Faustino Fernández

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros PaúlesLeave a Comment

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P. Faustino Fernández

02-03-85

Pamplona

Anales 85, pg. 236

iglesiasanvicente01Aún está húmedo el yeso que guarda celosamente sus restos en el panteón familiar de Viana, y aún debe quedar en su rostro algo de aquella sonrisa que le acompañó en su larga vida.

Para presentar al personaje no hay que echar mano de apellidos u otros aditamen­tos: Basta su nombre para identificarlo, porque Padre Faustino no ha habido más que uno.

Pues sí, Padre Faustino, lleno de años -ochenta y cinco- y de bondad, ha falleci­do en la residencia de ancianos de Muruzábal (Navarra) el 2 de marzo. Su fallecimiento ha sido tranquilo, sereno, como una puesta de sol, como la fruta que cae madura del árbol. El, que fue tan conciliador siempre, se ha encontrado como premio con una muerte suave que le ha recogido. Su conciencia se había nublado hacía un tiempo y apenas si se daba cuenta de su entorno, pero se sentía feliz en su infancia recuperada. Pocos meses llevaba residiendo entre los ancianos de Muruzábal bajo el solícito cuidado de las Hermanas; desde el primer momento se ganó a todos, que se lo disputaban para llevarle y traerle, levantarle y sentarle, servirle en la mesa y sentarse a su lado. Estaba en la boca de todos y hoy sigue estando en la pena de todos.

Había nacido en Viana (Navarra), tierra fecunda de excelentes vocaciones vicencia­nas. A los doce años, después de servir como monaguillo en la soberbia iglesia parro­quial del pueblo, sale a estudiar humanidades a Murguía (Alava) y proseguir luego las etapas normales de formación en Madrid hasta llegar al sacerdocio en 1924.

Con el sabor y la emoción de la primera misa es destinado al seminario diocesano de La Laguna (Tenerife), donde permanece seis años. De allí salta al seminario dioce­sano de Orense, donde trabaja durante veintiún años, siendo trece años rector y supe­rior del mismo. Cuando el obispo de Orense, Blanco Nájera, dio el ultimatum a los Padres para que se marcharan, hizo una excepción con el P. Faustino, al que le daba «hasta la mitad de su reino» con tal de retenerlo en la diócesis. El Padre no picó en eI suculento bocado episcopal y prefirió quemar las naves y marcharse con elegancia con sus compañeros de congregación.

No para ahí su andadura sacerdotal, pues disfrutaron de su presencia, respectiva­mente, las casas de formación de Teruel, Pamplona y Hortaleza. En los últimos años ha estado en San Sebastián, Cartagena y Pamplona, dando de sí cuanto tenía y era, que tenía y era mucho.

En este resumen apresurado de su rica y larga vida quiero destacar dos cosas: En su cuarto siempre ha habido libros selectos que le dieron una formación sólida y segura, sin fisuras. Otro dato curioso es que el P. Faustino siempre ha sido una pieza clave a las casas de formación tanto diocesanas como de la Congregación. ¿Cómo se expli­ca esto si en las paredes de su cuarto nunca colgaron títulos académicos y otros entor­chados?, ¿si nunca pudo contar a sus numerosos alumnos anécdotas de profesores pin­torescos de esta o aquella facultad? Muy sencillo; fue un hombre de reflexión, de estu­dio, de asimilación, de oración. Con todo este equipaje se presentó en las clases y dejó una estela imborrable. Así premia Dios la honradez de las personas que secundan sus planes sin pedir seguridades.

Pero no queda ahí su actuación sacerdotal. Cuando el P. Franco fue nombrado Vi­sitador de la Provincia de Madrid y «capellán» como él se definía, de las 12.000 Hijas le la Caridad españolas, el primer gesto que tuvo fue llamar cerca de sí al P. Faustino cono fiel mozo de espadas que simultaneó durante cinco años la doble tarea de supe­rior del seminario de Hortaleza y la de consejero asistente. Poco tiempo tardó el fino olfato de las Hermanas en descubrir en el nuevo asistente un hombre extraordinario para el consejo oportuno. A partir de aquí se le abrió un campo inmenso en la direcc­ión particular de cientos de Hermanas que acudían a él de todas partes. Esta labor callada pero eficaz aún dura en el recuerdo y el agradecimiento de muchas. El hombre que a tantas atendió y animó se encontraba al final del camino, cansado, desvalido, pobre radical, pero primorosamente atendido por ellas. ¡Cuántos cuidados recibió él que siempre estuvo atento a las necesidades de los demás! Las Hermanas lo tenían co­no un cromo. En mi última visita me decía una Hermana, mientras le ayudaba a levan­tarse del sillón: «¡Lo que ha sido el Padre Faustino y lo que es ahora! Esto me sirve de meditación diaria.» Pienso que el P. Faustino ha sido aprovechable hasta el final.

He preguntado a los que han convivido con él y todos han coincidido en resaltar mismas cualidades. De mis apuntes quiero destacar algún dato significativo y simpático:

Gracias a sus gestiones en la Nunciatura se pudo enterrar al P. Caminos en el crucero de la iglesia.

Siendo Superior en Pamplona (1953-56), él introdujo la buena costumbre del café diario en la sobremesa, café de nombre, no de sabor y contenido.

Dio bajo su responsabilidad algunos permisos algo comprometidos frente a una línea legalista. Ya entonces tuvo la visión de valorar más las personas que los consuetudinarios.

Con toda la riqueza de datos que he recogido de viva voz y con los míos personales, me atrevo a hacer un retrato fiel del hombre que nos ha dejado un grato recuerdo:

Sonriente siempre; dispuesto al Sí, a la complacencia; agradecido hasta por el mínimo detalle; bondadoso, prudente en sus juicios y palabras; equilibrado como el fiel de una balanza; educado en sus gestos y modales; acogedor a todos; abierto a las co­rrientes para asumirlas y aprovecharlas; detallista con los compañeros de comunidad; amigo del confesonario; disponible hasta el último momento; muy humano y humanis­ta; caballero en todas sus actuaciones; animador y conciliador; a veces guasón, sin set pesado; seguro de sí mismo; buen profesor porque respetaba la clase; enemigo de la vulgaridad como hombre y sacerdote; hombre de oración sin aspiraciones a místico. ¡Ah!, hincha del Atlétic de Bilbao.

Con las alforjas bien llenas se ha presentado el peregrino ante el Padre. Y desde la otra orilla parece saludarnos con los versos de León Felipe:

«Para mí el bordón sólo. A vosotros os dejo

la vara justiciera, el caduceo,

el báculo

y el cetro. Para mí el bordón sólo del romero…

Yo quiero el camino blanco y sin término… «

¡Descanse en paz!

Desiderio ARANGUREN, C. M.

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