Espiritualidad bíblica: 5. Valores del Evangelio

Francisco Javier Fernández ChentoFormación Cristiana5 Comments

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Author: Albert Nolan, O.P. .
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5. Valores del Evangelio

El gran paso adelante, dado por el Nuevo Testamento con relación al Antiguo, puede ser descrito como el paso del cumplimiento exterior de las leyes hacia la interiorización de valores, del cumplimiento de la letra de la ley hacia la libertad del Espíritu. En algún estadio de nuestra vida espiritual tenemos que dar un paso adelante así en dirección a la libertad.

Jesús nos desafía a ir más allá de todas las leyes, reglas, principios, y aún de los diez mandamientos, a fin de que nos volvamos totalmente responsables de nuestros actos. Jesús nos desafía a volvernos libres y a juzgar por nosotros mismos lo que es cierto y lo que es errado. La capacidad de decidir por nosotros mismos cuando es apropiado observar una ley o una regla, y cuando no lo es requiere de una dosis muy grande de libertad y responsabilidad personal.

Muchos prefieren que les digan qué hacer o sino prefieren tener leyes y reglas tan rígidas que no necesitan asumir la responsabilidad de decidir por sí mismos. Ese es un obstáculo muy serio al progreso en la vida espiritual. Sofoca el Espíritu de libertad.

Y, de tal modo, el Evangelio nos presenta directrices. Nos presenta al mismo Jesús como modelo de la verdadera libertad y aclara los valores por los cuales el vivió. Podemos experimentar la libertad del Espíritu aprendiendo a interiorizar esos valores y a vivir, nosotros mismos, según esos valores.

Básicamente, existe solo un VALOR en el Evangelio. El valor del amor y la compasión-justicia del corazón. Podríamos expresar esto de otra forma, y decir que el único valor del Evangelio son las PERSONAS. Las personas son más importantes que el dinero, el «status», la sabiduría, el poder o cualquier otra cosa del mundo. Para Dios sólo hay un gran valor: las personas. Es por eso que hablamos de amor, compasión, justicia. Esos valores sólo enfatizan la importancia de las personas.

Con todo, para entender las implicaciones prácticas de este grande y único valor, necesitamos SUBDIVIDIRLO en muchos valores diferentes, que se refieren a diferentes áreas de la vida o a diferentes formas de desamor y de injusticia, que necesitan ser superadas. En el Evangelio encontramos cuatro valores predominantes. Son simplemente cuatro maneras de amar o practicar la justicia y corresponden (y son opuestos) a cuatro valores mundanos que predominaban en la sociedad en la que Jesús vivió.

Jesús vivió en una sociedad judaica, pero los valores predominantes en esa sociedad eran los del Antiguo Testamento, así como los valores de nuestra sociedad no son los del Nuevo Testamento. Los valores de la sociedad de Jesús, como los de la nuestra, eran valores muy mundanos: dinero, poder, «status», egoísmo de grupo. Jesús respondió a cada uno de esos valores mundanos, presentando el valor divino correspondiente. Así, si dividimos el único gran valor que es el amor, en cuatro, es para corresponder a los cuatro valores predominantes del mundo. Vamos ahora a abordar esos valores uno por uno. Primero vamos a definir el área a la que se refieren, y enseguida el valor mundano y el valor evangélico correspondiente a esa área.

1. REPARTICION

El área de la vida de la que vamos a tratar ahora abarca todo aquello relacionado con el dinero y con la posesión. Incluye todo lo que hoy se llama «patrón de vida»: el tipo de casa en que nosotros vivimos, el tipo de comida que comemos, la ropa que usamos y todos los otros bienes materiales que utilizamos. También incluye la compra venta de bienes y la manera cómo esos bienes son producidos, manufacturados y consumidos. El Espíritu de Jesús nos debe motivar en esta amplia área de la vida, tanto como en cualquier otra.

Una gran parte de los dichos y parábolas de los cuatro Evangelios, especialmente el de Lucas, se refieren al dinero y a las posesiones. Esto no se da por casualidad, sino porque el dinero y los bienes tenían gran importancia en el pensamiento de los contemporáneos de Jesús. Los fariseos son descritos como amantes del dinero (Lc l6, 14) y la mayoría de las personas, ricos y pobres, consideraban la posesión de una gran fortuna como una bendición de Dios. En otras palabras, el valor mundano aquí, por el cual las personas estaban luchando, era el de ser RICO, tener un «patrón de vida alto».

Contra ese valor Jesús adoptó una posición inflexible: no se puede servir a ambos, a Dios y al dinero (Mt 6, 24). Es necesario escoger uno u otro, nadie puede tener ambos. Aquellos que escogen el dinero excluyen a Dios de hecho, aunque piensen que no lo hicieron. Aquellos que escogen el dinero se excluyen a si mismos del Reino. Son como camellos imaginando que pueden atravesar el ojo de una aguja (Mc 10, 25).

Jesús llama «ricos» a aquellos que escogen el dinero en vez de Dios. El no dice: «aquellos ricos que están presos de su dinero», o «aquellos que se quedaron ricos por explotar a otros». El simplemente condenó a cualquier persona que es rica, mientras continúa siendo rica. «Ay de aquellos que son ricos» (Lc 6, 24). La única calificación posible para esto que se encuentra en los Evangelios es la calificación implícita en la parábola de Lázaro y el hombre rico (Lc 16, 19-31). El hombre rico fue condenado al infierno por una sola razón: el era rico y permaneció rico, MIENTRAS HABIA UN MENDIGO EN EL UMBRAL DE SU PUERTA, o sea, mientras otras personas estaban en la miseria y hambrientas.

¿Qué deben hacer entonces los ricos?. Deben simplemente dejar de ser ricos. Deben pasar por una conversión fundamental. Dejar el dinero y volverse hacia Dios. Necesitan desligarse de su riqueza y luego probarlo en la práctica, distribuyendo, compartiéndola con los necesitados. Jesús puso esto de forma muy simple y directa. Su consejo para los ricos es simple: «vende tus bienes y comparte el producto con los pobres» (Mt 6, 19-21; Lc 12, 33-34). Ha habido una tendencia de aplicar esto solamente a los religiosos, que hicieron voto de pobreza. Pero en el Evangelio, Jesús aplica esto a todos los que desean ser sus discípulos, a todos los que quieren seguirlo (y, está claro, tienen bienes para vender). El dice esto muy explícitamente en Lc 14, 33: «Ninguno de ustedes podrá ser mi discípulo sino se deshace de todos sus bienes».

En tiempos de Jesús y en los primeros de la Iglesia, esta era una de las más importantes condiciones para hacerse cristiano, era parte del precio que se pagaba para ser discípulo (Lc 14, 28-33). Vemos a Zaqueo deshaciéndose de todo, excepto de aquello de lo que realmente necesitaba (Lc 19, 8). Vemos a los primeros cristianos vendiendo tierras y casas, y compartiendo el producto (Hch 2, 44-46; 4, 34; 5, 11). El valor evangélico aquí es el de REPARTIR. Y el objetivo de esa repartición no es simplemente probar nuestro despego de las cosas materiales; el objetivo de esa repartición es asegurar que los pobres sean alimentados, que cada uno pueda tener lo que necesita, y que nadie sufra necesidades. En otras palabras, repartir es simplemente el amor, la compasión y la justicia, vividas en el área del dinero y de los bienes. Si permaneciéramos indiferentes a las necesidades del pobre y del necesitado y si nos rehusáramos a repartir con ellos lo que tenemos no habremos aún comenzado a amar a nuestro prójimo o a practicar la justicia, y ciertamente no podremos decir que somos compasivos.

Nada en los evangelios ha sido tan claramente debilitado y diluido, como las enseñanzas de Jesús sobre el dinero y la repartición. El valor humano del dinero y el «alto patrón de vida» han obscurecido por completo el valor evangélico de repartir. La mayoría de los cristianos intenta poseer ambos: a Dios y al dinero. Pero, en la práctica, como Jesús dice: ello significa que veneran al dinero o aquello que denominan «patrón de vida», en vez de Dios porque «no se puede servir a dos señores».

Este es un obstáculo muy serio al progreso en la vida espiritual. Tantos de entre nosotros somos esclavos de nuestros bienes, de nuestro confort material, de nuestro «patrón de vida». Muchas veces estamos dispuestos a sacrificar otras cosas, como tiempo y energía pero nuestro «patrón de vida» es sagrado. Y, mientras tanto, una de las experiencias más liberadoras en la vida espiritual es la experiencia de liberarnos de nuestro sentimiento de posesión, haciéndonos realmente desligados de las cosas materiales y repartiendo con los necesitados.

Esto no es sólo cuestión de «caridad para con los mendigos que están en nuestra puerta». Es una cuestión de política y economía, de explotación capitalista, de estructuras que posibilitan al rico hacerse más rico mientras que el pobre se hace más pobre; es una cuestión de «patrones de vida» totalmente desiguales. La vida del Espíritu se refiere más a la calidad de nuestra vida que al patrón material de nuestro modo de vivir. La solidaridad para con el pobre es el centro de toda la espiritualidad bíblica.

2. LA DIGNIDAD HUMANA

La segunda área de la vida a ser enfocada aquí es la de las RELACIONES SOCIALES. Lo que nos interesa ahora es el modo cómo las personas se relacionan entre sí en la sociedad, la base sobre la cual unas confieren a las otras dignidad, respeto, honra y prestigio, y los valores que determinan esas relaciones.

En la sociedad de Jesús, las personas eran tratadas con diferentes grados de honor y dignidad, o eran tratadas con poco o ningún respeto, de acuerdo con el status o posición ocupada en la sociedad. Lo que las personas más valorizaban, era el status, y el hecho más importante con relación a cualquier otra persona era su posición en la escala social. Ese valor falso y mundano determinaba todas las relaciones sociales: la forma como una persona se dirigía a otra, el tono de voz que se debía usar, donde se debía sentar en los banquetes y en la sinagoga, el tipo de ropa a ser usado, con quién relacionarse y a quién convidar a una comida.

Jesús contestó de modo incisivo ese valor mundano. Criticó en particular a los fariseos por causa del deseo de status. Condenó los símbolos de status, como los tipos especiales de vestimenta (Mt 23, 6), títulos especiales y formas de saludos (Mt 23, 7), pero sobre todo rechazó cualquier uso de prácticas religiosas para que alguien se proyecte en la sociedad (Mt 6, 1-18).

Jesús incluso consideró necesario corregir a sus propios discípulos, frecuentemente, por su búsqueda de «status». Estaban siempre preguntando cual de entre ellos era el mayor (Mt 18, 1; Mc 9, 33-34) y competían entre si por los lugares honrosos a su derecha e izquierda (Mc 10, 35-37).

Lo que Jesús exige, entonces, es que abandonemos toda la preocupación por el status y el prestigio. Debemos satisfacernos con el último lugar, con la última grada de la escala social; no porque deseemos especialmente el último lugar, sino porque nuestro lugar en la sociedad no es lo más valioso para nosotros. Jesús demostró esto claramente en su propia vida. Trató a todos con igual respeto y honra. Se mezcló con los parias de la sociedad: mendigos, proscritos, prostitutas y recolectores de impuestos. Favoreció a los pobres y a todos los que eran despreciados y maltratados por la sociedad (Lc 6, 20-23). Trató a las criaturas con el mismo respeto que a los adultos, y a las mujeres les dio el mismo trato que a los hombres. Jesús se hizo muy famoso por ignorar el status y la posición que la sociedad confería a las personas (Mc 12, 14), y él mismo perdió completamente el status. La sociedad de su tiempo lo acusó de ser borracho, glotón, pecador y blasfemo (Mt 11, 19; 26, 65) y finalmente lo ejecutaron como un criminal común.

El valor opuesto a este, el valor evangélico, es la DIGNIDAD HUMANA. Eso significa que una igual dignidad, respeto y honra deben ser conferidos a TODAS las personas humanas, porque TODAS son hechas a imagen y semejanza de Dios. A los ojos de Dios, somos iguales en status, dignidad y valor. La escala social de toda y cualquier sociedad (incluyendo la Iglesia) debe ser rechazada como mundana, pagana y pecaminosa.

La interiorización de este valor evangélico es muy importante para nuestra vida espiritual.

En primer lugar, esta es la base de toda verdadera humildad. Si tomamos como modelo a la sociedad en la cual vivimos, y basamos nuestro respeto propio en nuestro status, posición, clase, raza, nacionalidad, educación, inteligencia o aún incluso virtudes, nuestro respeto propio se vuelve orgullo. Si nos vamos al extremo opuesto y tratamos de no tener ningún respeto propio, somos culpables de una falsa humildad o autodesprecio, lo que no deja de ser un insulto a Dios, que nos hizo a su imagen y semejanza. Mientras que si basáramos el respeto propio en nuestra dignidad de seres humanos, conferida por Dios, reconociendo que compartimos esa dignidad con todos los otros seres humanos, tendremos una humildad verdadera y liberadora. Todas las pesadas preocupaciones en cuanto a la obtención de dignidad y valor a través de la educación, la promoción, el prestigio y el éxito, son quitados de nuestros hombros. Tenemos la libertad de ser nosotros mismos. De volvernos verdaderos y genuinos.

En segundo lugar, el respeto por la dignidad humana es la base del AMOR y de la JUSTICIA en las relaciones sociales. Amar a todos en nuestra sociedad es tratar a todos con igual respeto. Practicar la justicia es corregir los errores de la discriminación, el preconcepto, el privilegio, y trabajar para que haya verdadera igualdad, verdadera fraternidad en la Iglesia y en la sociedad. Ese es el Espíritu de Jesús que nos impulsa a luchar de todos los modos posibles por la igualdad y la justicia.

Esto es más fácil de decir que de hacer. La desigualdad interfiere no sólo en las estructuras de nuestra sociedad y de nuestra Iglesia, sino también en las propias estructuras de nuestro pensamiento. Mientras no nos podamos liberar de esa preocupación por el status, no estaremos sintonizados con Jesús.

3. SOLIDARIDAD HUMANA

La tercera área de la vida es la que los GRUPOS SOCIALES y nuestra preocupación es el fenómeno de la solidaridad grupal y el egoísmo grupal. La raza humana está dividida en grupos sociales, tales como: naciones, tribus, clanes, familias, culturas, clases, razas, religiones y sectas religiosas. Estas conformaciones sociales nos dan un sentimiento de integración y frecuentemente desarrollamos fuertes sentimientos de lealtad y solidaridad de grupo.

En la sociedad de Jesús, los grupos sociales eran muy importantes. Las personas experimentaban sentimientos tan fuertes de solidaridad para con los otros miembros de su grupo que sería posible decir a alguien de fuera del grupo: «cualquier cosa que hagas al más pequeño de mis compañeros, me lo harás a mí».

Aquí el problema no es el hecho de que hayan grupos sociales ni aún su solidaridad. El problema es el egoísmo de un grupo frente a los otros grupos. Tenemos la tendencia de pensar en el egoísmo sólo en términos individuales, pero en el tiempo de Jesús y en verdad también en el nuestro, el egoísmo de grupo era algo mucho más serio, peligroso y perjudicial. El valor pecaminoso y mundano aquí es el egoísmo y el exclusivismo de la solidaridad del grupo.

Jesús contradice este valor social. El salió fuera de su propio grupo religioso, social y cultural, para abrazar a toda la raza humana como a sus hermanos y hermanas, como a sus parientes y vecinos. El mandamiento del Antiguo Testamento de amar al prójimo había sido interpretado siempre en el sentido de vivir en solidaridad con aquellos que están próximos, los miembros de nuestro grupo social (ver Lev 19, 16-18). Esto eventualmente llevó a la frase que no está en la Biblia: «Ama a tu vecino y odia a tu enemigo». Jesús contradice esto con su bien conocido mandamiento: «Ama a tus enemigos». Prójimo es todo otro ser humano, inclusive los de fuera del grupo, incluso aquellos que son tus enemigos, que te odian, aquellos que te ofenden (Lc 6, 27-35). En otras palabras, el valor para Jesús no es la solidaridad de grupo, sino la SOLIDARIDAD HUMANA.

El hecho de considerar a la solidaridad para con la raza humana como un valor, no significa que ya no valoricemos la lealtad y la solidaridad para con nuestro grupo social. Significa que la solidaridad humana se hace MAS IMPORTANTE para nosotros que cualquier solidaridad de grupo. La única manera de asegurar que ninguna de nuestras lealtades de grupo se vuelva egoísta y pecaminosa es subordinarla al valor más fundamental que es la solidaridad para con la raza humana.

Esto puede ser una experiencia increíblemente liberadora y un descubrimiento muy profundo de nuestra verdadera identidad. Esto me posibilita trascender las limitaciones de los varios grupos sociales que me definen y me clasifican. ¿Quién soy yo?. ¿Un cristiano?. ¿Un católico?. ¿Un Dominico?. ¿Un padre?. ¿Un Sudafricano?. No, antes que nada, en primer lugar soy un miembro de la raza humana, hecho a imagen y semejanza de Dios. Mi primera lealtad es para con la familia humana. Todo lo demás es secundario.

Paradójicamente, es esta lealtad básica para con la raza humana la que hace de mi un cristiano, un seguidor de Jesucristo, que se identificó con todos los seres humanos. «Todo lo que hiciereis con el menor de mis hermanos a mí lo haréis». Descubrir a Cristo o a Dios en otro ser humano es trascender todas las otras cosas que yo puedo tener en común con aquella persona y experimentar muy simple y profundamente la humanidad que tenemos en común. Esto es amor cristiano, eso es compasión divina, eso es lo que llevó al buen samaritano a hacer lo que él hizo para con un judío socialmente despreciado. Todos somos hermanos y hermanas, y Dios es nuestro Padre.

4. SERVICIO

Nuestra cuarta área de interés es la del poder. La mayoría de nosotros tiene un cierto poder y autoridad, algún tipo de responsabilidad para con otra persona. El poder no es sólo un factor en la política y en la sociedad, es también un factor en la Iglesia, en los conventos, en las parroquias, en las familias, en las asociaciones. En casi todos los rincones de la vida encontramos personas luchando por poder, usando y abusando de él, dominando a otras personas y tratando de controlarlas.

El poder en si mismo no es un valor falso, mundano. El falso valor es la manera mundana de ejercer el poder y la autoridad, el uso del poder y de la autoridad para DOMINAR y OPRIMIR a los otros.

Así fue cómo en la sociedad de Jesús el poder y la autoridad fueron generalmente usados. El lo contestó (rechazó) como a un valor PAGANO que debería ser sustituido por el valor evangélico de usar todo poder y autoridad para servir a los otros.

Jesús los llamó y les dio esta lección: «Como ustedes saben, los que son considerados como jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños; y los poderosos las oprimen con su poder. Pero entre ustedes no ha de ser así. Al contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, que se haga el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, que se haga el siervo de todos. Así como el Hijo del Hombre no vino para que lo sirvieran, sino para servir y dar su vida por los hombres, para rescatarlos» (Mc l0, 42-45).

No hay duda de que existen dos maneras diferentes de ejercer el poder y la autoridad. Es la diferencia existente entre dominación y servicio, entre desear ser servido y desear servir, entre usar el poder como opresor y usar el poder como libertador. No es posible ninguna vida espiritual verdadera sin una percepción de la diferencia entre estos valores, estos dos espíritus: el espíritu de dominación y opresión y el espíritu de servicio y liberación.

Sabemos que el Espíritu de Dios nos está inspirando cuando dejamos de dominar a los otros de alguna manera, y cuando no sentimos más la necesidad de autoafirmarnos controlando todo lo que ellos hacen. La experiencia liberadora de superar nuestro egoísmo incluye la experiencia de servir a las personas porque las amamos, y no porque nosotros deseemos su admiración, reconocimiento y gratitud. Nosotros sabemos que el Espíritu de Dios está inspirado a la Iglesia, cuando sus estructuras se hacen cada vez más estructuras de verdadero servicio y ministerio, en vez de estructuras de dominación y control. Sabemos que el Espíritu de Dios está inspirado en nuestra sociedad, cuando vemos que las estructuras políticas dejan de ser estructuras de opresión y esclavitud y comienzan a ser usadas para servir las necesidades de todo el pueblo.

Conclusión

Estos son los valores de Dios. Son los valores implícitos en la pasión que Dios tiene por la justicia, y en su amor por la raza humana. Son los valores que gobiernan los sentimientos y emociones de Dios. Estos son los valores del Espíritu conforme fueron revelados en Jesucristo.

Estos son los valores que necesitan transformar nuestra vida espiritual y especialmente nuestro esfuerzo en dirección a Dios en la oración. Son los valores que debemos difundir en todas las formas de apostolado, ministerio o evangelización, de modo que puedan gradualmente transformar y liberar al mundo entero. En nuestra lectura de los signos de los tiempos, son estos los valores que nos posibilitan reconocer los signos de esperanza, las simientes del Reino en nuestro mundo hoy.

5 Comments on “Espiritualidad bíblica: 5. Valores del Evangelio”

  1. excelente artículo…me ha servido para mis clases de Cultura Religiosa en cuanto al valor evangélico de la persona humana. gracias y bendiciones a todos…

  2. Muy útil para visibilizar de modo riguroso la bondad de las enseñanzas de Jesús y lo importante que es hoy más que nunca tener presente cada valor que desprende.
    En estos tiempos de máxima información, tal vez perdemos de vista los motivos reales que nos impulsan a tomar decisiones a diario. Utilizaré vuestro artículo como hilo conductor en clase porque me gusta el tono general y el lenguaje cercano. Muchas gracias.

  3. México: excelente artículo, me está sirviendo para mi clase de Espiritualidad Bíblica, por sus conceptos y reflexiones sobre todo la justicia , el amor de Dios, la espiritualidad del reino. está muy ameno y entendible, por su lenguaje y su claridad. muchas gracias.

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