Fernando Ibilcieta

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P. Fernando Ibilcieta

14-08-04

Pamplona

BPZ, Agosto 2004

casamelillaNos hemos reunido hoy para celebrar la Misa Exequial por nuestro hermano, el P. Fernando Ibilcieta Istúriz; misionero, a quien despedíamos ayer en esta misma Iglesia en la intimidad, por razón de la solemnidad de la Asunción de la Virgen María.

El P. Fernando había nacido en Sada de Sangüesa (Navarra) el 28 de mayo de 1913. En sus apuntes biográficos, teñidos de aquella sabiduría amasada en contacto con las tradiciones culturales de la India, escribe: «En 1925 vivía por aquí un apostólico de 12 años y mucho candor e inocencia y gracia ante Dios y todos los Padres». Iniciaba así, en la Apostólica de Pamplona, un camino que completó también en Pamplona, donde fue llamado por el Padre el pasado día 14 de agosto.

Ordenado sacerdote el 3 de julio de 1938, el P. Fernando trabajó como misionero durante cincuenta años en la India, en la misión de Orissa, desde 1940 hasta finales de 1989.

La primera lectura de esta celebración, tomada del profeta Isaías (25, 6a. 7-9) nos ha descrito la invitación del Señor a celebrar una gran fiesta en su monte santo. La invitación del Señor está dirigida a todos los pueblos. El profeta destaca esta dimensión universal de la invitación del Señor reiteradamente: todos los pueblos, todas las naciones, todos los rostros, todo el país… son expresiones con las que el profeta quiere significar este alcance universal.

Toda la vida del P. Fernando me parece que puede interpretarse como animada de esta convicción: el Señor ofrece la salvación a todos los pueblos; por eso, es preciso acercar esta invitación a todos y hacerlo constante e insistentemente, porque está en juego la felicidad y la fiesta de encontrar y celebrar al Señor, nuestro Dios.

Se entienden así los trabajos del P. Fernando en la misión de Orissa, en la India. Su tenacidad logró consolidar 30 estaciones o puestos de misión, formando 300 comunidades católicas, estableciendo escuelas y dispensarios. Varios cientos de catequistas, animadores de las comunidades, y una docena de sacerdotes han prolongado su labor misionera. La fecundidad del servicio misionero desplegado por el P. Fernando y sus compañeros en la India se puede apreciar hoy en la pujanza de la Congregación de la Misión (con dos Provincias) y de las Hijas de la Caridad, así como en la consolidación de las diversas diócesis sobre lo que fue territorio de la misión de Orissa, con sus propios sacerdotes, catequistas, escuelas y comunidades; sin olvidar la animación misionera de generaciones de jóvenes españoles a través de la Cruzada Misionera pro Cuttack.

En su labor misionera, quiso el P. Fernando acercarse a las costumbres de los pueblos de la India y a sus lenguas. Y lo que es más, como él mismo afirma en sus apuntes, hacerse amigo de todos para ganarlos para Cristo: «Nos ganamos el amor sincero de los hindúes y de los muslimes, de las autoridades y de los pueblos».

Después de haber trabajado durante cincuenta años en la India, su edad avanzada y la necesidad de cuidar su salud aconsejaban que permaneciera en España. A1 solicitar del Visitador de la India la autorización para quedarse en España, en la Provincia de Zaragoza, manifestaba: «Le escribo temblando…; por las circunstancias razonables que conocen, propongo dejarles a todos ustedes allí donde mi corazón permanecerá para siempre» y se despide de los misioneros compañeros en Orissa, las Hermanas, los catequistas, los profesores…

«Un gran misionero. La Iglesia en la India y la Provincia de la India le deben muchísimo… Aunque residiendo en la provincia de Zaragoza, estamos seguros de que continuará con nosotros en espíritu y en la plegaria». Así escribía Mathew Onatt, c. m., Visitador de India, el 17 de octubre de 1989, al dar su autorización, en carta al Visitador de Zaragoza, para que pueda pasar a esta Provincia.

Hermanos, ¿cómo no dar gracias a Dios hoy en nuestra eucaristía por el generoso testimonio misionero de nuestro querido P. Fernando? Celebremos también nosotros en el verdadero monte santo, que es Cristo, entregado por nosotros hasta la muerte y resucitado, la salvación ofrecida a todos los pueblos, a todas las naciones, su presencia y su amor que nos llena de gozo y de fiesta.

En el evangelio proclamado en esta eucaristía (Juan 6, 37-40) anunciaba Jesús: «Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día».

Quienes hemos conocido al P. Fernando cuando vino a vivir entre nosotros, completado su servicio misionero, hemos apreciado en él el fuego del celo por la salvación de las almas, rasgo propio del misionero, según San Vicente de Paúl. Pienso que el P. Fernando se sintió siempre urgido por la misma convicción de Jesucristo, el Misionero del Padre: «Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio».

Creo que fue este celo el que le llevaba, como él mismo ha escrito, a «buscar por todo el mundo al pecador para traerlo al camino del cielo».

Este mismo celo le impulsaba a defender con arrojo la formación recibida, acarreándose en ocasiones el disgusto de los más cercanos.

Fue este celo el que le llevaba a pedir, ya en Zaragoza, a los superiores de las comunidades, a los diversos Visitadores y hasta al Superior General que le permitieran trabajar: «un altarcito, Padre, con un grupico de fieles y algunos ratos de confesionario, y hasta algo como un púlpito de silla o itinerante; cosas esenciales al sacerdote, sin las cuales ni sé -ni querría- serlo».

La respuesta del Visitador del momento le invitaba, sin embargo, a una «misión de oración y de sufrimiento. ¡Qué duda cabe que siendo tan firme su fe, incluso ese sufrimiento lo transforma en gozo cuando lo abraza en Cristo!».

Con sufrimiento, pero con gozo, con manifiesta gratitud a las comunidades por donde fue pasando, aceptó hacer así la voluntad de Dios: «Me daré a lo único posible: oración, intercesión por todo el mundo; retiro; y prepararme a despegarme hacia el cielo».

En esta eucaristía encomendamos al P. Fernando y, en la comunión de los santos, nos encomendamos también a su intercesión. Que el Señor Jesús, Misionero del Padre, que vino para que nadie se pierda y para resucitarlo en el último día, haga participar a nuestro hermano de la resurrección y de la Vida sin fin.

Entre los apuntes biográficos del P. Fernando, he encontrado su testimonio en el momento de la muerte de otro misionero: «Sepa que al que veneran como santo Padre Güemes murió en mis manos, las del hijo del esquilador de Sada, el 12 de diciembre de 1978. Le había llevado con los jóvenes y con cánticos dos noches la santa comunión, el santo Viático… Y, cuando alarmado me gritó: ‘Padre, que estoy muy mal’, yo le dije calmoso, prudente y santo: ‘Padre, se está usted muriendo. Pero, ánimo, estamos aquí todos con usted ayudándole… Diga conmigo: Anima Christi… voca me, jube ME venire ad TE, in hac hora mortis meae ~’…

Esta celebración es también para decirle al Padre Fernando: Ánimo, estamos aquí todos con usted. Creemos en Jesucristo, que es Resurrección y Vida. Esperamos que Él te ha llamado y te ha mandado ir con Él.

Que María, la Madre Milagrosa, la Madre en las diversas advocaciones acuñadas por el P. Fernando en los pueblos de la India; San Fernando, por quien profesaba singular devoción; San Vicente de Paúl y todos los santos, lo reciban y acompañen en la fiesta del monte del Señor.

Corpus J. Delgado

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