Jesús Resano

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros PaúlesLeave a Comment

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P. Jesús Resano

30-01-86

Zaragoza

Anales 86, 140,184

mso79774«El día 1 de febrero de 1986, sábado, a las 12 del mediodía, se celebró en la parroquia de San Vicente de Paúl de Casablanca-Zaragoza el funeral por el P. Jesús Resano. Había muerto el día 30 de enero. Presidió la eucaristía el señor arzobispo de Zaragoza, Mons. Elías Yanes, y concelebraron 43 sacerdotes. Entre los asistentes, que llenaban la iglesia, estaban sus hermanos y familiares, un autobús de personas llegadas desde Andosilla, pueblo natal del P. Resano, y un número de Hermanas muy elevado. Desde Los Angeles, U.S.A., el P. Visitador comunicó su unión con todos los presentes y su participación espiritual en la eucaristía de funeral. Al final de la eucaristía, el P. Superior de Casablanca-Zaragoza, P. Rafael Villarroya, agradeció la asistencia y relató con emoción algunos deseos del P. Jesús Resano. Terminado el funeral el cadáver del P. Jesús recibió cristiana sepultura en el cementerio de Torrero».

«El día 30 de enero de 1986 murió en nuestra comunidad de Zaragoza/ Casablanca el P. Jesús Resano Marín, C. M. Nosotros lo habíamos conocido antes de venir a esta comunidad, durante el mes de agosto de 1985, en la de Pamplona-Colegio, durante el «Mes de Seminario Interno» previo a la entrada en la etapa de acogida.

Como el P. Resano estaba destinado en la comunidad de Zaragoza/ Casablanca, en el mes de octubre nos volvimos a encontrar y él fue quien nos dio el retiro espiritual del mes de noviembre, aunque ya se encontraba muy débil por entonces.

Desde el principio vimos en él a una persona muy abierta, capaz de acercarse a uno en cualquier momento, alegre y social. Ahora, después de su muerte, hemos compro­bado que su simpatía, que le hizo relacionarse con todos –entre las muchas visitas que recibió durante su enfermedad hay que resaltar la de todos los sacerdotes de las zonas donde trabajó–, ha sido como una semilla caída en la tierra buena. Todas las personas que lo conocieron quisieron hacerse presentes en su último adiós, y si alguno no pudo venir manifestó su condolencia por otros medios. Como un ejemplo citaremos al alcalde y Ayuntamiento en pleno de Used (Zaragoza), quienes se excusaron con un telegrama, debido a que no podían venir a causa de la nieve. Vimos que esta simpatía suya se convertía en verdadero cariño filial al hablar de su madre, por la que se preocupó más que por sí mismo.

En los cinco meses escasos en que hemos vivido juntos, hemos admirado en el P. Jesús su entereza en la aceptación de su enfermedad y de los dolores que ésta conlle­vaba; su gran serenidad y dominio de sí mismo; y, sobre todo, su constante recurrir al Señor. Vimos cómo aceptaba los dolores con verdadera fortaleza, hasta el punto de que hubo que rogarle aceptara las inyecciones de calmantes. En medio de los dolores siempre nos dio ánimos a todos. Agradeció constantemente a las Hijas de la Caridad que vinieron a visitarle de todas las comunidades sus atenciones, muy especialmente mencionaba él a las Hermanas del Hospital Militar, que velaron en las noches de sus estancias en la «Casa Grande» y estuvieron continuamente junto a él en los últimos días de su enfermedad. Agradeció también el cariño de sus hermanos, Trinidad, José y Javier, que se turnaron de tal modo que siempre hubo alguno de ellos haciéndole compañía. Quiso también que se recordaran las continuas atenciones de los doctores Magallón y Juan, así como las de don Rafael, párroco de Caspe.

El día que vino a casa después de las vacaciones de Navidad, nos dimos cuenta de los estragos que la enfermedad había producido en él. Se veía que el fin se acercaba a pasos agigantados y él lo sabía y lo aceptaba con gran esperanza cristiana.

Algunos días después de Reyes recibió la unción de los enfermos de manos del P. Visitador, P. Rafael Sáinz. Estuvimos junto a él en ese acto toda la comunidad y dos de sus hermanos. Después de haber recibido el viático y la unción de los enfermos, se despidió de cada uno de nosotros personalmente y repitió: «No estéis tristes, la muerte es algo alegre».

A nosotros los estudiantes nos dijo claramente que merecía la pena ser sacerdote y animó a ser fieles a la llamada del Señor. Nos dijo: «Si os sirve mi ejemplo, os digo que yo me he sentido plenamente realizado en mi vida siendo sacerdote». Durante su enfermedad, en las constantes visitas que le hacíamos al ir y venir de clase y en otras ocasiones y cuando acompañábamos al Padre que le llevaba la comunión, nos saludaba con un apretón de manos y con una sonrisa. En varias ocasiones estuvimos en su cuarto cantando, bien en la celebración de la santa misa, bien mientras le llevaban la comunión. En las dos últimas misas que celebró, los días 27 y 28 de enero, ya desde la cama y a punto de morir, aún sacó ánimos para hablarnos de que lo verdaderamente impor­tante para nosotros debía ser vivir en el amor y en la unidad.

Hemos visto en el P. Jesús Resano a un sacerdote Paúl. El mismo se situaba en la C.M. como un misionero de retaguardia, actuando y trabajando en segunda fila, pero, eso sí, infatigablemente. Su constante trabajo iba unido al no querer sobresalir.

En sus últimas horas, en un tono bajo -aunque claramente audible- y con dificultad nos repitió: «…Me muero, pero no muero», mientras nos sonreía a todos. Murió el 30 de enero a las 7,55 de la tarde, y nos dejó a todos con el convenci­miento de que se había marchado a la misión del cielo».

Zaragoza, febrero de 1986.

Los estudiantes de la etapa de acogida

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