El Evangelio de San Juan en los escritos de Santa Luisa

Francisco Javier Fernández ChentoLuisa de MarillacLeave a Comment

CREDITS
Author: Sor María Ángeles Infante, H.C. .
Estimated Reading Time:

1.- La Palabra y la Luz, fuentes inspiradoras

Santa Luisa tenía una formación bíblica poco común en relación con las mujeres de su tiempo. La educación recibida en Poissy, junto a las religiosas dominicas, le dio una cultura bíblica que la capacitó para leer, entender e interpretar la Biblia. De hecho, tenía permiso expreso para leer la Biblia. Y no sólo la leía, sino que la meditaba, guardaba el fruto de su oración en el corazón y enseñaba a las Hermanas a meditarla.

Su Reglamento de vida en el mundo nos habla del valor que daba Santa Luisa a la Palabra de Dios. Se propone hacer una hora de oración cada día sobre el tema del Evangelio que la Iglesia propone en la Liturgia de la Misa (E, 7, § 18). Sus cartas y aportaciones en las conferencias ponen de manifiesto las conclusiones y frutos de su meditación sobre la Palabra de Dios. Los estudiosos y estudiosas de Santa Luisa afirman que leyó y meditó el evangelio de San Juan con preferencia a los sinópticos. ¿De dónde proviene la afirmación?… Sin duda del recorrido realizado por sus escritos, especialmente sus reflexiones y meditaciones a modo de diario espiritual. No contienen muchas citas literales, pero sí la temática presentada por este Evangelio. Al hilo de este recorrido, surge la pregunta: ¿Por qué esta preferencia?… La respuesta parece clara. El evangelio de Juan pone de relieve la Buena Noticia del amor de Dios al mundo (Jn 3, 16), del amor de su Hijo Jesús (Jn 13,1) y del amor cristiano en general (Jn 13, 24-25).

Juan es también el evangelista de la Luz. Para Luisa de Marillac la Luz de Pentecostés sella su vida y con frecuencia recurre a ella como fuente de inspiración. A lo largo de sus escritos se refiere 17 veces a la luz que nos llega como don del Espíritu, a través de Jesucristo: «Quien no ama, no conoce a Dios, porque Dios es Caridad. La causa del amor es la estima del bien en la cosa amada. Siendo Dios perfectísimo en la unidad de su esencia, es amor en la eternidad de esa esencia…; y en ese amor participa el de las criaturas… Quien más caridad tenga, tanto más participará en esa luz divina que le inflamará eternamente en el santo Amor. Quiero, pues, hacer cuanto pueda por mantenerme en el ejercicio del Amor santo y dulcificar mi corazón frente a todas las acritudes que le contrarían». (E. 19, & 56, p. 689)

Como el salmista está convencida, y así lo vive, de que el Señor es su luz y su salvación, Él es la defensa de su vida y fuente de seguridad y confianza (Cf. Sal 26). Tiene la experiencia de que la Palabra de Dios es lámpara que guía sus pasos y luz en el sendero de la vida, aún en medio de las sombras y tinieblas (Cf. Sal 118). Por eso le atrae la lectura del evangelio de Juan que afirma de Jesús la expresión más luminosa de la Escritura: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12)

2.- El Evangelio del testimonio

Así lo percibe Luisa de Marillac. Quizá sea ésta otra razón de la preferencia por este evangelio. Juan es el discípulo amado que da testimonio de estas cosas (Jn 21, 24). La nota del testimonio, de dar razón de lo visto y oído ha hecho que este evangelio se llame entre algunos biblistas: La casa de los testigos. En todo el contexto del evangelio joánico es clave la palabra testimonio. Jesús es el Hijo de Dios que da testimonio del amor del Padre al mundo, es el gran testigo que vive en unión con el Padre y por eso nos lo puede revelar mejor que nadie.

Luisa emplea 23 veces esta palabra en sus escritos. Con frecuencia se refiere a este sentido que expresa el evangelio de Juan: «Un gran testimonio del amor que Dios nos tiene, es que se haya complacido en enseñarnos por su Hijo» (E. 22, & 69, p. 691). Ese testimonio del amor de Dios, contemplado en el evangelio, la lleva a resoluciones concretas en su itinerario espiritual. Así lo expresa en los Ejercicios Espirituales de Adviento en los inicios de la fundación de la Compañía: «Al nacer en pobreza y abandono de las creaturas, Nuestro Señor me enseña la pureza de su amor… De ahí tengo que aprender a mantenerme oculta en Dios con ese deseo de servirle sin buscar para nada el testimonio de las creaturas y la satisfacción de su comunicación, contentándome con que Dios vea lo que quiero ser para Él» (E. 23, & 77, p. 694)

Su proyecto es dar a conocer el testimonio del amor del Padre que Jesucristo nos revela. Lo medita con frecuencia, se complace en ello y explica qué debe significar este testimonio en la vida de una persona cristiana. Jesucristo es para ella el testigo de la verdad de la divinidad y humanidad perfecta. Por eso expresa los frutos que consigue la persona que se hace testigo del amor de Cristo: «Este testimonio debía servir a todos los hombres de gozo, emulación, desprendimiento efectivo de todo afecto, para que ellos pudieran formarse según sus acciones santas y divinas, lo que en nosotros produciría la resolución de vivir como creaturas racionales. Esto es, me parece, lo que Nuestro Señor quería decir a sus apóstoles cuando les anunciaba que después de la venida del Espíritu Santo, ellos también darían testimonio de El. Y esto es lo que tienen que hacer todos los cristianos: no ya dar testimonio sobre la doctrina, cosa que incumbe sólo a los hombres apostólicos, sino con sus acciones perfectas de verdaderos cristianos » (E. 98, & 262, p. 810)

Junto al evangelio de Juan, Luisa lee e interioriza el Tratado del amor de Dios de San Francisco de Sales. Ambas lecturas y reflexiones la llevan a la práctica del puro amor como signo esencial de los testigos de Jesucristo. Cuando se convierte en formadora y fundadora de las Hijas de la Caridad, pide y enseña a las Hermanas la práctica del puro amor como condición fundamental para ser testigos de la caridad, es decir, del amor de Dios. Ella quiere que cada Hermana sea un testigo veraz y coherente del amor de Dios. Así lo expresará al final de su vida en su testamento espiritual, en el que pide que todas seamos testigos de la caridad mutua entre nosotras, por el amor, la unión y la cordialidad y con los pobres, por el cuidado puesto en el servicio que realizamos (E. 111, & 302, p. 835)

En esta atmósfera del testimonio del amor del Padre revelado en Jesucristo, que respira el evangelio de Juan, Santa Luisa medita sobre el encuentro de Jesús con la Samaritana (Jn 4, 5-30). Y lo hace en el contexto de los Ejercicios Espirituales hacia 1628, concretamente en el quinto día de su retiro. Contempla y admira las circunstancias del lugar, junto al pozo de Jacob. Las palabras del diálogo que entabla Jesús con la Samaritana, las percibe como expresión de amor: «Sus palabras, no respiran más que amor» (E. 10, & 31, p. 677). En ese diálogo Luisa ve una magnífica expresión del amor de Jesús hacia los pecadores, llegando a afirmar que este amor es en apariencia mayor en la conversión de los pecadores que en la permanencia en gracia de los justos. De esta meditación saca tres resoluciones:

  1. Tener gran confianza y seguridad en su bondad.
  2. Trabajar con empeño por conocer y estimar los dones de Dios, particularmente la vida en gracia, y
  3. Escuchar a Jesucristo con interés y disponibilidad como lo hizo la Samaritana (Cf. E. 10, § 31, p. 677).

3.- Permanecer en el amor

Es una expresión muy propia del Evangelio de Juan: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor» (Jn 15, 9-10). Luisa meditó muchas veces esta consigna. Toda su experiencia y doctrina sobre la práctica del puro amor es realmente el mejor comentario a esta meditación. Para ella, ahondar en la práctica del puro amor es entrar en el corazón de Dios, porque Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios (1 Jn 4,16). Y para que esta razón no se olvide, ordena que al terminar la lectura espiritual de cada día se repita este texto de Juan. Consta en el primer Reglamento que establece sobre el orden del día que deberán observar las Hijas de la Caridad. Esa repetición diaria del texto joánico, de generación en generación, es una forma de afirmar nuestro deseo de permanecer en el amor de los comienzos de nuestra vocación. Esa fue la intención de Santa Luisa. Para ella lo importante y esencial de la vocación es permanecer en el amor de Dios, entrar en su corazón, dejarnos atraer y conducir por Él. Así en la introducción de la meditación sobre la práctica del puro amor escribe: «Actúa fuertemente uniendo mi amor a tu muerte, que por tu amor triunfa de la vida» (E. 105, § 275, p. 820). Amor y vida, entrega y sacrificio, muerte y triunfo son palabras y paradojas empleadas en el evangelio de Juan y también en los escritos de Luisa de Marillac. Es una prueba de su lectura asidua y meditación.

La promesa del Espíritu en el evangelio de Juan, es para Luisa de Marillac fuente de profecía y esperanza: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí» (Jn 15, 26). Luisa siente con fuerza la llamada interior a ser testigo suyo. Comprende que para ello necesita la gracia y fuerza del Espíritu Santo que da poder de obrar maravillas en las almas que dan testimonio verdadero del Hijo de Dios. Lo percibe y lo experimenta; por eso dice que el Espíritu Santo induce a la santidad de vida a los miembros del cuerpo místico, actuando con su amor unitivo para configurarnos con Jesucristo y asociarnos a Él para continuar su misión. (E. 98, § 262, pp. 810-811).

Estas reflexiones con motivo de los Ejercicios Espirituales del año 1657 son un comentario y traducción para su vida del mensaje de Juan sobre el Espíritu Santo: «Cuando venga Él, el espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no hablará de su cuenta, sino que os dirá cuanto oyere, y os anunciará las cosas venideras. Él me glorificará a Mí porque recibirá de lo mío y os lo anunciará» (Jn 16, 13-14).

4.- Ser testigos del amor y dar frutos

En sus cartas a las Hermanas insiste en la necesidad de ser testigos del amor de Dios con obras concretas de caridad. Sus reflexiones en este sentido son abundantes. Veamos como ejemplo la carta que escribe a Sor Lorenza Dubois, destinada en Bernay, pocos meses antes de su muerte. Era el 23 de julio de 1659. Luisa se siente ya muy débil de salud. Cae y se levanta de sus enfermedades de forma continua, pero aún tiene energía para valorar el testimonio de caridad de Sor Lorenza Dubois y Sor Ana Levies: «Lo que he sabido de su trabajo me ha consolado mucho, sobre todo su manera de vida llena de cordialidad y tolerancia, una para la otra, y el respeto, modestia y caridad con que obran, son para mi un gran consuelo. Así es, queridas Hermanas, como tenemos que ser, personas que edifiquen a la gente, y no personas que sólo llevan el nombre y el hábito de Hijas de la Caridad, pero que están lejos de hacer las obras propias de ellas» (C. 687, p. 620)

La lectura y meditación del evangelio de Juan es para Luisa y para toda la Compañía impulso y aliento para permanecer en el amor. Sus enseñanzas son eco de la consigna del evangelio y, como tal, fuente de alegría: «Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, como yo he observado los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa» (Jn 15, 10-11)

En su crisis de sentido de 1623 está muy presente la duda sobre la permanencia en el amor. Vive un dilema fuerte: amor total a Dios, no compartido con las criaturas (fidelidad al voto de consagración religiosa) o amor compartido con el de su esposo Antonio Le Gras, al que había jurado fidelidad en el amor. En aquellos momentos de inseguridad y angustia vital, llegó a dudar de todo: de la existencia de Dios, de sí misma, de la inmortalidad del alma, del presente y del futuro, del sentido de la vida y de la fidelidad en el amor. Es probable que le viniese a la memoria el evangelio de Juan: «Yo rogaré al Padre y Él os dará otro Consolador para que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce» (Jn 14, 16-17). Y el 4 de junio de 1623 llegó el consolador y con él la luz de Pentecostés que llenó su vida de luz y sentido. Y la Palabra meditada en su corazón, se convirtió en fuente de vida, camino de luz, principio de salvación, encarnación del amor del Padre e iluminación de su futuro. La Palabra y la Luz actuando en la vida de esta mujer fueron la atmósfera del Espíritu en la que surgió la Compañía de las Hijas de la Caridad. La Palabra es la vida y la luz de los hombres que luce siempre en medio de las tinieblas. Lo había leído en el evangelio de Juan (Cf. Jn 1.4-5) y lo experimentó en su vida personal (E. 3 pp. 666-667).

Vicente de Paúl como director espiritual de Luisa, reconoce en su dirigida la preferencia por el evangelio de Juan. Ya en 1629 se hace eco de las palabras con que el apóstol expresa la necesidad de vivir unidos a Cristo, con la imagen de la vid y los sarmientos (Jn 15,5). Así, poco antes de ser enviada a visitar las Caridades, Vicente reconoce que está haciendo realidad el ser sarmiento unido a la vid: «¡Oh qué árbol habrá parecido hoy usted a los ojos de Dios, al haber producido semejante fruto! Que pueda ser siempre un hermoso árbol de vida que produzca frutos de amor» (S.V.P. I, p. 117)

Siguiendo el curso del tiempo, San Vicente, lector asiduo del evangelio de Lucas, adoptará términos y expresiones propias del evangelio de Juan, incluso en sus conferencias a las Hijas de la Caridad. Incluso llega a adoptar la expresión de la práctica del puro amor como la mejor manifestación de la caridad. En carta a Luisa de 1936, escribe: «Ruego a su corazón que no se conmueva por mí, ni por ninguna otra cosa, que no sea el puro amor de Dios» (SVP, I, 373). En la conferencia sobre la vocación de 1640 afirma. «¿Cómo se puede amar a Dios soberanamente?. Os lo voy a decir. Se trata de amarlo más que a cualquier cosa, más que al padre, a la madre, a los parientes, a los amigos, o a una criatura cualquiera; amarlo más que así mismo, porque, si se presentase alguna cosa contra su gloria y su voluntad, o si fuese posible morir por él, valdría más morir que hacer algo contra su gloria y su puro amor» (SVP, IX, 37). Estas expresiones responden probablemente a la influencia de su dirigida. Ambos se sienten tocados por el amor de Dios, ambos entran de lleno en el corazón de Cristo y aprenden la humildad y mansedumbre que da acceso a la caridad de Dios, manantial y modelo de todas sus actividades caritativas. Es el fruto de la permanencia en el puro amor de Dios que les une.

5.- El nuevo nacimiento del agua y del Espíritu (Jn 3, 1-21)

El diálogo de Jesús con Nicodemo en la oscuridad de la noche fue uno de los pasajes evangélicos mas meditados por Luisa. Ella sabía por experiencia lo que supone caminar en tinieblas y buscar a Cristo de noche. Sabía de decaimientos de espíritu, de sentimientos de impotencia para el bien, de desamparo familiar y social y de experiencias de la ausencia de Dios (E 1, § 1, p 665). Nicodemo buscó a Cristo en medio de la noche, en la oscuridad. Como Nicodemo dialoga, pregunta lo que no entiende y recibe palabras de aliento y confianza: «En un instante mi espíritu quedó iluminado acerca de sus dudas. Y se me advirtió que debía permanecer con mi marido, y que llegaría un tiempo en que estaría en condiciones de hacer voto de pobreza, de castidad y de obediencia, y que estaría en una pequeña comunidad en la que algunas harían lo mismo. Entendí que sería esto en un lugar dedicado a servir al prójimo; pero no podía comprender cómo podía ser, porque debía haber movimiento de idas y venidas» (E. 3, § 6, p. 667). Como Nicodemo, Luisa no podía comprender el nuevo nacimiento que le esperaba, pero acoge la promesa de Jesús: «El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3, 5)

Realmente la experiencia de la luz de Pentecostés del 4 de junio de 1623 fue para Luisa de Marillac un nuevo nacimiento que ella vincula a la acción del Espíritu Santo y a las aguas del Bautismo. Así lo expresa en el acto de protestación que copia casi literalmente de San Francisco de Sales en su libro Introducción a la vida devota, haciéndolo suyo y personalizando las frases que juzga convenientes: «Me arrepiento de nuevo con todo mi corazón, apoyándome en los méritos de la muerte del salvador de mi alma como en el único fundamento de mi esperanza, en virtud de la cual confieso y renuevo la sagrada profesión hecha, en mi nombre, a mi Dios en mi Bautismo, y me resuelvo irrevocablemente a servirle y amarle con más fidelidad, entregándome por completo a Él; a este fin, renuevo también el voto de viudez que tengo hecho y mis resoluciones de practicar las santas virtudes de humildad, obediencia, pobreza, paciencia y caridad, para honrar esas mismas virtudes en Jesucristo quien tantas veces me las ha inspirado por su amor» (E. 4; § 9, p. 668).

No ha nacido físicamente la Compañía de las Hijas de la Caridad, pero en el corazón de Luisa ha nacido la inspiración y con la inspiración su conversión personal por el agua y el Espíritu. Por eso al terminar de escribir el Acto de protestación afirma: «Y, si por mi ordinaria flaqueza llegara a quebrantar estas santas resoluciones, lo que Dios no permita por su bondad, imploro desde ahora la asistencia del Espíritu Santo para que me envíe prontamente la gracia de convertirme, ya que no quiero permanecer ni un solo instante desagradando a Dios. Esta es mi voluntad irrevocable que confirmo en presencia de mi Dios» (E. 4, § 11, p. 668)

Durante este nuevo nacimiento, Luisa expresa el deseo vehemente de Dios y la firme resolución de entrar en la vida nueva del Espíritu (Cf E. 27, § 93, pág. 701; E. 28; § 95 y 96). En los retiros y Ejercicios Espirituales renueva periódicamente estas resoluciones y deseos. Lo refleja en sus notas personales, antes de la fundación de la Compañía: «Adherirme a la Palabra de Dios pronunciada interiormente. Recurrir a Dios para no volver a pecar, ya que Él se digna recibirnos. Alejarme de lo que es contrario a la caridad hacia el prójimo; emprender animosamente el combate contra las malas inclinaciones. Estar preocupada y cuidar de la gloria y servicio de Dios y Él cuidará de mi…Tener gran confianza para vencer las dificultades que pudieran oponerse a que lo encuentre, admirar la bondad de Dios en su Providencia» (E, 14, § 41 y 42; p. 681)

6.- Bautismo y nuevo nacimiento (Jn 3, 1-21)

Luisa ha nacido a la vida de la gracia por el bautismo. En 1623 experimenta el renacer en el Espíritu. Relee y medita las Palabras de Jesús: «En verdad, en verdad te digo que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3,5). Esta meditación la lleva de nuevo a profundizar en el significado del Bautismo. Las notas escritas después de su meditación ponen de relieve cómo entiende ella el nacer del agua y del Espíritu, experiencia dirigida a todo bautizado: «Siendo el Bautismo un nacimiento espiritual, se desprende que aquel en quien hemos sido bautizados es nuestro Padre y que como buenos hijos debemos parecernos a Él, ya que bautizados en la muerte de Jesucristo, toda nuestra vida debe ser una muerte continua. Por consiguiente, sería muy perjudicial al alma vivir rodeada de delicias, teniendo en cuenta además que esa muerte, en la que hemos sido bautizados, ha sido causada por el amor que Nuestro Señor tiene por nosotros desde toda la eternidad, amor que no hubiera podido expresarnos mejor que por una muerte anticipada. En efecto, si las criaturas hacen tanto aprecio de esta vida que la prefieren a todo, ¡cuánto no tendría nuestro amado maestro para estimar la suya, acompañada de toda clase de virtudes y de un cuerpo vigoroso y en plena salud!…» (E. 69, § 204, p. 774).

Esta reflexión manifiesta que Luisa, al igual que Juan, ve que Jesucristo entrega libremente su vida por amor a los hombres, para redimirnos del pecado y salvarnos: «Yo doy mi vida por las ovejas… Nadie me la quita, sino que la doy, yo libremente» (Jn 10, 15 y 18). El fruto del nuevo nacimiento que conlleva el Bautismo es dar la vida como la dio Cristo por nosotros. Esta es su conclusión certera, después de su meditación sobre el Bautismo. Y la conclusión es personal, pero con el deseo de que sea también comunitaria, por eso la expresa en plural: «Vivamos, pues, como muertas en Jesucristo y por lo tanto, ya no más resistencia a Jesús, no ya más pensamientos que en Jesús. En una palabra, no ya más vida que para Jesús y el prójimo, para que en este amor unitivo ame yo todo lo que Jesús ama, para que por este amor, cuyo centro es el amor eterno de Dios por sus criaturas, alcance de su bondad las gracias que su misericordia quiere concederme» (E. 69, § 204, p. 775)

Estos pensamientos sobre el Bautismo están escritos durante los orígenes de la Compañía. Ella siente y experimenta que Dios la llama a formar cristianamente a sus hijas, por eso sus conclusiones tienen doble dimensión: personal y comunitaria: Esta puede ser la razón por la que utiliza el imperativo en plural. Además, Luisa insiste una y otra vez que la Hija de la Caridad para entrar en el corazón de Dios y permanecer en el puro amor debe ser verdadera cristiana y vivir el nuevo nacimiento espiritual que conlleva la condición de bautizada (Cf. C. 712; p. 641). Repetidamente afirma santa Luisa que una Hermana no puede ser perfecta Hija de la Caridad si no vive como verdadera cristiana (Cf. C. 717; p. 648)

7.- Ejemplo os he dado…

El lavatorio de los pies es otro de los pasajes del evangelio de Juan meditado por santa Luisa (Jn 13, 1-17). La primera vez que aparece en sus escritos, es con ocasión de un Retiro espiritual de tres días que hace durante el Adviento, hacia 1633. Se trata de un fin de semana largo dedicado a la reflexión y la oración. Sabe y experimenta la enseñanza de Jesús: «Sin Mi nada podéis hacer» (Jn 15, 5). Guiada por el Espíritu Santo y por Vicente de Paúl está organizando la Compañía de las Hijas de la Caridad cuyo fin es honrar a Nuestro Señor Jesucristo, manantial y modelo de toda caridad, sirviéndole corporal y espiritualmente en la persona de los pobres (Cf. Reglas comunes, p. I, art. 1º). Por eso busca en el evangelio la fuente para motivarse y motivar. Contempla las actitudes de Jesús siervo y para ello, recurre al evangelio de Juan. Desea comprender el sentido que Él mismo Jesucristo da al servicio al prójimo.

Son muchos los biblistas que afirman el sentido sacramental del servicio al prójimo en el evangelio de Juan, quien sitúa el lavatorio de los pies en el mismo lugar en el que los sinópticos narran la institución de la Eucaristía. Con este signo, el Señor nos recuerda que la entrega del servicio es similar a la entrega eucarística. Santa Luisa y San Vicente así lo entendieron y enseñaron. Cuando el evangelio de Juan sustituye la institución de la Eucaristía por el lavatorio de los pies, no lo hace de manera fortuita. Se trata de una catequesis bien pensada y meditada. La vida de Jesús fue una entrega constante y sin reservas que culmina con su muerte en la cruz, consecuencia de un amor sin límites… Pero antes de entregar su cuerpo y derramar su sangre en la cruz, nos entrega su cuerpo y su sangre en la Eucaristía, y con ella nos regala el sacerdocio, el mandamiento nuevo y el sacramento del servicio en el lavatorio de los pies. En este contexto de entrega total y amor sin límites nos dice el Maestro: «Ejemplo os he dado, para que lo que Yo he hecho, lo hagáis vosotros» (Jn 13, 15)

Santa Luisa medita largamente este texto en el tercero y último día de su Retiro (1633). Admira y contempla la humildad de Jesús en su actitud de siervo lavando los pies a sus discípulos. Observa y ve en Él su interés por la gloria de Dios, por enseñar el sentido evangélico del servicio a los apóstoles y su deseo de que se le honre como Maestro. Pero a la vez contempla su abatimiento y humildad… En el silencio de su corazón entra en los sentimientos del corazón de Jesús y se atreve a entablar conversación con Él, como Pedro. Seguidamente saca una conclusión personal: «Nada puede haber que me impida humillarme» (E. 23, § 83; p. 695). Al leer detenidamente sus notas, se tiene la impresión de que Luisa se siente identificada con Jesucristo en su interés por la gloria de Dios y en su misión de enseñar y formar a las Hermanas. La afirmación de Jesús: «Ejemplo os he dado» tiene resonancia especial en su interior. Se siente urgida a dedicar su tiempo a la formación de las siervas de los pobres, siendo ella la primera sierva.

La identificación con Jesucristo siervo por la práctica de la humildad, la sencillez y la caridad será el fruto espiritual de su contemplación de Jesús siervo, lavando los pies a sus discípulos. Y la inspiración recibida en la meditación de este episodio evangélico tendrá consecuencias para toda la Compañía: la humildad contemplada en Jesús, de rodillas ante sus discípulos, será la virtud básica y fundamental de toda sierva de los pobres. Hacía 1645, cuando se prepara la aprobación diocesana de la Compañía como grupo independiente de las Damas, precisa algunas formas de expresar la humildad en las observaciones que escribe sobre las Reglas para las Hermanas de las Parroquias. En ellas anota algunos indicadores válidos para todos los tiempos: respeto, trato afable y cordial, no buscar gratificación alguna, ni siquiera el agradecimiento de los enfermos, referir a Dios sólo las alabanzas recibidas de los pobres, aceptar con paz injurias y desprecios…. Luisa ve en ello la forma de configurarse con Jesucristo servidor (Cf. E. 43 § 133, p. 728)

8.- Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre (Jn 4,34).

El cumplimiento de la voluntad de Dios es para Luisa de Marillac la forma más directa de configurarse con Jesucristo. Es uno de los pilares más firmes de su espiritualidad. Cuando medita en el pasaje evangélico de la Samaritana (Jn 4, 1-15), en contacto con el agua viva del Espíritu de Dios, se deja interpelar por la conducta de Jesús, sentado junto al pozo de Jacob y admira su respuesta a los discípulos, tras el diálogo con la Samaritana: «Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre» (Jn 4, 34). El eco de esta respuesta se graba en lo más hondo de su vida, incluso antes de iniciar sus visitas a las Caridades. Así en su Reglamento de vida en el mundo, cuando se queda viuda, escribe: «Que mi primer pensamiento después del descanso de la noche sea para Dios, haciendo un acto de adoración, de acción de gracias y de abandono de mi voluntad en la suya santísima y con la vista puesta en mi miseria e impotencia, pediré la gracia del Espíritu Santo, en la que he de tener una gran confianza, para que se cumpla en mí su santísima voluntad, que será el único deseo de mi corazón» (E. 7, § 18, p. 671)

Cuando llegan los momentos de dificultad y las pruebas, renueva esta decisión y pide ayuda al Espíritu Santo para mantenerse fiel. En 1636 cuando cambia de domicilio por imperativo de la misión y pasa a vivir al barrio de la Chapelle, escribe unas reflexiones espirituales tituladas: «Conformidad con la voluntad divina». En ellas, tras hacer unas consideraciones sobre la comunión eucarística y el amor infinito que Jesucristo nos manifiesta, anota dos escollos para conocer la Voluntad de Dios y cumplirla como Él: la ceguera o superficialidad y el amor propio desordenado. Reconoce que a veces cae en ellos y reacciona con este acto de adhesión:

«Renuncio a él con todo lo corazón y escojo tu santa y divina voluntad por única guía de mi vida; podré llegar a conocerla a través de esa regla (qué es) la vida de tu amado Hijo en la tierra, con la que deseo configurar la mía. ¡Oh santísima Voluntad de mi Dios! ¡cuán razonable es que seas cumplida enteramente! Eres el alimento del Hijo de Dios en la tierra y, por consiguiente, lo que sostiene mi alma en el ser que ha recibido de su Dios. Pero ¿y qué eres en la vida de la gracia? Eres la gracia misma que santifica las almas. No más voluntad propia, sino que la tuya reine sola en mí. Concédeme esta gracia, ¡oh Jesús mío! por el amor que me tienes y por la intercesión de tu Santísima Madre que tan perfectamente amó todo los efectos de tan amable voluntad…Iré a la nueva vivienda con el propósito de honrar a la divina Providencia que allí me lleva, y ponerme en la disposición de hacer todo lo que la misma Providencia divina disponga que haga» (E. 21, § 62 y 63, p. 689)

Desde los comienzos de su dirección espiritual con Vicente de Paúl hasta el final de su vida, mantiene la resolución de vivir cumpliendo la Voluntad de Dios como alimento de su vida. La considera un ejercicio imprescindible en el itinerario espiritual de las Hijas de la Caridad. Así lo manifiesta en carta del 23 de diciembre de 1659 a Sor Maturina Guérin: «Le recomiendo…el abandono de todas las cosas a la Providencia y gobierno amoroso de la santísima voluntad de Dios, lo que es una de las prácticas más necesarias, que yo sepa, para la perfección» (C. 708, p.637). De esta práctica y experiencia espiritual brota la riqueza de su vida interior y la amplitud de su caridad. Aquí está el manantial y la fuente. Por eso elige para el escudo de la Compañía el lema paulino que ella se atreve a modificar: «La caridad de Jesucristo crucificado nos apremia». La modificación que introduce con el adjetivo «crucificado» obedece a su convicción de que la Cruz es la máxima expresión del amor de Cristo a los hombres. Por amor y fidelidad a la voluntad del Padre, Cristo aceptó la muerte de cruz. Luisa así lo contempla en su oración sobre Jesús en el huerto de los olivos

Esta experiencia espiritual de Santa Luisa y sus enseñanzas a las Hermanas sobre la Voluntad de Dios y la práctica del puro amor han sido recogidas en nuestras Constituciones con frases breves pero ricas en contenido: «Un mismo amor anima y dirige su contemplación y servicio. Saben por la fe que Dios las espera en los que sufren» (C. 7); «Los Fundadores insistieron en la exigencia de una constante unión con Dios para poder ser, en medio del mundo, testigos del Amor de Cristo» (C. 12 a); «La autoridad y la obediencia, vividas en corresponsabilidad y subsidiariedad, las llevan a una búsqueda y aceptación humilde y leal de la voluntad de Dios» (C. 31 b)

La sabiduría de la fe llevó a Luisa a gozar y entender que Dios es amor y quiere que vayamos a Él por amor. Ella sabía bien que sin la sabiduría de la fe, la oración se convierte en culto vacío, el servicio a los pobres en filantropía o profesionalismo y la vida comunitaria en mera yuxtaposición de presencias y simple equipo de trabajo profesional. El amor es lo que da fuerza, energía y vigor a nuestra vida. Permanecer en el amor de Dios es el resumen del evangelio de Juan. También es el ideal y consigna de Luisa: «Viva Jesús y su puro amor, que yo lo elijo para domicilio de mi permanencia» (E. 28, § 97, p. 702).

Las notas y reflexiones de San Luisa comentadas ponen de relieve la fuerza que tuvo este evangelio de San Juan en su vida y enseñanzas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *