José Ángel Delgado

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P. José Ángel Delgado

17-03-03

Pamplona

BPZ, Marzo, 20039

1 de junio de 1957 – 17 de marzo de 2003

la_orotava004Queridos hermanos:

La Iglesia, en este tiempo de Cuaresma, nos invita a recorrer con Cristo el camino hacia la Pascua. Camino que pasa inevitablemente por la sequedad del desierto, por las dificultades de la subida a Jerusalén, por la pasión y muerte en Cruz. Camino que culmina en la victoria de la resurrección y en la nueva vida, llena de luz y de esperanza, abierta para todos.

Este camino lo ha apurado intensamente nuestro hermano José Ángel, a quien hoy en comunidad de hermanos despedimos. José Ángel vivió consciente de su especial participación en la pasión y cruz de Jesucristo. Hace tan sólo quince días me escribía una carta con algunas reflexiones sobre su vida que en otros momentos habíamos compartido ya en diálogo personal; hacía memoria de su infancia en el barrio bilbaíno de Uretamendi y de la cadena de dolor que le había ido cercando cada vez más estrechamente. Pero, al mismo tiempo, con expresiones llenas de fe y esperanza, renovaba su seguridad en el amor misericordioso de Dios, del que quiso ser testigo como misionero de la Congregación de la Misión.

Es el amor de Dios el que hemos venido a celebrar en esta eucaristía, el triunfo del amor sobre el dolor y sobre la muerte.

Nos ha recordado San Pablo en la primera lectura (Romanos 8, 31-39) cómo es este amor de Dios: más fuerte que el dolor, que los peligros, más fuerte que la misma muerte.

Nos ha recordado también San Pablo que no hay motivos para el temor, porque nuestro juez es también nuestro defensor: el mismo Cristo, que murió por nosotros, más aún resucitó y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.

En la misma lectura, ha puesto San Pablo delante de nuestros ojos la consistencia de nuestra firme esperanza: Dios entregó a su Hijo por nosotros, Dios está con nosotros: ¿quién podrá contra nosotros?, ¿quién podrá apartarnos del amor de Cristo?

De este amor misericordioso escribió y habló una y otra vez nuestro hermano José Ángel, porque formaba parte de su personal experiencia de fe. A este mismo amor hace referencia su última voluntad.

La oración intensa de Jesús en la última Cena (Juan 17, 24-26), que hemos escuchado en el Evangelio, es confesión del amor recibido del Padre, relato del amor derramado en su existencia histórica y promesa y garantía de que su vida y amor serán participados por sus amigos. Este es el acontecimiento que actualizamos en la celebración de la eucaristía. Que ella nos ayude a todos a ser testigos en nuestra vida de cada día del mismo amor que celebramos.

Y que, a cuantos participan del camino de Jesús hacia Jerusalén en medio del desierto y cargados con la cruz, nuestra entrega y amor les hagan descubrir la luz de la Pascua.

De esta luz, de esta Pascua, de este amor está participando en plenitud nuestro hermano José Ángel, junto a María, la Madre Inmaculada, la Milagrosa.

Así lo sabemos, convencidos como estamos de que ni muerte ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Corpus J. Delgado

ÚLTIMA VOLUNTAD DEL P, JOSÉ ÁNGEL (27 de septiembre de 2001)

Yo, José Ángel Delgado Murga Izaguirre y Laconcha, sacerdote de la Compañía de la Misión, indico por las presentes letras que no poseo nada que no sea sino de la dicha Compañía en la cual me honro ser indigno miembro. Si hubiera lugar a dudas sobre cualquier cosa que he utilizado, aténgase todo a lo emitido en mis votos y en lo que supone la admisión al Seminario Interno (que lo realicé en Férez en el curso 1980­-1981, junto a Ángel Etxaide Torres y Luis peregrina Muñoz, siendo nuestro director el señor Jaime Corera Andía y nuestro Visitador el señor Don Julio Suescun Olcoz).

Agradezco de corazón a todos los fieles cristianos y a todos los seres humanos que desde la hondura de su corazón, entre el ateísmo y el agnosticismo, buscaban la verdad y quizás les enseñé un sendero. Quizás no acerté. Pero Dios es más grande y sabio que nuestro corazón.

Doy gracias a la Compañía de la Misión (C.M.) y a la Compañía de Jesús (S.I.) por haberme enseñado los caminos del evangelio que no siempre seguí.

Pero más hondamente doy las gracias a la Compañía de las Hijas de la Caridad por haber sido ellas mis madres y maestras en el oficio de la Caridad.

Con afecto agradecido, os ruego sólo un «ruega por nosotros pecadores», que es, según indicaba Péguy, lo mejor que podemos decir los pecadores.

No pido nada, sino que me perdonéis, que es más difícil que comprender. Yo, me veo junto a Dios, al lado de María, la Madre Inmaculada, la Milagrosa; allí tenéis a otro amigo.

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