomar decisiones y al actuar, su constancia y su sentido de responsabilidad al cum­plir con los oficios y cargos a él encomendados.

En honor a la verdad me siento obligado a recordar que el P. José Luis era, por la gracia de Dios, un hombre bueno y un misionero de buena pasta en el que se podía confiar plenamente. Esta es la razón por la que contó con amistades sólidas. Durante los últimos días de su vida han sido muchas las llamadas telefónicas procedentes de Filipinas y Estados Uni­dos.

Fue ante todo un buen Sacerdote, con madurez vocacional e identificado con su ministerio. Su alto sentido de la disponibilidad le llevó a participar en la misión universal de la Iglesia, sobre todo en la Misión de Filipinas, donde pasó veintiocho años. Si su estatura corporal era considerable, al estampar la firma solía escribir un añadido que decía «el más chico» no era menor su talla cristiana y sacerdotal.

Durante estos días de Semana Santa conmemoramos la pasión, muerte y resurrección del Señor. La pasión de Jesús en sus diversos y azarosos momentos: la entrada en Jerusalén, la conspiración, el grupo de discípu­los, los interrogatorios, la agonía en el huerto y, por fin, la cruz. Y en medio de todo y de todos Jesús, en silencio, asumiendo con generosidad incomparable los acontecimientos. Ofreció su pasión y la vida misma por los demás.

El P. José Luis a lo largo de los diez meses que ha durado su última enfermedad cargó con la cruz camino de Jerusalén y del Calvario. El recorri­do no siempre fue fácil. La fortaleza a veces se vio mermada por los cambios de ánimo. Lo cierto es que asumió con fe su propia situación: el declive ­ de su salud e incluso la terminación de sus días en este mundo.

El día de Resurrección la comunidad cristiana volverá a celebrar la Pas­cua del Señor, es decir su triunfo sobre la muerte y el paso a la vida durade­ra. Todos los símbolos litúrgicos de la Vigilia en la Noche Santa nos indica­rán que Jesús vive: la luz y el agua, las campanas de Pascua, el cántico del aleluia y, sobre todo, al anuncio gozoso de la buena noticia: verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya, aleluya.

En esta perspectiva de resurrección y vida celebramos la Eucaristía como muestra de estima y en aplicación de los méritos de Cristo a nuestro herma­no. Por la gracia de Dios recibirá, esperamos, el don de la vida sin término, en el mundo futuro.

J.I. Fernández de Mendoza

El P. Espallargas en Filipinas

El P. Espallargas o  Joe, como comúnmente se le conocía era un gigante de cuerpo, de alma y mente. Medía 1,96 y era de gran envergadura física. Era muy piadoso y espiritual, de amplios y profundos conocimientos, y de pen­samiento personal e independiente.

Pero una docena larga de adjetivos apenas podría describir a este ilustre misionero Paúl. Su vida y obras en Filipinas nos ofrecen intuiciones dignas de recordarse.

Nació el 24 de marzo de 1933; ingresó en la Congregación de la Misión el 7 de noviembre de 1950; se ordenó de sacerdote el 31 de mayo de 1958.

Su primer destino fue el Seminario Menor de Valenzuela, Bulacán, donde permaneció hasta 1969 cuando pasó a la Universidad de Adamson como Decano de la Facultad de Artes Liberales y Ciencias. Más tarde ocupó el cargo de Tesorero de la Universidad.

Durante varios mandatos fue Consejero y Ecónomo Provincial.

En todos sus cargos y oficios -Profesor, Tesorero, Decano, Consejero y Ecónomo Provincial- demostró gran celo y diligencia.

Como profesor era muy conocido por su erudición y dominio de las materias que explicaba. Gloria de su relevante enseñanza es el que la mayo­ría de los escritores y personas influyentes -visitadores y consejeros- en la provincia de Filipinas sean hombres de pensamiento personal e indepen­diente., inmunes a la manipulación. Muchos de nosotros podemos recordar sus muchas innovaciones en la enseñanza del inglés y de las matemáticas en el Seminario Menor.

Su amplia y profunda erudición le mereció un doctorado en letras, espe­cialidad de Linguística, en la Universidad «Ateneo de Manila». Su tesis sobre Early Filipino Syllabary fue publicada por la Universidad de los Jesui­tas y por la de los Dominicos.

Como bibliotecario de la Casa Central de Manila se preocupó de que la biblioteca no tuviera que envidiar a ninguna otra en estar al día en obras de Teología, Pastoral, Derecho Canónico… Estaba siempre alerta para descubrir las últimas novedades editoriales que pudieran ayudar en los ministerios y apostolado.

En la Universidad de Adamson, donde pasó muchos y largos años como Decano y Tesorero, era muy estimado como excelente administrador y como persona erudita y sabia. A pesar de ser personalmente exigente, tuvo siempre un corazón lleno de compasión para con los pobres.

Durante su período en la universidad, se construyó el campo de baloncesto, completamente cubierto y con suelo de «parquet», poniéndose así los cimientos para que el «Universidad de Adamson» se convirtiera en uno de los equipos más fuertes, llegando a conseguir el campeonato nacional en la categorías de Escuela Superior y de Universidad.

Tuvo siempre gran interés por encontrar la manera y los medios de mejo­rar las prestaciones educativas de la universidad. Animó al que esto escribe a que estudiara los programas de Teología de otras universidades católicas, preparando así el establecimiento en la Universidad de Adamson del progra­ma de Educación Religiosa (IRED). Fue ésta una de las más importantes ini­ciativas del P. Espallargas como Decano de la Facultad de Artes Liberales, ya que la Santa Sede pronto exigiría la oferta de la enseñanza de la Teología en todas las universidades católicas.

El P. Espallargas fue siempre muy meticuloso en la contabilidad y pre­sentación de la misma. Fue Ecónomo Doméstico y Provincial y Tesorero de la Universidad. Los modelos y procedimientos que él recomendó todavía conservan su validez y utilidad en las casas de la provincia. Algunos de los misioneros más jóvenes de la provincia cuentan cómo el P. Espallargas pasa­ba horas y horas, a veces a la luz de una vela, siguiendo la pista unos pocos pesos que faltaban en los libros de contabilidad.

En muchos aspectos, el P. Joe fue el tipo del misionero Paúl español de la postguerra: inculturado -aprendió el tagaloo-, de talante mental abierto, cultivado, educado en los EE UU. Fueron llegando estos misioneros en los años posteriores a la guerra, después de varios cursos de estudios en Inglate­rra o EE UU. Se debió principalmente a este grupo de misioneros españoles en que la provincia de Filipinas alcanzara una situación estable y sólida en personal y en economía.

La provincia cuenta con 69 padres y hermanos y con muchas vocaciones que siguen llegando.

Fue en el período de los misioneros españoles de la posguerra cuando las finanzas de la provincia filipina se asentaron sobre bases seguras y estables que prácticamente continúan sin cambio hasta el presente. Las principales fuentes de ingresos, a saber: el Centro Mariano y la Universidad de Adam­som se establecieron en este período al que el P. Espallargas perteneció de lleno.

A costa de duro trabajo y sacrificios, los misioneros españoles fueron capaces de ahorrar, y de echar fundamentos firmes a la provincia filipina. Durante el período postbélico, cuando la provincia nada tenía, exceptuando el pequeño solar de la calle de San Marcelino, los padres y hermanos tenían que ahorrar hasta el último centavo para la formación y estudios de los futuros misioneros. Muchos misioneros españoles no pudieron ir de vacaciones a España -algunos nunca fueron- a causa de las estrecheces económicas.

Muchos Paúles filipinos guardan afectuosos recuerdos del P. Joe Espa­llargas que gastó los mejores años de su vida en las Filipinas. Tenía también amigos en los EE UU, especialmente entre los que con él estudiaron la Teo­logía; nunca, sin embargo, volvió allí. De hecho, nos decía que había estado recibiendo cartas de invitación de los EE UU durante diez años, a pesar de que él había tratado de desanimar en ello a sus amigos. Todos sus amigos en Filipinas son actualmente amigos de todos los Paúles aquí, incluidos los seminaristas.

«P. Joe, tú fuiste uno de los nuestros porque tú fuiste nuestro profesor, nuestro maestro, nuestro guía y nuestro consejero. Pero, por encima de todo, tú eres nuestro amigo e intercesor en el cielo. Adiós, y, por favor, ruega por la provincia filipina.»

Rolando S. Dela Goza

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