Daniel Lodosa

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros PaúlesLeave a Comment

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P. Daniel Lodosa

20-02-75

Murguía

BPZ 1975

2F26F935Los fieles de Amézaga y Guillerna (Valle de Zuya, Álava), a los que atendía espiritualmente, le llamaban Don Daniel. Los cuatro años y medio últimos de su vida los quemó entre estos dos pueblos, con la misma suavidad y el mismo sabor con que se quema un «faria», deporte favorito de Don Daniel. Y digo deporte, porque le suponía un ejercicio.

Pues sí; el bueno de D. Daniel se fue entre lágrimas de sus feligreses una tarde de primavera el 22 de febrero. Hemos comentado en comunidad que le habría gustado ver su propio funeral, aunque este gusto tenga un sabor romántico. Concelebramos veinticuatro sacerdotes, mientras el pueblo se apretaba alrededor de sus cenizas. Al frente de la oración litúrgica, la figura silenciosa y devota del Sr. Obispo de la diócesis. Paúles llegados de siete casas hacíamos la corte de honor al compañero, con el que nos habíamos reído tantas veces.

Se fue D. Daniel pero nos queda su recuerdo, su ejemplo abierto como un libro de setenta capítulos, sus setenta años. Tuvo D. Daniel tiempo para hacer muchas cosas pero le faltó tiempo para jubilarse. Su corazón se rompió por exceso de cuerda, por querer ser útil aún, por darse a los demás, como una fruta, que no se agota.

Don Daniel no fue un cualquiera. Su cuerpo chaparro pero repleto se hizo popular en Los Milagros, Tardajos, Pamplona, Canarias, Ávila, Cádiz, Écija, Murguía. Por todos esos sitios paseó su temple navarro, su humor, su idealismo, su fatiga, sus desengaños. Siendo de baja talla, era un gigante en su humildad. No le asustaba el trabajo, eso que el programa estaba siempre repleto. Si Los Arcos hubiera sido puerto de mar, Don Daniel podría haber descubierto nuevos mundos. Tal era su idealismo que le llevaba como soplo constante de alisios a emprender muchas obras. La muerte le salió al encuentro sin poder estrenar la calefacción de la parroquia de Amézaga.

Otro rasgo que hay que destacar con punto aparte es su sensibilidad ante los cambios e innovaciones de la Iglesia. No se estancó en la lectura del «Qué pasa?». Preguntó, dialogó, discutió, compró obras serias de teología actual. En una palabra, estaba casi al día. Todo un señor de su parroquia me decía que tenía la ilusión y la frescura de un misacantano. Buena definición.

Su cuerpo pequeño, que encerraba quilates de espíritu, atacó en todos los frentes: dio clases siendo aún mozo, subió a miles de púlpitos, predicó más de cien misiones, dirigió parroquias, fue un fogoso propagandista de Acción Católica, el brazo derecho del bravo Obispo Pildain, dio Ejercicios a Hermanas. No cabrían medallas en su pecho recio, si de medallas y oropeles se tratase.

Le oí varias veces predicar de la Virgen y hablaba como de su madre. Mucho había escrito de la Virgen, cuyas fotos y cuadros llenaban de colorido el cuarto de trabajar, rezar y descansar.

Adiós, Don Daniel. De verdad le echamos en falta, porque se fue sin despedirse, con ganas de volver, de vivir, de fumar muchos «farias» más.

Que los que nos hemos quedado a este lado aprendamos la hermosa lección encerrada en setenta capítulos: sus setenta años, llenos de ilusión y trabajo.

Desiderio Aranguren

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