Gil Belascoain Ilarragorri (1883-1936)

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Author: Elías Fuente · Year of first publication: 1942.
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He aquí un Hermano Coadjutor de la Congregación de la Misión, modelo, de los que San Vicente llamaba joyas y te­soro de la Compañía.

Su cualidad principal y destacada fue el amor al trabajo. Guadalajara, Madrid, Cuenca, Potters Bar tienen obras que sus manos levantaron: era el albañil de la Congregación.

Y siendo maestro, hacía de peón, es decir, no desdeñaba ninguna labor por dura y pesada que fuese.

Y poseía una cualidad rara en los hombres que valen y dan rendimiento, y era que no se vanagloriaba de ello ni menos despreciaba a los demás. Atendía a las observaciones que tan­to el Superior como otro cualquiera que se las diera por entendido, pudiera hacerle, aunque, claro, no siempre hacía uso de ellas, no por espíritu de contradicción, sino por no estar frecuentemente acordes con la realidad y la técnica: «Zapatero a tus zapatos».

Cuantos le han conocido están unánimes en afirmar que era buen hermano. Y entre los defectos que se le pueden acha­car, ninguno hay de monta. Cierto geniecillo sí tenía. A la ver­dad que si bien su porte no era jamás de los que se atraen enemigos, tampoco era hombre de muchos amigos, ni de los que se entregan a intimidades. No se daba fácilmente. Era un compañero que ni molestaba ni encantusaba.

Nacido en Legarda (Navarra) el 1 de septiembre de 1883, ingresó en la Congregación el 5 de junio de 1907, es decir, a los veinticuatro años, hecho un hombre. Pertenecía al club de los convencidos. Era delgadito y de apariencia tirando a infante.

Su primer destino fue Guadalajara, donde hizo de cocinero del Colegio Apostólico. Destinado en 1920 a Madrid, en calidad de albañil, como tal volvió al año siguiente a la ciu­dad de Guadalajara, donde levantó un pabellón con varios hermanos a sus órdenes. En su honor hay que hacer constar que algunos de aquellos, harto faltos de espíritu religioso, le dieron en muchas ocasiones bastante que sentir, y con ellos tuvo que extremar la prudencia y la paciencia. Pero no se apro­vecharon de su ejemplo de virtud y abandonaron su vocación a la corta unos, y otros, a la larga. De grande aliento le sirvió entonces el virtuoso Hermano Zubillaga, que tan aventajado discípulo le salió en albañilería y virtud.

Desde los años 1921 a 1931 estuvo de asiento en Madrid, con algunas escapadas, al frente de su brigada, a Villafranca y a Cuenca, donde obras por realizar le requerían.

En 1931 fue destinado a Potters Bar, en. Inglaterra, al ser convertida aquella residencia en morada de los estudiantes del último curso de Teología de la provincia de Madrid, para eje­cutar algunas reformas necesarias, aunque no de envergadura.

En 1933 fue destinado a Nueva York; pero debido a las condiciones de inmigración allí vigentes, no pudo permanecer más de un año, y volvió a Potters Bar. Aquí, durante el bie­nio 1934-1936, dirigió las obras de la construcción de un nuevo pabellón.

A fines de 1936 volvió a España. Dios era quien le traía, por haber sido hallado en sus divinos ojos dignos del martirio.

En efecto, desde el 25 de julio hasta mediar septiembre vivió acogido en el número 12 de la calle de Bretón de los He­rreros. Al no poder permanecer por más tiempo en dicha casa, falto de recursos, el H. Orcajo le condujo a Tudescos, 6, donde vivía el P. Fuente, que se hizo cargo de él y le proporcionó alojamiento en la Posada del Peine, en donde se hallaba ya el H. Zubillaga. Así los dos compañeros de oficio lo fueron en los temores y sobresaltos, aunque, a decir verdad, su vida trans­curría en buen, acomodo y tranquila, en cuanto era posible en aquellos calamitosos tiempos, ya que todos los días salían de paseo, generalmente hacia la plaza de Oriente.

Un incidente, al parecer sin importancia, la tuvo capital. Cierto día de los primeros de noviembre, mientras cenaban en el comedor público de la posada, se fijaron en ellos algunos milicianos de gradación, que también estaban cenando; se les debieron de hacer sospechosos de frailes, al ver su porte come­dido, y les hicieron preguntas capciosas.

Al día siguiente contaron el caso al H. Orcajo, y éste les aconsejó se marcharan cuanto antes de la posada, porque aque­llo le daba mala espina.

Fuera por no darle ellos semejante significado o por im­posibilidad de encontrar nuevo lugar donde hospedarse, lo cierto es que no siguieron el consejo prudente, y en la misma posada continuaron hasta que el 7 de noviembre desapareció el H. Belascoain y el 30 su compañero el H. Zubillaga, según rezan los libros de la posada.

Nada más se ha podido saber del H. Belascoain, lo cual nada tiene de extraño, pues que aquel noviembre de 1936 fue terrible, y la plaza de Oriente no podía ser ya lugar de cita, como también era ilógico que el H. Orcajo se presentara en la Posada del Peine, donde tanto metía el hocico el oso mar­xista.

No hemos podido asimismo, hasta la fecha, obtener nin­guna fotografía de su persona, aunque hemos escrito a su pue­blo y a su única hermana, religiosa de la Visitación en Santander. En las manos hemos tenido una de la Comunidad de Cuenca, hecha el año 1929 y en la cual nos consta que debía figurar, pero en el momento crítico se escondió detrás del en­tonces hermano estudiante y hoy Padre Ramiro Rodríguez Reyero. En, nuestra casa de Londres creemos que existe alguna, con toda la Comunidad del 1932; pero la censura de guerra nos pri­va de su posesión para utilizarla en esta edición de sus apuntes biográficos.

 

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