Generoso Guembe

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros Paúles1 Comment

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P. Generoso Guembe

11-11-00

Pamplona

BPZ, Noviembre, 2000

mso1CC5214 marzo 1.929-Pamplona. 11 noviembre 2.000

Hoy, domingo, celebramos los cristianos la victoria de Cristo sobre la muerte y su oferta a los creyentes de la vida para siempre. En ese contexto nos hemos reunido para despedir a nuestro hermano Generoso, que fallecía ayer en esta ciudad de Pamplona a los 71 años de edad. En él se está cumpliendo ahora la sentencia que escuchábamos en la carta a los Hebreos: «El desti­no de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio». Ya desde su Bautismo fue sepultado con Cristo en las aguas de la purificación y desde el mismo Bautismo fue asociado a la vida en el Espíritu. Una vida que después fue creciendo con la participación en los demás sacra­mentos de la Iglesia y con la dedicación al ministerio sacerdotal. Por eso, su muerte ahora no es sino el acto último de una entrega al Señor que fue ofreciendo durante toda su vida. Y el juicio pa­ra él no puede ser sino una mirada de misericordia de Dios que lo acoge y lo abraza.

Había nacido Generoso en la villa de Aibar (Navarra) e1 14 de Marzo de 1929, siendo sus padres D. Narciso y Dña. Agripina. En 1940 ingresa en el Seminario Conciliar de Pam­plona para pasar después, en 1942, a esta Apostólica de los Padres Paúles en la que nos encontramos. En 1945 se traslada a Hortaleza (Madrid) iniciando el Noviciado el 16 de Septiembre. En ese mismo lugar prosigue sus estudios de Filosofía a partir de 1947. Ya en 1949 se instala en Cuenca para cursar durante tres años la Teología, disciplina que terminará en Londres con un año más de estudio. A lo largo de todo ese tiempo, va dando Generoso los pasos sucesivos que lo in­corporan a la Congregación de la Misión y culminan en el sacerdocio: pronuncia los votos en Ma­drid en 1947, se ordena de diácono en Cuenca en 1952 y accede finalmente al presbiterado el 13 de Septiembre de 1953 en Madrid.

Muchos han sido los destinos que desde esa fecha conoció el P. Generoso en su vi­da ministerial. Tras el año de Londres, entre 1954 y 1959 se encuentra en Sevilla como coadjutor en la parroquia de San Gonzalo. Doce años más pasará por aquellas tierra del Sur, primero como coadjutor en Melilla y después; de 1964 a 1971, como superior y párroco en Huelva. En esos años cursará, además, la carrera de solfeo y piano que tanto habrá de practicar después en el servi­cio pastoral. Formada ya esta Provincia Canónica de Zaragoza, pasa el P. Generoso en 1971, en calidad también de superior y párroco, a San Sebastián, ciudad en la que permanecerá hasta 1976. En esta fecha se traslada a Madrid para participar en un Curso de Actualización Teológica. Y a partir de ahí se suceden otra serie de destinos que le llevarán primero a Fuerteventura (Canarias) de 1977 a 1980, después al servicio de esta Iglesia de la Milagrosa de Pamplona entre 1980 y 1986, a continuación son cuatro años en Cartagena como superior de la comunidad y, tras un bre­ve paso por Puerto Sagunto de dos años, es enviado a Teruel en 1992. En esta comunidad ha vi­vido estos ocho últimos años atendiendo a nuestra parroquia de la Milagrosa y colaborando a la vez en la formación de los seminaristas internos. Últimamente, la enfermedad y los achaques se habían hecho inseparables de él. Todo este verano lo ha pasado en el Hospital de Pamplona. Nada, sin embargo, nos hacía prever un desenlace tan inminente. Pero el Señor lo ha llamado y Generoso estaba preparado. ¡Descanse en paz!

Si nos hemos fijado en el rápido recorrido de su biografía, un hecho destaca sobre­manera: la dedicación constante al servicio pastoral en las parroquias. Su carácter sencillo y cer­cano, su capacidad de acogida, su disposición sentimental lo hacían muy hábil para este ministerio. ¡Y él trabajaba a gusto! Lo conocí precisamente cuando atendía la parroquia de Nra. Sra. de Arantzazu en San Sebastián y con él pude dar los primeros pasos en la catequesis. Desde entonces, varios han sido los rasgos positivos que he podido apreciar en el P. Generoso: su disponibilidad, fácilmente comprobable por el número de destinos que ha conocido; su gusto por la música, con la que tanto ha contribuido al servicio pastoral; y su talante alegre, que lo hacía un compañero amable. Son todas ellas cualidades que recalcan su calidad de misionero y cristiano.

Y del ser misionero y cristiano nos ha hablado la Palabra de Dios en esta tarde. Tanto el relato del Primer Libro de los Reyes como el Evangelio centraban nuestra atención en dos pobres muje­res viudas. Eran distintas las circunstancias que las rodeaban, pero era la misma la actitud que reflejaban: actitud de generosidad, de entrega, de sacrificio, de desprendimiento total hasta darlo todo. Y ahí aparece reflejada la forma de ser de la persona realmente religiosa: una persona que se entrega a la voluntad de Dios sin reservas; que comprende que esa voluntad de Dios es justicia, misericordia y amor al prójimo; que entiende que la religión verdadera es, como decía el Salmo Responsorial, «asistir a los huérfanos y a las viudas, enderezar a los que ya se doblan y hacer justicia a los oprimidos».

Todo esto así expresado nos puede parecer etéreo y aburrido. Pero ahí están entonces los pequeños gestos de cada día, gestos como el de las dos mujeres de la Escritura, gestos como el de tan­tos cristianos anónimos en el mundo, gestos que expresan una rica vida interior, una confianza absoluta en Cristo y una dedicación total a la instauración de su Reino. Y es que el verdadero creyente, como la viuda del Evangelio, se fía completamente de Dios, no de los bienes que posee; pone su esperanza en Cristo, no en sus ahorros; está atento a la voluntad de Dios, no a sus caprichos; busca el camino fiel de la Cruz, no el de la despreocupación; trata de servir a los hombres, no de servirse de ellos. Por eso el ver­dadero creyente confronta su vida con la vida de Jesucristo y encuentra así cada día un estímulo para su fe, un sentido para su vida y una razón para su esperanza.

Cuando el Evangelio nos propone una meta tan alta como la de Cristo no lo hace, pues, para desanimarnos, sino para despertar en nosotros la inquietud de una superación constante: la pa­sión por ir hacia lo que parece imposible, la voluntad de superar cualquier dificultad con la que nos encontremos, el compromiso de amor que nunca se satisface porque aspira a una plenitud que nos desbor­da… En Cristo todo es posible… Sólo nos hace falta para conseguirlo una confianza tan grande en Él como la que tenían aquellas mujeres en Dios.

Es por todo esto por lo que la vida del cristiano es una vida intensa, alegre e ilusionada. Intensa porque vive cada momento como un germen de eternidad. Alegre porque es una vida animada por el Espíritu de Amor. E ilusionada porque es vida en superación, en esperanza, en contemplación go­zosa de la Victoria de Dios.

A toda esa realidad de vida es asociado cada uno de nosotros desde el instante de nuestro Bautismo. A esa vida fue asociado también el P. Generoso. Recuerdo que, cuando estaba el año pasado recomponiendo el Cancionero musical que con tanto mimo había preparado, me pidió si podría encontrarle la partitura del «Alma de Cristo» que tanto le gustaba. Casualmente yo la tenía porque me la había entregado hacía unos años otro padre de esta comunidad. Se la envíe y, contento, me correspondió al po­co regalándome uno de los Cancioneros con una dedicatoria: «Para ti, con alma de Cristo». Con esa mis­ma alma y con la letra de ese canto, quiero ahora despedirlo y encomendarlo al Señor: «En la hora de su muerte, llámalo y mándale ir a ti, para que con tus santos te alabe por los siglos de los siglos. Amén»

Santiago Azcárate

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