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P. Joaquín Quel |
18-09-89 |
Pamplona |
Anales 89, pág. 655 |
A los sesenta y seis años, lleno de dolencias y silencios, falleció Joaquín Quel. El 19 de septiembre le dimos sepultura en el cementerio de Pamplona. A1 redactar esta noticia antes de acostarme, me viene a la memoria el célebre Nocturno otoñal de Juan Ramón, que parece me lo repite susurrante la voz de Joaquín:
«Yo no volveré. Y la noche tibia,
serena y callada,
dormirá el mundo a los rayos
de su luna solitaria.
Mi cuerpo no estará allí,
y por la abierta ventana
entrará una brisa fresca
preguntando por mi alma…»
Había nacido el P. Joaquín en Falces, Navarra, y muy niño entró en la Apostólica. La guerra civil interrumpió su primera etapa de formación, hasta que en 1940 ingresó definitivamente en la Congregación.
Varios destinos en España jalonaron su vida de misionero. En Puerto Rico y en la República Dominicana trabajó con verdadero brío. Allí dejó un montón de admiradores y amigos cuando tuvo que volver a España «a morir», como solía repetir, trayendo a cuestas una salud maltrecha. El deterioro fue progresando, de tal manera que se puede decir que la falta de salud ha sido la gran protagonista de los últimos quince años. En este tiempo apenas se le ha oído una queja. El silencio, la sonrisa, la bondad, el fiel bastón y su buen gusto en el vestir le han acompañado en la última rema del camino.
Hoy, en la iglesia de La Milagrosa, nos hemos dado cita 28 sacerdotes para despedir a Joaquín. Y junto a nosotros un grupo de Hermanas, familiares v paisanos.
En la homilía, el P. Martín Burguete ha hecho una hermosa glosa del salmo 22: «El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar.» Nos ha recordado que el p. Joaquín, también ha ido «por cañadas oscuras», y allí ha encontrado al Señor con el presente del pan y del vino, como le ocurrió a Elías. Lo que tantas veces presidió, el banquete, y aquello que tantas veces anunció en su vida misionera, hoy se le ha hecho realidad, porque para los creyentes la muerte «no es el final».
Después de la comunión hemos roto el silencio cantando a Santa María del Amén: «Cuando nos llegue la muerte y tú nos lleves al cielo…»
Joaquín practicó en su vida muchos «amenes»: a la vocación, a la evangelización, a la bondad, a la generosidad, a la educación en la convivencia diaria, a la enfermedad bien soportada, en fin, a la muerte.
Como el sol que se va de puntillas en las tardes de otoño, así se ha ido Joaquín, sin ruido, diciendo «adiós» con la mirada emocionada.
Descansa en paz, Hermano.
Desiderio Aranguren