Hilario Mata

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros PaúlesLeave a Comment

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P. Hilario Mata

16-03-92

Pamplona

BPZ 1992, Mar.16

Los MilagrosEl P. Hilario Mata, después de larga y dolorosa enfermedad, «pasó de este mundo al Padre» en la mañana del domingo, día 16 de marzo. El funeral de cuerpo presente se celebró el 17 de marzo por la mañana con toda solemnidad y afecto por el hermano bueno y sencillo. Concelebraron la Eucaristía, que presidió el P. Visitador, 45 Misioneros, dos venidos de Tardajos, 4 de Limpias, y los restantes de la Provincia de Zaragoza. De Murguía, además de varios Padres, llegaron los Estudiantes de Teología que durante algunos años habían convivido con el P. Hilario, antes de que éste se viera obligado por la enfermedad a trasladarse a Pamplona. Un buen número de Hijas de la Caridad, y más de fieles, acompañó a los familiares y Misioneros.

He aquí la homilía del P. Visitador:

«Comenzaré esta homilía manifestando mis condolencias a los familiares del P. Hilario: a la señora Pilar, su madre, a los hermanos, a los hermanos políticos, a los sobrinos y demás familiares; a la comunidad de PP. Paúles de Pamplona.

La muerte de los justos es dulce en el Señor, pacífica, consoladora. Lleva consigo la terminación de la vida presente, pero, a la vez, el comienzo de la futura, gozosa para siempre.

En la profesión de fe la comunidad cristiana, puesta en pie, proclama al unísono esta firme convicción y creencia: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén». Se trata de una parte fundamental de la fe de la Iglesia. Nos afecta a todos: a la Iglesia en cuanto tal, a cada uno en particular. Desde la vida presente esperamos la futura. Por la gracia de Dios, contamos con la esperanza segura de que, transcurrido el tiempo de nuestra vida terrenal, pasaremos a la eterna de los bienaventurados.

Al reunirnos hoy en torno a este altar, estando presentes los restos ­mortales del P. Hilario, no venimos sino a orar para que nuestro hermano sea acogido por el Padre y regalado con la vida futura de gloria y felicidad.

La profesión de fe que proclama la Iglesia tiene sus raíces en las alusiones evangélicas a la otra vida; de ellas toma su savia y mediante ellas se ha formulado: «El que coma de este pan -el cuerpo de Cristo- tendrá la vida eterna»; «Yo soy la resurrección y la vida»; «hoy estarás conmigo en el paraíso». Jesús vino para que tengamos vida.

La práctica pastoral de la Iglesia pone de relieve la importancia y significación de la celebración de los sacramentos de la vida, para que nos proporcionen desde ahora la vida en el Señor: en este tiempo que pasa y después en la eternidad.

Algo parecido ocurre a lo largo de la Cuaresma y en Pascua. Toda la comunidad cristiana, cada uno en particular, todos, nos unimos a Jesús que sube a Jerusalén, que, como el grano de trigo muere, que muere en la cruz, pero que no permanece en el sepulcro sino que es resucitado por Dios, pasando a la posesión de la vida eterna, a la derecha del Padre. Jesús es el primero en subir Jerusalén, en morir en la cruz, y en resucitar. Pero después, con él y como él venimos todos nosotros, muertos en su muerte al pecado, y vivos en su resurrección para Dios. Primero Jesús, el Señor; después cuantos hayamos tratado de vivir y morir en el Señor.

Por la misericordia de Dios, todo esto se habrá realizado ya en el P. Hilario; habrá escuchado ya, de labios de Jesús, las gozosas palabras de bienvenida: «ven, bendito de mi Padre, pasa a la casa de mi Señor».

El P. Hilario Mata nació el 12 de agosto de 1934 en Susinos del Páramo (Burgos). Fueron sus padres el Sr. Eleuterio Mata y la Sra. Pilar Calzada, aquí presente a sus 84 años, llena de sentimiento por la muerte de su hijo, pero, a la vez, fuerte en la esperanza y en la fe.

El P. Hilario recibió desde el inicio de su vida una sólida formación cristiana, ayudado por el ambiente familiar de profunda piedad y honradez, y contando, a su vez, con el apoyo de la pequeña comunidad parroquial de Susinos del Páramo. En ese ambiente nació y creció su inclinación a la vida misionera. Sintiéndose atraído y llamado por Dios, en septiembre de 1945 ingresó en el  Seminario Menor de Limpias (Cantabria), donde permaneció durante cinco años hasta 1950.

Hizo el Seminario Interno, también en Limpias, durante los años 1950-1952. Fue su día de vocación, o de admisión en la Congregación de la Misión, el 7 de Noviembre de 1950. En la Congregación emitió los votos temporales y los perpetuos comprometiéndose a seguir de cerca a Jesucristo, Evangelizador de los pobres.

Cursó los Estudios de Filosofía en el Seminario de Nuestra Señora de la Asunción de Hortaleza (Madrid), los años 1952-1955 y los de Teología en el Seminario de San Pablo de Cuenca, los años 1955-1957, y posteriormente en Santa Marta de Tormes, Salamanca, los años 1957-1959.

Recibió la ordenación sacerdotal de manos de Mons. Florencio Sanz, C.M., en el Seminario Mayor de San Vicente de Paúl de Santa Marta, Salamanca, el día 21 de junio de 1959.

Destinado al Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo, se empleó a fondo en las tareas docentes y formativas de los alumnos durante 22 años, desde 1959 a 1981. Son incontables los alumnos que, agradecidos, recuerdan las enseñanzas y orientaciones que del P. Hilario recibieron durante ese largo espacio de tiempo. En Murguía (ALava) ejerció diversos ministerios sacerdotales a lo largo de 10 años, desde 1981 a 1991.

En 1991, aquejado de una grave enfermedad que lo ha llevado al desenlace final, vino a la Casa-Enfermería de Pamplona, donde falleció ayer, día 16 de marzo del presente año de 1992, a las seis de la mañana.

En suma, 57 años de vida, marcados por el amor a Dios y a los hermanos, en ascenso ininterrumpido hacia la madurez cristiana y misionera.

Quienes hemos tenido la suerte de convivir, o, al menos, de conocer al P.  Hilario, recordamos con agrado algunas de las virtudes cristianas y vicencianas que en él sobresalieron: su bondad, por todos reconocida; su hospitalidad espontánea, demostrada una y mil veces a la hora de acoger y recibir a cuantos se acercaban al viejo caserón de Murguía. Al mismo tiempo que ofrecía, puntual, un par de sábanas blancas, pedía perdón, anticipadamente, por si al visitante de turno le faltaba alguna cosa.

El P. Hilario no se daba importancia, al contrario, prefería pasar desapercibido y medir a la baja sus cualidades. Junto al P. Hilario, que contaba con la estima de todos, no podía uno sino sentirse a gusto y disfrutar a su lado del calor humano de la convivencia.

Adornaron su vida misionera las virtudes típicamente vicencianas: la sencillez en todo, la mansedumbre, la tolerancia y la humildad que lo inducía a considerarse corno el más pequeño de la comunidad.

Durante largos años, hasta el día mismo de su fallecimiento, asumió con entereza la cruz de la enfermedad. Aceptó con rigurosa resignación cristiana las limitaciones derivadas de su pérdida de salud. Vivió con paciencia, con mucha paciencia, hasta con benigno y sonriente humor sus achaques y dolencias, quitando importancia a su situación. Tuvo siempre un corazón compasivo al que le era insoportable el dolor de los demás, de los demás seres humanos, desde luego; y también, y mucho, de los animales.

En la postrera etapa de su vida, o sea, en los últimos meses y días de su enfermedad que avanzaba implacable, nos ha dado un ejemplo, como pocas veces se ha visto, de aceptación en paz y esperanza cristianas de la muerte. Hablaba de ella, de su muerte que esperaba de un día para otro, con conmovedora sencillez y espontaneidad.

Cuenten con mi agradecimiento los familiares del P. Hilario, venidos de lejos, los Misioneros concelebrantes, las Hijas de la Caridad y todos los fieles aquí presentes.

Mención muy especial merecen cuantos en estos últimos años y, sobre todo, meses, han ayudado con cuidados exquisitos en Murguía y en esta Casa -Enfermería al P. Hilario: Misioneros, Hijas de la Caridad, empleados y personal sanitario. A todos, muchas gracias.

Al Señor, le pedimos en esta celebración de la Eucaristía, que premie a nuestro hermano, P. Hilario, con el don de la vida que no acaba. Ponemos nuestra oración en las manos bondadosas de Santa María Milagrosa para, que corno en Cana, haga que nuestro hermano, P. Hilario, sea admitido para siempre en el banquete de gloria y alegría del Padre en el cielo.

¡Descanse en la paz del Señor el P. Hilario! Amén.

J. Ignacio Fdez H. de Mendoza

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